En 2008, el periódico londinense “The Times” incluyó al novelista Kazuo Ishiguro en su lista de de los cincuenta mejores escritores británicos desde 1945. Aunque nacido en Japón, Ishiguro residió en Inglaterra desde los cinco años y se considera a sí mismo un autor de esa nacionalidad más que alguien que pueda escribir con el filtro de la cultura nipona. Ishiguro ha sido nominado en cuatro ocasiones al prestigioso Premio Booker de literatura, entre ellas por el libro “Nunca Me Abandones” (2005), ganándolo con “Lo Que Queda del Día” (1989), cuya película fue dirigida por James Ivory en 1993. Para el cine, escribió los guiones de “The Saddest Music in the World” (2003) y “La Condesa Rusa” (2005).
La adaptación cinematográfica de “Nunca Me Abandones” encaja en esa categoría de películas de ciencia ficción que el público no considera ciencia ficción. Su director, Mark Romanek, es principalmente conocido por su labor en el campo de los vídeos musicales (de U2 a Taylor Swift pasando por Beyoncé o Lenny Kravitz) y sus únicas incursiones en el cine habían sido hasta ese momento la muy extraña “Static: Contacto con el Más Allá” (1985), y el thriller “Retratos de una Obsesión” (2002), protagonizada por Robin Williams. También ha producido, ya en el género de la CF, la serie para televisión “Historias del Bucle” (2020-).
Por su parte, el guion lo firma Alex Garland, quien empezó como novelista de éxito con “La Playa” (1996), adaptada con poco acierto al cine por Danny Boyle en 2000 –con guion del propio escritor. A pesar de ello, Garland y Boyle congeniaron y trabajaron juntos en dos películas más, ambas mezclando la CF y el terror: “28 Días Después” (2002) y “Sunshine” (2007). Y es en este punto donde Garland descubre su talento para la ciencia ficción. Escribió el guión para “Dredd” (2012), adaptación del legendario personaje de comic británico; y debutó como director con la excelente “Ex Machina” (2015), seguida de “Aniquilación” (2018) y la sobresaliente serie de televisión “Devs” (2020).
En 1978, Kathy H (Carey Mulligan), Tommy B (Andrew Garfield) y Ruth (Keira Knightley) se crían junto a otros muchos niños en un espartano internado inglés en el campo llamado Halisham House. Es un lugar aislado de cuyos terrenos no salen nunca y donde reciben lecciones acerca de cómo comportarse en situaciones cotidianas. Un día, una profesora, Mis Lucy (Sally Hawkins), les revela una terrible verdad: nunca van a llegar a la edad adulta, porque son clones “cultivados” como donantes de órganos. Con el transplante de éstos, pueden eliminarse las enfermedades comunes, incluido el cáncer.
Es un proceso alrededor del cual se ha edificado todo un sistema médico que ha permitido al resto de la población disfrutar de esperanzas de vida superiores al siglo. Los clones no son considerados plenamente humanos, pero este es un aspecto sobre el que todavía se debate y, para investigar si tienen auténtica alma, el internado funciona también como laboratorio, haciendo que los niños pinten o escriban para que sus obras sean revisadas por psicólogos. Pero, sobre todo, este tipo de instituciones sirven para asegurar que los clones crezcan sanos para que sus órganos puedan utilizarse una vez se aproximen al final de la veintena. La señorita Lucy es expulsada de la escuela inmediatamente, pero la verdad ya ha sido expuesta a estos adolescentes que, por otra parte, nada pueden hacer para escapar a su destino.
A todo esto, a la dulce, tranquila y compasiva Kathy le gusta el tímido y algo torpe Tommy, que reacciona con ataques de cólera cuando otros niños se ríen de él. Pero antes de que Kathy pueda intimar con él, la impetuosa y competitiva Ruth se entromete y, a su infantil manera, lo seduce. Toda esta angustia adolescente está narrada principalmente a través de miradas y voces en off.
En 1985, el trío es enviado a The Cottages, una granja en donde se les permite por primera vez entrar en contacto con el mundo exterior. Tommy y Ruth profundizan en su relación y Kathy decide prepararse para ser una Cuidadora, cuyo trabajo es el de apoyar emocionalmente a aquellos que han de someterse a las sucesivas operaciones de extracción de órganos –normalmente no suelen aguantar más de tres intervenciones e este tipo-.
