domingo, 11 de diciembre de 2022

1985- ENEMIGO MÍO – Wolfgang Petersen

A finales del siglo XXI, una humanidad unida políticamente se halla inmersa en la expansión colonial por la galaxia cuando en su camino se interpone otra especie inteligente, los Dracos -apodados Dracs-, de aspecto reptiliano y que resultan competir por la ocupación de un sistema estelar rico en recursos. La consecuencia es una amarga guerra entre ambas especies. Durante el ataque drac a una estación espacial humana, el piloto de caza Willis Davidge (Dennis Quaid), sediento de sangre tras la muerte de sus compañeros en la batalla, persigue a una nave enemiga hasta la atmósfera de un inhóspito y alejado planeta, Fyrine IV, donde ambos acaban estrellándose.

 

Tanto Davidge como el piloto draconiano, Jeriba Shigan (Louis Gossett Jr), sobreviven y aunque al principio tratan de acabar el uno con el otro, pronto se dan cuenta de que deben dejar a un lado sus prejuicios y diferencias y colaborar si no quieren sucumbir ante los muchos peligros del planeta y que van desde monstruos subterráneos a lluvias de meteoritos. Así, con el transcurso de los meses y años, de una inestable alianza de conveniencia, pasan a desarrollar una auténtica amistad, aprendiendo el idioma y la cultura del otro.

 

“Enemigo Mío”, adaptación de una novela corta de Barry Longyear ganadora de los premios Hugo y Nébula en 1979, es una historia de supervivencia, superación de los prejuicios culturales y amistad, cuyas buenas intenciones se ven lastradas por un guion poco afortunado y una realización pretenciosa que no supera lo mediocre. No es que la película haya envejecido mal, sino que nació vieja. Y el problema no reside únicamente en la cuestionable calidad de los decorados y efectos especiales, que rayan en la serie B o incluso el amateurismo (por ejemplo, el monstruo de las arenas, copia pobre del pozo de Sarlacc de “El Retorno del Jedi” (1983); o las naves del comienzo, con un diseño calcado del de “Battlestar Galáctica” (1978)).

 

Los problemas de esta producción empezaron a gestarse desde su mismo comienzo. Empezó a rodarse en las islas Vestmann, de origen volcánico, en Islandia, bajo la dirección de Richard Loncraine, que había firmado otras películas como la adaptación de la historia de fantasmas de Peter Straub, “The Haunting of Julia” (1977); y la adaptación de Dennis Potter “Brimstone and Treacle” (1982). Debido a esas siempre socorridas “diferencias creativas”, Loncraine fue despedido y la producción paralizada hasta que un año más tarde, cuando el recién nombrado director de producción de la 20th Century Fox, Lawrence Gordon (además de dar luz verde a otros títulos como “Comando”, 1985, “Golpe en la Pequeña China”, 1986, “La Joya del Nilo, 1985 o “Aliens”, 1986) reactivó “Enemigo Mío”. Esa decisión obedeció sobre todo a motivos económicos: Dennis Quaid y Louis Gossett Jr estaban bajo carísimos contratos del estudio y había que aprovechar ese dinero de alguna forma. De hecho, de los 17 millones de dólares que había gastado ya Richard Loncraine, la mayor parte habían ido a parar, además de a la construcción de decorados, a pagar a los actores.

 

Tras ofrecerle el proyecto a Terry Gilliam (que lo rechazó para encargarse de “Brazil”), el director finalmente elegido fue el alemán Wolfgang Petersen, que en ese punto estaba alcanzando fama internacional gracias a dos películas muy diferentes: el drama bélico “El Submarino” (1981) y la fantasía de “La Historia Interminable” (1984). Petersen hizo reescribir el guion y reconstruir los decorados, empezando a rodar de cero en unos estudios de Munich. Las escenas de exteriores, por su parte, se filmaron en Lanzarote. También rediseñó el traje y maquillaje de Louis Gossett Jr (para cuya aplicación eran necesarias cuatro horas diarias) con el fin de acercarlo más al personaje descrito por Barry Longyear en su novela. Con todo ello, Petersen añadió otros 23 millones al presupuesto inicial, lo que ya situaba a la película en la primera división del cine fantástico, al menos en lo que a inversión se refiere.

