(Viene de la entrada anterior)
En 1998, aparece el decimoséptimo álbum de la serie, “El Húerfano de los Astros”, continuación y conclusión del anterior, “Rehenes de Ultralum”, cuya portada, en tema y estilo, deja claro su condición de secuela.
El califín de Iksaladam ha sido “adoptado” por Valerian y Laureline, lo que los convierte en presa de los mercenarios contratados por su riquísimo padre para recuperarlo, particularmente el Cuarteto Mortis. Para colmo, han perdido su nave entre el conjunto de los asteroides Shimbalil. Tras dar esquinazo a sus perseguidores gracias a un dispositivo portátil que les permite retroceder unos minutos en el tiempo, conocen a un repartidor de pizzas, Glü, que les guía por el lugar.
Al llegar a la finca vacacional del acaudalado productor de cine Ty Koün IV, éste desafía a Valerian a una carrera apostando su nave de lujo contra los favores de Laury. Valerian, utilizando el dispositivo temporal, gana la justa y el vehículo. Nueva persecución del Cuarteto Mortis y nueva huida por los pelos, eso sí, perdiendo la flamante nave a cambio. En este punto, Valerian y Laury, siguiendo la sugerencia de Glül, deciden entrevistarse con “el profesor Scharz-Metterklume, una eminencia de la Universidad Libre de Shimbalil, cuyo “célebre método de gonzo-psico-pedagodía aplicado suele dar resultado en los individuos más difíciles”. Y es que el califín está demostrando ser un niño malcriado difícil de soportar.
Los métodos del sabio profesor resultan ser una filfa y tras enterarse de que el Cuarteto Mortis ha puesto precio público a sus cabezas y que sus caras están siendo difundidas por los medios, deciden ganar dinero lo más rápido posible con el fin de pagar la matrícula del califín en un discreto internado de lujo, reparar su nave y continuar sus aventuras. Y para hacerlo acuden al estudio de ciberkinomax de Ty Koün IV, ansioso por hacerse con los servicios de Laury para la película que está rodando.
El riesgo de cualquier historia desarrollada en dos volúmenes consecutivos es que la segunda parte sea menos eficaz que la primera. Y, desgraciadamente, eso es lo que ocurre aquí por mucho que la trama tenga un buen ritmo, abundantes peripecias, mezcla de aventura y humor y, en general, permanezca fiel al espíritu de la serie.
Para empezar, Christin coloca a la pareja protagonista en la inverosímil tesitura de ejercer de padres adoptivos del califín. Lo protegen tanto del Cuarteto Mortis como de aquéllos que lo critican por su insufrible comportamiento (ellos son los primeros que se quejan de él y le reprenden, pero cuando alguien más lo hace, salen en su defensa como tigres) y tratan de buscarle una buena institución donde pueda educarse a salvo de sus perseguidores. El problema es que en ningún momento resultan creíbles en ese rol.
Para empezar, porque en ningún momento de la ya larga trayectoria de los personajes los hemos visto exhibir una inclinación maternal/paternal. En segundo lugar, porque el niño es inaguantable a todos los niveles y no tiene ni una sola escena en la que se redima para que el lector pueda simpatizar con él. ¿Por qué soportarlo sin haber una razón de auténtico peso para ello? Al fin y al cabo, lo secuestraron –a petición del infante, eso sí- de su padre, quizá el hombre más rico de la galaxia, solamente porque el caprichoso niño no quería estar con él. Y, por último, porque resuelven la situación de una forma incoherente con su comportamiento previo: dejándolo prácticamente tirado en un internado de postín y marchándose sin demasiados escrúpulos y sin propósito claro de volver a por él.
Lo cierto es que, en esta ocasión, los autores parecen tener poco que contar. La trama es escasa: una larga huida encadenando peripecias en un puñado de localizaciones y una mezcla de ideas nuevas e interesantes con otras recicladas de álbumes anteriores. Todo parece pensado para imbricar una sátira tras otra, pero se intenta abarcar demasiado y la carga crítica queda en exceso dispersa y aguada. Los protagonistas recalan primero en la finca vacacional del productor millonario y el “área residencial para ricos” del campo de asteroides. Podría esperarse que el subtexto sociopolítico que vamos a encontrarnos en esta aventura tendría que ver con la desigualdad o el abuso que los poderosos ejercen sobre los más desfavorecidos, pero esta crítica nunca llega a materializarse más allá de un breve comentario de pasada.
