No era demasiado habitual que en la CF norteamericana de principios de los 50, básicamente limitada al mundillo de la literatura pulp, apareciera el nombre de un intelectual de altura y hombre de mundo que tenía intereses en los más diversos campos. Pero ese fue precisamente el caso de Bernard Wolfe.
Nacido en 1915 y graduado en psicología por la Universidad de Yale con tan solo 20 años, fue profesor, se trasladó a Nueva York y en la segunda mitad de los años 30 colaboró con publicaciones trotskistas, llamando tanto la atención que el Comité Americano para la Defensa de Leon Trotsky lo eligió como secretario y guardaespaldas del propio exiliado ruso en México, donde permaneció ocho meses. Después, trabajó ocasionalmente en la marina mercante y en 1939, ya alejado del activismo político, se estableció en el Greenwich Village neoyorquino. Allí, a través de los escritores Anaïs Nin y Henry Miller, consiguió un trabajo de lo más peculiar: escribir novelas pornográficas (una por mes durante once meses) para el disfrute privado de un magnate del petróleo. Luego y durante algunas semanas, trabajó como editor del noticiario de Paramount. Entre 1943 y 1944, escribió artículos científicos relacionados con la guerra para “Popular Science Monthly” y “Mechanix Illustrated”, siendo nombrado editor de esta última. En 1946, colaboró con el músico de jazz Mezz Mezzrow en la autobiografía cómica de éste, “Really the Blues”, que se convirtió en un éxito de ventas; y, por si fuera poco, trabajó como escritor fantasma para “Pitching Horseshoes, la columna periodística que firmaba el popular empresario teatral Billy Rose.
En fin, que Wolfe, al comienzo de la década de 1950, era un hombre muy experimentado no sólo en el campo literario. Y poco después, en 1952, aparece publicada su primera novela con autoría completa, “Limbo”, en la que podemos encontrar muchas ideas y conceptos de la CF que hoy nos resultan familiares pero que entonces estaban aún en pañales: desde ciborgs a los ordenadores militares (al estilo de Skynet, Colossus o Joshua) que “juegan” a la guerra entre ellos; armas de destrucción masiva; sociedades postapocalípticas fundadas sobre extrañas filosofías... Puede que Wolfe no inventara ninguno de estos elementos, pero sí fue uno de los pioneros en abordarlos de manera seria, esto es, alejándose del territorio pulp de los 50.
Y ello aun cuando el germen de la obra sí apareció en una revista pulp. En 1951, “Galaxy Science Fiction” publica su cuento “Autorretrato”, en el que ya aparecían los temas de la cibernética, los miembros artificiales, las prótesis, la guerra por ordenador y las amputaciones masoquistas. Wolfe expandió este relato añadiendo múltiples disquisiciones sobre los más diversos aspectos hasta convertirlo en lo que sería “Limbo”, claramente distanciada de la sensibilidad pulp para entrar en el terreno del ensayo proto-beatnik.
“Limbo” nos cuenta las experiencias de Martine, un hábil neurocirujano que se ha pasado dieciocho años oculto en una remota isla del Océano Índico tras haber desertado en 1972 de un campo de batalla del Congo durante la Tercera Guerra Mundial –conflicto, por cierto, desatado y llevado a cabo por grandes ordenadores en cada bando-. Allí se encuentra y convive con los Mandunji, una tribu mixta procedente originalmente del continente africano y con una triste trayectoria de persecuciones y huidas de agresores diversos a lo largo de los siglos. Mucho tiempo atrás, cuando llegaron a la isla, decidieron apostar por la paz a toda costa, recurriendo incluso a practicar una primitiva lobotomía –a la que denominan Mandunga- en aquellos individuos que se demostraran propensos a la violencia.
A pesar de sus reservas morales al respecto, Martine utiliza sus conocimientos y el equipo que transportó en el avión medicalizado en el que huyó, para montar un laboratorio y adiestrar a algunos nativos en la técnica de la lobotomía científica, haciendo del proceso algo más humano. Se establece entre los Mandunji, se casa y tiene un hijo.
