Philip K Dick fue un escritor excepcional y no sólo por su fértil imaginación sino por el ritmo a la que la exprimía. En solo dos años, entre 1963 y 1965, escribió una docena de novelas, lo que para cualquier otro hubiera significado un esfuerzo inasumible. “El Mundo Contra Reloj” suele aparecer listada como la decimotercera de ese frenético periodo, aunque en realidad en su origen fue un cuento titulado “Su Cita Será Ayer”, publicado en el número de agosto de 1966 de la revista “Amazing Stories”. La expansión de ese cuento a novela, ya con el título que conocemos, apareció un año después.
Dick es una categoría en sí mismo. Resulta difícil comparar sus novelas con las de cualquier otro autor de CF. Quizá no sea justo, pero hay ciertas exigencias que solemos aplicar a esos autores pero que a Dick le perdonamos, en especial que la trama tenga sentido, que los personajes estén razonablemente construidos y que la premisa sobre la que desarrolla su futuro tenga un cierto grado de verosimilitud. Pues bien, nada de esto va a encontrarse el lector en “El Mundo Contra Reloj”, lo cual no quiere decir que no sea un libro interesante. Es, simplemente, un libro de Philip K.Dick y si el lector no puede asumir su peculiar forma de entender la ficción especulativa, lo mejor es que busque en otro lado.
Además, comparada no sólo con otras novelas de Dick sino con muchas de las que se escribieron por entonces amparadas por el movimiento Nueva Ola, “El Mundo Contra Reloj” aguanta sorprendentemente bien: es rápida, divertida, extravagante y, sobre todo, no confunde al lector.
Como soporte de la historia, Dick hizo un uso muy personal de la Teoría del Big Crunch o Gran Implosión, la cual postula que, si el universo no tiene una densidad de masa crítica, su actual expansión irá deteniéndose paulatinamente hasta que todos los elementos que lo conforman comiencen el movimiento inverso, acercándose unos a otros y, finalmente, comprimiendo toda la materia en una singularidad espacio-temporal. Esta teoría databa de 1922 y a mediados de los años 60 del pasado siglo seguía considerándose como muy posible –en la actualidad, investigaciones más extensas sugieren que el universo está, de hecho, expandiéndose todavía más rápidamente de lo que se creía. En último término, la densidad del universo que determinará si ese fenómeno continuará o se invertirá depende de la llamada materia oscura-.
Inspirado, por tanto, en esa teoría, Dick la conecta con el zeitgeist de su época e imagina un thriller de tensiones raciales e intolerancia religiosa narrado con su peculiar estilo.
La trama se desarrolla en el año 1998. Debido a un extraño fenómeno bautizado como Fase Hobart, el tiempo lleva doce años discurriendo en dirección inversa. Los muertos se despiertan en sus tumbas y, tras ser desenterrados y reintegrados en la sociedad, rejuvenecen hasta convertirse en fetos. “Los que ahora estaban naciendo viejos eran los que habían muerto los últimos: mortalidades anteriores a junio de 1986. Pero, según Alex Hobart, la inversión del tiempo proseguiría abarcando un lapso de tiempo cada vez mayor; las muertes se irían invirtiendo...”
Mientras que la más famosa historia de Scott Fitzgerald, “El Curioso Caso de Benjamin Button” (1922), se centra en un individuo excepcional que nacía anciano y moría como un bebé, “El Mundo Contra Reloj” generaliza el fenómeno hasta hacerlo global y amplia el foco para examinar sus consecuencias en toda la sociedad.
El detonante de la acción es la resurrección de un importante líder religioso, el Anarca Thomas Peak. En una clara alusión a la resurrección de Cristo, este personaje se despierta sólo para descubrir que el regreso de los muertos a la vida es ahora un fenómeno cotidiano y desprovisto de significado religioso alguno. O, al menos, así lo ven los trabajadores del Vitarium Flask de Sebastian Hermes que se hacen cargo de él, uno de tantos negocios que se ocupan de detectar exdifuntos que claman desde sus tumbas, desenterrarlos antes de que vuelvan a perecer por falta de oxígeno, cuidarlos hasta que recuperan la salud y luego venderlos al mejor postor –que suelen ser los familiares, pero no siempre-.
