Desde comienzos del siglo XX, las teorías de Einstein sobre la naturaleza del Tiempo proporcionaron a los escritores de Ciencia Ficción una base científica a la hora de imaginar narrativas sobre desplazamientos temporales. Sin embargo, hay una modalidad del subgénero en la que los autores plantean la posibilidad de viajar en el tiempo sin sentirse obligados a explorar o siquiera justificar la mecánica del proceso. Esto, según el gusto de cada cual, podría cualificar a esas ficciones más como Fantasía que como Ciencia Ficción (ahí está la serie de Mundodisco, de Terry Pratchet), aunque si el entorno, ambientación y tono de la peripecia son realistas, suelen incluirse dentro de la CF (al fin y al cabo, el viaje en el Tiempo tampoco existe en nuestro mundo). Un caso clásico de ello es “Parentesco”, de Octavia Butler.
Mientras trabajaba en “Wild Seed” (1980, otro de sus grandes libros), Butler, de raza negra y una de las más insignes escritoras de lo que podríamos denominar ciencia ficción feminista, escribía simultáneamente la que iba a ser considerada una de sus novelas más importantes, “Parentesco”, en la que, utilizando la excusa del viaje en el Tiempo, se aborda de una forma cruda y directa el racismo. Fue en buena medida esta obra la responsable del respeto que la escritora se ganó fuera del ámbito de la Ciencia Ficción.
En 1976, Dana y su marido Kevin se han mudado a un nuevo hogar en California. Llevan casados cuatro años y es ahora cuando ambos parecen estar abriéndose camino en la profesión que han elegido: escribir. Pero un día, mientras están desempaquetando sus pertenencias en la nueva casa, Dana empieza a sentirse mareada y se desmaya. Cuando recupera el conocimiento, se encuentra en la orilla de un río frente a un niño que se está ahogando. Le salva la vida, interviene la madre del muchacho y tan súbitamente como había aparecido allí, vuelve a su tiempo y su hogar.
Pero aquél resulta no ser un incidente aislado. De algún modo, siempre que la vida del niño, Rufus Weylin, hijo de un brutal propietario de una plantación de algodón, se encuentra en peligro, Dana es transportada a la época y lugar de éste, el Sur Americano de 1815, donde en cada ocasión permanece más y más tiempo, aunque cada vez que regresa a su propia época tan solo han transcurrido unos minutos u horas. Pero el principal peligro para Dana es que aquel territorio, Maryland, y en aquellos años anteriores a la Guerra de Secesión, no es el mejor lugar para una joven mujer negra como ella (una condición racial, por cierto, que el texto oculta inteligentemente durante algún tiempo).
La ironía es que, aunque Dana desprecia la esclavitud y el estatus servil que se ve obligada a soportar incluso como negra liberta, pronto se da cuenta de que es imperativo que ayude a Rufus… ¡porque es su antepasado! Rufus es propenso tanto a los accidentes como a meterse en situaciones peligrosas y, si él muere, no engendrará a la abuela de Dana, Hagar, por lo que la propia Dana quizá deje de existir. Al encontrarse atrapada en una situación imposible, no tiene otra opción que doblegarse y colaborar con el sistema que tanto odia. Así que sufre las palizas y el hambre que le infligen en la plantación Weylin por una razón muy sencilla: sobrevivir y hacer que Rufus sobreviva con ella (Dana hace seis viajes al pasado a lo largo de la novela y la única forma que tiene de volver a su presente es colocarse en una situación en la que su propia vida se vea amenazada). Además, aunque reconoce que Rufus –al que va viendo crecer en cada uno de sus viajes- es un monstruo, no puede evitar compadecer sus tormentos psicológicos (provocados en no poca medida por sus padres) y sentir cierto afecto por él.
Las mejores ficciones históricas siempre deberían plantear dilemas y reflexiones en el lector más allá de brindarle mero entretenimiento. La gente que vivió en otras épocas lo hizo según principios, creencias y costumbres muy diferentes a los nuestros. Veían el mundo y las relaciones sociales (entre hombres y mujeres, entre clases sociales, entre individuos de diferentes razas o religiones…) de maneras que hoy nos parecen extrañas o incluso inadmisibles. El escritor que sitúa la acción de su novela, digamos, en el siglo XVII, solo para poblarla luego de personajes con una mentalidad propia de nuestros días, está haciendo un flaco favor a la Historia por no hablar de engañar al lector. Ya en otra división aún peor están las ficciones que, por interés o ignorancia, idealizan ciertas culturas y desechan la terrible –aunque para nuestros antepasados, cotidiana- realidad sobre las que se construyeron, por ejemplo, apoyándose en la guerra, el saqueo, la explotación… o la esclavitud, como es el caso que ahora nos ocupa.
