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jueves, 9 de febrero de 2017
2013- ELYSIUM – Neill Blomkamp
En 2009, Peter Jackson en su vertiente de productor y el estudio Tri-Star Pictures se arriesgaron a invertir en un nuevo talento que, a pesar de no haber dirigido todavía ninguna película, sí había sorprendido a propios y extraños con su corto “Alive in Joburg”. Con treinta millones de dólares a su disposición, este realizador novel, el sudafricano (aunque residente desde hacía tiempo en Canadá) Neill Blomkamp escribió y dirigió (junto a su esposa Teri Tatchells) “Distrito 9”, donde bajo el formato de un falso documental mezclaba la sátira social con la acción frenética y exhibía unos efectos visuales que la hacían parecer más superproducción de lo que en realidad era.
“Distrito 9” triunfó en taquilla e hizo de su director una figura en ascenso dentro del género de la ciencia ficción.. De un solo salto, Blomkamp había llegado a la liga mayor de Hollywood. Su regreso, no obstante, se hizo esperar. Hubieron de pasar cuatro años hasta que se estrenara “Elysium”, su segunda película. Como en “Distrito 9”, Blomkamp volvió a insertar un mensaje político-social en el marco de una historia de CF, pero a pesar de contar con un presupuesto de 120 millones de dólares y una calificación “R” que le permitía mayor libertad de movimientos, la idea resulta aquí menos fresca que en su debut y la combinación de género y tema adolece de múltiples defectos.
En el año 2154, la Tierra está tan contaminada y superpoblada que los ricos la han abandonado para instalarse en una enorme estación espacial, Elysium, donde llevan una existencia utópica en la que el aire es puro, los robots hacen todo el trabajo duro y la tecnología médica puede curar instantáneamente cualquier enfermedad. Mientras tanto, los más pobres sobreviven como pueden en inmensas poblaciones de chabolas rodeados de un sol inmisericorde y nubes de polvo.
Max DeCosta (Matt Damon) creció en un depauperado Los Ángeles y siempre soñó con viajar algún día a Elysium, visible en el cielo como un brillante anillo. Tras dejar atrás una vida de delincuente juvenil como legendario ladrón de coches, se ha reformado y al comenzar la película trabaja como operario en una fábrica. Allí, accidentalmente, recibe una dosis fatal de radiación que le deja tan sólo cinco días de vida. Desesperado, acude a sus viejos contactos del hampa y negocia un trato para conseguir viajar en una de las lanzaderas cargadas de inmigrantes ilegales enfermos que regularmente intentan llegar hasta Elysium esperando, antes de que los atrapen, acceder a alguno de los domicilios particulares y utilizar las cápsulas de regeneración celular que todos sus habitantes poseen.
Para cumplir su parte del acuerdo, Max debe participar en un robo. Le injertan un exoesqueleto acorazado que, junto a unas potentes drogas, le permitirá seguir en pie y operativo durante unos días a pesar de su enfermedad terminal. Él y sus compinches secuestran a John Carlyle (William Fitchner), presidente de la compañía donde trabajaba Max y ciudadano importante de Elysium. Max “descarga” en su cerebro la información que aquél llevaba en el suyo sin saber que contiene toda la información sobre la red de defensa de Elysium y, de paso, la conspiración secreta que la Secretaria de Defensa Delacourt (Jodie Foster) está poniendo en marcha para hacerse con el control de la estación espacial e implementar una política dura respecto a los inmigrantes. Cuando Delacourt se da cuenta de lo que ha hecho Max, encarga al mercenario loco Kruger (Sharlto Copley) y su equipo que lo asesinen.
En “Elysium” muchas de las debilidades de Neill Blomkamp que ya resultaban evidentes en “Distrito 9” pero que no llegaban a agrietar el producto final, se hacen dolorosamente obvias. Es como si el realizador no terminara de decidir si quiere ser como James Cameron o como Michael Bay. Del primero tomó la idea de utilizar efectos especiales de última tecnología para poner en escena grandes parábolas humanistas; del segundo, una morbosa fascinación por el despliegue masivo de equipo militar y el placer de acribillar y reventar todo y a todos los que aparecen en pantalla.
