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jueves, 26 de enero de 2017
1998- EL SHOW DE TRUMAN – Peter Weir
La idea de alguien que descubre que su vida es una mentira, de que todo lo que ve o sabe es falso, es tan sugerente que se ha utilizado en incontables relatos y películas. Ficciones tan dispares como “El Mago de Oz” (1939) o “Matrix” (1999) contaban con protagonistas que despertaban para darse cuenta de que todo lo que habían experimentado hasta ese momento era un sueño o una ilusión. Normalmente, este tipo de historias narran las experiencias de esos protagonistas. “Donnie Darko” (2001) u “¡Olvídate de Mí!” (2004) tratan de personajes que, por azar o por elección, se han desconectado del mundo. Algunas veces, la ciencia ficción o la fantasía no juegan papel alguno, sino que las narraciones toman la forma de thriller, como “Alarma en el Expreso” (1938) o “Luz de Gas” (1944), las cuales tienen personajes que, por razones diversas, son inducidos a creer que lo que experimentan es falso o viceversa. Se han imaginado incluso historias en las que la vida de una persona resulta ser una ficción en la realidad de un tercero, como en el clásico corto de Paul Bartel, “The Secret Cinema” (1968), o la comedia “Más Extraño que la Ficción” (2006).
Así que no hay nada nuevo bajo el sol. ¿Por qué, entonces, “El Show de Truman” gustó tanto en su momento y hoy, casi veinte años después, sigue manteniendo todo su interés y vigencia?
Truman Burbank (Jim Carrey) lleva una vida ordinaria y sencilla como hombre casado y afable vendedor de seguros. Vive en Seahaven, un idílico pueblo isleño donde todo el mundo es amable y en el que los ideales americanos de familia y honradez se conservan intactos. Lo que ignora es que todo lo que le rodea no es sino un enorme decorado, que sus vecinos, esposa y amigos de toda la vida son actores y que él mismo es el protagonista inconsciente de un reality televisivo, “El Show de Truman”, seguido las veinticuatro horas del día por millones de personas en todo el mundo y en el que todo lo que le ha sucedido desde que nació ha sido cuidadosamente planificado y filmado.
Sin embargo, una serie de fallos encadenados de producción (un foco que cae del cielo, la sintonización accidental del canal que lo monitoriza, la intrusión del actor que había interpretado a su padre y que él creía muerto) siembran la sospecha en su mente acerca de la autenticidad de lo que le rodea. Es entonces cuando decide hacer realidad una antigua y “secreta” fantasía y escapar de la ciudad para buscar a una joven mujer, Lauren (Natascha McElhone) que años atrás intentó avisarle de la verdad y cuyo recuerdo ha atesorado desde entonces. En su contra tendrá los inmensos recursos del equipo de producción dirigido por el carismático Christof (Ed Harris), padre de todo el invento.
El guionista de “El Show de Truman” es el neozelandés Andrew Niccol, quien un año antes había impresionado a todo el mundo con su debut a la dirección (también sobre una historia propia) en “Gattaca”. Posiblemente, al menos parte de la inspiración de Niccol para este guión provenga de “La Muerte en Directo” (1980), de Bertrand Tavernier, una película ambientada en un futuro en el que la muerte era tan infrecuente que una mujer con una extraña enfermedad terminal se convierte inadvertidamente en protagonista de un programa televisivo. Otro referente, este literario, sería la obra de Philip K.Dick, en la que abundan novelas y relatos sobre realidades falsas, como “Ubik” (1969) o “Laberinto de Muerte” (1970), y, sobre todo, “Tiempo Desarticulado” (1959), de la que Niccol parece extraer algunas ideas.
Ahora bien, el tratamiento del mismo tema que ofrece Niccol es tan notable y único que, a pesar de sus ascendientes, “El Show de Truman” es un producto verdaderamente original. Es más, la eclosión dos años después de auténticos realities como “Supervivientes” o “Gran Hermano” lo convirtió en un film profético como pocos. En uno de esos raros casos de realidad imitando a la ficción, no mucho después de que se asentara la moda de los realities televisivos a alguien se le ocurrió recoger y retorcer la idea de Niccol: en “The Joe Schmo Show” (2003-4), varias personas eran engañadas para creer que estaban concursando en un auténtico reality, cuando en realidad el resto de participantes –incluido el presentador- eran actores contratados. En 2007 se estrenaron los todavía hoy populares realities de las hermanas Kardashian, que parecen vivir toda su existencia frente a una cámara y que también nos recuerdan inmediatamente a “El Show de Truman”.