Como sucede también en “Wild Seed” (una historia asimismo protagonizada por una mujer negra y parcialmente ambientada en el sur estadounidense), “Parentesco” está muy influida por las obras autobiográficas de Frederick Douglass (1818-1895) y otros antiguos esclavos que dieron a conocer en la sociedad de su época las injusticias y brutalidades del sistema esclavista. Butler prescinde por completo del barniz romántico que impregna otros libros muy populares sobre el Sur como “Lo Que el Viento se Llevó” (1936), retratando la vida en las plantaciones como feroz y despiadada. No escatima las mutilaciones, violaciones, torturas, asesinatos, familias separadas a la fuerza... “Parentesco” es, también y a su manera, una historia de terror, porque la violencia física y psicológica que padecen los personajes realmente tuvieron lugar. A Butler no le hace falta cargar las tintas o regodearse en los momentos más truculentos para que el lector imagine sin dificultad que escenas como las que describe sucedieron miles de veces en términos mucho peores.
Butler solía decir que había escrito “Parentesco” como respuesta a la seguridad con la que algunos conocidos suyos, estudiantes universitarios, afirmaban que ellos jamás habrían tolerado el trato que recibieron sus ancestros esclavos. En los años 70 (la década en la que se concibió y escribió la novela), la comunidad afroamericana se encontraba en plena reivindicación de su gloriosa herencia y ascendencia históricas, enfatizando el orgullo racial y favoreciendo la creación de instituciones culturales y políticas que defendieran sus intereses y valores. Sin embargo, Butler pensaba que no se prestaba suficiente atención a los auténticos antepasados de esa comunidad ni se escuchaba a los ancianos todavía vivos que habían sido testigos de muchos atropellos no hacía tanto tiempo. La arrogancia propia de la juventud llevaba a muchos de aquellos negros jóvenes a burlarse de la actitud servil y pasiva de sus ancestros.
Y ése es precisamente uno de los grandes aciertos de la novela: adoptar el punto de vista de una mujer joven y negra del siglo XX que, trasladada al siglo XIX, recibe palizas, pasa hambre y trabaja hasta casi morir. Dana es una mujer moderna y, como es natural, queda tan horrorizada como el lector al descubrir de primera mano la realidad del sistema esclavista. Pero también es inteligente y comprende de inmediato que cualquier exhibición de orgullo personal o racial o la reivindicación de derechos civiles no le habría supuesto más que el castigo o la muerte. Cualquier intento de rebelión estaba condenada al fracaso y lo único que podía hacerse es concentrarse en sobrevivir.
Precisamente, uno de los aspectos más sobrecogedores, y así también lo reconoce Dana en un momento determinado, sea la facilidad con la que se aclimata a la situación conforme pasa más tiempo en esa época. A ella no la educaron para que supiera cuál era “su lugar” en la escala social ni le inculcaron odio, sumisión o resignación. Y, sin embargo, superado un cierto límite de humillaciones y temor, empieza a verse a sí misma reducida a una propiedad a la que el sistema no dejará escapar de sus cadenas.
Como ya apunté, cada vez que Dana es “reclamada” por el pasado para que rescate a Rufus, para él han pasado meses o años, mientras que en el tiempo de ella tan sólo han transcurrido horas o días. Este recurso al “tiempo diferencial” no obedece sólamente al deseo de subrayar el uso del viaje en el tiempo como recurso literario –que nos permite recorrer buena parte de la vida de Rufus en un periodo relativamente corto desde el punto de vista de Dana-, sino para comprimir el paso del mismo e incrementar los peligros a los que se enfrenta ella. Y es que, al sucederse sus viajes de forma casi consecutiva, apenas dispone de tiempo entre uno y el siguiente para recuperarse emocional o físicamente. Las indignidades que sufre en el siglo XIX no se atenúan por el paso del tiempo, como, hasta cierto punto, sí ocurre en el caso de los demás esclavos de la plantación. Esto por no hablar del temor que le provoca que el impredecible “viaje” del presente al pasado se produzca en un momento potencialmente peligroso: “Seguía dándome miedo abandonar la casa, a pie o en coche. Si Rufus me llamaba en un momento inoportuno y yo iba conduciendo, podía matarme fácilmente y matar a otras personas. Si iba a pie, podía marearme y caerme mientras cruzaba la calle. O caerme en la acera y llamar la atención. Si alguien venía a ayudarme…, un policía o quien fuera…, podrían acusarme de llevármelos y hacerlos desaparecer”.
En resumen, “Parentesco” nos enseña de forma clara y vívida que nada en la vida de aquellas generaciones fue sencillo. Mucha gente tuvo que tomar decisiones bajo presión, por miedo a morir o causar daño a sus seres queridos. No es correcto burlarse o avergonzar a quienes se vieron en el trance de sacrificar su libertad por la esperanza de vivir un día más en cautividad.