Las dos películas dirigidas por Blomkamp tienen una obvia y muy ácida crítica social. “Distrito 9” era una salvaje alegoría del sistema del apartheid sudafricano implementado por el gobierno blanco de ese país, sustituyendo a los discriminados negros y mestizos por alienígenas de aspecto repulsivo. Igualmente, “Elysium” toma como punto de partida para su historia una sociedad dramáticamente dividida en clases económicas, panorama que fue explorado también por muchas otras cintas estrenadas por entonces, como “In Time” (2011), “Cosmopolis” (2012), “Asalto a Wall Street” (2013), “The Purge: La Noche de las Bestias” (2013) o incluso “El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace” (2012). Eran los tiempos, recordemos, en los que aún se sentían los efectos de la devastadora crisis financiera que estalló en Estados Unidos en 2008 con la quiebra de Lehman Brothers, una crisis que se llevó por delante los trabajos, patrimonios y viviendas de miles de familias por todo el país. No es de extrañar, por tanto, que la brecha entre la minoría poderosa atrincherada en sus feudos de lujo y seguridad, y una clase media en claro retroceso y cada vez más vulnerable, se convirtiera en motivo de debate también en el ámbito de la ficción.
De esta forma, Blomkamp realiza el mismo ejercicio que ha venido haciendo la ciencia ficción desde sus orígenes: tomar una situación económica y social contemporánea, exagerarla y extrapolarla al futuro para ver a qué escenario puede dar lugar. La Tierra del futuro de “Elysium” está segregada entre una élite financiera que vive en un paraíso amurallado (en este caso en órbita) y una mayoría empobrecida y forzada a vivir y trabajar en entornos urbanos degradados. Como la anterior “In Time”, la historia fantasea con que los pobres y desahuciados acabarán arrollando las fortalezas-utopía y llevando a cabo una revolución social que permitirá el libre acceso de toda la población a las ventajas tecnológicas y económicas. Además, el tema de los privilegios médicos reservados a unos pocos mientras se condena a enfermar y morir a la gran mayoría de la población, llegó justo en el momento en el que el Obamacare dividía a los políticos y ciudadanos norteamericanos.
Lo cierto es que las ideas, temas y conceptos de la película no son en absoluto originales. Podemos citar, por ejemplo, el episodio de “Star Trek”, “Los guardianes de la nube” (1969), en el que aunque el argumento era diferente sí aparecía una ciudad flotante (Stratus) en la que todo era perfecto mientras que en el planeta sobre el que se alzaba los habitantes no podían más que sobrevivir. Está, por supuesto, “Metrópolis” (1927); y también el manga “Alita: Ángel de Combate” (1990), también con un mundo futuro en el que sobre una superficie invadida por la basura y la chatarra se alza la ciudad ideal de Tifares. Además, el guionista Steve Wilson Briggs acusó a Blomkamp de haberle robado la idea, los personajes y el fondo de la historia, de un guión que él colgó en internet en 2005 con el título “Butterfly Driver”. No he comprobado la veracidad de tal acusación, pero este tipo de demandas son habituales en Hollywood. Sea como fuere, totalmente original o deudor de obras anteriores, el planteamiento visua de “Elysium”l es impactante, los temas que se tratan no han pasado de moda y la crítica social es de plena actualidad.
Sin embargo, en su última parte la película decepciona al espectador exigente por las mismas razones que lo hacía “Distrito 9”: tras construir un interesante decorado trenzado con mordaces observaciones de corte social, Blomkamp pierde los papeles al llegar al tercer acto. La película se transforma entonces en un frenético desfile de tiros, explosiones y carreras. Sí, todo está filmado con ritmo y energía y las secuencias resultan emocionantes, pero no se puede evitar pensar que la película prometía mucho más de lo que acaba ofreciendo: un desfile de tópicos propio de los blockbusters veraniegos. Al final, los ricos son todos muy malos y los pobres son gente honesta con sentido del honor incluso entre los ladrones. Cuando los protagonistas llegan por fin a Elysium, el guión no hace prácticamente nada por explorar cómo es la vida allí o qué tipo de organización social existe, limitándose a fabricar una versión con más pretensiones de lo ya visto en la contemporánea “MS1: Máxima Seguridad” (2012), aderezándolo con unos toques extraídos de “Johnny Mnemonic” (1995).