El movimiento de defensa de la raza negra y con tintes religiosos conocido como Udi y que gobierna una secesión político-territorial de Estados Unidos, la Municipalidad Negra Libre, se da cuenta inmediatamente de la importancia de la resurrección de su antiguo líder y muestra un inmediato interés en hacerse con él. Lo que no está tan claro es si ello responde al deseo de su líder de eliminar a quien puede sustituirle o de una fe genuina en que el renacido Anarca podrá acompañar a sus seguidores a la auténtica salvación.
Y aquí comienza una retorcida intriga con el Anarca su centro y en la que se ven involucrados diversos grupos poderosos, cada uno por sus propios motivos. Quien parece va a ser el héroe de la historia es un oficial de policía llamado Joseph Tinbane que, como era el caso de otros protagonistas de las novelas de Dick, se ve involuntariamente envuelto en una serie de acontecimientos sobre los que no tiene ningún control. Impulsado por el deseo que le despierta la esposa del propietario del Vitarium, Lotta Hermes, Tinbane hace lo necesario para protegerla de quienes quieren utilizarla para descubrir el paradero del resurrecto Anarca.
Sin embargo, el auténtico protagonista resulta ser Sebastian Hermes, esposo de Lotta, dueño del Vitarium Flask, eficiente gestor y poseedor de sutiles poderes psíquicos que le permiten descubrir a los recién despertados todavía en sus tumbas. Sebastian es un resucitado y el trauma de despertar en el ataud sigue atormentándole en sus sueños. Además, la experiencia que acumula en sus dos vidas le distancia de su joven cónyuge Lotta, que aún está en su primera vida y, encima, en pleno rejuvenecimiento (la Fase Hobart afectó también los vivos).
Es Sebastian quien, ayudado por su personal de confianza, desentierra al Anarca en un estadio temprano de su resurrección –algo que es ilegal- movido por la codicia: sabe que es un personaje de inmensa relevancia por el que puede obtener una gran suma de dinero en una puja al mejor postor. Lo que no se imagina es la red de intriga política, conflicto de intereses y jugadores despiadados en la que va a quedarse pegado. Además de los Udi, los agentes de Roma (un eufemismo para el Vaticano) se mueven entre las sombras. Pero el principal adversario de todos ellos es la Bibloteca de Temas Populares, una institución gubernamental surgida a raíz de la Fase Hobart y cuya misión es la de asegurarse de destruir en el orden cronológico correcto todos los documentos existentes para de este modo no oponerse al flujo inverso del Tiempo. Tras haber acabado ya con todas las obras escritas por el Anarca, su Consejo no está de ninguna manera dispuesto a que retome su labor predicadora y literaria una vez renacido, lo que significaría perder su control sobre un país fragmentado. Por tanto, no duda en recurrir a la manipulación, la coerción e incluso el asesinato con tal de silenciar definitivamente al Anarca.
Hay más personajes que entran y salen de la historia, cada uno de ellos con sus propias razones para participar en ella, pero no abundaré más en el desarrollo de la trama, sobre todo porque resultaría un ejercicio que fácilmente confundiría al lector de estas palabras y quizá lo desanimaría a darle una oportunidad a esta novela. El meollo de “El Mundo Contra Reloj” es una emocionante, compleja, rápida y divertida serie de acontecimientos repletos de giros y crítica social.
“El Mundo Contra Reloj” funciona porque limita su foco a un par de conceptos clave y los desarrolla hasta alcanzar su potencial. Como he dicho, el centro de la trama y la razón tras los actos de los personajes es el Anarca Thomas Peak, un misterioso individuo que representa un concepto más fuerte que la vida, una especie de consciencia colectiva que despierta de un largo sueño. El policía Joseph Tinbane y el empresario Sebastian Hermes son conscientes de la importancia del líder religioso y actúan de acuerdo a ese conocimiento. Pero en cuanto a por qué el resto del reparto se muestra tan nervioso al respecto, el lector sólo puede especular. En un mundo en el que el Tiempo se mueve hacia atrás y las leyes físicas –al menos, algunas de ellas- están cabeza abajo, cualquier cosa es posible. Los paralelismos entre el Anarca y Jesús son evidentes y bien podría ser que Philip K. Dick quisiera utilizar al personaje como herramienta para comentar el valor económico de la espiritualidad, ya que todas las partes interesadas se enzarzan en una guerra de ofertas dinerarias para hacerse con la propiedad de este símbolo espiritual.
