(Viene de la entrada anterior)
Para comprender la naturaleza, alcance e importancia de la trilogía marciana de Robinson, es primero necesario abordar ese término inglés, “infodump” y que básicamente podríamos traducir como “vertedero de información”. Es muy común en la CF dura y ocurre cuando el autor incluye un exceso de información en sus libros, ya sea describiendo profusamente el escenario donde se desarrolla la acción; eternizándose en explicaciones sobre el pasado de los personajes que no aportan nada relevante para la trama o que se vierten de golpe en lugar de ir dosificándolas; o arrojando sobre el lector un alud de datos técnicos que el escritor considera imprescindibles para entender lo que ocurre en tal o cual escena. A menudo, esta incontinencia provoca la desconexión del lector menos entusiasta y demuestra la incapacidad del autor para sintetizar o encontrar mejores maneras de transmitir la misma información.
Pues bien, en el curso de una entrevista que el también escritor de CF y Fantasía Terry Bisson le hizo a Kim Stanley Robinson, le dijo: “Alguien describió una vez tus libros de Marte como “infodump” agujereado por topos narrativos. Creo que fue un cumplido. ¿Qué opinas?” Robinson contestó:
“No, no es un cumplido. Rechazo categóricamente la palabra “infodump” (y) rechazo también el término “expository lump” (explicación de algún elemento de la historia, sobre todo relativo a una nueva tecnología o planeta, que es demasiado larga, está escrita torpemente y/o interrumpe el flujo narrativo); son ataques a la idea de que la ficción pueda adoptar cualquier tipo de estilo (…) Es otra forma de narrativa. Y en ciencia ficción, necesitas a veces algo de ciencia; y la ciencia es expositiva; así, la ciencia ficción sin exposición es como la ciencia ficción sin ciencia; y tenemos mucho de eso, pero no es buena”.
Esta firme exigencia de tolerancia a la utilización de cualquier tipo de herramienta narrativa no es mera ansia de polémica sino una postura radical que le permitiría en estos libros construir una épica muy atrevida, de enorme alcance, un trabajo de cf nuevo y moderno que, paradójicamente, se servía de algunas de las herramientas más antiguas del género.
Y sí, es cierto: Robinson se extiende generosamente en pasajes ricos en información y la descripción de avanzadas tecnologías. Invirtió mucho esfuerzo de investigación y escritura para plasmar cómo la tecnología actual podría evolucionar hasta hacer posible la colonización de Marte. Detalla con meticulosidad desde la construcción de hábitats en todos sus aspectos hasta los sistemas de terraformación del planeta, no todos los cuales acaban funcionando como se esperaba: se sitúan espejos en órbita para reflejar luz solar en la superficie y calentarla; se dispersa polvo negro en los casquetes polares para capturar calor y fundir el hielo; se perforan inmensos túneles verticales para extraer los gases subterráneos y espesar la atmósfera…
En particular, las abundantes y profusas descripciones del relieve marciano son algo que unos lectores amarán y otros odiarán. El paisaje de Marte es, objetivamente, grandioso. Tiene volcanes de 27 kilómetros de altura, un sistema de cañones que deja en ridículo al Gran Cañón, riscos y mesetas espectaculares y llanuras que empequeñecen cualquier cosa que pueda encontrarse en la Tierra. Robinson describe todo ello de una forma meticulosa y gráfica para que el lector casi pueda sentirse caminando por la superficie marciana. Desde que se publicara el libro en 1992, se ha explorado Marte mucho más a fondo y sólo los resultados de las expediciones de los rovers Spirit y Opportunity probablemente ya exigirían importantes modificaciones a lo que Robinson describe. Pero eso no resta mérito a su imaginación y talento para transmitir grandiosidad y belleza.
