A finales del siglo XXI, una humanidad unida políticamente se halla inmersa en la expansión colonial por la galaxia cuando en su camino se interpone otra especie inteligente, los Dracos -apodados Dracs-, de aspecto reptiliano y que resultan competir por la ocupación de un sistema estelar rico en recursos. La consecuencia es una amarga guerra entre ambas especies. Durante el ataque drac a una estación espacial humana, el piloto de caza Willis Davidge (Dennis Quaid), sediento de sangre tras la muerte de sus compañeros en la batalla, persigue a una nave enemiga hasta la atmósfera de un inhóspito y alejado planeta, Fyrine IV, donde ambos acaban estrellándose.
Tanto Davidge como el piloto draconiano, Jeriba Shigan
(Louis Gossett Jr), sobreviven y aunque al principio tratan de acabar el uno
con el otro, pronto se dan cuenta de que deben dejar a un lado sus prejuicios y
diferencias y colaborar si no quieren sucumbir ante los muchos peligros del
planeta y que van desde monstruos subterráneos a lluvias de meteoritos. Así, con
el transcurso de los meses y años, de una inestable alianza de conveniencia,
pasan a desarrollar una auténtica amistad, aprendiendo el idioma y la cultura
del otro.
“Enemigo Mío”, adaptación de una novela corta de Barry
Longyear ganadora de los premios Hugo y Nébula en 1979, es una historia de
supervivencia, superación de los prejuicios culturales y amistad, cuyas buenas
intenciones se ven lastradas por un guion poco afortunado y una realización
pretenciosa que no supera lo mediocre. No es que la película haya envejecido
mal, sino que nació vieja. Y el problema no reside únicamente en la
cuestionable calidad de los decorados y efectos especiales, que rayan en la
serie B o incluso el amateurismo (por ejemplo, el monstruo de las arenas, copia
pobre del pozo de Sarlacc de “El Retorno del Jedi” (1983); o las naves del
comienzo, con un diseño calcado del de “Battlestar Galáctica” (1978)).
Los problemas de esta producción empezaron a gestarse desde
su mismo comienzo. Empezó a rodarse en las islas Vestmann, de origen volcánico,
en Islandia, bajo la dirección de Richard Loncraine, que había firmado otras
películas como la adaptación de la historia de fantasmas de Peter Straub, “The
Haunting of Julia” (1977); y la adaptación de Dennis Potter “Brimstone and Treacle”
(1982). Debido a esas siempre socorridas “diferencias creativas”, Loncraine fue
despedido y la producción paralizada hasta que un año más tarde, cuando el
recién nombrado director de producción de la 20th Century Fox, Lawrence Gordon
(además de dar luz verde a otros títulos como “Comando”, 1985, “Golpe en la
Pequeña China”, 1986, “La Joya del Nilo, 1985 o “Aliens”, 1986) reactivó
“Enemigo Mío”. Esa decisión obedeció sobre todo a motivos económicos: Dennis
Quaid y Louis Gossett Jr estaban bajo carísimos contratos del estudio y había
que aprovechar ese dinero de alguna forma. De hecho, de los 17 millones de
dólares que había gastado ya Richard Loncraine, la mayor parte habían ido a
parar, además de a la construcción de decorados, a pagar a los actores.
Tras ofrecerle el proyecto a Terry Gilliam (que lo rechazó
para encargarse de “Brazil”), el director finalmente elegido fue el alemán
Wolfgang Petersen, que en ese punto estaba alcanzando fama internacional
gracias a dos películas muy diferentes: el drama bélico “El Submarino” (1981) y
la fantasía de “La Historia Interminable” (1984). Petersen hizo reescribir el
guion y reconstruir los decorados, empezando a rodar de cero en unos estudios
de Munich. Las escenas de exteriores, por su parte, se filmaron en Lanzarote.
También rediseñó el traje y maquillaje de Louis Gossett Jr (para cuya
aplicación eran necesarias cuatro horas diarias) con el fin de acercarlo más al
personaje descrito por Barry Longyear en su novela. Con todo ello, Petersen
añadió otros 23 millones al presupuesto inicial, lo que ya situaba a la
película en la primera división del cine fantástico, al menos en lo que a
inversión se refiere.
