domingo, 2 de noviembre de 2025

2017- UNA VIDA A LO GRANDE – Alexander Payne

 

En el curso de las últimas tres décadas, el director y guionista Alexander Payne ha cosechado una considerable atención, reconocimiento y premios gracias a películas como “Ruth, una Chica Sorprendente” (1996), “Election” (1999), “A Propósito de Schmidt” (2002), “Entre Copas” (2004), “Los Descendientes” (2011) o “Nebraska” (2013), dramas realistas a menudo protagonizados por individuos atravesando crisis de la mediana edad. Ese currículo le ameritó a Payne con tres nominaciones al Oscar al Mejor Director y una nominación y dos premios para Mejor Guión Adaptado. A continuación, decidió probar suerte en el cine de género con “Una Vida a lo Grande” (aunque había coguionizado años antes “Parque Jurásico III", 2001). Fue un intento de expandir su horizonte creativo con un melodrama de ciencia ficción coescrito con su colaborador habitual, Jim Taylor. Ambos ultimaron los detalles durante el paréntesis que el director se tomó entre 2004 y 2011.

 

El Instituto Evardsen de Noruega presenta públicamente un procedimiento que permite reducir el tamaño de los seres humanos a unos 12 centímetros. El propósito de esta larga investigación ha sido el de hallar una solución para que la Humanidad pueda vivir de forma sostenible consumiendo menos recursos y deteniendo el cambio climático.

 

Diez años después, Paul Safranek (Matt Damon), terapeuta ocupacional, vive en Omaha con su esposa Audrey (Kristen Wiig). Aspiran a comprar una nueva casa, pero los precios son prohibitivos. Durante una reunión de exalumnos, se reencuentran con una pareja que se ha sometido al proceso de reducción y, ante el entusiasmo que transmiten, deciden visitar Ociolandia, una de las muchas comunidades de personas que han decidido emprender una nueva vida como personas diminutas. De hecho, es la más lujosa de esas nuevas ciudades. Allí descubren que, dado que el coste de los recursos que necesitan para vivir (comida, energía, materiales para las casas) es muy pequeño, sus actuales ahorros se multiplican por cien, lo que les permitirá comprar un hogar palaciego. Convencidos, deciden someterse al procedimiento.

 

Sin embargo, al despertar tras las varias horas que dura el tratamiento, Paul descubre que Audrey, en el último momento, tuvo dudas y se echó atrás. Esto supone un golpe devastador para él, dado que el procedimiento es irreversible y, por tanto, se encuentra solo en un lugar en el que había soñado vivir con su esposa. Para colmo, el consecuente divorcio le priva de la mitad de sus ahorros y, consecuentemente, ha de reducir su nivel de vida en Ocioland, abandonando la mansión inicialmente escogida por un apartamento y trabajando como operador en un call-center.

 

Paul se encuentra al borde de la depresión: sin alicientes, alienado, trabajando en algo que no le motiva y sin alguien que le brinde auténtico apoyo emocional. Y entonces, conoce al extravagante vecino, Dusan Mirkovic (Christoph Waltz), que le atormenta con el bullicio de sus frecuentes fiestas. A la mañana siguiente de una de ellas, un resacoso Paul conoce a una de las limpiadoras de Dusan, la refugiada vietnamita Ngoc Lan Tran (Hong Chau), que fue reducida forzosamente por su gobierno como castigo por su activismo disidente y que ha terminado trabajando de empleada doméstica de los ricos de Ocioland. A través de ella, Paul descubre toda una comunidad que vive muy precariamente fuera de los muros de la ciudad y que se gana la vida haciendo los trabajos más duros para los acaudalados vecinos que prefieren ignorarlos.

 

Tras romper accidentalmente la pierna ortopédica de Ngoc Lan, Paul se ve obligado a hacerse cargo de sus trabajos de limpieza, descubriendo una conexión entre ambos y recuperando una motivación para vivir ayudando desinteresadamente a los más desfavorecidos.

 

Dusan tiene un amigo, Joris (Udo Kier), que posee un pequeño yate de lujo. Los cuatro viajan hasta la primera comunidad de gente reducida, fundada en un aislado fiordo noruego por el inventor del revolucionario procedimiento, el doctor Jørgen Asbjørnsen (Rolf Lasgard). Se trata de un colectivo agroganadero que viven como alegres hippies ecologistas que se están preparando para el inminente apocalisis que va a provocar la liberación de un volumen letal de metano en la Antártida. 