La osadía y originalidad conceptual tanto de “Gattaca” como de “El Show de Truman” hicieron de Niccol uno de los guionistas más prometedores del momento en el campo de la ciencia ficción. Como es norma en los buenos autores del género –sea cual sea el medio en el que desarrolle su obra-, Niccol tenía la habilidad de imaginar escenarios futuristas extrapolados a partir de una sola premisa del estilo “¿Qué hubiera pasado si…? (¿Cómo sobreviviría un marginado genético en un mundo que idealiza la pureza genética? ¿Cómo reaccionaría un hombre si averiguara que toda su vida es una mentira?) y desarrollarla hasta sus lógicas conclusiones. En ambos casos, Niccol crea héroes que deben enfrentarse y burlar a todo un orden social. El guionista-director estuvo menos acertado en su siguiente trabajo como realizador, “Simone” (2002), una comedia acerca de una actriz virtual, pero recuperó el pulso con su excelente “El Señor de la Guerra”, una sátira sobre el comercio internacional de armas. Volvió a la ciencia ficción con “In Time” (2001) y “La Huésped” (2014).
Como decía al comienzo, las historias sobre individuos que se descubren viviendo en una realidad falsa, suelen centrarse en el protagonista. En este caso, aunque evidentemente Truman, su situación y reacciones forman el núcleo del argumento, no constituye el único punto de vista de la película. De hecho, hay al menos tres perspectivas dignas de considerar.
Truman fue adoptado por una corporación mientras aún estaba en el útero de su madre, y toda su vida ha sido convertida en un reality show. La palabra “reality” es engañosa, claro, porque como sucede en todos estos programas, desde “Supervivientes” a “Gran Hermano” pasando por “Operación Triunfo” y sus sucedáneos, existe una manipulación oculta tras las cámaras que determina el resultado final que se ofrece a los espectadores. Una de las cosas que la película explora con acierto es el inmenso esfuerzo que se invierte en mantener esa ilusión de realidad que Truman experimenta en su vida cotidiana. No se trata de una supercomputadora ni un sueño ni tienen que ver las drogas o el hipnotismo. No, todo es una enorme conspiración en la que participan cientos de personas.
Así, buena parte de la diversión y comicidad que proporciona el film proviene, primero, de la puesta en escena de la dulzona utopía que rodea a Truman, edificada a partir de las idealizadas pinturas de Norman Rockwell, muchas series televisivas y la propia imagen que los norteamericanos tienen sobre su nación. Y, luego, de subvertir la misma y revelar su auténtica naturaleza mediante sutiles intrusiones y fallos: cómo los peatones de toda la calle se detienen a la vez cuando una retroalimentación satura sus auriculares ocultos; la retorcida y artificial forma en que intervienen los actores para detener la acción y lanzar mensajes publicitarios; las excusas que se inventan para explicarle a Truman los fallos o evitar que abandone el pueblo –hay una divertidísima escena en la que el protagonista acude una agencia de viajes en la que todos los pósters, en lugar de invitar a visitar destinos de sol y playa, advierten de la forma más gráfica posible acerca de los riesgos de viajar-.
La película juega incluso con las percepciones del espectador acerca de lo que es real y lo que no: lo que uno piensa es la típica banda sonora que acompaña a toda la película resulta ser música interpretada entre bambalinas por una orquesta; o el emotivo momento en que Marlon (Noah Emmerich) le pregunta a Truman si cree de verdad que le mentiría, revelándose a continuación que no hace más que repetir lo que los guionistas le susurran a través del minúsculo auricular que lleva oculto en la oreja.
