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martes, 21 de julio de 2020
2019- OTRA VIDA (1)
La ciencia ficción televisiva lleva ya años viviendo una época dorada. Desde que a finales de los ochenta, “Star Trek: La Nueva Generación” (1987-1994) resucitara el interés del medio por este género, se han producido muchísimos programas, algunos con más éxito y otros con menos. El nacimiento y permanencia de un canal dedicado exclusivamente a esta temática, Syfy, demostró que la ciencia ficción contaba con público suficiente como para ser rentable y el impacto de algunas producciones cinematográficas en los últimos años no ha hecho sino confirmar que estudios, guionistas, directores y aficionados, han dejado de considerarlo un género menor.
La aparición de las plataformas de streaming hace ya algunos años y volvió a dar un impulso a la ciencia ficción. Por una parte, necesitaban producciones propias y, por otra, las querían especializadas en diferentes géneros para cubrir todo el rango de gustos del público. Y así, han ido estrenándose con regularidad un buen número de películas y series distribuidas exclusivamente en streaming. Ello ha enriquecido la oferta pero no necesariamente la calidad. Un buen ejemplo de ello es “Otra Vida”, creada por Aaron Martin para Netflix, un pastiche que mezcla los temas del primer contacto y exploración espacial utilizando como pegamento pedacitos de otros clásicos del cine.
En un futuro no muy lejano, Niko Breckinridge (Katee Sackhoff) es una astronauta que todavía está asimilando el trauma de haberse visto obligada a sacrificar parte de la tripulación de su última misión cuando es elegida para una nueva y peligrosa tarea. Una nave alienígena aparentemente automática y con forma de ouróboros ha aterrizado en una zona rural de Estados Unidos (cerca de la casa de Niko, primera de las muchas e implausibles casualidades de la serie) y se ha transformado en una gran estructura cristalina, inerte e impenetrable a los esfuerzos de los científicos, dirigidos por Erik (Justin Chatwin), esposo de Niko, por establecer comunicación.
La misión de Niko, abandonando durante varios meses a Erik y la hija de ambos, Jana (Lina Renna), será la de liderar la nave interestelar Salvare hasta un planeta del sistema Canis Majoris, de donde parece provenir el artefacto a tenor de las transmisiones que está realizando. El objetivo es “devolver” la visita a los alienígenas y averiguar si sus intenciones son amistosas u hostiles. En este futuro, las naves poseen motores hiperlumínicos y tecnología para hibernar a los astronautas pero, por supuesto, los problemas empezarán no mucho después de comenzar el viaje. La inteligencia artificial con proyección holográfica humanoide que controla todos los sistemas de la nave, William (Samuel Anderson), despierta al equipo titular de la tripulación para que se enfrente al primero de lo que va a ser un larguísimo encadenamiento de desastres.
Desastres agravados por la incomprensible selección de personal efectuada por los organizadores de esta misión llamada a cambiar el destino de la Humanidad. En primer lugar, sustituyen al comandante inicialmente designado, Ian Yerxa (Tyler Hoechlin), rebajándolo a segundo al mando de Niko, pero dejando en sus puestos al resto de los astronautas leales a él y no a ella. Y en segundo lugar, éstos, un conjunto variopinto cuyos miembros han sido cuidadosamente seleccionados por Netflix para tener representadas todas las razas, géneros (includo un médico andrógino inteprretado por JayR Tinaco) y orientaciones sexuales, son un puñado de niñatos caprichosos, poco profesionales, desobedientes, asustadizos y con problemas para soportar el estrés. Más allá de la inexplicable gravedad que se genera en la nave, la velocidad hiperlumínica o la inteligencia artificial con sentimientos, lo más inverosímil de “Otra Vida” es que alguien hubiera elegido como mensajeros y representantes de la Humanidad a esta banda de cretinos, auténticas bombas emocionales.
Y, efectivamente, al poco de empezar la misión, Ian desautoriza a Niko, se enfrenta a ella abiertamente, organiza un motín, la obliga a entrar en hibernación y luego y bajo su mando, a punto está de estrellar la nave contra una estrella. A partir de ahí, se producirá un intento de asesinato, una muerte, peleas y trifulcas, aireamiento de viejos fantasmas, rencillas e inicio de varias relaciones sentimentales y sexuales (con la correspondiente cuota gay e incluso un trío bisexual) que harán de la Salvare una auténtica olla a presión. En fin, nada que ver con otras películas de astronautas –o, ya puestos, la vida real- en las que, al margen de la camaradería o diferencias personales, el equipo es capaz de trabajar unido como una maquinaria bien engrasada y arrostrando las dificultades con cabeza fría y sensatez.
Para colmo, salvo Niko y Sasha, ninguno supera los treinta años, tienen todos un físico de gimnasio (salvo el obeso biólogo Bernie) y en vez de vestir con los esperables pero prácticos monos de tarea, deambulan por camarotes y corredores ataviados con tops, shorts, ropas de deporte y modelitos varios como si fueran maniquíes puestos ahí para deleitar la vista del público juvenil. Incluida la propia Katee Sackhoff, que aguanta bien el tipo respecto a sus más jóvenes compañeros de reparto, con su pelo impecablemente moldeado con fijador y un cuerpo perfectamente tonificado.