Tras pasar un largo periodo separados, Kathy vuelve a encontrarse casualmente con Ruth en uno de los hospitales a los que acude. A aquélla se le ha extraído su segundo órgano y no le queda mucho hasta que deba someterse al tercero y, previsiblemente, último. Las dos hacen un viaje para reunirse con Tommy, y Ruth les cuenta que existe una forma de retrasar el final del siniestro proceso: demostrar ante las autoridades pertinentes que una pareja de clones está verdaderamente enamorada. Tras la muerte de Ruth, Kathy y Tommy inician por fin su relación largo tiempo aparcada e investigan la posibilidad de diferir su inevitable destino.
Desde el momento en que comienza, “Nunca Me Abandones” se revela como un producto inusual que desafía al espectador continuamente a ir dando forma al mundo alternativo en el que transcurre la acción. La cartela de texto al inicio informa de un descubrimiento médico revolucionario obtenido en 1952 y que algo más de una década después había permitido a la gente prolongar considerablemente sus vidas, más allá incluso de los cien años. Dado que la trama comienza en 1978, está claro que lo que se nos presenta es un mundo alternativo al nuestro que se ha moldeado de acuerdo a ese avance médico.
A priori, no parece que tal divergencia respecto a nuestra propia línea histórica haya tenido demasiado impacto. Todo lo que vemos en pantalla es perfectamente reconocible, está diseñado para que nos resulte familiar, ya sea por haber vivido en los setenta, ya sea por haber visto en el cine o la televisión ficciones británicas de esos años o ambientados en los mismos. Sin embargo, hay detalles que indican diferencias inquietantes: los niños, en sus conversaciones, expresan su miedo a lo que sucederá si se atreven a traspasar los límites del internado; asisten a clases de cosas tan banales como pedir un té en un establecimiento; o han de fichar sus entradas y salidas del edificio en un escáner electrónico. A los quince minutos de metraje ya ha quedado sobradamente claro que estamos ante un mundo alternativo, si bien el guion nunca abre el foco lo suficiente como para aportarnos más información sobre el panorama histórico-social que rodea el drama intimista principal.
Y luego llega la escena de la clase en la que la profesora con remordimientos da un hermoso discurso en el que informa a sus alumnos del verdadero propósito de sus cortas vidas. Es entonces cuando, de repente, el espectador se da cuenta de que está en un escenario idéntico al retratado en “La Isla” (2005) o, antes aún, “Desechos Humanos” (1979). Los tres films presentan una comunidad herméticamente aislada del resto del mundo cuyos miembros son clones criados con el único propósito de extraerles los órganos (aunque en este caso la historia se muestra bastante vaga acerca del origen de los niños, haciendo sólo referencias al trauma que supondría encontrar su “original”; o a que quizá provengan de individuos marginados de esa sociedad; o tal vez huérfanos).
Dicho esto, difícilmente podríamos imaginar un desarrollo más diferente sobre el mismo tema que el que ofreció Michael Bay en “La Isla” como espectáculo de acción furiosa y efectos especiales. “Nunca Me Abandones” se acerca mucho más a un drama pastoral y melancólico protagonizado por jóvenes sensibles y que apela a la emoción más que al estruendo y la violencia. Si “La Isla” ya reventaba en su material promocional el que debería haber sido el principal giro sorpresa, el guion de Alex Garland en “Nunca Me Abandones” está construido como una inteligente sucesión de sorpresas sobre la verdadera naturaleza del mundo en el que viven los protagonistas. Y, mientras que “La Isla” o “Desechos Humanos” reaccionaban a la situación con horror, “Nunca Me Abandones” es mucho más ambiguo, más pasivo: los personajes aceptan su destino como donantes; e incluso Kathy acepta participar en el sistema como Cuidadora antes de seguir ella el mismo camino que sus pacientes.