Quizá pueda argüirse que Butler idealice demasiado el año de partida de la protagonista. Dana se comporta, en sus primeros viajes al siglo XIX, como si nunca antes hubiera conocido a nadie que se sorprendiera al ver a una mujer de raza negra culta y educada –o, como mínimo, que hable correctamente el inglés-. Ciertamente, ha llevado una vida relativamente protegida y está casada con un hombre blanco (matrimonio mixto no tan normal en los 70 como lo puede ser hoy y que las familias de ambos no ven con buenos ojos), pero no es difícil imaginar que, como ocurre al principio, ganándose la vida con trabajos temporales de baja cualificación mientras intenta abrirse camino como escritora, no se hubiera topado con individuos llenos de prejuicios. Posiblemente la intención de la autora fuera la de crear un contraste más agudo entre ambas épocas. Así, Dana es una mujer blanca en todo menos en su apariencia que, de repente, se ve obligada a vivir en una realidad en la que es juzgada por el color de su piel. De hecho, como dije, Butler oculta la raza de Dana durante las primeras treinta páginas del libro, lo que lleva a pensar que la intención de la autora no era abordar los problemas de racismo de su propia época sino facilitar la identificación del lector blanco.
Independientemente de su mensaje, “Parentesco” es también una lectura absorbente gracias al carisma de su protagonista. Butler consigue que el lector simpatice con Dana no solo por su fuerte personalidad y valentía, sino porque en ningún momento da la impresión de que actúe estúpidamente sólo por satisfacer alguna exigencia de la trama. Las decisiones que toma son tan difíciles como comprensibles. Es inteligente, ingeniosa y claro producto de la vida moderna. Al ver e interpretar la esclavitud a través de los ojos de alguien contemporáneo, ésta parece mucho más real de lo que sería en una típica novela de ficción histórica. Butler hace un trabajo tan maravilloso al describirnos la difícil vida cotidiana de Dana en el pasado que, cuando llega la abrupta conclusión, es fácil sentirse frustrado, incluso engañado.
Dana experimenta un choque cultural a múltiples niveles y no sólamente en lo referido a la segregación racial sino, por ejemplo, con el estado en el que se encuentra la ciencia médica: “La medicina era entonces poco más que hechicería. La malaria se extendía por el aire viciado. Las cirugías se realizaban con los pacientes medio conscientes, que no paraban de forcejear. Y la gente consumía todo tipo de alimentos sin preocuparse, sin saber si estaban bien cocinados y bien conservados, alimentos que podían provocarles todo tipo de malestar o la muerte. Historias de terror. Pero eran ciertas. Y yo tendría que convivir con ellas durante todo el tiempo que estuviera allí”. Dana, sin embargo, se adapta, cambia su mentalidad para sobrevivir a la violencia y la deshumanización que padecen los de su propia raza y aprende a encontrar un lugar propio –lo cual, eso sí, no la libra del continuo peligro de sufrir castigos físicos o psicológicos-.
Es también reseñable la variedad de actitudes y personalidades que pueden encontrarse entre los esclavos. Aunque Dana siente cierta decepción ante aquellos más sumisos, pronto descubre que ello se debe a que son personas rotas, víctimas del sufrimiento infligido por sus amos y no sólo en sus cuerpos. ¿Qué peor castigo hay para unos padres que ver cómo sus hijos pequeños les son arrebatados para ser vendidos a algún traficante? Los hay también que, silenciosamente, se esfuerzan por mejorar, aunque jamás podrán alcanzar su potencial puesto que saben que si demuestran demasiada curiosidad o inquietud intelectual sus amos los venderán o algo peor.
Otro aspecto interesante de la novela es la evolución psicológica de Rufus. Al principio se le presenta como un niño encantador y solícito con su mejor amiga, una esclava llamada Alice. Pero conforme se desarrolla la historia, la relación entre ambos se contagia del opresivo sistema en el que ambos viven sumidos. Rufus, modelado por el ambiente, un padre severo, distante y crítico y una madre histérica, se convierte en el típico propietario de esclavos, sobre cuyas vidas está convencido de tener un derecho absoluto. Llega un punto en el que el lector desea que Dana decida no salvar a este repelente personaje de su próximo trance o incluso que lo mate ella misma. Su actitud hacia las mujeres, en especial, es enfermiza y repulsiva, propia de un individuo inseguro y con la autoestima por los suelos, pero investido de un gran poder que le permite dar rienda suelta a sus deseos, tal y como demuestra este corto diálogo que Dana mantiene con él nada más llegar al siglo XIX en uno de sus viajes:
-Rufe, ¿conseguiste violar a esa chica?
Miró hacia otro lado con expresión culpable.
—¿Por qué has hecho algo así? Era tu amiga.
—Éramos amigos de pequeños, sí —dijo con dulzura—. Pero crecimos. Y ella ahora prefiere a un negro de mierda antes que a mí.