Viendo el resultado final, uno puede preguntarse si mereció
la pena todo ese esfuerzo. Para empezar, “Enemigo Mío” distó de ser el éxito
que todo el mundo había esperado y su recaudación fue desastrosa (12 millones
de dólares en todo el mundo sobre un presupuesto de 40). Tampoco nadie la alabó
como un producto original porque recordaba demasiado a “Infierno en el
Pacífico” (1968), de John Boorman, en la que Lee Marvin y Toshiro Mifune
interpretaban a dos pilotos en la Segunda Guerra Mundial, uno americano y otro
japonés, cuyos aviones eran derribados y llegaban a una isla desierta,
colaborando para sobrevivir y escapar del lugar. No es extraño que, ignorando
la fuente literaria original, muchos vieran “Enemigo Mío” como un simple remake
de esa cinta bélica, cambiando la jungla y el océano por un entorno volcánico
extraterrestre y unas prótesis de látex.
Uno de los problemas de la película reside en el nivel de
suspensión de incredulidad que exige al lector. Hay una escena en la que
Davidge recibe un disparo en el pecho y es declarado muerto por un equipo de
exploración, pero algún tiempo después, en la estación espacial, justo a punto
de ser cremado, vuelve a la vida súbitamente y sin explicación aparente. Luego,
ya afeitado, duchado, con el pelo corto y vestido con ropas limpias por primera
vez en años, es reconocido inmediatamente por el mismo hombre que le disparó
cuando sus rasgos apenas eran reconocibles bajo las greñas, la suciedad y los
andrajos. Por no hablar del ridículo final, en el que los militares deciden
olvidar tanto su tolerancia hacia los mineros esclavistas como la propia guerra
contra los dracs para adoptar el papel de la caballería cabalgando al rescate
en el último momento (en la novela, Davidge regresaba a la sociedad humana, se
establecía un alto el fuego en la guerra y luego tenía que encontrar la forma
de viajar al planeta Drac para reencontrarse con su “hijo”).
Pero, en la opinión de quien esto escribe, el factor que
hace que “Enemigo Mío” sea una cinta difícil de disfrutar -hoy y en el momento
de su estreno, a tenor de las reacciones de crítica y público-, no es tanto el
apartado técnico (que puede soslayarse si la historia es lo suficientemente
absorbente) ni las casualidades e implausibilidades científicas (habituales en
tantísimas películas y series de CF). No, el principal problema reside en otra
parte.
El evidente propósito de la historia es subrayar la
importancia de la solidaridad entre seres inteligentes, en principio con la
meta de sobrevivir en un entorno hostil; pero más allá de eso, cuando los
protagonistas aprenden a olvidar las diferencias superficiales y encontrar
puntos en común, se enriquecen personalmente con nuevos puntos de vista,
aprenden a respetarse mutuamente, se hacen compañía, prestan apoyo moral y se salvan
la vida uno al otro. Por desgracia, ambos personajes alcanzan el acuerdo y la
armonía demasiado rápidamente. Ni Petersen ni el guionista Edward Khmara se
molestan en aprovechar el conflicto potencial derivado del choque de los
diferentes trasfondos sociales, culturales, religiosos y psicológicos de ambos
protagonistas y no van más allá de exponer una apología sentimental de la
armonía interracial. Incluso se sienten en la necesidad de recalcar el te
ma
introduciendo una subtrama con unos malvados mineros humanos que esclavizan
dracs (de hecho, el título tiene doble sentido dado que, en inglés, “Mine” es
tanto un posesivo como el sustantivo “Mina”)
Más allá de darle a Jeriba la peculiar característica
biológica de autofecundarse sexualmente, su especie es decepcionantemente
parecida a los humanos. No sólo son antropomorfos sino que duermen, comen y
lidian con las temperaturas ambientales igual que nosotros. Por mucho que Louis
Gossett Jr. se esfuerce en hablar gorgoteando, es difícil verlo como otra cosa
que un actor con un traje de goma, lentillas y prótesis de látex. De hecho, de
haber sido Jeriba un piloto japonés en lugar de un alienígena, poca diferencia
habría existido en la dinámica de ambos. El guionista no supo imaginar cómo el
lenguaje, la tecnología o la mentalidad humanos podrían haber evolucionado en
cien años. Los diálogos ya parecían viejos en 1985 e incluso se siguen
utilizando pistolas con balas (la que lleva Davidge en particular, parece un
colt 22 diseñado para mujeres del siglo XIX). Resulta decepcionante que se
compren los derechos de una historia multipremiada por la comunidad de
aficionados de la CF para luego prescindir de prácticamente todo lo que hace de
esa ficción algo propio del género.