Pero en realidad, lo importante de la novela es su visión política y social. Durante toda su carrera, Robinson ha mantenido incólume su interés por los temas sociales y políticos, que interpreta desde una óptica marxista y que mezcla con un fuerte compromiso medioambiental y un interés por la filosofía budista. El escenario de un Marte virgen sobre el que los humanos empiezan a establecerse es perfecto para este tipo de reflexiones. Y es que muchos de los colonos son conscientes de que este nuevo planeta ofrece a la civilización humana una nueva oportunidad, un nuevo comienzo que le permita trascender los errores del pasado en la Tierra.
La Trilogía de Marte es, de hecho, tanto ciencia ficción dura como ciencia ficción política. De todos los temas que se tratan, quizá el del medioambiente sea el más importante. El proyecto de terraformar Marte suscita, como he apuntado en el resumen del argumento, debates, discusiones y rupturas. Sí, el deseo de todos es crear un medio habitable para los humanos, pero respetando la Naturaleza. Muchos de los desacuerdos que se producen tienen que ver con el derecho de los humanos a modificar el medioambiente marciano y hasta qué punto pueden y deben hacerlo. Además y conforme la historia avanza, los residentes veteranos de Marte empiezan a pensar en sí mismos como marcianos, con una cultura propia y unos intereses que no coinciden con los de la Tierra.
Las preocupaciones ecológicas de Robinson están íntimamente relacionadas con su tratamiento de la ciencia. Critica esa noción heredera del racionalismo científico de la Ilustración en virtud de la cual se veía a la ciencia como una herramienta cuyo principal propósito era dar a los humanos el control y dominio sobre el mundo. Así, Robinson conecta la ciencia con el imperialismo y el colonialismo, que, en nuestro propio mundo e Historia, han ido siempre de la mano. Con todo, encuentra espacio para sugerir estilos alternativos de ciencia respetuosos con el entorno sin por ello perder su ánimo inquisitivo y que puedan sustituir a la visión simplista de la ciencia como arma para dominar. Muchas de las batallas políticas de la trilogía se libran entre aquellos que ven la ciencia como un medio para comprender y apreciar la naturaleza y aquellos que la ven como una simple herramienta con la que explotar los recursos para beneficio de las grandes corporaciones.
Así, más allá de subrayar la necesidad de trabajar juntos y en armonía hacia un futuro más brillante y llamar la atención sobre el hecho de que si la humanidad no tiene cuidado, acabará trasladando con ella, sea cual sea el planeta donde vaya, todas sus rencillas y discordias políticas, la principal aportación de Robinson en su búsqueda de una alternativa utópica badada en un nuevo estilo de hacer ciencia. No cae en la solución fácil y simplista de que la ciencia deba ser abandonada como puño del imperialismo que es, sino que sugiere otros caminos.
La Trilogía de Marte, de hecho, es en buena medida un tributo a la flexibilidad y potencial de la ciencia. Estos libros, como he dicho, están repletos de esos detalles científicos y tecnológicos por los que Robinson es conocido y apreciado entre los aficionados a la rama “dura” del género. Y, sin embargo, esquiva ese fetichismo por la tecnología por el que tan a menudo se ha criticado a la CF. Quizá su principal logro en esta serie sea su habilidad para construir una narración emocionante sobre la colonización de un planeta que evita casi por completo la tentación de caer en el romance y la aventura filocolonialista.
Los libros destacan asimismo por su imaginativa exploración de un mundo futuro que difiere sustancialmente de nuestro presente, creando un distanciamiento cognitivo que anima a los lectores a reconsiderar sus posturas hacia los temas abordados en la historia. Sobre todo, ésta se centra en las alternativas sociales y políticas que podrían conducir a un futuro utópico, restaurando así parte de ese optimismo que permeaba mucha de la ciencia ficción pionera pero que había sucumbido a la oscuridad y cinismo de los 70 y 80, especialmente con el auge del Ciberpunk. Algunos comentaristas han llegado a afirmar que la Trilogía de Marte es una demostración del potencial utópico de la ciencia ficción como género literario.
