jueves, 13 de noviembre de 2025

1953- CUENTOS - Philip K.Dick (y 9)

 

(Viene de la entrada anterior)

 

“Problemas con las Burbujas” apareció originalmente publicado en la revista “Imagination” en septiembre de 1953.

 

Nathan Hull pasa frente a una tienda de Mundomanía de camino a una fiesta concurso en la que se evalúan y seleccionan las mejores creaciones de mundos contenidos en esferas, una actividad en la que él no participa por considerarlo una aberración. La ganadora del certamen es una mujer de mediana edad que muestra su burbuja a los asistentes. Lleva trabajando en ella sesenta años, creando vida a nivel microscópico en su propio planeta en miniatura y haciéndola evolucionar paso a paso. A continuación, rompe la burbuja, una acción que imitan el resto de asistentes.

 

Hull se reúne allí con dos amigos, Julia Marlow y Bart Longstreet. La burbuja de este último contiene un mundo del período Jurásico, así que no está lo suficientemente avanzado como para competir con posibilidades de ganar. Un siglo atrás, Forrest Packman comenzó a vender las burbujas de Mundomanía con el lema “Sé dueño de tu propio mundo”. Su popularidad se disparó cuando la exploración espacial demostró que el resto del sistema solar era hostil a la vida. Sin posibilidad de encontrar nada vivo en los otros planetas alcanzables, la gente se dedicó a construir sus propios mundos en el interior de estas burbujas, satisfaciendo con ellas la pulsión creadora en una época en la que los robots ya realizaban la mayor parte del trabajo y aliviando de esta forma la depresión compartida que la sociedad sentía ante el fin del sueño de expansión por el espacio o de encontrar en él algo estimulante.

 

Las burbujas contienen mundos de dimensiones subatómicas. Al manipular las condiciones de esos mundos, por ejemplo, provocando catástrofes, los creadores pueden guiar su evolución. Sin embargo, lo más extraño es el impulso casi universal a destruir los mundos que han creado y empezar de nuevo. Hull lo atribuye a las tendencias inherentemente violentas de nuestra especie y teme que esta moda de la Mundomanía esté frenando el desarrollo humano. Si los demás planetas del Sistema Solar están muertos, deberían buscarse otros fuera de él en lugar de ensimismarse con las burbujas. Así que anuncia a sus amigos que va a tomar medidas drásticas, promoviendo una moción para ilegaizar las burbujas en base a argumentos morales.

 

En el Salón del Directorio, Hull defiende su proyecto de ley, argumentando que Industrias Mundomanía es una amenaza pública dado que permite la creación de millones de nuevos mundos, solo para que sean destruidos en un último y orgiástico acto de violencia. Las burbujas contienen personas y civilizaciones reales, y sus creadores/dueños gozan de total autonomía sobre ellas. Tras su discurso, tanto Bart Longstreet como el fundador de Mundomanía, Forrest Packman, le recriminan a Hull su ingenuidad al recurrir a un argumento moral para intentar detener la creación de mundos. Y, efectivamente, su mocióin es rotundamente rechazada.

 

Pero entonces, la prensa informa de que exploradores humanos en Próxima Centauri han contactado con seres de otras civilizaciones, lo que demuestra que existe abundante vida en la galaxia y mucho espacio para explorar nuevos mundos sin necesidad de crear otros artificiales. Tras esta noticia, las acciones de Mundomanía se desploman en la Bolsa. Mientras tanto, un terremoto devastador destruye el túnel recién inaugurado que conecta Norteamérica con Asia, causando miles de víctimas.

 

“Problemas con las Burbujas” es uno de los relatos temáticamente más estimulantes de los que Dick escribió en 1953. El giro final sugiere que toda nuestra civilización está controlada por fuerzas destructivas y malévolas, al igual que los mundos dentro de las burbujas. Si las realidades simuladas son posibles, entonces superarán con creces en número a los mundos reales, por lo que lo más probable es que vivamos dentro de uno de estos entornos artificiales.