A continuación, visitan la Universidad, donde se dan de bruces con la tópica institución intelectualmente fosilizada, aislada del mundo real, sumida en abstrusas disciplinas que no ineresan a nadie y con los predecibles profesores tronados que defienden ideas peregrinas. Y, por último, los estudios cinematográficos, donde se hace un amago de sátira bastante poco original de esa industria, en la que se mezclan los ejecutivos ambiciosos, las vedettes envidiosas, la cosificación femenina, el galán baboso, los guiones basura confeccionados como si fueran salchichas (por cierto, el atribulado guionista de la película tiene un nada casual parecido con el propio Christin) y, en general, la falsedad, lujuria y superficialidad que oculta el glamour del cine. Por último, hay lo que parece ser un intento de parodia de los internados británicos, pero ni tiene gracia ni llega a criticarse ningún aspecto en concreto más allá de cierta atmósfera rancia y actitud estirada.
Hay otros elementos que tampoco funcionan bien. Por ejemplo, el excesivo recurso al dispositivo temporal para salir de apuros. Nada menos que en tres ocasiones, cuando los héroes se ven en situaciones apuradas causadas por sus decisiones, utilizan el artefacto para retroceder unos minutos en el tiempo y obrar de una manera diferente que les permita salir del aprieto. No solamente resulta una solución reiterativa que denota cierta pereza por parte de Christin, sino que le resta mérito a los propios personajes que, en lugar de utilizar su ingenio, experiencia o conocimientos, se agarran desesperadamente a esta “muleta”. Algo parecido puede decirse del Transmutador Gruñón de Bluxte, exprimido a conciencia (cinco veces) cada vez que los héroes necesitan fondos con los que pasar al siguiente nivel de la aventura. Por último, los villanos son decepcionantemente poco peligrosos. No sólo sus repetitivos juegos de palabras relacionados con la música acaban perdiendo su gracia enseguida, sino que su incompetencia y aspecto caricaturesco neutraliza cualquier intento de transmitir sensación de auténtica amenaza.
El argumento y dibujo de “Rehenes de Ultralum” eran lo suficientemente buenos como para ocultar sus defectos o, al menos, compensarlos. Por desgracia, no es el caso de “El Huérfano de los Astros”. A Mézieres se le ve menos inspirado que de costumbre, con menos ganas de experimentar con el montaje de página y viñeta. Todo es correcto, profesional y está bien narrado, pero en ningún caso memorable. El reparto incluye más humanos de lo habitual en la serie, por lo que Mézieres no puede lucir su talento para diseñar alienígenas; tampoco hay grandes panorámicas de superestructuras o planetas alienígenas. Es más, son bastantes las viñetas en las que o bien los fondos o bien las figuras están solventadas con cierta tosquedad y falta de detalle.
“El Huérfano de los Astros” está muy por debajo de la etapa dorada de la serie, aunque tampoco se puede decir de él que sea un mal comic. Simplemente, ni su arte, ni su argumento, ni sus personajes, ni su sustrato intelectual están a la altura de los álbumes por los que “Valerian” ha pasado a la Historia del Comic.
“En Tiempos Inciertos” (2001), el decimoctavo álbum, es un obvio intento de revivir una serie que había entrado en un claro sendero de fosilización. Tras los años de Galaxity que pueden considerarse quizá la Edad de Oro de la saga, Valerian y Laureline habían emprendido una carrera como agentes autónomos que, aunque ofreciendo de vez en cuando buenas ideas, no era tan satisfactoria como su etapa anterior. Sus vagabundeos carecían de propósito, de dirección. Así que Christin y Mézieres, ignoro si movidos por la por inspiración o por resignación, deciden volver la vista atrás en este álbum planteando la cuestión de si los dos héroes podrían encontrar o recuperar Galaxity.
Con esa premisa de partida, Christin necesitaba un guion con el que reiniciar la colección y éste acaba resultando ser una trama bastante retorcida e ininteligible para quien no sea un veterano lector de la misma habida cuenta de las continuas referencias a aventuras pasadas y la recuperación de antiguos personajes.