El propio director afirmó sentirse decepcionado con el resultado –no inmediatamente, claro, sino un par de años después, cuando sus declaraciones ya no podían afectar al recorrido comercial de la película-. Por un lado, dijo haberse sentido muy presionado por el éxito de “Distrito 9” y, por otro, admitió su tendencia a enamorarse de conceptos e ideas que luego no es capaz de integrar en una historia bien armada. Al menos, es de agradecer la humildad y asunción pública de responsabilidad de Blomkamp, una honestidad bastante poco frecuente en el mundo de Hollywood.
Ciertamente, los problemas no están sólo en el abandono de la crítica social por un thriller de acción desaforado, sino también en la propia creación de ese mundo futuro. Dentro de 150 años, como he dicho, la Tierra está devastada por la contaminación, la superpoblación, la pobreza y la enfermedad. Mientras tanto, los ricos se han construido un hábitat espacial donde disfrutan de seguridad, lujos y, sobre todo, una tecnología médica que les permite prolongar su vida excepcionalmente. El problema es que Blomkamp ha invocado demasiadas distopias al mismo tiempo. La Tierra sufre demasiados problemas y la brecha social y económica es excesivamente rígida. Incluso el régimen más autoritario (y no se nos dice que exista algo de este tipo. Parece más bien un gobierno de corte anarco-capitalista) permite, voluntariamente o no, que ciertas tecnologías “goteen” hacia las capas más desfavorecidas. ¿Acaso los residentes en los barrios marginales de los países más pobres de la actualidad no disponen ya de televisión e incluso teléfonos móviles?.
Las escenas de apertura indican que existieron enormes ciudades de gran riqueza que han caído en la decadencia y se han transformado en enormes suburbios de favelas. Esas ciudades y la avanzada tecnología de Elysium sugieren que hubo un gran boom económico seguido de un hundimiento cuyas causas nunca se llegan a explicar. En principio, no hay nada malo en que los orígenes de una distopía sean difusos. El problema con “Elysium” es que su argumento se centra precisamente en las consecuencias de la catástrofe económica y la guerra de clases. De no ser por éstas, no habría historia que contar. Las motivaciones del protagonista, Max, para abordar la estación espacial se basan exclusivamente en la imposibilidad de acceder en la Tierra al tratamiento médico que requiere, un problema que, parece ser, afecta a todos los habitantes del planeta. Ahora bien, si esa tecnología es, según se nos muestra, tan fácil de fabricar de forma masiva (al final, miles de cápsulas regeneradoras son rápidamente enviadas a la Tierra desde la estación especial), ¿por qué Elysium se empeña en no compartirla y reservarla para ellos mismos? No es que sea un misterio sin resolver, es un fallo importante del guión.
A pesar de esos problemas, la película cuenta también con magníficas escenas en las que se retrata ese futuro postapocalíptico en el que la población es estrechamente vigilada. Aunque la tecnología médica y los robots se reservan –como he apuntado, de forma poco plausible- para las clases privilegiadas, los ingenios de vigilancia y el armamento sí gozan de una mayor distribución. Así, todo el mundo –desde el contrabandista Spider (Wagner Moura) hasta el gobierno de Elysium, tiene acceso en tiempo real a imágenes por satélite que les permiten identificar a cualquier ciudadano en cualquier momento. La tecnología de vigilancia es utilizada por todo tipo de gente, con propósitos legales o ilegales. Lo mismo sucede con la tecnología del exoesqueleto que implantan a Max: mientras que el suyo es un armatoste casero ya caduco, el mercenario Kruger utiliza un equipo similar pero mucho más sofisticado.
