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sábado, 21 de diciembre de 2019
2009- MOON – Duncan Jones
“Moon” fue una película que llegó al público acompañada de una generosa dosis de expectación. Funcionó muy bien en festivales de todo el mundo y se llegó a rumorear que la doble interpretación que realiza Sam Rockwell iba a ser nominada para el Oscar. Los créditos incluían algunos nombres interesantes, empezando por el del director, Duncan Jones, hijo de una de las estrellas más importantes de la música rock: David Bowie. Tras labrarse una carrera como director de spots publicitarios, “Moon” fue el debut de Jones como realizador cinematográfico. Quizá gracias a los contactos de su padre, atrajo a su proyecto a otros nombres como la productora Trudie Styler, más conocida por ser la esposa de Sting.
En algún momento del futuro cercano, Sam Bell (Sam Rockwell) está acercándose al término de sus tres años de servicio en la base minera lunar de Sarang, propiedad de Lunar Industries. Es el único operario de las instalaciones, responsable de supervisar los recolectores automáticos de Helio 3, el cual se ha convertido en la principal fuente de energía de la Tierra. Tan solo cuenta con la ayuda y compañía de la inteligencia artificial GERTY 3000 y los videos de su esposa Tess (Dominique McElligott) que de vez en cuando le llegan desde la Tierra. Esa soledad (y la frustración de que el sistema de comunicaciones con la Tierra esté estropeado y la compañía no parezca tener prisa para arreglarlo) ha acabado afectando a su mente hasta el punto de que empieza a experimentar alucinaciones en las que ve a otra gente en la base.
Mientras se halla en el exterior conduciendo un vehículo para comprobar uno de los recolectores, Sam cree ver a alguien y se estrella. Recupera la consciencia en la base pero GERTY no le permite salir para averiguar qué ha ocurrido. Se las arregla para engañar al ordenador, escaparse y dirigirse al lugar del accidente, donde encuentra su propio cuerpo atrapado en el vehículo lunar. Lo traslada a las instalaciones y GERTY lo cuida hasta que se recupera. Ahora hay dos Sam en la base absolutamente confusos acerca de la situación hasta que averiguan que han sido clonados, aunque ignoran la razón. Además, se dan cuenta de que los vídeos de Tess son falsos y que algo o alguien está impidiendo que contacten con la Tierra.
Duncan Jones citó como influencias de esta película títulos tan clásicos como “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), “Naves Misteriosas” (1972), “Alien: El Octavo Pasajero” (1979) o “Atmósfera Cero” (1981), cintas que contaban “historias humanas en entornos futuristas”. No está tampoco de más recordar que la mayoría de esas películas aparecieron en una época en la que su padre, David Bowie, también estaba involucrado en una serie de experimentos conceptuales relacionados con la ciencia ficción, con álbums como “Space Oddity” (1969), “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars” (1972) o “Diamonds Dogs” (1974) así como la película “El Hombre que Cayó a la Tierra” (1976), en la que interpretaba a un extraterrestre marginado en la sociedad humana. Quizá lo que Jones trató de hacer con “Moon” fue marcar la diferencia entre los films de ciencia ficción construidos sobre premisas verosímiles, extrapolaciones bien fundadas y tecnología realista, y las películas-espectáculo que han dominado el cine del siglo XXI apoyándose en los efectos digitales.
“Moon” se sacó adelante con un modesto presupuesto de cinco millones de dólares. Haciendo de necesidad virtud y probablemente gracias a la experiencia acumulada en el mundo de la publicidad, el director demostró una gran creatividad consiguiendo que casi toda la película, además de apoyarse en un solo actor y rodarse en un mes, transcurriese en el limitado espacio de los pasillos y estancias de la base, un decorado construido en los Estudios Shepperton. Cada dólar está bien gastado y nunca da la impresión de ser un film barato lastrado por un diseño de producción y efectos de segunda categoría.
Además y por pura suerte, “Moon” supo sacar provecho de la huelga de guionistas en Estados Unidos, que había paralizado numerosos proyectos dejando libres abundantes recursos de los estudios y las compañías de efectos visuales, que se mostraron más que felices de participar en una película modesta como alternativa a permanecer de brazos cruzados. Tanto el tono minimalista como la aproximación verosímil a la tecnología construyeron un cautivador thriller que sólo necesitaba de un personaje -o dos, según se mire- y una máquina que parecía un periscopio y cuya versatilidad gestual estaba reducida a un puñado de emoticonos. Los efectos especiales y maquetas que se utilizan para las escenas del exterior lunar son de una factura excelente, aun cuando “Moon” no sea una película exhibicionista que dependa de aquéllos para interesar al espectador. Los efectos, por el contrario, complementan la historia y no se superponen a ella.