Una vez que Truman ha empezado a vislumbrar la verdad, su viaje sólo puede tener un final feliz y éste pasa por su liberación, algo que consigue de forma completamente satisfactoria, transmitiendo al espectador el reconfortante mensaje de que el espíritu humano es indomable (y haciendo, por fin, honor a su nombre (Truman-“True-Man”, hombre auténtico).
Pero el guión aporta otras dos perspectivas mucho menos luminosas y, desde luego, bastante inquietantes. Christof es el creador del programa, un individuo de enorme poder gracias al éxito obtenido por aquél y que ha saboreado la sensación de sentirse un Dios. En lo que a Truman se refiere, Christof (otro nombre claramente intencionado) es Dios. Ha sido él quien ha determinado cada faceta de su vida y movido los hilos necesarios para ir obteniendo los mejores ratings de audiencia. Fue él quien decidió con quién se casaría Truman, qué amigos tendría, qué estudiaría y dónde trabajaría. Para asegurarse de que su criatura nunca sintiera deseos de abandonar la isla, le provocó una fobia al agua haciendo que su “padre” se ahogara en un accidente de navegación cuando era aún un niño.
Probablemente han sido muchos los escritores y directores que se han sentido como dioses al crear sus universos de ficción, pero Christof ha llevado su ego mucho más lejos. En el mundo que controla, es capaz de hacer “milagros” como que el sol salga por la noche o invocar una tormenta en el mar. Cuando al final de la película habla a Truman directamente por primera vez, su voz parece surgir del cielo atronadora y omnipresente, como si de Dios se tratara. El rechazo de Truman a las ofertas de ese dios, que promete cuidarlo y protegerlo frente a los peligros del mundo real, puede interpretarse como una declaración de ateísmo, pero también como el repudio a la falsa divinidad que representa Christof, un hombre que durante toda su vida le ha privado de la libre voluntad.
Desde el principio de la vida de Truman, Christof ha decidido lo que aquél debe hacer y luego ha arreglado las cosas para que se cumpla su voluntad. Cuando Truman se enamora de Lauren en vez de la elegida por Christof para cumplir el papel de interés romántico, Meryl (Laura Linney), aquélla es retirada dramáticamente del programa y a Truman se le dice que su familia se ha mudado a Tahití. Aunque al final Truman cae en las redes de Meryl, sigue en secreto recordando el rostro de Lauren (secreto relativo, claro, puesto que todas sus acciones son recogidas por las cámaras y transmitidas a todo el globo).
La película plantea el debate teológico entre las fuerzas de la predestinación, representadas por Christof, y la noción de la libre voluntad, expresada por el deseo de Truman de pensar y obrar por sí mismo. La mujer que interpretaba a Lauren protesta por la situación de esclavitud de Truman independientemente de lo agradable que pueda ser su prisión. Lleva un pin en el que se lee: “¿Cómo va a terminar?” Tal y como se plantean las cosas al comienzo, la conclusión lógica del programa para Christof sería seguir a Truman hasta la tumba sin que éste se de cuenta jamás de que su vida ha sido una mentira. Por otra parte, y a pesar de que trata de evitar la fuga de su “hijo”, Christof se siente al mismo tiempo orgulloso de lo que éste ha conseguido, aprobando en cierta forma su intento de conseguir una nueva normalidad. Esa dualidad lo convierte, al final de la película, en un personaje ambiguo.
El tercer punto de vista que ofrece el film es el nuestro, el de la audiencia consumidora de realities televisivos. En muchos sentidos, éste es el aspecto más trágicamente satírico del film. Una y otra vez vemos a los mismos espectadores, incluyendo un hombre que parece vivir metido en su bañera mientras ve la televisión. Lo que se nos muestra es cómo, para los fans del programa, éste se ha convertido en la vida que ellos desearían llevar. El devenir cotidiano de Truman no es nada extraordinario: va a trabajar, saluda siempre de la misma manera a sus vecinos y compañeros, visita a su madre, vive tranquilamente con su esposa… Y, sin embargo, para los espectadores incluso esa monotonía es preferible a sus propias vidas. Cuando Truman escapa de Seahaven y Christof ordena emitir una carátula estática de “Dificultades Técnicas”, los anunciantes le increpan alarmados pero él les responde diciendo que los ratings de audiencia han aumentado todavía más al cortar la emisión.