Todo el siniestro montaje biomédico que se va revelando en la trama parece algo absurdamente caro si se tiene en cuenta el costo de cada órgano (mantener a un ser humano durante más de veinte años) y cabe preguntarse por qué, si al fin y al cabo no consideran humanos a los clones, no los mantienen en pequeños cubículos hasta que cumplan 16 años y luego les extraigan lo que les resulte útil. Pero como sucede en tantas obras de CF, no se trata aquí de tomarse literalmente en serio la premisa inicial. En este caso, es claramente una metáfora para otras clases de deshumanización y las formas en que nos molestamos en proporcionar un falso confort a gente a la que tenemos previsto destruir o abusar de una u otra forma; se trata de la hipocresía, de la falsa moral, de la racionalización de una atrocidad para apaciguar la conciencia, engañando incluso a las víctimas para que confíen en los verdugos y asuman de grado su papel en la tragedia.
Si se hubiera optado por una narrativa más convencional para esta historia, probablemente incluiría el punto de vista de uno de los verdugos, quizá alguien que experimenta una crisis de conciencia por la forma en que se trata a esos clones inocentes. Pero al elegir el punto de vista de los clones, el guionista se ve obligado a sumergir al espectador en su cerrado mundo y conocer y valorar todo lo que para ellos es importante: las relaciones personales en el seno de Hailsham, los rituales que llevan a cabo todos los días y que incluyen cantar juntos, competir por que el poema o la pintura propios sea el elegido por una misteriosa mujer francesa que los visita de de vez en cuando y a la que sólo conocen como Señora (Nathalie Richard), o negociar e intercambiar en pequeños mercadillos que ellos mismos organizan. Los clones están rodeados y atrapados por instituciones sociales, tanto las que les han creado y criado como las que ellos mismos han inventado. Incluso después de “graduarse” de Hailsham, los vemos desenvolverse dentro de una microcultura con sus propias costumbres y supersticiones –como la idea de que, si uno está verdaderamente enamorado, puede diferir el comienzo de la Donación-. En otras palabras, “Nunca Me Abandones”, con su triángulo amoroso y su estilo de drama histórico sobre gente sensible cuyos silencios denotan intensas vidas interiores, en realidad trata sobre cómo los engaños, propios y ajenos, nos aprisionan al tiempo que nos mantienen vivos.
“Nunca Me Abandones” es una película sorprendente a varios niveles. Suele suceder con los escritores “generalistas” que, cuando juguetean con la ciencia ficción, tienden a sermonear sobre algún tema profundo; o se muestran condescendientes con el propio género pensando que pueden elevar su nivel conceptual o estilístico, demostrando a la postre que no entienden las convenciones del género tan bien como aquellos autores que llevan en él toda su vida. Un buen ejemplo podría ser la adaptación cinematográfica de “Memorias de Una Superviviente” (1981) de Doris Lessing. En el caso que nos ocupa, sin embargo, la traslación funciona muy bien y Mark Romanek y Alex Garland abordan el material original con un gran respeto y delicadeza. Éste va incluyendo una serie de sutiles revelaciones sobre el mundo retrofuturista y el sombrío papel que los personajes tienen reservado en él, no permitiendo además que el conjunto quede incoherentemente rematado por un final feliz.
Romanek, por su parte, captura y refleja la quintaesencia de la cultura británica y su pastoral entorno campestre. La película tiene el aire a una narración nostálgica y autobiográfica de una niñez pasada en un internado rural, muy en la línea de, por ejemplo, la serie inglesa “Una Vida a Su Servicio” (1980-1), “Un Mes en el Campo” (1987) o incluso un episodio del folletín “Emmerdale Farm” (1972- ). Y lo más meritorio es que Romanek no sólo es norteamericano, sino que la inmensa mayoría de su trabajo lo ha realizado, como indiqué, en el mundo del videoclip. Nada podía hacer presagiar que, con ese bagaje, pudiera demostrar un instinto tan agudo –con ayuda del director de fotografía Adam Kimmel- para el color y atmósfera del campo inglés, un entorno sereno y bucólico de cálida luz que contrasta con el mundo claramente distopico que aguarda más allá a los alumnos del internado. La música de Rachel Portman también contribuye a realzar ese tono melancólico que permea toda la cinta.