 

Una vez más, vemos cómo Dick lidia con el problema del Mal. Este cuento encaja bien con otros dos publicados ese mismo año en los que se abordaba el concepto de maldad. En “El Mundo Que Ella Deseaba”, lo explicaba otorgándole a cada individuo el mejor de sus mundos posibles. El mal en esas realidades alternativas siempre se abatía sobre los demás, nunca hacia el creador/dueño de ese entorno. En “Proyecto: Tierra”, el mal se explicaba en términos más propios del Antiguo Testamento, como un reflejo de la desobediencia y rebelión humanas hacia sus creadores.

 

En “El Problema con las Burbujas”, el enfoque es que los creadores de nuestro mundo vienen a ser el equivalente a adolescentes aburridos con tendencias malévolas, que experimentan con nosotros para promover una evolución simulada o, simplemente, obtener una catarsis mediante la violencia destructora: “Los habitantes están sujetos, en este momento, al menor capricho de su propietario. Si deseamos aplastar su mundo, provocar maremotos, terremotos, tornados, incendios, explosiones volcánicas…, si deseamos destruirles por completo, no pueden hacer nada para oponerse. Nuestra posición respecto a estas civilizaciones en miniatura es similar a la de un dios. Con un solo movimiento de la mano podemos exterminar a incontables millones de seres. Podemos enviar rayos, arrasar sus ciudades, aplastar sus diminutos edificios al igual que colinas. Podemos zarandearlos de un lado a otro como juguetes, víctimas de nuestros caprichos”.

 

Dick, como ya hemos visto en otros cuentos, creía que la Humanidad, para mantenerse en un permanente estado creativo y no perder el paso evolutivo, necesitaba una frontera hacia la que aspirar. En este relato, la constatación de que el Sistema Solar no ofrece esperanza alguna para el futuro de la Humanidad conduce a la apatía universal. Las posibilidades de desarrollo se han agotado en la Tierra. No hay desafíos. Los robots llevan a cabo todo el trabajo importante, dejando a la gente con demasiado tiempo libre y sin nada hacia lo que canalizar sus energías. Las burbujas de Mundomanía se convierten de esta forma en una forma eficaz de lidiar con la banalidad de la vida cotidiana. La empresa que las comercializa promete que cualquiera, desde niños hasta adultos, puede convertirse en un dios.

 

No es difícil establecer un paralelismo entre las Burbujas de este cuento y otro tipo de simulaciones con las que estamos más familiarizados hoy: juegos de mesa, juegos de rol, videojuegos y otras realidades simuladas han proporcionado durante mucho tiempo a sus jugadores la ilusión de vivir, controlar o dominar otros mundos, imaginarios o virtuales. De hecho, no es descabellado pensar que algún día pueda ser posible crear simulaciones del tipo que describe Dick gracias a las IAs (es más, ¿quién nos dice que no estamos viviendo en una de ellas?).

 

“El Planeta Imposible” apareció en “Imagination” en el número de octubre de 1953.

 

La señora Gordon, una anciana sorda de 350 años, acompañada de su sirviente robot, está intentando convencer al capitán Andrews y su segundo, Norton, de que, previo pago de un importe, la lleven hasta la Tierra. Ha hecho un largo viaje desde Riga hasta Formalhaut IX y quiere ver la Tierra antes de morir. Los dos pilotos tratan de explicarle que ese planeta no existe ni, probablemente, jamás lo hizo, que es sólo un mito. El robot explica que la anciana morirá pronto porque le han suspendido los tratamientos de soporte vital y está dispuesta a pagar lo que le pidan por ver cumplido su último deseo.

 

Norton le recuerda a su superior que engañar a la anciana es ilegal, pero a éste le puede la avaricia y empieza a investigar posibles planetas que se ajusten a las leyendas existentes sobre la Tierra. Descubre que, probablemente, fue el tercer planeta de un sistema de nueve y que tenía una sola luna, lo cual reduce la búsqueda a un puñado de lugares en el espacio conocido, de los cuales el más cercano es Emphor III, un mundo devastado ocupado por una colonia comercial en plena decadencia. Al llegar, le dicen a la Sra. Gordon que es la Tierra y se preparan para aterrizar.