Duncan Jones rinde claro homenaje a las películas de ciencia ficción dura de los setenta del siglo XX. Kevin Spacey presta su voz a GERTY y lo hace imitando el sedoso e hipnótico tono que Douglas Rains utilizó para inmortalizar a HAL 9000 en “2001: Una Odisea en el Espacio”. El concepto de “hombre solo en el espacio” nos remite al personaje interpretado por Bruce Dern y sólo acompañado de droides en “Naves Misteriosas”; mientras que el enigma de los dobles evoca el misterio de “Solaris” (1972). El contador inverso para marcar la llegada de una nave con asesinos a bordo es un claro guiño a “Atmósfera Cero” y el diseño de los corredores recuerda al de “Alien”.
Dicho esto, “Moon” tiene su propia personalidad y un argumento que se sostiene por sí solo. La secuencia en la que Sam se despierta en la enfermería de la base, desafía las órdenes de GERTY y se escabulle hacia el lugar del accidente sólo para encontrar su propio cuerpo, sin duda sorprenderá al espectador. Conforme los dos clones empiezan a reflexionar y dialogar sobre su existencia, buscar puertas y compartimentos secretos, investigar si los mensajes son reales o no, la historia va convirtiéndose en un fascinante rompecabezas que recuerda lo que consiguieron antes que ella títulos clásicos como “Cube” (1997), “Dark City” (1998), “El Show de Truman” (1998), “Matrix” (1999) o “El Sexto Sentido” (1999) además de otros títulos dirigidos por M.Night Shyamalan en los que el protagonista realiza un descubrimiento asombroso que cambia completamente la visión del mundo que tenían previamente tanto él como el espectador.
Muchos, cautivados por las indudables virtudes del film, se apresuraron a calificar instantáneamente a “Moon” de clásico moderno de la ciencia ficción. El tiempo lo dirá, pero mientras tanto apunto un problema que podría pesar sobre la cinta para ascender a esa categoría: todo en la trama está pensado para ir construyendo un misterio que no acaba de desentrañarse del todo en el último acto. ¿Por qué hay docenas de clones de Sam guardados en el subsuelo de la base? ¿Quién los colocó allí? ¿Cómo es que dos clones fueron activados a la vez? ¿Por qué la compañía invierte tanto esfuerzo en imprimir en cada clon los recuerdos del Sam original y le proporciona cintas falsas de su familia, para luego mantenerle aislado y con las comunicaciones bloqueadas?
Hubiera sido interesante profundizar más en el tema de la clonación desde el punto de vista legal-empresarial. Como apuntaba en 2007 la académica y especialista en la relación entre Derecho y Tecnología Kerry Lynn Macintosh en su libro “Illegal Beings”, los clones humanos son ilegales y, por tanto, carecerían de derechos humanos si alguna vez llegaran a existir. Si un clon humano fuera “cultivado” en la actualidad, tendría el estatus legal de un esclavo o incluso de un producto empresarial. Esa brecha entre la ley y la tecnología podría causar una auténtica segregación entre “hijos de Dios” y “clones” con consecuencias imprevisibles pero que podrían haberse tocado, aunque sólo fuera tangencialmente, en esta película.
La historia termina con demasiadas incógnitas sin resolver y algunas inconsistencias. Por ejemplo, si se dispone de la capacidad para imprimir recuerdos en cada clon, también debería existir la tecnología para no hacerlo o hacerlo sólo parcialmente, eliminando así la necesidad de mantener una charada tan compleja (y aparentemente ilegal). Y es que a pesar de lo que muchas obras de ciencia ficción parecen creer, un clon no se fabrica con los recuerdos del donante original sino con una mente tan en blanco como la de cualquier recién nacido. Si Sam es la única persona en la base, ¿para qué establecer torres de comunicación con la Tierra y luego desactivarlas? ¿Qué propósito tienen éstas? ¿No sería más sencillo para los supervisores en la Tierra controlar así lo que ocurre en la base y actuar rápidamente para impedir que los clones viajaran a la Tierra o trataran de contactar con su “familia”?