 

El tema de la miniaturización humana siempre ha ejercido una fascinación especial en el público cinematográfico, desde las diversas versiones de “Los Viajes de Gulliver” (1726) hasta películas como “Doctor Cíclope” (1940), “El Increíble Hombre Menguante” (1957), “Viaje Alucinante” (1966) o “Cariño, He Encogido a los Niños” (1989), pasando por la serie de televisión “Tierra de Gigantes” (1968-70). Sin embargo, la miniaturización no ha sido precisamente uno de los temás más abordados por la CF y, de hecho, los únicos títulos recientes de cierta relevancia al respecto han sido los protagonizadas por el superhéroe de la Marvel Ant-Man (2015-2023).

 

El tema de la miniaturización humana siempre plantea problemas de plausibilidad desde un punto de vista científico. Suponiendo que fuera posible reducir a una persona a aproximadamente una decimocuarta parte de su tamaño, casi toda su masa corporal tendría que ir a alguna parte. Esto deja dos opciones: la extracción o la compactación, pero ambas presentan problemas significativos. La eliminación de masa corporal también implica la eliminación de tejido cerebral, lo que significa que reducir a alguien al tamaño de un hamster o una rana le dejaría con una capacidad cerebral equivalente. Otra opción sería la compactación, pero aumentar la densidad de la masa corporal para que ocupara un espacio menor significaría incrementar sustancialmente su peso en un área reducida, de modo que probablemente dejaría huellas en el suelo y tendría dificultades para manejar sin romperlos objetos cotidianos con similar diseño a sus equivalentes “grandes”.

 

Otro problema a considerar es que, si bien la persona sería mucho más pequeña, las leyes de la física seguirían actuando con normalidad. En la película esto se observa en las escenas de Noruega, donde la estela del barco de Joris en el fiordo parece poco natural, un intento de simular el movimiento del agua alrededor de una maqueta de barco. Sin embargo, también surgirían otros obstáculos, como la cuestión de si una persona de tamaño diminuto podría procesar alimentos y aire cuando las moléculas pasarían a ser, repentinamente y en términos relativos, mucho mayores de lo que un cuerpo normal está acostumbrado a procesar.

 

La película también presenta la miniaturización como solución global a los problemas de consumo de recursos. Para Paul y Audrey, miniaturizarse es la solución para poder comprar una casa digna. La idea de que ser más pequeño implica usar menos recursos y, por lo tanto, ahorrar dinero y reducir el deterioro del ecosistema, parece, en el mejor de los casos, producto de la ingenuidad económica. Es de suponer que, si tal realidad llegara a materializarse, las grandes empresas se apresurarían a aprovechar el auge de las miniaturizaciones, inflando los precios: alguien tendría que diseñar todas las casas, muebles y ropa en miniatura, y procesar los alimentos, por ejemplo. La escasez de mano de obra especializada encarecería enormemente dichos productos desde el principio.

 

Por norma general, suele ser aconsejable desconfiar de un director ajeno al género que decide probar suerte en él, especialmente cuando insiste repetidamente en que su película no es de CF (lo cual solo demuestra que, en su opinión, es perjudicial para su estatus y carrera que se le asocie con un género al que considera inferior). Sin embargo, Payne presenta la premisa de forma directa y clara, logrando que todo el mundo la acepte de forma natural, maravillados, sí, pero sin caer en la histeria: reencuentros con viejos amigos que se han encogido, fiestas de despedida para quienes se someten al tratamiento, presentaciones comerciales y reuniones inmobiliarias para comprar una casa, adecuación de los transportes públicos… Presentar un cambio disruptor en la realidad y mostrar de qué forma modela la sociedad, es propio de la buena ciencia ficción.

 

Sin embargo, tras presentar la premisa, la película pierde ritmo en cuanto la acción se traslada a Ocioland. Los films sobre miniaturización mencionados anteriormente mostraban a sus protagonistas viviendo una serie de aventuras en el mundo de los adultos. Buena parte de la fascinación que ejercen proviene de una doble fuente. Por una parte, el sentido de lo maravilloso que nos ofrece un cambio de perspectiva radical sobre lo que consideramos “normal”. Y, por otra, ver cómo los personajes solucionan los desafíos, a veces existenciales, inherentes a un mundo diseñado para gente de tamaño mucho mayor.