 

Viendo el resultado final, uno puede preguntarse si mereció la pena todo ese esfuerzo. Para empezar, “Enemigo Mío” distó de ser el éxito que todo el mundo había esperado y su recaudación fue desastrosa (12 millones de dólares en todo el mundo sobre un presupuesto de 40). Tampoco nadie la alabó como un producto original porque recordaba demasiado a “Infierno en el Pacífico” (1968), de John Boorman, en la que Lee Marvin y Toshiro Mifune interpretaban a dos pilotos en la Segunda Guerra Mundial, uno americano y otro japonés, cuyos aviones eran derribados y llegaban a una isla desierta, colaborando para sobrevivir y escapar del lugar. No es extraño que, ignorando la fuente literaria original, muchos vieran “Enemigo Mío” como un simple remake de esa cinta bélica, cambiando la jungla y el océano por un entorno volcánico extraterrestre y unas prótesis de látex.

 

Uno de los problemas de la película reside en el nivel de suspensión de incredulidad que exige al lector. Hay una escena en la que Davidge recibe un disparo en el pecho y es declarado muerto por un equipo de exploración, pero algún tiempo después, en la estación espacial, justo a punto de ser cremado, vuelve a la vida súbitamente y sin explicación aparente. Luego, ya afeitado, duchado, con el pelo corto y vestido con ropas limpias por primera vez en años, es reconocido inmediatamente por el mismo hombre que le disparó cuando sus rasgos apenas eran reconocibles bajo las greñas, la suciedad y los andrajos. Por no hablar del ridículo final, en el que los militares deciden olvidar tanto su tolerancia hacia los mineros esclavistas como la propia guerra contra los dracs para adoptar el papel de la caballería cabalgando al rescate en el último momento (en la novela, Davidge regresaba a la sociedad humana, se establecía un alto el fuego en la guerra y luego tenía que encontrar la forma de viajar al planeta Drac para reencontrarse con su “hijo”).

 

Pero, en la opinión de quien esto escribe, el factor que hace que “Enemigo Mío” sea una cinta difícil de disfrutar -hoy y en el momento de su estreno, a tenor de las reacciones de crítica y público-, no es tanto el apartado técnico (que puede soslayarse si la historia es lo suficientemente absorbente) ni las casualidades e implausibilidades científicas (habituales en tantísimas películas y series de CF). No, el principal problema reside en otra parte.

 

El evidente propósito de la historia es subrayar la importancia de la solidaridad entre seres inteligentes, en principio con la meta de sobrevivir en un entorno hostil; pero más allá de eso, cuando los protagonistas aprenden a olvidar las diferencias superficiales y encontrar puntos en común, se enriquecen personalmente con nuevos puntos de vista, aprenden a respetarse mutuamente, se hacen compañía, prestan apoyo moral y se salvan la vida uno al otro. Por desgracia, ambos personajes alcanzan el acuerdo y la armonía demasiado rápidamente. Ni Petersen ni el guionista Edward Khmara se molestan en aprovechar el conflicto potencial derivado del choque de los diferentes trasfondos sociales, culturales, religiosos y psicológicos de ambos protagonistas y no van más allá de exponer una apología sentimental de la armonía interracial. Incluso se sienten en la necesidad de recalcar el tema introduciendo una subtrama con unos malvados mineros humanos que esclavizan dracs (de hecho, el título tiene doble sentido dado que, en inglés, “Mine” es tanto un posesivo como el sustantivo “Mina”)

 

Más allá de darle a Jeriba la peculiar característica biológica de autofecundarse sexualmente, su especie es decepcionantemente parecida a los humanos. No sólo son antropomorfos sino que duermen, comen y lidian con las temperaturas ambientales igual que nosotros. Por mucho que Louis Gossett Jr. se esfuerce en hablar gorgoteando, es difícil verlo como otra cosa que un actor con un traje de goma, lentillas y prótesis de látex. De hecho, de haber sido Jeriba un piloto japonés en lugar de un alienígena, poca diferencia habría existido en la dinámica de ambos. El guionista no supo imaginar cómo el lenguaje, la tecnología o la mentalidad humanos podrían haber evolucionado en cien años. Los diálogos ya parecían viejos en 1985 e incluso se siguen utilizando pistolas con balas (la que lleva Davidge en particular, parece un colt 22 diseñado para mujeres del siglo XIX). Resulta decepcionante que se compren los derechos de una historia multipremiada por la comunidad de aficionados de la CF para luego prescindir de prácticamente todo lo que hace de esa ficción algo propio del género. 