La historia comienza con una preocupada Laureline intentando que Valerian no se hunda en la melancolía nostálgica por culpa de una Galaxity desaparecida del continuo temporal. Al haber nacido ella en la Edad Media terrestre (como se vio en la primera aventura más de tres décadas atrás), no experimenta el mismo sentimiento de añoranza que su compañero, que sí es originario de Galaxity.
Mientras tanto, en la Tierra de mediados del siglo XX la multinacional Vivaxis, especializada en biotecnología y genética, despierta la ira de los Dioses de Hypsis (el Dios gruñón con aspecto de Orson Welles en “Sed de Mal”; Jesús como un hippy dominado por su padre; y el Espíritu Santo en forma de máquina tragaperras sabihonda) a causa de sus planes secretos para crear superhombres y clones inmortales que podrían rivalizar con ellos. Estos proyectos también despiertan el interés de LCF Sat, un arcángel caído de Hypsis, que ve en ellos una oportunidad para salir del infierno industrial de Punto Central en el que se ha visto obligado a ganarse la vida y reinar supremo sobre la desprevenida Tierra.
Valerian y Laureline se involucran y arbitran en el conflicto para obtener respuestas acerca de la exacta localización espacio-temporal de Galaxity. Para enfrentarse al formidable desafío conjunto que suponen esos alienígenas cuasidivinos de Hypsis y los despiadados ejecutivos de Vivaxis, reclutan la ayuda de viejos conocidos y aliados, como el científico Schroeder y el gangster Sun Rae (“La Ciudad de las Aguas Turbulentas”), los campeones de “Los Héroes del Equinoccio”, el señor Albert y los Shingouz.
Al final de la aventura, la pareja averigua que hay dos líneas temporales diferentes: una iniciada a partir del cataclismo provocado en la Tierra por Hypsis en 1986, que desembocó en una Edad Oscura de la que nació Galaxity y de la que, siglos después, ésta desapareció, deportada a un agujero negro supermasivo; la otra, creada a partir de una negociación entre la Tierra e Hypsis y que llevará a una nueva edad de oro para esa entidad.
Aunque publicados con bastantes años de diferencia (1988, 1994 y 2001), los álbumes “Fronteras Cósmicas”, “Los Círculos del Poder” y “En Tiempos Inciertos”, conforman una saga coherente que terminará concluyendo la larga andadura de Valerian y Laureline con una trilogía final compuesta por “Al Borde de la Gran Nada”, “El Orden de las Piedras” y “El Abretiempo”. Aquéllos álbumes son un claro testimonio del deseo de Christin de limpiar el “estropicio” que él mismo había provocado con la eliminación de Galaxity al término de “Los Rayos de Hypsis”. Así, “En Tiempos Inciertos”, como he apuntado, hace continuas referencias a historias anteriores e incluso trata de sintetizar algunas de ellas y desenredar la madeja en que habían ido confluyendo con el tiempo. En la edición en álbum se incluyó una doble página introductoria que mostraba una tabla cronológica en la que se ordenaba la lectura de los álbumes según se siguiera una u otra línea temporal. Tal era el nivel de complejidad narrativa que había alcanzado el universo de Valerian que ya no se podía establecer unos puntos claros de partida y llegada.
En cuanto a la valoración que puede merecer el esfuerzo de Christin, depende bastante del lector. Por una parte, tenemos un argumento delirante en el que se juegan los destinos de planetas y realidades enteras y en el que se enfrentan encarnaciones alegóricas de la Santísima Trinidad, el Diablo y una multinacional. Habrá quien quede satisfecho por la sensación de cierre de ciclo y arranque de uno nuevo, el ritmo pausado, los continuos guiños y préstamos de aventuras anteriores…
El problema es que la propia naturaleza de esta historia obliga al lector no sólo a conocer bien la ya larga saga del personaje sino a tenerla relativamente fresca en la memoria. Y esto, desde luego, alienará necesariamente a cualquier neófito que pretenda introducirse en la colección a través de este álbum o, ya puestos, varios de los publicados durante los quince años anteriores e incluidos en el Ciclo Temporal. Esto no había sido un problema en la etapa clásica, cuando podía escogerse cualquier aventura para iniciarse en el universo Valerian sin riesgo a tener la sensación de perderse con la aparición de personajes presentados tiempo atrás o la referencia a tal o cual peripecia del pasado.