 

Ahora bien, en “Una Vida a lo Grande”, después de que Paul se someta al proceso de miniaturización, el mundo “grande” desaparece casi por completo, con lo cual el problema que la diferencia de escala supone para los personajes no lo es en absoluto. Hay una escena de Paul firmando los papeles del divorcio con una gran pluma, otra en la que lleva una rosa gigante a una fiesta, su incursión en el barrio marginal construido alrededor de las chozas de los trabajadores y algunas mariposas de tamaño natural al final. Pero eso es todo. Payne abandona todas las posibilidades que le ofrece la premisa tomando en cambio una dirección muy diferente.

 

Es por eso que “Una Vida a lo Grande” resulta desconcertante si se intenta analizar como una película de CF. Plantea elementos argumentales que cualquier otra película habría aprovechado al máximo, pero, en cambio, opta por ignorarlos, desviándose hacia la crítica social primero y un escenario pre-apocalíptico después. Casi cualquier otro guionista habría narrado un gran drama sobre la carrera por encontrar una solución al inminente fin del mundo o habría considerado la llegada al refugio como la última y única esperanza para la supervivencia de la especie. En cambio, Alexander Payne plantea el apocalipsis fuera de cámara y luego sólo utiliza el refugio para obligar a Paul a elegir entre un futuro ambiguo o el amor cierto y presente.

 

A mitad de trama, ya lo he apuntado, la película da un giro inesperado cuando Paul descubre una importante comunidad de marginados sociales y económicos que malviven en unas estructuras similares a naves industriales fuera de los muros perimetrales de Ocioland. Varios críticos calificaron la película como sátira, aunque, personalmente, no me quedó claro qué es exactamente lo que creían que satirizaba porque, normalmente, en el género satírico, hay humor y un objetivo claro. Otra película bien podría haber expresado su indignación ante la desigualdad social mostrando cómo ese utópico mundo en miniatura replica los vicios e injusticias del “grande”. Pero Alexander Payne tampoco parece interesado en explorar ese aspecto.

 

Por el contrario, su atención se centra en crear un drama romántico: primero, la secuencia cómica en la que Paul se ve obligado a trabajar como “esclavo” de Ngoc tras romperle accidentalmente la pierna ortopédica; y luego una, no del todo convincente, en la que, de forma excesivamente repentina, se enamora de ella. Paul es, por tanto, otra variante del protagonista prediclecto de Payne: el hombre de mediana edad que encuentra un nuevo sentido a su vida tras una crisis existencial. Siendo Matt Damon un actor veterano y sólido, sin duda queda eclipsado aquí por la actuación de Hong Chau, quien dota a todas sus escenas de una determinación vibrante y una emoción a menudo conmovedora, a pesar de su inglés chapurreado.

 

Algo le sucedió a Alexander Payne durante los siete años que transcurrieron entre el rodaje de “Entre Copas” (2004) y su siguiente proyecto, “Los Descendientes” (2011). Y ese algo fue su divorcio de la actriz Sandra Oh. Aunque no puedo saber en qué medida le afectó esa separación a título personal, sí intuyo que influyó en su trabajo como cineasta porque en “Los Descendientes”, “Nebraska” y “Una Vida a lo Grande” se repite la figura del personaje masculino atormentado por alguna arpía. Las mujeres pasaron de ser uno de los mejores aspectos de las películas de Payne a convertirse en personajes chillones y desagradables. En el caso que nos ocupa, Tran es alguien brusco, amargado, cortante, mandón y exigente cuya preocupación por el bienestar ajeno no termina de ser convincente.

 

Por otra parte, Tran funciona como la llave con la que Paul abre la puerta a la otra cara del proyecto utópico del que forma parte. El problema es que Paul lleva dos años viviendo en Ocioland antes de quedar impactado cuando descubre la faceta oscura y poco edificante de esa supuesta utopía. ¿Quién demonios creía que limpiaba las mansiones de esa ciudad en miniatura? ¿Quién creía que preparaba la comida y atendía las mesas en los restaurantes? Esta revelación, lejos de aclararle un enigma, le hace parecer un completo imbécil, otro estadounidense ciego a la realidad que ni siquiera se digna a imaginar que los lujos de que disfruta puedan tener un precio. Sin embargo, la película se empeña en no presentarlo bajo esa luz negativa sino como un pobre ingenuo bienintencionado. (Hay otras preguntas relacionadas con esto, como ¿por qué accedieron esas personas a ser miniaturizadas cuando ello no iba a mejorar su situación económico/social? ¿Quién pagó el caro procedimiento reductor en su caso?).

