miércoles, 18 de septiembre de 2019

1957- LOS CUCLILLOS DE MIDWICH – John Wyndham (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

También hay quien ha visto en esta novela otra lectura muy diferente. A mediados de los cincuenta estalla una nueva música, el rock and roll, que cae como un terremoto en la juventud norteamericana y, algo después, británica. De repente, los adolescentes empiezan a adoptar una vestimenta, una música y unos referentes musicales que sus mayores no pueden entender. Los hijos se convierten en extraños para sus padres…y viceversa. En el caso de Inglaterra, además, aparece el fenómeno de los Teddy Boys, una subcultura de jóvenes que adoptaron la estética de los dandies de la época eduardiana y que protagonizaron altercados y peleas entre bandas, a menudo engordados por los periódicos, preocupando a padres y conservadores. Aunque posiblemente no fuera esta la intención de Wyndham, “Los Cuclillos de Midwich”, admite también una lectura bajo esa luz y desde el punto de vista de un autor que por entonces ya contaba más de cincuenta años.



He comentado al principio la acusación que se le hacía a Wyndham respecto a su inclinación por la “catástrofe acogedora”. Aunque en “Los Cuclillos de Midwich” no hay una tragedia propiamente dicha –aunque sí muertes que para el apacible pueblo tienen esa consideración-, lo cierto es que los implicados en la trama se toman las cosas con una calma muy “british”. El Día Negro, un fenómeno anómalo donde los haya y que además provoca varios fallecidos por accidente, es considerado por los residentes como una molestia efímera de la que cuanto menos se hable, mejor. Los vecinos se contentan con reanudar sus apacibles vidas y mantener el asunto en secreto para evitar la intromisión de los periodistas y los agentes del gobierno. Padres y maridos que regresan a casa tras prolongadas ausencias para encontrarse a hijas y esposas embarazadas, no hacen un escándalo de ello y permanecen a su lado fielmente durante la gestación. Los líderes de la comunidad son también los vecinos más acaudalados y de mejor educación (Zellaby, el doctor, el reverendo), gente capaz de mantener la cabeza fría e insuflar algo de sentido común en sus más apasionados conciudadanos.

Dado que el número de embarazos asciende a docenas y que todo el mundo es consciente de que las criaturas dentro de los vientres de las madres no son humanas –al menos no completamente-, el que todo el pueblo pueda mantener el autocontrol con tanta facilidad y, además, ocultarse a la atención de los medios de comunicación y su amor por el sensacionalismo, las autoridades o incluso los vecinos de la zona, resulta inverosímil por no decir absurdo.

Ahora bien, lo que para Brian Aldiss era un punto débil de Wyndham, en realidad era la demostración de la fe que éste tenía en el hombre corriente británico cuando se trataba de salvarse a sí mismo y a la propia especie, su capacidad para unirse y actuar de forma comunitaria ante la adversidad, una virtud que todos sus compatriotas habían practicado con buenos resultados durante los años de guerra, que no habían olvidado y de la que siempre se han sentido orgullosos.

Por otra parte, estos ingleses apegados a la tierra, las restricciones sociales y la corrección, son
los únicos en la novela que parecen demostrar algo parecido a la ética. Porque el fenómeno de los “cucos”, como he apuntado, ha afectado también a otras naciones…naciones que han tenido menos escrúpulos morales: los rusos, ya lo dije, liquidan a la población “infectada” utilizando armamento nuclear; en Australia, “mueren” a las pocas horas y los esquimales canadienses, considerando el fenómeno una aberración, exterminan a los niños y sus madres humanas. Los vecinos de Midwich, en cambio, se resisten a dar un paso que les parece antinatural y prefieren ignorar la amenaza latente y convivir con ella sin hablar demasiado del asunto.

Pero hay algo más que se oculta bajo ese exterior sobrio, algo distante y educado. La elección del narrador, Richard Gayford, es una opción narrativa un tanto extraña porque se trata de un personaje marginal en la trama. De hecho, no estaba en el pueblo cuando tuvo lugar el Día Negro y su papel en todo el asunto es casi totalmente pasivo. Uno bien podría pensar que la novela, escrita en tercera persona, habría sido prácticamente igual. Sin embargo, es igualmente probable que Wyndham hubiera querido utilizar un narrador falible que a menudo no sabe interpretar correctamente lo que sucede ante
sus ojos o los testimonios de los que se hace eco. No parece darse cuenta, por ejemplo, de la existencia de una pareja de lesbianas en el pueblo, las señoritas Lamb y Latterly; y es el último en percatarse de que todas las mujeres están embarazadas o de que se están produciendo intentos de aborto.

Y aquí encontramos otra lectura posible del libro: bajo el exterior de un conflicto secreto entre alienígenas y humanos, lo que se esconde es uno entre hombres y mujeres. Todo el incidente de Midwich supone una experiencia particularmente traumática para sus mujeres: se producen violaciones en masa (porque eso es lo que sufren las mujeres), abortos, nacimientos y maternidad. Sin embargo, el punto de vista que sobre todo ello recibe el lector es básicamente masculino. Es más, la forma de leer la historia cambia considerablemente si se atiende a lo que Gayford narra o bien a lo que no dice o de lo que no se da cuenta.