 

La anciana reacciona con estupor. El planeta no se parece en nada a la Tierra que imaginaba por las leyendas. El robot explica que la señora Gordon había oído hablar de la Tierra por su abuelo, quien nació allí. Andrews le explica simplemente que "las operaciones comerciales devastaron la superficie". Luego, le ordena a Norton que la acompañe a dar un paseo por las cercanías.

 

Algo después, Norton informa a Andrews de que la anciana y el robot, al alejarse del deslizador en el que viajaban, se hundieron en un pozo de arenas movedizas sin que él pudiera hacer nada para ayudarlos. Andrews intenta aliviar su culpa diciendo que en el momento en que abandonaron la nave, la anciana podía darse por muerta debido a las toxinas radioactivas del ambiente. Norton, disgustado por el engaño a la mujer, le da a Andrews su parte del pago y le dice que ha pedido un nuevo destino. Andrews se consuela pensando que la anciana ya estaba algo senil y, después de todo, iba a morir pronto. Y entonces, entre las cenizas del suelo, encuentra un pequeño objeto metálico de forma redonda. Cuando vuelve a la nave, lo examina con más atención y descubre que es una moneda con una extraña inscripción: “E Pluribus Unum”.

 

(Esa frase en latín es el lema tradicional de los Estados Unidos. Simboliza la unión de las diversas colonias originales (los "muchos") en una sola nación federal (el "uno"). Suele encontrarse en el reverso de muchas monedas de ese país).

 

Dado el estatus de producto cultural icónico que ha alcanzado “El Planeta de los Simios” (1968), es difícil que muchos lectores modernos se sorprendan por el giro final de “El Planeta Imposible”. Cuando se publicó este relato, la gente estaba menos familiarizada con el tipo de giros sorpresa que más tarde popularizarían series televisivas como “La Dimensión Desconocida” (1959-63) o “Rumbo a lo Desconocido” (1963-65).

 

"El Planeta Imposible" se sitúa en un futuro lejano. Si consideramos que la esperanza de vida de los hombres ronda los 300 años y que el abuelo de la señora Gordon vivió en la Tierra, han pasado unos seis siglos desde que ese lugar se tenía por origen de la Humanidad. Podemos suponer también que los terrestres llevaban décadas, quizá siglos, emigrando a otras colonias hasta que llegó un momento en el que la mayor parte de la especie ya era oriunda de otros mundos. Para la mayoría de los humanos, la Tierra no era más que un nombre, el lejano hogar de sus ancestros al que ellos jamás viajarían. Gradualmente, cayó en el olvido.

 

Sin embargo, más que olvidada, la Tierra se tornó inhabitable, transformada en un inmenso páramo por la industrialización y la guerra. El conflicto entre Centauri y Riga no sólo arrasó la Tierra sino toda la región espacial circundante, haciéndola un destino poco apetecible durante siglos. El único recuerdo de la Tierra que perdura tras la guerra se ha venido transmitiendo mediante las relaciones interpersonales. Por tanto, el tema central de esta historia parece ser el poder de la guerra para borrar la memoria relativa a ciertos lugares. Hay algo de verdad histórica en ello. Las guerras consagran para la eternidad los nombres de algunos lugares, pero sociedades enteras, culturas, formas de vida y etnias pueden ser erradicadas en ese proceso de inmortalidad. Una de las razones por las que las limpiezas étnicas y los genocidios son tan comunes durante las guerras es que estamos acostumbrados a la destrucción y la muerte. La erradicación de un pueblo entero puede verse como el desafortunado subproducto de la guerra. Ese era el argumento de Adolf Hitler cuando sugirió que sus crímenes contra los judíos serían olvidados. Se equivocó en su caso particular, pero el genocidio de los armenios a manos de los turcos, por ejemplo, ha sido mayormente olvidado excepto por los descendientes exiliados de las víctimas.

 

La señora Gordon podría ser la última prueba de que la Tierra existe como algo más que un vago recuerdo. La destrucción de su robot cuando trata de salvarla de las arenas movedizas confirma esta interpretación. Al desaparecer la memoria artificial del robot respecto a lo que su propietaria le había contado, la Tierra completa su transformación de Historia a Mitología. Ni Norton ni Andrew creen haber viajado hasta la Tierra, a la que ya consideraban un simple mito.