 

Y, de nuevo, como en el caso de la premisa de CF, la película tampoco aprovecha su potencial satírico. A Paul nunca se le juzga aun cuando todo parezca estar planteado como una sátira sobre la inconsciencia del estadounidense medio respecto al daño que su estilo de vida inflige a otras personas y lugares. No, Payne lo presenta como un alma bondadosa en busca de sentido para su vida y el resto de personajes están allí sólo para ayudarlo a descubrir quién es y qué quiere. Así, Tran se convierte en un simple recurso con el que mostrar cómo se explota a algunas personas primero y luego como interés amoroso no del todo plausible. Ni siquiera al final queda claro cuál es su rol. La última vez que aparece en la historia la vemos sentada en un coche tocando la bocina para que Paul se dé prisa. No es un personaje con auténtica entidad sino sólo un catalizador para el desarrollo de Paul.

 

La estructura argumental de “Una Vida a lo Grande” es muy débil, pero podría haber funcionado de haberse desarrollado mejor algunos aspectos en lugar de desecharlos por completo. Por ejemplo, en la campaña promocional, se presentó a Kristen Wiig como coprotagonista de Damon, pero apenas aparece en un tercio de la película. Al espectador le cuesta caer en la cuenta de que la historia pretende tratar sobre el proceso de autodescubrimiento de Paul ante la posibilidad de la extinción global. Pero no funciona, básicamente porque Paul no es un personaje convincente. Tiene potencial, pero el guion no sabe explotarlo y, al final, lo que tenemos es un melodrama ligero con un concepto ambicioso sin desarrollar hasta sus últimas consecuencias y un humor superficial.

 

Payne siempre ha jugado peligrosamente a rozar los clichés más absurdos de las sitcoms, encontrando siempre la forma de esquivarlos o subvertirlos. Pero en “Una Vida a lo Grande” tropieza en esa fina línea y cae de bruces víctima de su indecisión respecto a la dirección a tomar. Ese problema se refleja especialmente en el protagonista. Paul es un individuo plano y torpe que no tiene motivaciones ni anhelos claros. Se limita a existir. Se puede escribir un personaje que se comporte así, pero hay que usar otros elementos para darle contraste y matices y Payne no lo hace. No seguimos su peripecia porque disfrutemos de su compañía, sino porque nos da lástima y, como la película repite al menos tres veces, es patético. Es una historia sobre su crecimiento personal, de don nadie a alguien independiente que sabe lo que quiere; pero, en lugar de celebrar la vida, lo único que obtenemos al final es un protagonista que se conforma con ser un poco menos patético.  

 

El resultado de todos estos problemas en la estructura y guion de la película fue el primer batacazo oficial en taquilla de Alexander Payne, recaudando 55 millones sobre un presupuesto de 76, el tercer fracaso económico de Paramount ese año tras “¡Madre!” y “Suburbicon” (por cierto, también protagonizada por Damon), todas ellas cintas con conceptos ambiciosos insertos en guiones mediocres.

 

Al final, “Una Vida a lo Grande” es una película errática que colapsa bajo el peso de sus excesivos 135 minutos de metraje y el escaso carisma de su protagonista. Al igual que un episodio de “La Dimensión Desconocida” o “Black Mirror” pero sin giro final, la historia comienza con una premisa intrigante y varias ideas muy interesantes, pero luego se olvida de todas ellas para centrarse, sin conseguirlo, en la construcción de un personaje a través, primero, de la concienciación social, después del amor y, por último, de su elección ante un próximo fin del mundo. Aún peor es si se llega a ella engañado por el mensaje erróneo que transmite su material promocional. Es una tragicomedia de ritmo lento que recuerda más a un drama de Steven Spielberg (al estilo de, por ejemplo, “La Terminal”, 2004) que a “El Increíble Hombre Menguante”, pero que se queda en un collage de grandes ideas sin refinar.

 

 

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