En este plano es donde encontramos el que quizá sea el momento más irónico de la novela. Cuando representantes de los tres grupos interesados se reúnen para negociar la propiedad legítima del cuerpo del Anarca, Dick pone en juego toda su maestría del absurdo. Un robot llamado Carl Gantrix se lanza a un divertido discurso teológico sobre la naturaleza del alma humana y en un punto determinado afirma:
“Tenemos que determinar y ponernos de acuerdo en qué preciso momento entra el alma en el cadáver que yace bajo tierra. ¿En el momento en que lo desentierran? ¿Cuando se oye por vez primera su voz pidiendo ayuda? ¿Cuando se registra el primer latido del corazón? ¿Cuando se ha formado todo el tejido cerebral? En opinión del Udi, el alma entra en el cuerpo cuando ha habido una total regeneración celular, lo cual sería inmediatamente anterior al primer latido de corazón”.
Otro concepto que sobresale en la novela es el de la Biblioteca, el principal villano de la historia. El papel que desempeñan los Errads, el núcleo duro de esa institución, recuerda al imaginado por Orwell en su inmortal “1984” (1949) para el Ministerio de la Verdad. Aunque la gente puede seguir acudiendo a sus instalaciones en busca de conocimiento, el trato que reciben es frio o incluso hostil. Y es que su función primordial, como ya dije, no es la de preservar el legado cultural sino todo lo contrario. En lugar de escribir el futuro, borra el pasado y, de este modo, controla la percepción que la sociedad tiene de la realidad.
Por otro lado, en vez de ser una rama menor y pobremente financiada del gobierno, la Biblioteca es una entidad con abundantes recursos, independencia de acción e influencia política. Dick la utiliza para subrayar el poder que otorga el control de la información en un gobierno centralizado. En muchos sentidos, la Biblioteca es una corrosiva sátira del papel que juega el gobierno en nuestras sociedades industrializadas. Para esa institución, el fin justifica los medios y su utilización de la astucia, la traición y el engaño en defensa de sus propios intereses resulta, cuanto menos, inquietante. Y esos intereses, claro, son la conservación e incremento de su propio poder, lo que pasa por mantener a la población dividida y obsesionada por el individualismo. La irrupción de una figura religiosa que pueda aunar conciencias amenaza su estructura de poder.
Aunque los procedimientos sean diferentes –una sola institución gubernamental, la Biblioteca, frente a una multiplicidad de plataformas privadas como los medios de comunicación y las redes sociales- el lector moderno se sorprenderá al descubrir que “El Mundo Contra Reloj” tiene mucho que decir sobre los problemas actuales para diferenciar lo real de lo falso.
El desconcertante fenómeno que es la Fase Hobart añade un giro único a “El Mundo Contra Reloj”. De hecho, no sería raro que un lector poco o nada familiarizado con estas peculiares ideas salidas de la fértil imaginación de Dick tenga dificultades para asumir la premisa de la historia, dado que lo más frecuente al imaginar el tiempo discurriendo en sentido contrario al habitual es visualizarlo todo, objetos, fenómenos, conversaciones, acontecimientos… “deshaciéndose”, como si se viera una película hacia atrás.
Pero no es eso exactamente lo que sucede en la novela o, al menos, no siempre y en todos los casos. Efectivamente, tenemos momentos como esos en los que los personajes regurgitan los alimentos en vez de ingerirlos (lo que ha convertido el acto de comer en algo privado en vez de acontecimiento social), saliendo del cuerpo frescos y sin digerir, listos para colocarlos en el frigorífico primero antes de llevarlos a la tienda después. Los cigarrillos se “desfuman” a partir de la colilla. Las conversaciones empiezan con “Adiós” y terminan con “Hola”. La palabra malsonante “culo” se ha sustituido por “boca” y “mierda” es ahora “comida”. Pero todo el resto, incluyendo las conversaciones y la sucesión de actos que conforman la trama, sigue moviéndose en una dirección reconocible.