Aquí caben dos interpretaciones. Una, que Wyndham quisiera poner de manifiesto precisamente lo sesgado de la versión ofrecida por un espectador masculino. Otra, que el autor
era básicamente un hombre de su época y que no se le ocurriera otorgar demasiada importancia a las mujeres. De hecho, la única excepción es la sensata esposa de Zellaby; e incluso ella ha de ser persuadida por las “fuerzas vivas” del lugar, el doctor, el vicario y su intelectual marido, para que adopte un rol de líder de las confusas embarazadas del pueblo. Es un sexismo condescendiente que hoy puede resultar chirriante pero que formaba parte de la mentalidad general de la época, sobre todo en las poblaciones más pequeñas del interior de Inglaterra (en este sentido y como suele suceder con la CF añeja, esta novela es también una obra costumbrista que nos abre una puerta a tiempos pasados). Sea como fuere, lo más probable es que hoy la historia se hubiera contado con una narradora femenina.

A estos comentarios relacionados con el género, quisiera añadir un par de observaciones finales. Primero, que John Wyndham, en su adolescencia y hasta los dieciocho años, cursó estudios en la escuela de Bedales, en Hampshire, famosa por su espíritu progresista y donde la educación era mixta. Siempre recordó con afecto aquellos años, sin duda capitales en su educación y en su modo de relacionarse con las mujeres. Se casó a una edad muy tardía, 60 años, con Grace Isobel Wilson, a la que conocía desde hacía
dos décadas y durante varios años vivieron en habitaciones separadas en el londinense Penn Club antes de mudarse a Hampshire, justo al lado de la escuela Bedales. En otra de sus novelas, “Dificultades con los Líquenes” (1960), reflexiona sobre cómo la biología obligaba a las mujeres a elegir entre sus carreras profesionales y la vida familiar.

Esto vuelve a demostrarnos que las obras muchas veces conviene no analizarlas pontificando o dando por verdades lo que son en realidad opiniones o interpretaciones personales del comentarista. Las personas somos complejas y muchas veces contradictorias en nuestros actos y pensamientos, así que no es justo ventilar a un autor, como ahora es el caso de Wyndham, definiéndolo con un par de epítetos.

Y segundo: no solo de dictaduras son las censuras. En los años cincuenta, prácticamente todos los países occidentales, de Estados Unidos a Francia, tenían métodos para censurar o marginar las obras según su contenido se ajustara a una serie de parámetros establecidos por ciertos señores. Pues bien, Wyndham, en Inglaterra, escribía antes de que se aprobara en 1959 la Obscene Publications Act, que defendía a los autores de las acusaciones y cargos por obscenidad esgrimiendo lo que se conoce como “Mérito Literario” o
“Bien Público”. Así que difícilmente podría haberle dado en “Los Cuclillos de Midwich” el peso dramático que merecían al lesbianismo o al aborto. Apuntar la existencia de ambos en esas circunstancias de vigilancia censora, ya puede considerarse lo suficientemente subversivo.

Desde el punto de vista estilístico y narrativo, la obra denota su edad en la abundancia de largos pasajes expositivos y la falta de acción (al menos para lo que suele ser el gusto actual). Wyndham toma una historia básica por lo demás muy sencilla y la alarga y engorda a base de diálogos con contenido filosófico que es lo que a la postre le da a la novela su profundidad. Aunque la primera parte sea quizá demasiado verbosa, tampoco puede decirse que resulte aburrida; la segunda, en la que los Niños ya han crecido y empiezan a manifestar sus poderes y afectar a la vida del pueblo, contiene pasajes muy emocionantes. La prosa es sobria y contenida y los personajes carecen de demasiada profundidad. Gordon Zellaby, en su calidad de escritor e intelectual en un ambiente rural de gente trabajadora, es retratado como alguien excéntrico y erudito hasta rozar lo inverosímil. Es, también, el único que es consciente de la amenaza con la que conviven y, por tanto, la teme. No sólo reflexiona sobre ella en abundancia sino que decide llevar dichos pensamientos a su lógica conclusión y
transformarlos en acción. Por otra parte, el hecho de que la ambientación sea rural y la tecnología tenga poco peso en la trama, hace que la historia haya aguantado el paso del tiempo mejor de lo que podría esperarse.

Los métodos narrativos algo arcaicos, ritmo lento e ideas que hoy interpretamos trasnochadas son, al fin y a la postre, detalles menores que no llegan a rebajar la categoría de clásico de “Los Cuclillos de Midwich”. Y ello porque sigue siendo un thriller emocionante que admite varias lecturas con diferentes grados de profundidad. Puede disfrutarse como una narración que mezcla hábilmente CF y Terror y que anima a reflexionar sobre el papel de la Humanidad en el universo. También puede leerse como sátira de la ideología occidental sobre “civilización” y “raza”, algo que quizá fue más evidente en la posguerra pero que tampoco se puede decir que haya perdido actualidad. Por último, como una historia en la que, estando en juego la supervivencia de la especie –sea la humana o la alienígena de la que proceden los Niños- se plantean cuestiones filosóficas y morales: ¿Qué haríamos nosotros en un caso
semejante? ¿Qué precio estaríamos dispuestos a pagar en términos de civilización y sociedad en aras de esa supervivencia? Son cuestiones espinosas sobre los límites de nuestra cultura y nuestra ética que fueron formuladas en una época en la que se estaban poniendo los cimientos del mundo tras la Segunda Guerra Mundial pero que siguen vigentes hoy.

Un libro, en fin, que contradice la acusación de Wyndham como artesano de “catástrofes acogedoras”. Rásquese un poco el barniz de buenos modales y espíritu solidario y se encontrará un relato inquietante y desconsolador en el que no hay sensación de triunfo final ni de justa y reconfortante supremacía de los valores de la clase media.


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