La novela de Ishiguro estaba narrada enteramente por Kathy y la prosa reflejaba que todo lo que describía se había extraído de sus recuerdos. Romanek mantiene ese tono reflexivo, aunque, naturalmente, hay detalles que se omiten, otros que se condensan y otros que se hacen más explícitos. Al fin y al cabo, se trata de trasladar a un medio visual una obra que sólo utiliza la palabra. Así, por ejemplo, hay un constante fluir de imágenes insertas entre escenas en las que los personajes interactúan: un pájaro de juguete, un árbol solitario, trozos de plástico atrapados en una valla… aparecen en plano unos pocos segundos y luego se desvanecen, como si su función fuera la de resaltar esos pequeños detalles absurdos y aleatorios que a veces quedan grabados en nuestra memoria con tanta o más fuerza que eventos supuestamente más relevantes. Algunas veces resulta molesto, otras funciona eficazmente como recurso para recordarnos que estamos viendo un romance adolescente como cualquier otro –excepto por el desasosegante concepto de base, claro-. En cualquier caso, creo que puede calificarse “Nunca Me Abandones” como una adaptación no literal pero sí respetuosa, trasladando a la pantalla la misma atmósfera, tono, temas y emociones que la novela.
Eso sí, puede haber quienes se sientan justificadamente molestos o hastiados por la costumbre del director de desenfocar en uno u otro grado casi todos los fotogramas. Probablemente la intención era la de darle al conjunto un aspecto impresionista, pero quizá se le haya ido la mano un tanto. Algunas veces, hay un gran objeto desenfocado en primer plano, otras veces es el fondo lo que se desenfoca… y algunas sólo la mitad del plano. Es una técnica frecuente en el cine, pero aquí llama demasiado la atención por su profusión y no necesariamente para bien.
En la novela, Ishiguro transmitía la idea de que el trío de amigos nunca llegaba a desarrollarse emocionalmente como adultos y que su limitada perspectiva del mundo jamás consigue superar cierta ingenuidad infantil. Guionista y director utilizan diálogos y silencios para mantener esa cualidad inmadura que también reflejan los actores. Siendo el suyo el personaje menos simpático, Keira Knightley tiene menos oportunidad de destacar, pero resuelve bien su papel. Sin embargo, Andrew Garfield (antes de darse a conocer en “La Red Social”, 2010; y ser elegido como Spiderman), no da la talla como eje del triángulo amoroso y, quizá tratando de disimular el hecho de que los tres protagonistas son inverosímilmente atractivos, insiste en comportarse como un tipo desgarbado e incluso mentalmente retrasado que llega incluso a resultar irritante. Carey Mulligan está mucho mejor, conformando su personaje con una mezcla de tópica timidez, suave carácter y aguda inteligencia.
“Nunca Me Abandones” es una película tremendamente descorazonadora en tanto en cuanto te pide que conectes con unos personajes y contemples cómo van creciendo y avanzando hacia su inevitable muerte. Podríamos pensar que la historia romántica, al final, es fútil porque todos están condenados, hagan lo que hagan y sientan lo que sientan los unos por los otros. Mi interpretación es la contraria: esos sentimientos que los –nos- hacen humanos, son extraordinariamente valiosos y dignos de ser experimentados habida cuenta de la brevedad de sus –nuestras- vidas.
No es esta una película que pueda recomendarse a espectadores que esperen ver una historia de ciencia ficción más “convencional”, con acción, velocidad, efectos especiales y entornos futuristas; tampoco para quienes disfrutaron del libro y exigen una adaptación literal del mismo; y, desde luego, no para quienes quieran salir del cine reconfortados por un final feliz. Pero si se es consciente de lo que se va a ver –y ese es el propósito de este comentario- y se entra en la propuesta con la sensibilidad adecuada, una porción de la audiencia podrá disfrutar de un film impresionista que, lejos de ser un cuento moral, utiliza un escenario desalentador para desarrollar un drama melancólico sobre la mortalidad, el destino, el amor y la pérdida.
Es una película rara, tardé mucho en entender de qué iba y la verdad es que la escena final te deja con más preguntas que respuestas. No leí el libro, por lo que no sé qué tan fiel sea el uno del otro, imagino que no habrá muchas diferencias (aunque tal vez esté equivocado).
ResponderEliminarGracias por traerla de regreso.
Saludos,
J.
Hacía mucho tiempo que una película no me conmovía hasta las lágrimas. La crueldad enmascarada de ese universo es desgarradora. Me chocó la escena de la muerte Ruth; la frialdad con que los médicos tratan su cuerpo es aterradora por cuanto lo dice todo: Ella no es una persona, es sólo un recipiente de órganos humanos.
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