Así que, en buena medida, la estructura de la serie es tan episódica como el “Star Trek” clásico, saltando de idea en idea de forma un tanto anárquica. En el curso del viaje de varios meses, en cada capítulo o par de capítulos, la tripulación de la Salvare habrá de irse enfrentando, además de a las animadversiones y el mal ambiente creado a bordo por ellos mismos, a anomalías astronómicas inesperadas, infecciones de parásitos alienígenas, pérdida de oxígeno, invasión de una presencia extraterrestre hostil, averías de la inteligencia artificial, desastres mecánicos y tecnológicos… hasta la llegada, con unos cuantros tripulantes menos, al mundo de destino en el último capítulo.
Esta estructura funciona solo regular. En primer lugar, la acumulación de desgracias no resulta verosímil y muchas parecen más distracciones y desvíos forzados para explotar ciertos tópicos de las películas espaciales que etapas del viaje con sentido narrativo. Y, en segundo lugar, ese salto de idea en idea, de catástrofe en catástrofe, se consigue sacrificando el trabajo de caracterización, porque todo el mundo a bordo de la Salvare está demasiado ocupado peleando por sobrevivir…o entre ellos mismos. Algunos tienen la pesonalidad perfilada pero de forma o bien insuficiente o bien incoherente.
Y en cualquier caso y excepto Niko y William, todos parecen un grupo de odiosos millenials que se han equivocado de plató de rodaje. Michelle (Jessica Camacho), la experta en comunicaciones, es una sociópata amargada que sólo se dedica a gritar, jurar y malmeter; Sasha (Jake Abel), el político que está a bordo sólo por las conexiones de su influyente padre Secretario de Defensa, es un inútil oportunista; Bernie (A.J.Rivera), biólogo, es un insensato cuyas reiteradas desobediencias a punto están de acabar con la misión; el ayudante de ingeniería Oliver (Alex Ozerov), es un ruso tan inseguro de sí mismo que cuesta imaginar cómo alguien lo pudo elegir para esta misión… No puede extrañar que el espectador no sienta demasiado las muertes de algunos de ellos ya en los primeros episodios. Pérdidas, por otra parte, tampoco demasiado dramáticas porque muy convenientemente la Salvare lleva reemplazos hibernados para todos ellos.
Esta falta de caracterización de los miembros de la tripulación coloca una gran responsabilidad sobre los hombros de Sackhoff, que es la encargada de soportar el peso emocional de la serie. Sobre ella volveré más tarde, pero baste decir ahora que en general, sale victoriosa aunque no pueda evitar de vez en cuando caer víctima de la torpeza del guion de ciertos episodios. Resulta creible tanto como amante esposa y madre como líder fuerte y decidida que, en la intimidad de su camarote, busca el consuelo de William o se conmueve hablando con su marido y su hija por holocomunicación. Cuanto más sufre su personaje, más física se torna su interpretación, algo también aplicable al resto de los actores que la acompañan en la nave y que, merced a continuos giros de guion, se ven sometidos a un carrusel emocional que les lleva a la ira, el autocastigo, la violencia, la enajenación o el terror.
Por su parte, William, la I.A., es una combinación de terapeuta, superego y dios todopoderoso que parece sacado de “Her” (2013) o “Blade Runner 2049” (2017). Pero aunque la interpretación de Samuel Anderson es correcta y la relación que establece con Niko transmite afecto e intimidad, tampoco aporta nada nuevo respecto a otras historias de CF que tienen más que decir acerca de la conexión entre los hombres y la tecnología destinada a mejorarnos.
Es precisamente la tecnología de holocomunicación lo que, durante los primeros episodios, mantiene unidos no sólo a Niko y Erik sino a las dos subtramas de la serie. Pero conforme la Salvare se aleja de la Tierra y a raíz de un inoportuno accidente, se pierde el contacto entre una y la otra. A partir de ese momento, lo que ocurre a bordo y en la Tierra transcurre de forma totalmente independiente (hasta el final de temporada). La serie se esfuerza, no siempre con éxito, en mantener la claridad y una apariencia de profundidad en una trama bifurcada (reminiscente de “Interstellar”) entre el drama en la Tierra y en la nave espacial.
Erik, por su parte, va haciendo avances en su propósito de obtener una reacción por parte del artefacto alienígena. El ritmo y el suspense de la serie se derrumban cada vez que la trama regresa a nuestro planeta para seguir los desvelos, fracasos y éxitos del científico para descifrar el lenguaje extraterrestre, la preocupación por el destino de su mujer y las interferencias tanto de los militares como de una chismosa youtuber-periodista, Harper Glass (interpretada por Selma Blair con una molesta tendencia a la sobreactuación), que quiere la exclusiva sobre cualquier noticia referente a los alienígenas sin importar consideraciones éticas de ningún tipo. Es como si todo esto conformara una serie diferente. El personaje de Erik está pobremente escrito y todo lo que se le permite hacer es hablar delante de pantallas de ordenador, consolar a su hija y tratar de conservar su puesto. Más allá de su amor por Niko y Jana y la pasión por su trabajo, poco se puede decir de él. En resumen, hasta el último par de episodios de la temporada, todo este segmento carece de auténtico interés y todos los supuestos conflictos que aborda son planos e insustanciales.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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