Renovarse o morir. Esta es una máxima que se invoca a menudo en relación a prácticamente todos los aspectos de nuestro mundo: el profesional, el tecnológico, el artístico, el ideológico… Y con los personajes de ficción que surgen de la cultura popular ocurre lo mismo. So pena de quedar anclados en su tiempo y, por tanto, abandonados progresivamente por sus seguidores, han de evolucionar, adaptarse y tratar de resintonizar con las nuevas generaciones que van surgiendo en cada época. Los principales superhéroes, creados en unas circunstancias muy concretas en los años treinta y cuarenta del pasado siglo, son un buen ejemplo de supervivencia a través de la continua reinvención. Pero otros personajes lo han tenido más complicado. Flash Gordon es uno de ellos.
Junto con Buck Rogers, Flash Gordon fue el gran héroe de la ciencia ficción en comic durante los años treinta y cuarenta. Su papel, no ya en el mundo del tebeo sino en todo el género, fue inmensamente relevante porque sus maravillosas planchas dominicales publicadas en multitud de periódicos de todo el mundo sirvieron de puerta de entrada a la CF para millones de personas que no habían leído ni una una novela ni visto una película de ese género.
Ahora bien, Flash fue un hijo de la Gran Depresión, nacido en un momento en el que el público necesitaba desesperadamente evadirse de los problemas cotidianos. Los comics de aventuras que entonces florecieron en los periódicos norteamericanos ofrecían tal salida en forma de épicas medievales, peligros en la jungla o intrigas policiacas. Pero después vino la Segunda Guerra Mundial, la recuperación económica y, en general, un nuevo mundo y una nueva CF en el que las pintorescas y predecibles peripecias de Flash y sus amigos en el planeta Mongo no parecían tener cabida.
Algunos años después, el amanecer de la carrera espacial le brindó una nueva oportunidad de la mano de Dan Barry, quien en 1951 y pese a no contar inicialmente con la plena confianza del propietario de los derechos, el King Features Syndicate, le retira de sus romances planetarios inspirados en las novelas de Edgar Rice Burroughs y lo reconvierte en un capacitado astronauta que se desenvuelve con soltura en el espacio. Y una vez más, Flash Gordon volvió a fascinar a una nueva generación de muchachos y adultos que soñaban con los viajes a otros planetas y el descubrimiento de nuevos mundos y civilizaciones.
Dan Barry se mantuvo durante décadas al frente de la serie pero pese a su elegante dibujo naturalista y la colaboración de guionistas de prestigio, el personaje fue, otra vez, perdiendo el ritmo de los tiempos. Durante los sesenta y setenta, la ciencia ficción, en todos sus formatos (literario, gráfico, cinematográfico), maduró muy rápidamente y Flash no pudo mantener el paso. Incluso experimentó ocasionalmente algún que otro retroceso, porque algunos fervientes aficionados del héroe se abrazaban obstinadamente a la nostalgia de sus primeros años. Al Williamson, uno de los mejores dibujantes del comic norteamericano, realizó varios comic-books de Flash a mediados de los sesenta devolviéndolo a Mongo, vistiéndole otra vez con fajines y botas de caña alta y armándolo con espada y pistola de rayos. Ese fue también el escenario que utilizó la película de 1980 y las series de animación. Sucesivos intentos de recuperar el interés popular por el héroe fracasaron, ya fuera reproduciendo el espíritu clásico (como la miniserie de comic-books de Marvel escrita por Mark Schultz y dibujada por un Williamson crepuscular en 1995) o trayéndolo a nuestro mundo (la breve serie de televisión de 2007).
Así pues, ¿Es Flash Gordon un héroe acabado? ¿Está hoy su lugar sólo en las páginas de la Historia del Comic? ¿Debemos resignarnos a disfrutar, con cierta condescendencia cariñosa, de sus antiguas aventuras hijas del espíritu pulp? El español Alberto Moreno piensa que no. Lo piensa, de hecho, desde hace mucho tiempo y ahora nos lo demuestra con la novela “Flash Gordon: Retroverso. Luz Que Dejo Atrás”.
Moreno es, sobre todo y tal y como él mismo se declara en el prefacio, un incondicional aficionado a Flash Gordon y, concretamente, a la etapa de Dan Barry, que volvió su mundo infantil del revés dejándole una huella que, a la vista está, el tiempo no ha erosionado. Tras publicar tres novelas y varios cuentos, decice sacar adelante un proyecto insólito y largamente acariciado: una novela de su héroe favorito. Insólito por varias razones. No es la primera vez que se han publicado libros de Flash, pero hacerlo ahora, cuando parece que los viejos héroes espaciales están de capa caída, olvidados por la CF más moderna y sofisticada, parece una empresa temeraria. Y, además, en un país que no es la cuna original del personaje y desde donde la negociación y obtención de los derechos ha sido una tarea tremendamente larga y complicada (labor por la que hay que felicitar al editor Vicente García, al frente de Dolmen).