Hay detalles, y no solo en lo relativo a la ciencia, que sitúan a la novela como claro producto de su época. Por ejemplo, la favorable descripción que Robinson hace de los árabes musulmanes que emigran a Marte y reproducen allí sus costumbres nómadas. La tragedia del 11-S de 2001 y la subsiguiente reacción del gobierno norteamericano cambió la percepción de ese país hacia esa cultura. En el libro, Rusia sigue jugando un papel de peso en la política mundial y hoy probablemente sería China el socio espacial de EEUU (por no decir el líder). Dados los recortes de presupuesto que ha experimentado la NASA en los últimos tiempos, una misión tripulada a Marte dentro de esta década parece algo poco probable.
El propio Robinson tuvo que disipar no hace demasiado tiempo las esperanzas que su novela había levantado entre muchos lectores entusiastas de la exploración espacial. En una entrevista otorgada a un podcast, el escritor explicaba que, en los 90, sus ideas sobre la terraformación de Marte se apoyaban en tres premisas que en los últimos tiempos han sido rebatidas o puestas en duda:
1) Que no existe vida en absoluto. Es posible que sí haya vida bacteriana bajo la superficie, lo que significa que nuestra presencia allí interferiría de partida no ya con la geografía o el clima, sino con formas de vida alienígenas.
2) Que existirían en Marte reservas suficientes de los componentes químicos que necesitamos para sobrevivir, en particular abundante nitrógeno. Por lo visto, hay mucho menos de este elemento de lo que los científicos habían supuesto inicialmente.
3) Que no había nada tóxico para el hombre en la superficie planetaria. Pero, de hecho, ésta se halla cubierta de percloratos, que son altamente venenosos para los humanos. Podrían utilizarse bacterias para eliminarlos, pero sería un proceso muy a largo plazo.
Robinson afirmó: “Ya no es un tema sencillo. Es posible que pudiéramos ocupar, habitar y terraformar Marte. Pero probablemente costará mucho más tiempo del que yo imaginé para mis libros”. También dijo que, si queremos tener alguna esperanza de sobrevivir a las escalas de tiempo necesarias para establecer una colonia viable allí, lo mejor que podemos hacer es solucionar primero nuestros problemas en la Tierra.
Una de las críticas que se le ha hecho a “Marte Rojo” –y al resto de la trilogía- es que adolece de auténtico desarrollo de personajes. A pesar del extenso reparto y los frecuentes cambios de puntos de vista, no estoy del todo de acuerdo con esa afirmación. Es cierto que Robinson se sirve de algunos de los Cien Primeros como portavoces de ciertas posiciones sociopolíticas o científicas, lo que puede hacerles parecer más arquetipos que auténticas personas.
Pero, sobre todo, no hay que perder de vista que el autor está más preocupado por mostrar el crecimiento y evolución de una nueva sociedad marciana que por los problemas y acciones de individuos concretos. De hecho, es una obra muy coral en la que los personajes (especialmente los pertenecientes al grupo de los Cien Primeros) asumen protagonismo en algunas partes y luego retroceden a un muy segundo plano, dejando claro que la sociedad en su conjunto es más importante que cualquiera de sus componentes. Para enfatizar este punto, Robinson hace que John Boone, el principal líder y miembro más carismático de los Cien Primeros, resulte asesinado en el prólogo de “Marte Rojo”, saltando a continuación a un largo flashback que retrocede hasta los días del viaje a bordo de la Ares y los primeros años de colonización para mostrar el transcurso de los acontecimientos que desembocarán en su muerte como resultado de una conspiración organizada por Frank Chalmers, el otro líder del grupo.