Sin embargo, en 1990, el mundo acaba llamando a su puerta cuando la isla recibe la visita de un barco que transporta a bordo a un equipo olímpico en viaje de adiestramiento. Sorprendentemente, estos individuos tienen miembros artificiales que les permiten realizar grandes proezas atléticas. Martine se esconde de ellos pero sabe que antes o después, los nativos revelarán involuntariamente su existencia y, sabiendo que puede ser acusado de deserción, decide marcharse, al menos por un tiempo.
Aquí comienza el segundo tercio de la novela, compuesto básicamente de largos pasajes expositivos en los que se van a ir desgranando la historia de las últimas dos décadas mediante las observaciones, conversaciones e investigaciones que lleva a cabo el protagonista. Cuando regresa a la civilización en suelo norteamericano tras una travesía en barco con escala en África, Martine descubre que los Estados Unidos han quedado reducidos a lo que ahora se denomina Franja Interior, la única zona habitable del continente entre las dos costas destruidas por el fuego atómico y donde se concentran unos 38 millones de personas. Pero lo que más le horroriza es que tanto la Franja Interior como la Unión del Este (los restos de la Unión Soviética) están ahora dominadas por la cultura Inmob (término que proviene de “inmovilización”).
La trágica ironía es que todo ese movimiento Immob se basa en un diario personal en el que Martine vertió despreocupadamente sus ideas pacifistas y que dejó olvidado en su campamento militar cuando desertó apresuradamente. El escrito fue hallado por un colega, Helder, que lo publicó, lo promocionó y lo utilizó como base de una nueva filosofía social, creando el mencionado movimiento y siendo nombrado Presidente de la Franja Interior. Así que Martine, como profeta de incógnito que viaja con nombre falso, va descubriendo desconcertado cómo sus divagaciones privadas de juventud fueron grotescamente tergiversadas y convertidas en realidad.
En aquel diario, Martine había afirmado que la guerra era la apisonadora definitiva, una fuerza creada por la sociedad que escapaba al control del individuo pero que exigía el sacrificio de la vida de éste o la pérdida de alguno de sus miembros. Como médico de campaña, Martine se había visto obligado a amputar numerosos brazos y piernas y, a mitad de camino entre el cinismo, el hartazgo y el humor negro, había escrito que, si la especie humana es tan masoquista como para alimentar esa fuerza destructiva, ¿no sería mejor saltarse ese paso y satisfacer tales inclinaciones amputándose voluntariamente las extremidades?
“Quizá pueda usted descubrir un nuevo camino para luchar contra la guerra en el cual no hubiera víctima en absoluto, ninguna apisonadora. En el cual todas las bajas sufrieran voluntariamente sus heridas (…) ¡Exacto! Marx corregido por Freud. A cada cual según sus necesidades… no sus necesidades económicas sino sus necesidades masoquistas. Porque algunas personas sienten una debilidad especial hacia el sufrimiento, y obviamente se les debe permitir obtener la parte del león en ello (…) Hay montones de tipos que estarían dispuestos a autodañarse, que estarían dispuestos a someterse a cualquier maltrato, especialmente cuando son animados oficialmente a ello. Por supuesto, uno no podría plantear el asunto sobre la base de maltratarse uno mismo… eso sería estropear el juego. Habría que sugerir que los voluntarios no se dañarían a sí mismos, sino que en realidad estarían haciendo un bien para ellos y para el mundo. Eso podría hacerse fácilmente con unos cuantos eslóganes bien escogidos, tales como… oh, no sé, eslóganes que dijeran que no hay desmovilización sin inmovilización, que pacifismo significa pasividad, brazos/armas u hombres”.
La publicación del diario de Martine no se recibió como una especulación satírica sino como una obra visionaria que se toma tan en serio que da lugar a la ideología Immob, cuya idea central es el vol-amp o amputación voluntaria, literalización extrema de la noción del desarme. En esa sociedad se ha pasado a creer mayoritariamente que la amputación de los miembros reduce el impulso agresivo natural de los humanos, ayudando así a consolidar la paz e impedir futuras guerras atómicas. Esto, a su vez, ha creado una nueva jerarquía social: cuantos más miembros se ampute uno, mejor considerado socialmente estará. Así, están los uni-amp, los bi-amp, los tri y los tetra. Puede sonar poco realista, pero la sátira consiste, precisamente, en la exageración de algo existente y la mutilación corporal voluntaria no es infrecuente, como demuestran algunas subculturas urbanas modernas que otorgan un gran valor estético a los piercings o los tatuajes.