—¿Te refieres a su esposo? —pregunté y me las arreglé para conservar un tono ecuánime.
—Sí.
Le miré con amargura. Kevin había acertado. Y yo había sido tan tonta como para creer que podía influir en él.
—Sí —repetí yo—. Cómo se ha atrevido a elegir al hombre que quiere por esposo. Se creería que era una mujer libre o algo así.
—¿Qué tiene que ver eso? —preguntó en tono exigente. Luego la voz se le apagó hasta quedar en un susurro—. Yo la habría cuidado mejor que cualquier esclavo. Yo no le habría hecho daño, pero no dejaba de negarse.
—Tenía derecho a negarse.
—Ya veremos a qué tiene derecho.
—¿Estás planeando hacerle más daño? ¿Recuerdas que acaba de ayudarme a salvarte la vida?
—Tendrá lo que se merece. Lo tendrá, sea yo el que se lo dé o no
Curiosamente, Butler le aseguró a su colega crítico y escritor Walter Mosley que no consideraba a “Parentesco” como ciencia ficción. Preguntada por la razón, le respondió: “Porque no hay ciencia en ella”. Como todo lo que tiene que ver con las catalogaciones de obras artísticas o literarias, este es un terreno resbaladizo. Como ya dije al comienzo, las ficciones de viajes en el Tiempo suelen abundar mucho más en la Ciencia Ficción que en la Fantasía. Pero aquí no hay máquina del tiempo, mecanismos de escape o descripción de fenómenos físicos. Dana cree que es Rufus la que, de alguna manera nunca explicada, Rufus la arrastra a su época debido a la conexión familiar de ambos. Pero no se da una explicación al fenómeno. Al fin y al cabo, todos tenemos antepasados y no viajamos en el Tiempo para evitar su muerte.
Sin embargo, el libro funciona perfectamente sin necesidad de explicar ese punto en concreto que, por otra parte, no es lo verdaderamente importante. Por otra parte, también son comunes en la CF las historias de viajeros que son arrastrados por la corriente temporal sin llegar a comprender nunca la razón o la mecánica del fenómeno. Ahí tenemos ejemplos como las películas “Más Allá del Tiempo” (2009) o “Una Cuestión de Tiempo” (2013).
En su momento, la propia autora se refirió a la novela como “fantasia oscura” y evitó otras clasificaciones como la de “romántica”. No hay un ápice de amor entre Dana y Rufus, o entre éste y Alice, la esclava por la que está obsesionado y la que deja embarazada. Aunque sí queda claro que hay auténtico amor entre Dana y Kevin, se dedica poco espacio a narrar su noviazgo o matrimonio. En uno de los “incidentes” temporales, Kevin es arrastrado junto a Dana y se queda varado en el siglo XIX durante años. Pero a diferencia de otras ficciones de viajes temporales, como la serie literaria “Outlander” (1991-2022), de Diana Gabaldón, la trama no gira alrededor de la separación, búsqueda o reencuentro de los amantes. El objetivo de Butler es ante todo narrar las aventuras de Dana; y aunque ésta añora a Kevin cuando están separados, el tema central es la libertad.
Otro tropo común de las historias de Viajes en el Tiempo es que el viajero quiere cambiar algo o lo hace inadvertidamente con divertidas –o funestas- consecuencias en el futuro. En este caso, Dana ni siquiera lo intenta. Cada vez que “recala” en su época, 1976, prepara una bolsa con cosas que le pueden ser de utilidad en el próximo viaje, como aspirinas o antisépticos. Pero eso no altera verdaderamente la corriente temporal. Lo mismo se aplica al otro viajero accidental, Kevin. Lo único que experimenta es una cierta insensibilización hacia las crueldades que le rodean como mecanismo de adaptación mental, pero en ningún momento trata de cambiar nada (y ello aún cuando él cuenta con la ventaja de ser varón y blanco). Asentándose en el Norte, ofrece albergue a esclavos huidos del Sur, pero eso es algo que mucha gente hacía entonces. No intenta descubrir la penicilina ni los ferrocarriles.
“Parentesco” es una lectura obligatoria en muchos centros de enseñanza de Estados Unidos y elección frecuente de clubs de debate y cursos universitarios. No es de extrañar, porque sin atarse a las convenciones de ningún género en concreto, ofrece una espléndida reflexión sobre el racismo y la esclavitud, permitiendo no sólo imaginar aquélla época sino sentirla. No es un libro fácil, pero no porque sea malo sino todo lo contrario. Al fin y al cabo, una buena novela sobre la esclavitud no debería ser “divertida”. Tanto si se prefiere leer como una fantasía o una novela de CF social, “Parentesco” desarrolla una historia madura y emocionalmente intensa que se cuenta entre lo mejor de Butler.
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