Cada largo capítulo del libro sigue a uno de esos Cien Primeros en sus quehaceres cotidianos en etapas diferentes de la colonización. Cada uno de ellos tiene no sólo un talento y función específicos, sino una personalidad bien diferenciada y, sobre todo, una visión de Marte distinta de la de sus compañeros. Cada uno ha llegado allí por sus propios motivos y espera cosas diferentes de esa nueva vida. Y a pesar de que, como decía, el protagonismo es coral, sí puede decirse que todos ellos (quizá con la excepción de Sax Russell) experimentan en uno u otro grado un cambio interior tras su contacto con Marte. Eso sí, no hay nadie verdaderamente heroico; todos ellos tienen importantes fallas en sus personalidades, lo que los hace más humanos pero no necesariamente más simpáticos para el lector: el psicólogo francés Michel Duval, consumido por la nostalgia e incapaz de ayudar a los demás cuando no es capaz de hacerlo a sí mismo; el atormentado, envidioso y hábil político Frank Chalmers; Nadia, una ingeniera mecánica que tiene tan buena cabeza para las máquinas como corazón para los demás; Ann, desesperada ante la desaparición de un Marte virgen; Maya, emocionalmente inestable y psicológicamente rota por el amor que siente por dos hombres enemistados…
Este enfoque narrativo plural, además, supone una importante desviación respecto a la mayoría de la CF –y, en realidad, de toda la tradición novelística occidental-, a menudo dependiente de protagonistas fuertes que sintonicen con los intereses, expectativas y simpatías de los lectores, reforzando de paso la ideología individualista que es el núcleo del propio capitalismo y que, a su vez, es la diana de la crítica de Robinson.
También es muy interesante el uso que le da Robinson a los personajes secundarios, sobre todo los de las generaciones de inmigrantes posteriores a los Cien Primeros. Éstos traen consigo ideas de Destino Manifiesto que se distancian mucho de los ideales más puros de los colonos originales. Los nuevos inmigrantes creen que pueden “domar” a Marte y vivir una existencia de frontera, como hicieron sus ancestros en la Tierra. Llevan consigo las mismas fantasías que aquéllos respecto a encontrar una vida mejor pero no comprenden que no pueden vivir de la Naturaleza tal y como hicieron los pioneros en Norteamérica. Y ello, a la postre, condenará su intento de revolución contra las transnacionales.
Los primeros cuatro primeros capítulos, que conforman más o menos la mitad del libro, son los más disfrutables. La segunda mitad consiste, sobre todo, en los viajes que acometen diversos personajes por todo el planeta. En esta parte el ritmo desciende considerablemente. Dejan de ocurrir cosas y apenas hay diálogos, centrándose casi todo en los pensamientos de los viajeros acerca de la política, la terraformación o los sabotajes que están teniendo lugar en diversas instalaciones. Conforme conducen sus rovers de un asentamiento a otro, Robinson aprovecha, como ya apunté antes, para describir la geografía de Marte con una meticulosidad que muchos lectores pueden justificadamente encontrar saturadora, repetitiva e innecesaria.
“Marte Rojo” es el comienzo de una de las series más importantes de la CF moderna y uno de los intentos más serios que se han hecho de imaginar el posible asentamiento de colonias humanas en otros mundos. Su alcance, tono poético, atención por el detalle, conocimiento científico y tecnológico y comprensión de las fuerzas históricas que moldean las sociedades, lo han convertido en un hito del género. Podria verse como una obra de CF dura escrita por Arthur C Clarke mezclada con otra de CF humanista firmada por Ursula K Le Guin. Un caleidoscopio de personajes, lugares y tiempos que relata la lucha humana por hacer de otro planeta un hogar, enfrentándose a todo lo que tanto éste como nuestra propia naturaleza interponen en su camino.
(Sigue en la entrada siguiente)
Yo soy de los que disfrutó mucho del primer libro pero los otros dos se me hicieron cuesta arriba.
ResponderEliminarEl artículo está siendo muy completo y fascinante, pero el fondo negro con letras blancas dificulta mucho su lectura.
Independientemente de lo cuesta arriba que se me hizo una segunda lectura de la trilogía (de hecho quedó en intento), cuando la leí por primera vez "viví" en Marte, tal es el grado de precisión de las descripciones de Robinson. Si me hubieran dicho que en realidad el escritor venía del futuro tras haber participado en la colonización de Marte me lo hubiera creído. O al menos habría dudado.
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