Sin embargo, también es cierto que Flash Gordon es un personaje de largo arraigo en nuestro país, que ha sido continuamente reeditado por uno u otro sello y que goza de tanto prestigio que difícilmente será un desconocido para cualquiera mínimamente aficionado al comic. Y luego está, por supuesto, el amor y dedicación verdaderos de los que sólo es capaz un auténtico y veterano aficionado y cuyo entusiasmo es, en último término, el motor de este tipo de iniciativas.
Más de trescientos años en el futuro, Flash es un reputado astronauta de la Tierra al que se le presenta una arriesgada misión secreta. Los sensores colocados más allá de Neptuno y que sirven como ayuda a la navegación por el Sistema Solar, han detectado la entrada en el mismo de un cuerpo desconocido cuyos rumbo y velocidad desconciertan a Zarkov, director del Departamento Científico del Gobierno Mundial. Podría ser algún tipo de cometa, pero también una nave o sonda extraterrrestre, la primera de la que se tendría noticia. Antes de hacerlo público, sin embargo, debe confirmarse su verdadera naturaleza y a tal fin se pone a Flash al frente de una nave de última generación y una tripulación compuesta de científicos y tripulantes y entre la que se cuenta su prometida, Dale Arden, discípula de Zarkov y arqueotecnóloga de prestigio.
Sin embargo y para desconfianza de Flash, el gobierno fuerza la inclusión en el equipo de tres militares, uno de los cuales, Bork, caso de resultar ser un caso de Primer Contacto, podría asumir el mando de la misión. Y efectivamente, los terrestres se encuentran con un gran vehículo alienígena en mal estado y de cuyo interior surge un superviviente, una humanoide que transmite a Flash un gran volumen de información sobre la situación política en el núcleo de la galaxia y la amenaza que pende sobre la Tierra: los skorpii, una especie insectoide con mente colmena y capacidad de detonar bombas cuánticas que alteran las constantes físicas universales, se han infiltrado secretamente en la Tierra con el fin de convertir a los humanos en computadoras biológicas.
Moreno lleva a cabo una muy lograda actualización de Flash alcanzando un delicado equilibrio. Por un lado, introduce un discurso científico acorde con los actuales conocimientos y que estaba ausente de las encarnaciones clásicas del personaje; en astronomía, por ejemplo, o en la descripción del interior de la estación espacial, la utilización de propergoles en los cohetes, los detalles de astronavegación y mecánica orbital, etc. En este sentido, se nota y agradece la formación científica del autor. Y por otro lado y simultáneamente, se conserva cierta imaginería de las primeras épocas del personaje en comic, como esas naves con alerones y formas acigarradas, o la utilización de "modernos ordenadores” a base de válvulas de vacío, calculadoras electromecánicas, lectores de microfilms…
A primera vista, son dos planteamientos mutuamente excluyentes. Difícilmente podemos imaginar que los humanos alcancemos lugares tan alejados de la Tierra como Neptuno o Plutón o establezcamos colonias en otros planetas o satélites, por ejemplo, con una tecnología tan básica que no incluya la electrónica a base de semiconductores. ¿Cómo solucionar tales incongruencias de una forma consistente? Al comienzo del viaje hacia el misterioso objeto, Dale explica la hipótesis que ella considera más plausible: tras el declive de nuestra civilización de los siglos XX y XXI, siguió una fase denominada Hundimiento, de la que apenas se convervan registros pero a partir de la cual hubo de reconstruirse de nuevo y casi por completo la tecnología bajo otras premisas. La comparación de las constantes físicas con las que sugieren los libros de texto científicos de la fase pre-Hundimiento, indica que se produjo un cambio fundamental en el mundo físico que ha afectado, por ejemplo, al rendimiento de los combustibles, ha modificado la velocidad de escape planetaria y ha hecho inviable la electrónica basada en microchips de silicio. Cómo y por qué se produjo tal alteración se desvela en un punto de la trama, pero digamos que el escritor propone una solución que recuerda a las Zonas de Pensamiento que Vernor Vinge utilizó en su novela “Fuego sobre el Abismo” (1992).
Es una manera quizá implausible pero a mi modo de ver elegante y eficaz de reconciliar ambos mundos: la ingenuidad juguetona de la era pulp con el rigor de la CF moderna. Esta novela, por tanto, no trata de romper radicalmente con el pasado del personaje sino conservar su raíz original –al menos la versión de Dan Barry- revistiéndola de un barniz que le permita sobrevivir y adaptarse a la sensibilidad de los lectores actuales. A éstos el autor les plantea un juego con unas reglas que deben aceptar para entrar en la historia y disfrutarla: un futuro en el que pueden convivir lo científicamente riguroso con las fantasías estéticas de los antiguos comics o las revistas pulp.