Para cuando Martine llega a la Franja Interior, el Immob ya se ha escindido en dos facciones. Por una parte, los anti-pros, que piensan que la pureza del movimiento exige una inmovilización real y completa, esto es, la amputación de todas las extremidades sin sustituirlas por implantes cibernéticos. Por otra, los pro-pros, que sostienen que el auténtico triunfo del hombre sobre la máquina (en una suerte de resarcimiento contra los ordenadores que desencadenaron la última guerra) consiste en la utilización de los mencionados implantes, que permiten al individuo ser más rápido, más fuerte y más preciso que antes. Como el hombre ha pasado a dominar las máquinas, la guerra tecnológica es imposible.
Los pro-pros controlan el gobierno y han reemplazado la guerra con su “equivalente moral”, una suerte de Juegos Olímpicos en los que el Oeste compite contra el Este sobre el campo de juego en vez del de batalla, sirviendo ese evento anual, además, de celebración de la unidad mundial en los principios del Immob. Eran estos atletas los que llegaron a la isla de Martin; y la gran “M” que adornaba sus camisetas era nada menos que la de su propio nombre, el padre del movimiento Immob.
Cuando Martine se hace una idea de la auténtica naturaleza del mundo que involuntariamente ayudó a crear, decide actuar. El Immob no es mejor que la lobotomía –ambos destruyen lo que nos hace humanos intentando eliminar nuestras partes más negativas, pero el proceso afecta también a las positivas-. Él creó la idea del Immob como una broma y éste ha creado a su vez un mundo en el que la gente ya no sabe bromear. Aún peor, esta filosofía ultrapacifista no solo es extrema, sino hipócrita, porque más adelante se revela que ambos bandos han estado durante años almacenando armas nucleares, proclamando públicamente sus deseos de paz mientras se preparaban en secreto para la guerra… que, efectivamente, acaba estallando otra vez en un final amargo y pesimista.
El libro está estructurado como las ya entonces viejas novelas utópicas del siglo XIX: un viajero del pasado –Martine, que vive en una isla habitada por nativos con una cultura primitivo- se traslada al futuro –el Estados Unidos postapocalíptico- y allí realiza un viaje en compañía de uno o varios guías que le irán ilustrando sobre todo aquello que le llama la atención, detallándole la filosofía que subyace tras las costumbres sociales que tan chocantes le resultan. Solo que, en esta ocasión, no es una utopía lo que se encuentra el protagonista por mucho que sus habitantes así lo crean sino una grotesca distopía.
“Limbo” no es un intento serio de prever cómo podría organizarse la vida social tras un conflicto nuclear. Esto lo reconoce honesta y explícitamente el propio autor en el epílogo: “Cualquiera que «pinta un cuadro» de algún año futuro está jugando… simplemente imagina algo basado en su presente o su pasado, nunca traza un plano del futuro. Tales escritos son esencialmente satíricos (centrados en el hoy), no utópicos (centrados en el mañana). Este libro, pues, es una burla más bien biliosa sobre 1950… sobre lo que podría ser 1950 si se le hubiera permitido realizarse, si hubiera continuado siendo 1950, y más, y más, durante otras cuatro décadas (…) Estoy escribiendo acerca del sobretono y de la resaca del ahora… al estilo de 1990 porque le costará décadas a un año como 1950 ordeñar todas sus implicaciones. Cuál será realmente el aspecto de 1990 es algo de lo que no tengo la más ligera idea”
Exactamente eso es “Limbo”: una sátira que explora, analiza y critica ciertas filosofías, opiniones, disciplinas y pensamientos del mundo contemporáneo del autor, empleando la ambientación futurista y las grotescas costumbres de sus habitantes como herramientas de distanciamiento cognitivo.