Así es precisamente cómo circulan los avances tecnológicos en una sociedad estratificada por clases. No existen barreras impermeables entre los que tienen y no tienen tecnología. Lo que hay son membranas porosas a través de las cuales se van filtrando hacia los menos pudientes modelos antiguos o incluso obsoletos que ellos mismos combinan y adaptan para su uso. Es cierto que los más ricos tienen tecnología más avanzada, pero a menudo los elementos de los bajos fondos son capaces de obtener ese tipo de artefactos y utilizarlos en sus actividades. Por tanto, cuesta imaginar por qué Spider arriesga tantos recursos y hombres para introducir ilegales en Elysium y que así puedan robar tiempo en las cápsulas médicas, cuando sería mucho más fácil robar una de ellas y replicarla, vendiéndola o alquilándola a precios desorbitados. Además, ¿de dónde saca el suministro continuo de carísimas lanzaderas? Hay, también, otros agujeros de guión nada despreciables: Por ejemplo, ¿cómo es posible que Elysium carezca de un mínimo de seguridad interna, hasta el punto de que un puñado de infiltrados con un ordenador portátil y un cable usb puedan hackear el sistema? Se da a entender que todos los hogares en Elysium cuentan con cápsulas médicas pero al final, como he dicho, resulta que tienen centenares de naves medicalizadas. ¿Para qué?.
La película es igualmente irregular en el planteamiento de los personajes. De la misma forma que hay demasiadas distopias confluyendo en “Elysium”, también encontramos un exceso de adversarios para el héroe, desde el mercenario Kruger hasta su jefa, la Secretaria Delacourt, pasando por el potentado Carlyle. Además, están los oficiales robotizados de policía y el capataz que explota a Max. El problema es que cada uno de estos villanos –todos ellos totalmente convencionales- parece extraído de una película distinta. Primero, tenemos al obrero alienado y sometido a abusos por los robots, el capataz y el director de la empresa donde trabaja. Después saltamos al género de robos y acción con el mercenario Kruger como villano principal. Y, finalmente, entramos en un tramo dominado por la intriga política protagonizado por Delacourt y un transformado Kruger. Conforme Max va pasando por cada una de estas “películas”, evoluciona desde ladrón de coches desesperado por sobrevivir a revolucionario dispuestos a sacrificarse por el bien de la Humanidad. No se nos justifica suficientemente semejante mutación.
El recorrido que llevan a cabo otros personajes es todavía más inverosímil. Spider comienza la película como un ladrón y contrabandista despiadado que mira exclusivamente por su propio enriquecimiento. No le importa vender pasajes a Elysium a gente desesperada aún sabiendo que sus lanzaderas ilegales son destruidas dos de cada tres veces. Es, por tanto y en el fondo, un asesino al que no le conmueve en absoluto la necesidad ajena ni la pérdida de vidas inocentes. Pero al final de la película, viaja a Elysium arriesgando su propia vida para derrocar a un régimen injusto y “salvar al mundo” para sus compatriotas, a los que tan sólo unas horas antes no dudaba en mandar a la muerte.
De la misma forma, Kruger pasa de ser un mercenario embrutecido que sólo disfruta asesinando y violando, a un individuo con aspiraciones políticas tan ambiciosas que pretende hacerse con el control de Elysium. ¿Por qué? ¿Qué sabe él de la estación, su organización y sus intrigas? ¿Con qué fuerzas y apoyos cuenta para ello? En resumen, ¿qué es lo que hace que tres sujetos inicialmente egoístas, Max, Spider y Kruger, se conviertan de repente en subversivos políticos y revolucionarios?
¿Es “Elysium” una verdadera alegoría acerca de la división entre ricos y pobres, la proyección de un problema actual hacia el futuro? Parece que sí. El problema es que no aporta ninguna resolución mínimamente plausible. El mensaje que se transmite es transparente desde el principio, tanto que se cae, como decía más arriba, en el maniqueísmo y la simplificación. Pero, ¿qué ocurre al final? (ATENCIÓN: SPOILER) Spider hackea el sistema informático de Elysium y lo reinicia pulsando un simple botón…y de repente todo el mundo tiene sanidad gratuita. En las sensibleras imágenes finales vemos a niños riendo corriendo por los campos, pletóricos de salud. Así que, ¿podemos resolver los conflictos de clase con un simple apaño tecnológico? ¿El problema reside en el software y no en las personas? (FIN SPOILER).