Igualmente dífícil era decidir hasta qué punto debía evolucionar Flash. El personaje creado por Alex Raymond y luego heredado y reformulado por Barry era un héroe modélico: atractivo, intrépido, entregado a las más nobles causas, leal, generoso, honesto, inspirador… Aunque Barry le dio un barniz algo más humano y le hizo ocasionalmente imperfecto, siguió encajando sin problemas en el molde de héroe prototípico. Pero claro, ese tipo de personajes monolíticos no tiene cabida ni aceptación en la ficción moderna. El lector-espectador –al menos el maduro-, exige personajes no tanto a los que pueda subir a un altar y admirar como con los que pueda identificarse o, como mínimo, simpatizar. Y ello implica “mancharlos” con defectos, aristas o incluso vicios. Hasta puede que no deseen en absoluto ejercer de héroes. Es una evolución que, en manos de diversos creadores, han ido experimentando muchos personajes de ficción, ya sean legendarios (el rey Arturo, Robin Hood) o productos culturales más modernos (desde los superhéroes hasta franquicias como Star Trek).
En este caso, Moreno decide no arriesgar, quizá porque convertir a Flash en un hombre corriente o alguien lastrado por traumas u obsesiones, iría en contra de la propia naturaleza primigenia del héroe y traicionaría la imagen que el autor –y muchos aficionados- tiene de ese icono del género. Así, Flash, un experto y veterano piloto civil que trabaja para la rama ejecutiva de uno de esos gobiernos mundiales con los que soñaba la CF de la Edad de Oro, es valiente, fiel, comprometido con el deber, extraordinariamente capaz y con un agudo espíritu explorador. No hay sutilezas ni defectos, aunque se agradece que durante una parte no despreciable de la narración, forzado a convivir y adiestrarse con unos extraños alienígenas, veamos sus virtudes “sobrehumanas” rebajadas, mostrándose desconcertado, indefenso, sumiso y físicamente menos apto que sus hermanos de armas.
En este aspecto, el de la caracterización de los personajes, es donde quizá más cojea la novela. Zarkov sigue siendo básicamente el mismo que en los comics, un hombre brillante que ahora ocupa un puesto directivo en la División Científica del gobierno. Dale no es la damisela en apuros de otros tiempos sino una científica que tiene una vida y una carrera de éxito independientes de Flash. Aunque el papel de ella en la aventura es menor, la relación entre ambos está retratada con mayor madurez que en los viejos tiempos y la resolución de la historia (que, por cierto, explica el curioso título del libro) nos da una agradable y subversiva sorpresa al mostrarnos una Dale que poco tiene que ver con la sumisa y dependiente novia eterna de los comics. El resto de personajes son básicamente comparsas de los principales, no tienen auténtica personalidad y su papel es básicamente el de engranajes que permiten impulsar la trama y facilitar la inclusión de explicaciones científicas o descripciones de ese futuro.
De todas maneras, el que los personajes sean planos no es un grave inconveniente en este caso concreto. Porque “Retroverso” hay que leerlo, entenderlo y disfrutarlo como una actualización de las novelas pulp de la Edad de Oro y, como tal, lo que prima por encima de todas las demás consideraciones es la acción, el ritmo y el sentido de lo maravilloso. Moreno ha sabido recuperar el mismo sabor pero eliminando muchos de los rasgos de aquellos productos que los han hecho envejecer mal: la prosa hiperbólica e innecesariamente florida, el melodramatismo, los argumentos improvisados y la “ciencia” y tecnología a la carta y de baratillo.
Leer “Retroverso” es como zambullirse en una película de acción con un ritmo endiablado que te agarra por la pechera y te va llevando de un escenario a otro, de un subgénero al siguiente, sin dejarte respirar, pasando por la aventura espacial de astronautas, la emoción de un primer contacto, la exposición de una “Historia del Futuro”, una política galáctica propia de la space opera, el suspense y paranoia propios de las invasiones alienígenas secretas, un escenario de catástrofe climática mundial, adiestramientos y combates propios de la ciencia ficción militar… Sí, es cierto, no hay mucho espacio para desarrollar los personajes, pero todo sucede tan deprisa, con tantas escenas de acción, en entornos tan variados, que no da tiempo de echar de menos la faceta psicológica.
Un libro, en fin, muy recomendable para un amplio rango de lectores aficionados a la CF. Aquellos que sientan por Flash Gordon un cariño especial, tendrán aquí la oportunidad perfecta de reencontrarse con él en un formato poco habitual para sus aventuras pero que permite desarrollar mejor la trama, las escenas y el sustento científico; podrán buscar los guiños a su larga trayectoria y no se sentirán decepcionados porque van a encontrar la auténtica esencia del personaje y sus aventuras. Quienes sólo conozcan al veterano héroe superficialmente o incluso nada en absoluto, disfrutarán de una lectura sencilla y muy cinematográfica que mantiene la emoción y que aporta un bienvenido y refrescante contrapunto a otras novelas mucho más densas, ambiciosas y no siempre tan satisfactorias como aspiran a ser.
“Retroverso. Luz que Dejo Atrás”, en definitiva, nos recuerda que los viejos héroes, después de todo, no han muerto. Y nunca lo harán mientras obras como esta los mantengan vivos en nuestra imaginación y nos recuerden que la CF también tiene una vertiente lúdica poblada de valientes campeones espaciales que están esperando a que recuperemos nuestros ojos y corazón de la infancia para acompañarles en sus maravillosas aventuras.
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