Tampoco GERTY se comporta de una forma muy coherente. En algunos momentos parece estar en comunicación directa con la Tierra, pero no se da más información al respecto. Además, la programación que le ordena mantener a Sam en la ignorancia es superada con absurda facilidad. Pero no todo son pegas con el ordenador. Jones –autor de la historia original, convertida en guión por el debutante Nathan Parker- evoca deliberadamente el fantasma del inmortal HAL 9000, haciendo pensar al espectador que la inteligencia artificial se guarda algo siniestro en la manga. Al fin y al cabo eso es lo que las películas de ciencia ficción nos han enseñado a esperar: las inteligencias artificiales terminan por volverse locas y atacan a los humanos a los que deberían ayudar. Pues bien, nada de eso sucede. GERTY nunca deja de ser un ordenador-robot fiable que realiza sus tareas de mantenimiento ordinarias y que ayuda a Sam siempre que puede. El que siempre sea un personaje agradable y amistoso –aunque en exceso condescendiente- constituye un punto luminoso en un futuro que, por lo demás y a tenor de lo que la empresa hace con Sam, no parece del todo deseable.
Por otra parte y en lo que se refiere a la estructura, el giro sorpresa que esconde la historia sobre la revelación de la naturaleza clónica de Sam, llega demasiado pronto en la trama. Como consecuencia, tras ese descubrimiento la película va dando vueltas a diversas cuestiones sobre un escenario ya totalmente dispuesto ante el espectador, pero no acierta a la hora de ofrecer las explicaciones necesarias para obtener una visión completa. Parece faltar un nuevo giro en el clímax en el que se descubran las razones para todo ello; quizá que la situación forma parte de algún experimento, o que la vida en la Tierra se ha extinguido y el plan de clonación ha seguido perpetuándose de forma automática. Durante ese último tercio, por tanto, el director pierde algo el pulso y la película se alarga hasta los 97 minutos sin que se consiga añadir nuevo contenido antes de rematarla con un desenlace más bien previsible en su moderado optimismo.
Tampoco lleva el director el dilema de la doble identidad a su mayor intensidad dramática y existencial (compárese en este aspecto con obras como “Solaris” o algo tan loco y perturbador como “Inseparables” (1988, David Cronenberg) o incluso la reciente “Géminis” (2019, Ang Lee). Asimismo, no se saca todo el partido posible al entorno lunar. Sólo vemos un plano de Sam caminando en baja gravedad, mientras que dentro de la base todo parece estar inexplicadamente sujeto a una gravedad terrestre.
En lo que a interpretación se refiere solo cabe hablar de un nombre, claro. Sam Rockwell llena la pantalla con una actuación emocional que transmite perfectamente el cansancio y desgaste psicológico de un hombre que ha permanecido demasiado tiempo aislado de sus semejantes y que ha soportado durante años la única compañía de un robot irritantemente condescendiente. Su desdoblamiento en las dos versiones del mismo personaje, la recién despertada y la inmersa en una decadencia física sin remedio, es asimismo brillante. Interactúa consigo mismo introduciendo certeros toques cómicos y, sin caer en el alardeo o la sobreactuación, deja claras las diferencias que la experiencia ha marcado entre ambos individuos por lo demás biológicamente iguales. Destacar también la bien encajada música de Clint Mansell, atmósferica, hipnótica, melancólica y perturbadora en su punto justo.
Al final, “Moon” es un thriller psicológico con una premisa intrigante que, sin embargo, no consigue explotar adecuadamente los elementos conspirativos que se apuntan en la trama y cuyo lento ritmo la lastra en su último tercio. Además de la austera pero muy eficaz puesta en escena minimalista y la sobresaliente actuación de Sam Rockwell, su mayor virtud es la de ser una película de debut considerablemente mejor y más original de lo que uno podría esperarse y ser una cinta que, a pesar de los mencionados inconvenientes, sabe enganchar la atención del espectador y sacar el máximo partido de sus limitados recursos.
La siguiente incursión de Jones en el género vendría con “Código Fuente” (2011), otro clásico menor que, como “Moon”, toma prestados algunos temas muy presentes en la literatura de Philip K.Dick, como la falsa realidad, la doble identidad o las conspiraciones gubernamentales/empresariales.
No creo que esto acabe siendo un clásico. Esta la vi en su momento en el cine y me decepcionó mucho. Principalmente fue porque venía con una publicidad nada justa con su mediocridad -para alguien que ha visto y leído antes bastante CF. La peli al final no puede resolver satisfactoriamente su atractiva idea original y por eso al final se queda entierra de nadie donde no favorecen sus incontables homenajes a clásicos del Cine CF. Podemos olvidarnos della perfectamente.
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