Esa vertiente, la de los espectadores pasivos, separa a esta película de otras historias sobre el mismo tema y aporta un cierre que diluye el triunfo final de Truman. (ATENCIÓN:SPOILER). Éste consigue escapar de su confinamiento ante millones de vitoreantes espectadores, pero al mismo tiempo, ello marca el final del programa. Un segundo después, todo el fervor con el que habían seguido la vida de Truman durante décadas, se esfuma y se ponen a cambiar de canal a la busca de otro programa en el que proyectar sus miserables vidas. Truman ha conseguido una gran y emotiva victoria personal gracias a su determinación para encontrar su propia identidad y lograr la libertad, pero sus millones de seguidores no han aprendido absolutamente nada y siguen tan esclavos de la pantalla como antes. (FIN SPOILER).
Además de al guionista, buena parte del mérito de la calidad de la película hay que atribuírselo al director australiano Peter Weir. Por ejemplo, abundando en el ejercicio de metalenguaje que sustenta todo el film, la mayor parte de sus planos están pensados para imitar los que suelen utilizarse en los realities televisivos e incluso los créditos de inicio son los del show de Truman y no los de la película propiamente dicha. Construye con acierto una América ficticia sobre la que construir personajes y situaciones propias de las sitcom, para luego transformarlo todo en una pesadilla reminiscente de “La Invasión de los Ladrones de Cuerpos” (1956). Y ello sin perder el ritmo ni la elegancia visual.
Weir había comenzado rodando películas en su tierra natal durante la expansión de la industria cinematográfica que allí se produjo a mediados de los setenta. Empezó precisamente con films de género, como el bizarro “Los Coches que Devoraron París” (1974), ambientado en una ciudad en la que los vecinos se ganan la vida provocando accidentes de tráfico; “El Picnic en Hanging Rock”, sobre una desaparición inexplicable; “La Última Ola” (1977), acerca de una profecía aborigen; y el thriller televisivo sobre psicópatas “El Visitante” (1978). A partir de ahí y gracias al éxito internacional del drama bélico “Gallipolli” (1981), a Weir se le abrieron las puertas de Hollywood y llegó a la madurez con títulos como “El Año que Vivimos Peligrosamente” (1983), “Único Testigo” (1985), “La Costa de los Mosquitos” (1986), “El Club de los Poetas Muertos” (1989) o “Matrimonio de Conveniencia” (1990).
Con “El Show de Truman”, Peter Weir no sólo regresó al cine de género treinta años después de sus primeros escarceos cinematográficos, sino que fue el primer director que consiguió rebajar el histrionismo de Jim Carrey y extraer de él una interpretación relativamente comedida. La filmografía previa del actor (“La Máscara”, 1994; “Dos Tontos Muy Tontos”, 1994; “Un Loco A Domicilio”, 1996”; “Mentiroso Compulsivo”, 1997; o sus dos películas como Ace Ventura) había servido casi exclusivamente como plataforma para dar rienda suelta a sus exageradas muecas y lenguaje corporal. “El Show de Truman” llegó en un momento en el que Carrey intentaba reconducir su carrera y hacerse con una reputación de actor serio; esfuerzos que obtuvieron resultados desiguales y que se reflejaron en títulos como “Man on The Moon” (1999), “The Majestic” (2001), “¡Olvídate de Mí!” (2004) o “El Número 23” (2007). Weir fue, como decía, el primer realizador que contuvo la irritante gesticulación y atropellada dicción de Carrey y puso al actor al servicio de la historia, al contrario de lo que había venido siendo la norma en su carrera. La capacidad expresiva de su rostro se utiliza aquí no para provocar risas, sino para transmitir sensación de confusión y emociones encontradas. Probablemente hubiera sido más acertado elegir a un actor con un aspecto más normal y estilo interpretativo más comedido pero, con todo, Carrey se muestra más que capaz de sacar adelante su papel y, de hecho y en mi opinión, esta es una de sus mejores películas.