 

“Impostor” se publicó originalmente en el número de junio de 1953 de la revista “Astounding”.

 

Tras diez años trabajando en el Proyecto, Spence Olham habla con su esposa Mary de tomarse unas vacaciones. La guerra contra los alienígenas de Alfa Centauri no ha remitido pero el desarrollo de la burbuja protectora ofrece ahora cierta protección básica a las ciudades terrestres. Aunque el arma que inclinará la balanza de la guerra a favor de la Tierra aún no se ha desarrollado, Olham está seguro de que el planeta no corre un peligro inminente.

 

Un colega, Nelson, llega en un coche volador acompañado de un hombre más mayor que resulta ser el mayor Peters. Éste pertenece a la agencia de seguridad del gobierno y, mientras parten hacia una base lunar, le informa de que lo va a arrestar y ejecutar por ser un espía extraterrestre. O, más bien, destruir, dado que piensan que es un sofisticado robot que, según un informe del que disponen, se infiltró en la burbuja protectora llevando en su interior una bomba U activable al pronunciar una frase específica. Luego, el robot asesinó a Spence Olham, usurpando su identidad. Olham insiste en que no es un robot, pero Peters le dice que eso no prueba nada dado que habría asumido los recuerdos, identidad y personalidad del auténtico Olham. Cuando el cautivo pide que le reconozca un médico que certifique su condición humana, se niegan. En el último momento y recurriendo a una añagaza, escapa de vuelta a la Tierra.

 

Olham contacta con su esposa y le indica que se comunique con un médico y le pida que vaya urgentemente a su casa con el equipo que demostrará que es humano. Pero, al llegar y nada más ver a Mary, se da cuenta de que lo ha traicionado y que le han tendido una emboscada. Huye a un bosque cercano mientras lo persigue toda la policía del condado dirigida por Peters. Si logra encontrar la nave espacial con el robot que debía reemplazarlo, podría demostrar que él es humano. Y justo cuando la localiza, Peters y Nelson lo interceptan, aunque deciden concederle un momento para que demuestre que dice la verdad.

 

Olham señala un cuerpo en el suelo. Parece humanoide, pero, al examinarlo más de cerca, se revela como una máquina averiada. Se ha salvado en el último momento. Peters comienza a hablar ya más distendidamente con Olham sobre sus tan necesarias vacaciones, cuando Nelson se da cuenta de que el robot dañado en realidad es un cuerpo orgánico asesinado con un cuchillo clavado en el pecho. Justo cuando Olham se da cuenta de que el cuerpo son los restos de su verdadero yo, la bomba explota activada por sus últimas palabras.

 

Dick escribió sobre este cuento: “Este fue mi primer relato sobre el tema “¿Soy humano? ¿O simplemente estoy programado para creer que lo soy?” Si se tiene en cuenta que lo escribí allá por 1953, fue, si me permiten decirlo, una idea bastante novedosa en la ciencia ficción. Claro que, a estas alturas, la he explotado hasta la saciedad. Pero el tema aún me preocupa. Es un tema importante porque nos obliga a preguntarnos: ¿Qué es un humano? Y… ¿qué no lo es?”.

 

Dick tiene toda la razón al decir que introduce bien el tema, pero no veo que el cuento reflexione realmente sobre la cuestión dado que en ningún momento se hace el intento de comprobar la naturaleza de Olham ni ver hasta qué punto es humano o no. Lo inquietante de la historia es que el protagonista es capaz de provocar una destrucción masiva y, al mismo tiempo, exhibe un comportamiento muy humano: deseo de autopreservación, preocupación por su esposa, compromiso con la protección de la comunidad a través de su trabajo en un proyecto de defensa, capacidad de adaptación... Es un avatar tan convincente que, al final, engaña al agente de la policía secreta. Se diría que el trasplante de recuerdos a un cuerpo robótico mantiene intacta nuestra humanidad, una premisa central del movimiento transhumanista y profundamente arraigada en la literatura ciberpunk.