Lo más chocante, claro, son los cadáveres que se recomponen y vuelven a la vida en sus tumbas. Si son desenterrados, rejuvenecen en lugar de envejecer hasta que se ven obligados a encontrar el útero de una mujer en el que introducirse y fundirse en su cuerpo. Estos “renacidos” se mezclan con aquellos que aún están en su primera vida –y que, por tanto envejecen con el transcurso del tiempo- , conformando una mezcla social interesante. Quizá el principal fallo en la construcción de ese peculiar mundo que nos ofrece Dick es que, si todo el mundo supiera que acabaría volviendo a la vida, haría los preparativos necesarios para no ser enterrado a mucha profundidad o disponer de algún tipo de cámara bien ventilada y monitorizada.
Esta premisa supone un desafío conceptual en el que Dick prefiere no profundizar demasiado, consciente de lo problemático que sería tratar de explicarlo con un mínimo de coherencia. Así que decide utilizarlo sobre todo como herramienta irónica, por ejemplo, en toda la situación relacionada con Ann Fisher y su “necesidad biológica” de copular con un hombre nueve meses después de que un bebé “regresara” a su útero…
En lo que se refiere a la trama propiamente dicha, el único papel que desempeña esta anomalía temporal es crear las circunstancias para que un líder religioso del pasado vuelva a la vida no por intervención divina sino a causa de un fenómeno físico. Como ya he dicho, en un mundo en el que todos los días “resucitan” cientos o miles de muertos por todo el planeta sin que haya conexión o intervención religiosa aparente, no hay razón para que el regreso de un líder espiritual sea visto como algo excepcional, una señal divina. Este sentimiento se explicita en la conversación que mantienen el cínico y pragmático Bob Lindy (uno de los empleados de Sebastian Hermes) y el Anarca recién despertado:
“—Luego Alex Hobart tenía razón —dijo el Anarca— Yo contaba con gente que así lo creía, esperaban mi retorno —sonrió con sonrisa inocente y entusiasta—. Creí que era algo grandioso por su parte. Me pregunto si aun vivirán.
—Seguro —dijo Lindy—, o a punto de renacer. ¿No lo entiende? Si cree que el hecho de que usted haya renacido tiene algún significado, se equivoca, quiero decir que no tiene ningún significado religioso, ahora es un fenómeno muy natural”.
Dick explora las complejidades, problemas e ironías que acompañarían a una situación tan extraña. Entre ellas, el tema racial.
En agosto de 1965 se produjeron en Los Ángeles, en el barrio de Watts, con una composición étnica mayoritariamente negra, unos graves disturbios que conmocionaron al país. Murieron 34 personas, ardieron millones de dólares en propiedades y hubieron de movilizarse miles de efectivos de la Guardia Nacional para controlar la revuelta, cuyo origen había estado en el maltrato de unos policías a un conductor ebrio de raza negra que se resistió al arresto. Dick imaginó un escenario en el que las tensiones raciales resultaron en una secesión política y territorial. Así, en el futuro que nos describe, Los Angeles es parte de una nación mayormente blanca llamada Estados Unidos Occidentales mientras que los negros viven en la Municipalidad Negra Libre, la cual, nos dice el autor, incluye también a Kansas City.
Sin embargo, aunque esa coyuntura nos hace pensar en el moderno movimiento de Black Lives Matter, lo cierto es que las relaciones raciales del Estados Unidos real guardan poca o ninguna semejanza con los grupos y dinámicas que se describen en “El Mundo Contra Reloj”. El único comentario al respecto que parece subrayar Dick es que los blancos son la raza racional, empírica y lógica, mientras que los negros se unen intuitivamente en una comunidad a través de lazos religiosos.
El Anarca Thomas Peak vendría a ser parte Martin Luther King, parte Gandhi y parte Jesucristo resurrecto. Inicialmente, parece que va a desarrollarse un conflicto entre el renacido Peak y el actual lider de la religión Udi que aquél fundó, Ray Roberts, alguien que vendría a ser una suerte de Malcolm X. Pero no es así. El carisma y presencia de Peak son tan poderosos, no sólo como líder y ser humano sino gracias a las habilidades mentales que le permiten aparecerse en los sueños de otros, que Roberts no puede sino hacerse a un lado y agradecer el regreso de su predecesor.