Aunque “El Show de Truman” no se publicitó en su día como un film de ciencia ficción, hoy se le considera como un sobresaliente ejemplo del género. Para empezar, contiene elementos claramente adscritos al mismo como el entorno controlado, el experimento psicológico y sociológico a gran escala y una tecnología actualmente no disponible. Obviamente, la situación que plantea es aberrante, pero la dirección y el diseño evitan en todo momento caer en lo chirriante, morboso o explosivo, optando en cambio por la elegancia, el estilo y la luz.
Pero, sobre todo, la película no se limita a entretener –lo cual es ya todo un logro- sino que ofrece al espectador la ocasión de reflexionar sobre diversos temas de gran calado: el control que fuerzas ajenas ejercen sobre nuestras vidas; el poder de la libre voluntad; la manipulación que los medios hacen de la realidad, tanto de la nuestra particular como de la que percibimos a través de ellos; nuestro papel –y responsabilidad- como televidentes… Después de ver “El Show de Truman”, es difícil volver a sentarse frente a la televisión de la misma forma que antes.
Yo no puedo con el cliché de Christof. Con su boina y aire de artista a lo Nerón de Quo Vadis. Ahí tenían que haber sido menos convencionales, como con todo lo demás para no resultar tan amable, que es la debilidad de la peli.
ResponderEliminarPuede que tengas razón. Ahora bien, aunque la película es amable en cuanto a que el héroe consigue triunfar, me parece que la escena final es devastadora, con esos dos palurdos cambiando de canal y olvidando al instante todo el tiempo y emoción invertido en el programa que han seguido durante años. Esa parte me parece todo menos amable, la verdad.
ResponderEliminarExcelente critica de la película . A mi me gustó mucho esta película, creo que está muy bien realizada, y Carrey actúa de manera sobresaliente.
ResponderEliminarTe felicito por escribir así, en hora buena.
De nuevo enhorabuena por el blog. Muy buen articulo, y coincido en casi todo contigo. El final esta muy bien y en efecto, creo que la gente cambiando de canal es bastante elocuente.
ResponderEliminarExcelente película y la actuación de Jim Carrey lo más. Esa idea de revelarce contra los propósitos de Dios, sea semejanza nuestra o no el humano termina por ir en contra de sus deseos.
ResponderEliminarExcelente película. La actuación de Jim Carrey lo más. La idea de revelarse contra Dios y sus propósitos sea a imagen y semejanza del humano. Y lo que significa la libertad para Truman aún dejando atrás ese paraíso.
ResponderEliminarque buenos analisis tiene este blog, son una maravilla, ven las cosas desde muchos lados y cosas que no se ver en la apariencia, ojala en los periodicos se escribiera asi, muy buen trabajo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Eres bienvenido siempre q quieras.
ResponderEliminarNo he visto la película pero lo haré en cuanto pueda, pues ver a Jim Carrey en ese papel distinto a lo que nos tiene acostumbrados debe ser interesante. Buena idea la de pararnos a pensar en el determinismo y el libre albedrío; no podemos evitar nacer con unas limitaciones de todo tipo, pero dentro de esas limitaciones tenemos la suficiente capacidad para elegir entre varias alternativas y abrirnos un camino propio. En cuanto al aspecto más televisivo y al ser humano como espectador, somos muy pasivos en general y además muchos se cansan en seguida de los programas, o se dedican a ver trivialidades basura que en nada ayudan a la cultura general. Si formamos mejores ciudadanos, tendremos mejores televidentes.
ResponderEliminarLa película me parece una gran crítica a la estupidez y pereza mental de la mayoría de los televidentes compulsivos. El plano final de la cinta me parece tremendo. Como dices, si formamos mejores ciudadanos tendremos mejores televidentes, aunque esa afirmación también funciona al revés. Si las televisiones se esforzaran por educar y formar algo más a sus espectadores, quizá eso ayudaría a tener mejores ciudadanos. De todas formas, no parece que por ahí vayan los tiros...
ResponderEliminarSí, por desgracia tendremos que aguantar mucha tele basura, pero allá cada uno con las decisiones que tome, pues no llegará a ser mejor de lo que podría ser si no empieza a abrirse a cosas diferentes y algo más intelectuales..
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