 

Una vez más en esta etapa temprana del Dick escritor, vuelve a aflorar su tecnofobia, una aversión que nunca llegaría a superar del todo. El traspaso de una consciencia humana a un cuerpo mecánico es, quizá, la máxima expresión del uso de la tecnología para liberar a la humanidad de sus limitaciones orgánicas. Existe incluso un movimiento, el “anarcotranshumanismo” o “transhumanismo libertario” que hace de esa transferencia uno de sus conceptos centrales. En “Impostor”, Dick pasa por alto este aspecto para centrarse en el peligro inherente a una tecnología semejante, a saber, que el robot, aunque humano desde un punto de vista moral, psicológico y emocional, tiene un cuerpo que pueda programarse por terceros para sembrar la muerte.

 

Estos temores dimanan de una realidad muy concreta y, por tanto, son coherentes con la época y lugar en los que vivió Philip K. Dick. La razón por la que la guerra fue un tema tan recurrente en sus primeros relatos no es simplemente que los editores, escritores y lectores disfrutaran de la temática bélica. La guerra fue una experiencia cotidiana para la generación de Dick. Creció durante la Segunda Guerra Mundial; sus primeros escritos se publicaron durante la Guerra de Corea; en la década de 1950, había buenas razones para pensar que la guerra nuclear con los soviéticos era inminente… No puede sorprender, por tanto, que Dick imaginara escenarios geopolíticos bipolares basados ​​en el conflicto y la guerra. En “Impostor”, el trabajo de Olham está directamente relacionado con la carrera armamentística.

 

Aunque históricamente Estados Unidos estuvo un paso por delante de Rusia en tecnología bélica durante la Guerra Fría, sí hubo breves períodos, especialmente en la década de 1950, en los que temieron que los soviéticos les adelantaran. El lanzamiento del Sputnik, en 1957, fue uno de esos picos de miedo e inseguridad. Ese hito ocurrió cuatro años después de la publicación de “Impostor”, pero el temor al progreso tecnológico soviético era un tema recurrente en el contexto paranoide de la Guerra Fría. Quizás por eso Dick solía colocar a la Tierra en una posición de desventaja.

 

Ahí están las raíces de la tecnofobia de Dick. En aquel entonces, fueron pocos (si es que hubo alguien) los que, al ver el Sputnik, imaginaron teléfonos móviles y transferencias instántaneas de datos. Lo normal era interpretarlo como un arma potencial. Dick veía la tecnología a través del filtro más pesimista posible, sencillamente porque veía a su alrededor cómo aquélla se diseñaba y aplicaba de las formas más destructivas posibles.

 

“Planeta de Paso” se publicó originalmente en “Fantastic Universe” en el número de octubre-noviembre de 1953.

 

Trent, enfundado en un pesado traje protector, respirando de una bombona de oxígeno y revisando frecuentemente los medidores de radioactividad, camina por una zona rebosante de vida. Por radio, informa a su base de que se dirige hacia unas ruinas que, supone, son los restos de la ciudad de Nueva York. Le advierten sobre sus provisiones y le recomiendan no comer ninguna planta silvestre.

 

Dos humanoides de piel azul grisácea, cada uno con seis o siete dedos y articulaciones adicionales, le salen al paso. Hablan el mismo idioma que Trent y le preguntan si es un humano. Él les cuenta que viene de un asentamiento en Pensilvania donde viven un par de docenas de personas. Explica también que su gente sobrevivió a la guerra escondiéndose en minas y cultivando sus propios alimentos en tanques con generadores eléctricos. Los dos humanoides se alegran de oírlo porque ello significa que, contra todo pronóstico, los humanos sobrevivieron a la guerra. Le invitan a su poblado, pero Trent tiene poco oxígeno y debe seguir adelante con su misión.

 

Desde la guerra, surgieron muchas nuevas formas de vida. Aunque toda la superficie sigue siendo radiactiva y la mayor parte de las especies pre-apocalipsis se extinguieron, las que sobrevivieron se adaptaron al tóxico entorno. La evolución también experimentó una aceleración. Trent reflexiona también sobre la precariedad de su propia situación y de la de su gente. Está buscando otros asentamientos humanos a los que recurrir en busca de ayuda, puesto que en el suyo escasean el oxígeno, la energía y la comida.