Utilizando una expresión actual, este álbum es puro “fan service”, pero también confuso, enredado, lento y completamente volcado en el desenlace. El problema es que éste también es fallido. La apresurada explicación sobre las líneas temporales divergentes no sólo no queda nada clara, sino que parece un deux ex machina apurado para encajar la resolución buscada. El humor, que siempre había jugado un papel relevante aunque no central en la serie, aquí parece limitado a las poco cómicas interacciones entre los alienígenas “divinos”, que ya no resultan tan osadamente irreverentes como lo fueron en los 80. Personalmente, me hizo más gracia la idea de ese Satán esclavizado por el sistema capitalista que asciende intrigando y negociando hasta la cúpula del mismo, convirtiéndose en un diletante ejecutivo adorado por los medios: “Ahí tienen, en compañía de su encantadora asistente, al invitado de honor del Forum que reúne cada año en Suiza a los que podemos llamar los dueños del mundo. ¡Sí, ahí tienen al hombre que, partiendo de Vivaxis, ha sabido subir al rango de primera fortuna mundial! ¡Aparte de su fobia a las moscas y su pasión por los casinos, poco se sabe del hombre que encarna más que ningún otro a la triunfante globalización de la Humanidad!”.
Por otra parte y aunque esto tampoco era del todo nuevo en la colección, puede sorprender –satisfactoriamente o no, dependiendo de las expectativas- que la mayor parte de la historia se utilice para ir aproximando en rumbo de colisión a diferentes personajes y entidades de inmensa sabiduría y poder pero con convicciones e intereses muy distintos, y concluir con un anticlímax carente de suspense, acción o espectacularidad (al menos, al nivel que uno esperaría habida cuenta de los involucrados y el premio en juego).
El guion de Christin, que en su mejor época y durante mucho tiempo había brillado por su originalidad y sentido de la sátira, se limita aquí a reciclar viejas ideas y personajes. Volvemos a tener una conspiración de Hypsis contra la Tierra, la confluencia de amigos y enemigos, un acuerdo firmado in extremis que cambiará completamente el destino de la Tierra y una crítica a la avaricia y ausencia de ética del sistema capitalista equiparándolo literalmente al Diablo. El tema ya había sido abordado varias veces en la colección y aquí no se desarrolla con una particular sutileza u originalidad, aportando como única novedad la inclusión de la genética (frente a la búsqueda de fuentes de energía en el díptico “Metro Chatelet” y “Brooklyn Station) como nuevo santo grial perseguido por las multinacionales biomédicas, que en su arrogancia sueñan con crear una nueva raza de humanos equivalentes a dioses.
Se nota que Jean-Claude Mézieres disfruta dibujando a personajes veteranos por los que siente cariño, aunque hace tanto tiempo desde la última aparición de algunos de ellos que se notan ciertas modificaciones y cambios en la forma de representarlos. El guion le proporciona algunas oportunidades para lucirse con planos generales o composiciones de página más elaboradas de lo usual, pero por lo demás no destaca demasiado. De hecho, la densidad de la trama y la necesidad de Christin de encajar mucho más texto de lo habitual, obligan a Mézieres a adoptar una rejilla de página muy tradicional, encajando hasta diez viñetas por plancha y cediendo el protagonismo al texto.
Está claro que en “En Tiempos Inciertos”, con su sabor a final de viaje, Christin y Mézieres quisieron derruir todo lo que habían ido construyendo en los últimos quince años no con el fin de intentar recuperar el sabor de las aventuras añejas, sino de poner punto y final a la serie. Es, en definitiva, un preludio a la trilogía siguiente, con la que, efectivamente, Valerian y Laureline llegarán al final de su recorrido –al menos, de la mano de sus padres originales-. Por desgracia, es también una muestra de la decadencia de la colección, un álbum para el que ambos autores parecían haber agotado su inspiración.
(Sigue en la próxima entrada)
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