Edward Khmana había escrito aquel mismo año el guion de la
fantasía romántica medieval “Lady Halcón”, pero está claro que la CF se le daba
bastante peor. Las distancias interestelares son irrelevantes y la guerra se
expone como si fuera una mera disputa territorial entre islas. La voz en off
que acompaña la apertura de la película nos informa de que la guerra entre los
humanos y los dracs es por los planetas habitables e, irónicamente, dos
representantes de ambas razas acaban náufragos en un planeta que se nos quiere
presentar como infernal; pero lo cierto es que Fyrine IV no parece más
inhóspito que algunas zonas remotas de la Tierra, como Noruega o Islandia. De
hecho, los pilotos necesitan trajes presurizados para pilotar sus respectivas
naves pero pueden respirar y sobrevivir bien en la superficie del planeta.
Petersen (que ha fallecido en este año 2022), llegaría a
ser un director reputado en el cine mainstream de Hollywood gracias a títulos
como “En la Línea de Fuego” (1993), “Estallido” (1995), “Air Force One” (1997),
“La Tormenta Perfecta” (2000), “Troya” (2004) o “Poseidón” (2006). Todas ellas
son películas muy entretenidas, técnicamente bien realizadas y con un buen
equilibrio entre acción y caracterización. Pero en “Enemigo Mío” no vemos
todavía a ese sólido realizador que se convertiría en el futuro. No es capaz de
manipular el guion para generar auténtico drama, con la posible excepción del
climax y las “embarazosas” escenas de la gestación y alumbramiento de Jeriba.
Esto en parte es debido a su tendencia a filmarlo todo con planos amplios para
que el espectador pueda apreciar el dinero que se invirtió en los claramente
artificiales decorados. Cuando los primeros planos escasean, se hace más
difícil captar la complicidad del espectador con los personajes y mantener vivo
el drama, especialmente cuando la película se ve en una pantalla de televisión,
donde la acción parece desarrollarse a una borrosa distancia.
Dennis Quaid repite en el papel con el que tanto se prodigó
por entonces, el mismo piloto caradura, varonil, encantador pero impulsivo
hasta la insensatez que también le vimos interpretar en, por ejemplo, “El Chip Prodigioso” (1987). Su personaje, desde luego, es el que tiene el arco
principal de evolución, atemperando su carácter gracias al contacto con su
compañero náufrago y desprendiéndose del cinismo y la violencia con el que se
nos lo había presentado. En el último tercio se transforma en una especie de
berserker obsesionado por la responsabilidad hacia el legado biológico de
Jeriba y al que no detienen ni sus responsabilidades militares, ni sus amigos
humanos ni los malvados mineros que retienen cautivo al objeto de su amor (un
final, ya lo dije, muy alejado del relato y que sin duda estuvo influido por el
éxito de “Rambo II”, estrenado seis meses antes). Por su parte, Louis Gossett
Jr consigue que su interpretación atraviese las espesas capas de maquillaje y
prótesis, lo cual es ya de por sí todo un mérito.
Habida cuenta de los resultados creativos y económicos
cosechados, nadie ha pensado en hacer una nueva versión o secuela de “Enemigo
Mío”. Sí existen, sin embargo, dos interesantes variaciones sobre el mismo tema:
la barata “Enemy Mind” (2010) y “Hunter Prey” (2010), que toman prestada igual premisa
de dos enemigos humanos que se han estrellado en un planeta. Lo que sí hizo
Longyear es, aprovechando el estreno de la película, ampliar el relato a novela
y publicar dos secuelas, las cuales no he tenido oportunidad de leer.
“Enemigo Mío” es una película que defiende la tolerancia y la cooperación con una historia que busca conmover al espectador, pero cuyo mensaje es articulado con decepcionante torpeza y escaso atractivo visual. Y es una pena, porque el tema que aborda es, desgraciadamente, atemporal: cómo la ignorancia del otro y los prejuicios llevan a una guerra contra una cultura diferente de la que se sabe muy poco, pero cuyos miembros tienen más en común con nosotros de lo que estamos dispuestos a admitir. Puede que Petersen identificara esa situación con la Guerra Fría, pero desafortunadamente ha vuelto a darse una y otra vez en las últimas décadas.
Yo la vi de noveny me gusto
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