 

Trent es capturado por una tribu de "Bichos", antiguos humanos que mutaron y evolucionaron tras la guerra hasta alcanzar un aspecto y características insectoides. Sin embargo, este grupo es atacado por otro de “Corredores”, otros humanos evolucionados con patas de canguro. Éstos le informan a Trent de que existe una tribu de humanos en Canadá con la que tuvieron contacto en el pasado, pero que actualmente parecen haber desaparecido.

 

Trent sigue la pista hacia el norte, pero, tal y como le habían dicho, encuentra el asentamiento abandonado. Contacta por radio con su comunidad, informándoles de que el lugar lleva varias semanas vacío. Aunque le están enviando ayuda, tardará un par de días en llegar y su oxígeno solo le durará uno. Mientras espera bien su muerte, bien a sus rescatadores, Trent ve un cohete aterrizar en las cercanías.

 

El comandante, Norris, le pregunta sobre su mina y cuántos supervivientes hay en ella. Le informa de que pueden llevarse aproximadamente la mitad de ellos y recoger al resto en una semana. Norris pertenece a los supervivientes del asentamiento canadiense, que abandonó la Tierra en un misil reacondicionado. Se establecieron en Marte, pero planean encontrar un lugar mejor en el sistema solar exterior. Recuperar la Tierra ya no es una opción, puesto que ello significaría la extinción de todas las especies que evolucionaron desde la guerra. La Tierra ya no pertenece a los humanos y los que quedan, para sobrevivir, deben seguir adelante sin mirar atrás. La guerra transformó a los humanos de amos del planeta a visitantes de paso: turistas.

 

El interés de "Planeta de Paso” reside en mostrar a comunidades humanas y posthumanas conviviendo, a veces pacíficamente y a veces no. El tropo postapocalíptico más clásico –y que sigue siendo el predominante- consiste en que, tras el derrumbe de la civilización, sobreviene un periodo de caos y extrema brutalidad y violencia. La inmensa mayoría de la literatura apocalíptica parte de la premisa de que, sin una civilización que nos mantenga a raya con sus instituciones y normas consensuadas, nos convertimos en animales. Sin embargo, Dick nos ofrece aquí una propuesta contraria: que la destrucción de la sociedad aumentaría nuestra necesidad de solidaridad, comunidad y cooperación.

 

El tema central del cuento es el posthumanismo y el futuro de la Tierra sin humanos, una idea incómoda y bastante común hoy en día, pero todavía innovadora en la década de 1950. Dicen que es más fácil imaginar el fin del mundo o de la humanidad que el del capitalismo. Aunque esto fuera cierto, resulta difícil asimilar la idea de una Tierra habitada por posthumanos. Supongo que por eso las ficciones apocalípticas suelen recurrir a supervivientes que se niegan a renunciar al control humano del planeta. Por el contrario, los humanos supervivientes de “Un Planeta de Paso” asumen el papel de buenos padres dispuestos a hacerse a un lado por el bien de sus hijos. Los posthumanos son, a todos los efectos, hijos de la Humanidad, producto del entorno de posguerra. Ojalá nuestra generación pensara más como Norris al final del relato: “La Tierra está viva, bulle de vida, crece sin control…en todas direcciones. Nosotros somos una forma, una forma vieja. Para vivir aquí, tendríamos que restaurar las antiguas condiciones, los antiguos factores, el equilibrio de hace trescientos cincuenta años. Una tarea colosal. Si triunfáramos, si purificáramos la Tierra, nada de esto quedaría”.

 

Por eso, quizá el auténtico mensaje de “Planeta de Paso” sea admonitorio, una advertencia contra el conservadurismo y el peligro de aferrarse a los valores de generaciones anteriores. Deberíamos hacer lo contrario, pero esto exige la difícil decisión de ceder el control del futuro a quienes son más jóvenes. Puede que también sean más insensatos, temerarios o incluso irracionales que nosotros, pero empeñarse en mantener lo antiguo es igualmente nocivo.

 

 

 

 

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