Así, encontramos aquí generosas dosis de análisis freudiano (el propio Wolfe se había sometido a terapia de ese tipo); meditaciones sobre el “mamismo” o adoración de la madre (extraídos del libro “Generación de Víboras”, 1942, de Philip Wylie); comentarios abundantes sobre la práctica de la lobotomía prefrontal (que entonces era una técnica novedosa para tratar las dolencias mentales); el peligro de los ordenadores (los EMSIAC de la novela son trasuntos del ENIAC norteamericano, que había entrado en funcionamiento en 1946); la dualidad presente en todos los aspectos de la naturaleza humana; la frigidez femenina (derivada de los estudios de Kinsey) incluyendo referencias al contraste entre personalidades clitorianas y vaginales; la cibernética fundada por Norbert Wiener en 1948; la filosofía no aristotélica y la Semántica General de Alfred Korzybski; incluso comentarios sobre la Dianética, que por entonces habían presentado John W.Campbell y L.Ron Hubbard con gran éxito.
Y todo esto organizado en larguísimos pasajes expositivos, más o menos lúcidos pero siempre muy condicionados por el pensamiento de su época. Como siempre sucede en estas obras ancladas en su tiempo, es tan revelador lo que incluyen como lo que omiten o son incapaces de prever a partir de las tendencias existentes. Así, por ejemplo, Wolfe no hace mención a la inminente revolución sexual o la lucha por los derechos civiles en su país, lo que demuestra que estaba, como él mismo confesó, más preocupado por su presente que por el futuro.
Puede resultar curioso que, pese a las entusiastas alabanzas dispensadas por algunos gurús del género como David Pringle o J.G.Ballard, “Limbo” no sea hoy un libro demasiado conocido entre los aficionados a la CF. ¿Por qué no se convirtió en el prestigioso equivalente norteamericano a las inmortales distopías británicas que fueron “Un Mundo Feliz” y “1984”?
Ello puede deberse, en primer lugar, a que Wolfe nunca fue un asiduo del género. De hecho, aunque su interés residía en el potencial de la ciencia y cómo ésta impactaba en la psicología del hombre (al fin y al cabo, era psicólogo), consideraba a la ciencia ficción como un parásito de la ciencia y sentía poco respeto por ella. Tras “Limbo”, no volvió a escribir ficción especulativa con la excepción de una aportación, a petición de Harlan Ellison, para el segundo volumen de “Visiones Peligrosas” (1972).
Pero es que, además y a diferencia de las novelas de Huxley y Orwell, “Limbo” es un libro difícil de leer. No tiene una trama propiamente dicha ni caracterización de personajes; es más bien un encadenamiento disperso de reflexiones bastante espesas sobre cuestiones sociales, psicológicas, políticas y metafísicas unidas por una excusa argumental muy endeble. Cuestiones, además, que estaban en boca de todos –los intelectuales- en los Estados Unidos de los años 50, pero que hoy han caído en el olvido o el descrédito, por lo que uno tiene que tener bastante conocimiento e interés en aquella época y lugar para disfrutarlo plenamente.
Es fácil y comprensible que el lector que no tenga la disposición e interés adecuados pueda encontrar esta obra absolutamente indigesta, pretenciosa y, con sus 600 páginas, insufriblemente larga. Además, los monólogos internos del protagonista utilizan la asociación libre de ideas, un estilo en el que no resulta fácil entrar.
Para algunos, “Limbo” fue una obra precursora de lo que casi quince años después sería la Nueva Ola de la Ciencia Ficción (de ahí la inclusión de Wolfe en la mencionada antología coordinada por Ellison) y pionera incluso del ciberpunk. Una novela, por tanto, relevante en el desarrollo del género. Yo no soy tan entusiasta. Es un texto excesivamente largo y denso que, aunque contiene muchas ideas, significados y reflexiones de interés y no puede negárseles su ambición intelectual y calidad literaria, carece de una auténtica historia que contar y personajes con los que identificarse. Puede resultar de interés como documento de la época y ventana al pensamiento de un intelectual norteamericano de los 50 preocupado por las consecuencias de los rápidos cambios tecnológicos y sociales que estaban aconteciendo en la posguerra.
Este blog es una delicia
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