En cualquier caso, el tema racial no es el foco de la novela, más interesada en la intriga política y la parábola religiosa. De hecho, aunque los difuntos han estado resucitando desde hace una década, el caso de Peak parece revestir un interés especial precisamente por su intenso sentimiento religioso. Su desesperada ansia por transmitir sus pensamientos antes de que lo encuentren y asesinen, y que éstos sean registrados evitando su erradicación por la Biblioteca, podría ser análoga a lo que Jesús y sus seguidores experimentaron hace dos mil años. Además, Dick comienza cada capítulo con una oscura cita de un filósofo religioso medieval referida a la naturaleza de Dios.
Por otra parte, los personajes son en todo momento consistentes con sus respectivas personalidades y sus motivaciones son claras y lógicas, algo que no siempre ocurría en las novelas de Dick. Eso sí, actúan frecuentemente de acuerdo a pautas que los aficionados a la obra del autor podrán reconocer: Lotta Hermes y su relación extramatrimonial con Joseph Tinbane; las neurosis empresariales de Sebastian Hermes; la irresistible mujer fatal que encarna Ann Fisher… Aunque sale abruptamente de la trama en el último tercio, el oficial Tinbane sería la figura más identificable con el arquetipo heroico, alguien que utiliza el amor (o el deseo, nunca llega a quedar del todo claro) como justificación para engañar a su esposa, desobedecer a sus superiores y verse involucrado en una situación que no está en disposición de controlar. El conflicto moral entre sus deberes profesionales y sus valores morales es algo presente en otras novelas de Dick, como “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” (1968).
Como suele ser habitual en la CF de Dick, tanto la premisa de partida (la Fase Hobart) como los variados elementos de CF que se incluyen en la historia son retratados de forma rápida y somera; y cuando intervienen directamente en la trama, lo hacen sin que se aporte ninguna información adicional al respecto, como es el caso de las armas (esas granadas de LSD sólo las podría haber imaginado Dick), los vehículos voladores, los androides o esa bebida no especificada, el sogum, que, aunque suena como una combinación de refresco energético y droga, claramente tiene algo que ver con los excrementos.
Lo primordial para Dick no eran los detalles de la la física, la química o la mecánica de los artilugios futuristas sino el ritmo de la narración (en este caso, comprimida temporalmente en tan solo un par de días). Lo relevante en su literatura no es tanto el destino como el camino, un viaje de descubrimiento que se mueve a través de la religión, las drogas, las luchas por el poder y la paranoia. Todo esto ha contribuido a que la novela no envejezca tanto como uno podría pensar y que –dentro de la extrañeza que despierta la premisa- sea más verosímil que otros libros del mismo autor.
“El Tiempo Contra Reloj” no es probablemente la mejor puerta de entrada al universo literario de Dick, pero sólo porque puede requerir cierto esfuerzo asimilar la extravagante premisa y el personal y anárquico estilo narrativo del escritor. Pero si el lector ya está familiarizado con su forma de enfocar la narración, encontrará aquí una obra con toda la excentricidad, originalidad y desatada imaginación que los aficionados a Dick tanto aprecian.
Limitado en extensión (apenas supera las doscientas páginas) pero rico en sucesos e ideas singulares engarzadas con un ritmo muy dinámico, es un libro que recoge muchas de las preocupaciones y temas que caracterizaron su obra: el sentido de la vida; la conciencia colectiva; el papel e intrigas del gobierno y los grupos de poder; la muerte y su posible reversibilidad; la religión… En él Dick utiliza como ingrediente básico un mundo basado en las intrigas políticas y religiosas de alto nivel y añade luego generosas dosis de ironía, teología y ciencia imposible para crear una novela tan extraña como sólo él podría imaginar. A pesar de sus defectos (comunes a otros de sus trabajos, como la falta de detalles o profundidad de la trama y una extensión demasiado breve para la complejidad de los temas que introduce), “El Mundo Contra Reloj” es un libro muy disfrutable que, bajo la fachada de un thriller de sabor pulp adornado con ideas maravillosas, esconde un interesante análisis teológico y político.
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