 

Edward Khmana había escrito aquel mismo año el guion de la fantasía romántica medieval “Lady Halcón”, pero está claro que la CF se le daba bastante peor. Las distancias interestelares son irrelevantes y la guerra se expone como si fuera una mera disputa territorial entre islas. La voz en off que acompaña la apertura de la película nos informa de que la guerra entre los humanos y los dracs es por los planetas habitables e, irónicamente, dos representantes de ambas razas acaban náufragos en un planeta que se nos quiere presentar como infernal; pero lo cierto es que Fyrine IV no parece más inhóspito que algunas zonas remotas de la Tierra, como Noruega o Islandia. De hecho, los pilotos necesitan trajes presurizados para pilotar sus respectivas naves pero pueden respirar y sobrevivir bien en la superficie del planeta.

 

Petersen (que ha fallecido en este año 2022), llegaría a ser un director reputado en el cine mainstream de Hollywood gracias a títulos como “En la Línea de Fuego” (1993), “Estallido” (1995), “Air Force One” (1997), “La Tormenta Perfecta” (2000), “Troya” (2004) o “Poseidón” (2006). Todas ellas son películas muy entretenidas, técnicamente bien realizadas y con un buen equilibrio entre acción y caracterización. Pero en “Enemigo Mío” no vemos todavía a ese sólido realizador que se convertiría en el futuro. No es capaz de manipular el guion para generar auténtico drama, con la posible excepción del climax y las “embarazosas” escenas de la gestación y alumbramiento de Jeriba. Esto en parte es debido a su tendencia a filmarlo todo con planos amplios para que el espectador pueda apreciar el dinero que se invirtió en los claramente artificiales decorados. Cuando los primeros planos escasean, se hace más difícil captar la complicidad del espectador con los personajes y mantener vivo el drama, especialmente cuando la película se ve en una pantalla de televisión, donde la acción parece desarrollarse a una borrosa distancia.

 

Dennis Quaid repite en el papel con el que tanto se prodigó por entonces, el mismo piloto caradura, varonil, encantador pero impulsivo hasta la insensatez que también le vimos interpretar en, por ejemplo, “El Chip Prodigioso” (1987). Su personaje, desde luego, es el que tiene el arco principal de evolución, atemperando su carácter gracias al contacto con su compañero náufrago y desprendiéndose del cinismo y la violencia con el que se nos lo había presentado. En el último tercio se transforma en una especie de berserker obsesionado por la responsabilidad hacia el legado biológico de Jeriba y al que no detienen ni sus responsabilidades militares, ni sus amigos humanos ni los malvados mineros que retienen cautivo al objeto de su amor (un final, ya lo dije, muy alejado del relato y que sin duda estuvo influido por el éxito de “Rambo II”, estrenado seis meses antes). Por su parte, Louis Gossett Jr consigue que su interpretación atraviese las espesas capas de maquillaje y prótesis, lo cual es ya de por sí todo un mérito.

 

Habida cuenta de los resultados creativos y económicos cosechados, nadie ha pensado en hacer una nueva versión o secuela de “Enemigo Mío”. Sí existen, sin embargo, dos interesantes variaciones sobre el mismo tema: la barata “Enemy Mind” (2010) y “Hunter Prey” (2010), que toman prestada igual premisa de dos enemigos humanos que se han estrellado en un planeta. Lo que sí hizo Longyear es, aprovechando el estreno de la película, ampliar el relato a novela y publicar dos secuelas, las cuales no he tenido oportunidad de leer.

 

“Enemigo Mío” es una película que defiende la tolerancia y la cooperación con una historia que busca conmover al espectador, pero cuyo mensaje es articulado con decepcionante torpeza y escaso atractivo visual. Y es una pena, porque el tema que aborda es, desgraciadamente, atemporal: cómo la ignorancia del otro y los prejuicios llevan a una guerra contra una cultura diferente de la que se sabe muy poco, pero cuyos miembros tienen más en común con nosotros de lo que estamos dispuestos a admitir. Puede que Petersen identificara esa situación con la Guerra Fría, pero desafortunadamente ha vuelto a darse una y otra vez en las últimas décadas.

 


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