Dicho esto, la película sí plantea cuestiones dignas de reflexión acerca de nuestra sociedad actual y de la que podemos estar construyendo para el futuro. Por ejemplo, ¿por qué gente como Max trabaja contra sus propios intereses, fabricando robots que, en último término, servirán para vigilarlo y oprimirlo? ¿Qué tipo de ceguera selectiva permite que un presidente de corte aparentemente liberal como el que vemos en Elysium, ignore las necesidades de los habitantes de la Tierra? ¿Cómo y por qué la gente situada entre las élites de Elysium y los desheredados de las favelas terrestres, como Frey (Alice Braga) o Kruger, ayudan a mantener un sistema del que en realidad no se benefician? En la película hay destellos de lucidez, de excelente ciencia ficción, pero es imposible conectar emocionalmente con ella cuando el desarrollo de los personajes es tan inconsistente, hay tantos huecos en la descripción de ese mundo futuro y, en el clímax, la narración abandona cualquier pretensión social a favor de los tiros, las carreras y las explosiones.
El apartado visual es muy notable, tanto en lo que se refiere al diseño de producción (a cargo de Philip Ivey) como a los efectos digitales. Blomkamp demuestra su destreza a la hora de plasmar en la pantalla aparatos e ingenios inexistentes de una forma realista. Las escenas de apertura son un verdadero estimulante del sentido de la maravilla, con esa espectacular estación espacial en forma de toroide cuyo horizonte se curva hacia el cielo (aunque, bien pensado, es tan bello como inverosímil: las naves entran y salen de la superficie de la estación sin pasar por ningún tipo de hangar o barrera. Es imposible que la masa de Elysium genere la suficiente gravedad como para evitar que el oxígeno se disperse por el espacio). La tecnología tiene la adecuada mezcla de futurismo y plausibilidad, especialmente los robots y las naves.
En cuanto a la dirección de fotografía, la película abusa de la cámara en mano. En “Distrito 9”, al menos en su primer acto, esto tenía cierta justificación narrativa –se trataba de un falso documental o imágenes tomadas “en directo”-. La cámara en mano es ideal cuando se trata de ocultar deficiencias: escenas que deberían ser multitudinarias pero para las que se cuenta sólo con un número limitado de figurantes; o para enmascarar la insuficiente calidad de los efectos visuales. Pero en “Elysium” esta técnica se utiliza incluso en escenas de conversaciones. En las secuencias de acción podría estar algo más justificado pero, por ejemplo, peleas bien coreografiadas acaban reducidas a un confuso torbellino de golpes debido al temblor de la cámara y a la rapidez del montaje. Más acertados son los momentos en los que el director se relaja y opta por la cámara lenta o los planos panorámicos, lo que permite un mayor disfrute del sobresaliente diseño de producción y efectos especiales.
Matt Damon es un buen actor que ya había demostrado ser capaz de interpretar con solvencia papeles de héroe de acción. Pero aunque reconozco que es él quien sostiene buena parte de la película, también creo que no acaba de encajar del todo en el papel que le han asignado: un antiguo delincuente, carismático, astuto, algo chulesco y que se sabe mover en las peligrosas calles de Los Ángeles, un personaje que sin duda habría encarnado mejor alguien como Vin Diesel o Jason Statham. Esto es algo que incluso los productores reconocieron cuando inicialmente le ofrecieron el papel a Eminem. A Damon se le notan demasiado sus esfuerzos por aparentar ser un tipo duro y convencernos de que en el fondo es un “chico del barrio”.
El fichaje de Jodie Foster para interpretar a la villana de la película resulta ser un desperdicio, porque su personaje es unidimensional y predecible, una mezcla de Margaret Thatcher y Cruella de Vil tan forzada que arruina cualquier pretensión de tomarse en serio el mensaje social de la película. El otro “malo” principal de la historia, el chiflado mercenario Kruger, está encarnado por un desenfrenado Sharlto Copley, que aquí da vida a un asesino todavía más estereotipado que la Secretaria de Defensa Delacourt: un exmilitar psicópata (inspirado, por cierto, en el infame escuadrón de asesinos sudafricanos “Batallón 32”) pasado de rosca hasta lo increíble y, como su jefa, sin matiz alguno.
“Elysium” tuvo un buen recorrido comercial, en no poca medida gracias a una agresiva promoción, los atractivos trailers y la participación de Matt Damon. Recaudó más del doble de lo que costó y fue moderadamente bien aceptada por los críticos. Pero también hubo consenso en que, a pesar de ser entretenida y ofrecer una buena factura visual, podía haber dado mucho más de sí. Muchos fans albergaban grandes expectativas sobre esta película creyendo que, por fin, podrían ver una superproducción que, además de efectos especiales, ofreciera ciencia ficción inteligente. A la vista del resultado, se sintieron decepcionados en mayor o menor medida por la multitud de incoherencias, flecos sin sentido o sin explicación y su rendición final a los tópicos y pirotecnia del cine de acción. En cambio, quien busque sólo un entretenimiento ligero y efectivo, probablemente quedará satisfecho con “Elysium”.
lo que más me llama la atención de esta película es que "elysium" esta claramente basada en el mundo anillo de larry niven (hablo de las superestructuras no de los relatos) pero no lo leo en ninguna parte.saludos y sigue con este gran blog.
ResponderEliminarHola lucas. Hombre, superestructuras en CF las hay a patadas. No veo que Mundo Anillo en este caso sea un referente claro. Aparte de la novela de Niven, las tienes en Eon, de Greg Bear, Luz Eterna de Paul J.Macauley, la saga de la Cultura, de Iain Banks, la de Xeelee de Stephen Baxter... todas ellas anteriores a Elysium. Las construcciones masivas son un tema relativamente común en el género, por eso no me pareció que Mundo Anillo le sirviera a los diseñadores de Elysium (y en particular al gran Syd Mead, que trabajó en la película) para diseñar la estación espacial. De hecho, ésta se basa en el diseño popularmente conocido como el "Toroide de Stanford", porque fue propuesto en esa universidad como posible hábitat espacial durante unos cursos de verano que impartió allí la NASA en 1975. Un saludo y gracias por tu comentario!
ResponderEliminarEntretenida a simple vista,pero bien lo dice usted carece de un argumento sólido. Lo del puerto USB me dio risas
ResponderEliminarLa verdad es que en similitudes mas que mundo Anillo me parecio mas bien en el aspecto de degradacion en la tierra al anime " Alita estrella de combate", por lo demas lo unico destacable de esta peli para mi fue que es la primera vez que veiamos morir en pantalla a Jodie Foster XD
ResponderEliminarbueno ahora una reseña de mundo anillo!!!!! la hinchada lo aclama!!
ResponderEliminarjajaja, bueno, desde luego es una obra a reseñar... lo que ocurre es que estos libros convertidos en sagas me dan una pereza... No me gusta nada esa manía de los autores de convertir una buena novela en una serie de volúmenes (en este caso creo que son cinco), normalmente de calidad decreciente y que acaban diluyendo la pegada del título original. Me da a mí que sólo haré reseña del primero...
ResponderEliminarHola,gracias por tu magnífico blog.
ResponderEliminarComo sé que sueles leer los comentarios en entradas antiguas, me gustaría apuntar que la idea de una isla flotante que domina a las gentes de tierra firme, ya aparece en la tercera parte de "Los viajes de Gulliver" del escritor Jonathan Swift.
La isla se llama Laputa (sí, tal cual) y el territorio bajo ella es Balnibarbi. Swift parece que hizo una velada crítica a la dominación que ejercía Inglaterra sobre Irlanda.
Así es. Ya lo comenté en su día en la entrada dedicada a su obra: http://universodecienciaficcion.blogspot.com.es/2012/02/1726-los-viajes-de-gulliver-jonathan.html.
ResponderEliminarSe trata de una idea tan fascinante, tanto conceptual como estéticamente, que ha sido adoptada en diversas ocasiones. Otro ejemplo es, precisamente, "El Castillo en el Cielo", también comentado en este blog, película japonesa de animación dirigida por Hayao Miyazaki y cuyo título original era, precisamente, "Laputa".
Un saludo!