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miércoles, 12 de junio de 2019
1997- TRANSMETROPOLITAN – Warren Ellis y Darick Robertson
Los comics han estado haciendo política desde sus inicios, a menudo satirizando con saña las élites en el poder pero, por la poca consideración que tradicionalmente se le ha tenido el medio de las viñetas, la cultura mainstream nunca le ha prestado demasiada atención. En la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, revistas británicas como “2000 AD” (“Juez Dredd”) o “Warrior” (“V de Vendetta”) pusieron en la picota al gobierno y políticas de Margaret Thatcher mientras que Alan Moore y Dave Gibbons convertían a los superhéroes en peones y amos del capitalismo americano. A mediados de los noventa, cuando parecía que la madurez, energía y espíritu iconoclasta que habían colonizado ciertos sectores del comic book norteamericano empezaban a disiparse y muchos de sus creadores sucumbían a los cantos de sirena de Hollywood, aparece una de las series políticas más transgresora de todos los tiempos: “Transmetropolitan”.
Tras el enorme éxito cosechado por su línea de comic adulto Vértigo, DC decidió abrir en 1996 un sello similar pero orientado hacia la ciencia ficción y que se llamaría Helix. Stuart Moore fue nombrado su responsable y la primera tanda de títulos que se publicaron bajo su égida fueron “Cyberella” (de Howard Chaykin y Don Cameron), “Gemini Blood” (Christopher Hinz y Tommy Lee Edwards) y “Vermillion” (Lucius Shepard y Al Davison). Luego llegarían las miniseries “Bloody Mary”, de Garth Ennis y Carlos Ezquerra; y “The Black Lamb”, de Timothy Truman; y el número único “The Dome: Ground Zero”, de Dave Gibbons y Angus McKie. Lo cierto es que todos estos esfuerzos fueron en vano. Los comics de ciencia ficción no se vendían bien y DC dejó morir rápidamente a este nuevo sello. Pero no antes de lanzar el que sería su caballo ganador: “Transmetropolitan” (trasladado, eso sí, a la línea Vértigo a partir de su número 12)..
Desde 1997 a 2002, los británicos Warren Ellis y Darick Robertson escribieron y dibujaron respectivamente uno de los tebeos más interesantes y provocadores de su tiempo…y del nuestro. “Transmetropolitan mezcla con talento el ciberpunk, el comentario político irónico y contundente, la presciencia y la fantasía para dar como resultado una gran historia que es tan atemporal como unida a los titulares periodísticos de su tiempo…y del nuestro. Una obra considerada un clásico moderno y de la que se ha dicho a menudo es que es la más lograda de sus autores.
La acción, por supuesto, transcurre en el futuro. Aunque nadie parezca saber exactamente en qué año vive, se menciona que es en algún momento del siglo XXIII. Los humanos se clonan en masa o sus cuerpos se venden como comida rápida, la vida extraterrestre se ha transformado en una moda y una obsesión estética y los replicadores universales de materia no sólo existen sino que pueden hacerse adictos a las drogas que ellos mismos fabrican para sus dueños; las desigualdades económicas y los problemas generalizados de salud pública o privada son pasados por alto gracias al poder manipulador de los políticos y la minúscula capacidad de atención de sus gobernados; el cambio climático provoca enormes supertormentas que azotan la Ciudad periódicamente… y, aunque no lo parezca, decir la verdad en el momento justo puede cambiar el mundo.
Sobre ese complejo tapiz –el cual irá ensamblándose y ganando en riqueza y extravagancia conforme avance la serie-, se nos cuenta un periodo de la vida de un periodista y escritor absolutamente desquiciado, Spider Jerusalem, que tras alcanzar la fama se retiró a un aislado refugio en las montañas para vivir como un ermitaño. Pero cuando su editor le reclama el dinero que le adelantó por un libro que nunca vio la luz, se ve obligado a abandonar su retiro de varios años para pagar su deuda. Así que regresa a la Ciudad, recupera su antiguo trabajo de columnista en el periódico La Palabra y empieza a recorrer las calles en busca de inspiración para sus incendiarios artículos publicados bajo el expresivo título “Odio estar aquí”.
La colección nos irá desmenuzando a lo largo de sus 63 números y desde el punto de vista de Spider la sociedad de la Ciudad, compleja y caleidoscópica. Pero entre tema y tema, Spider centra su atención en la política, campo en el que ya provocó un terremoto años atrás y a raíz del cual se ganó no pocos antagonistas. Resulta que hay una campaña electoral en marcha y el enemigo jurado de Spider, el presidente de la nación, al cual apoda La Bestia, se enfrenta al mayor de sus desafíos –con permiso de Spider- : el senador Gary Callahan, a quien el periodista llama El Sonrisas. Atrapada entre la espada y la pared, la disfuncional Ciudad necesita a Spider como un barco la luz de un faro durante una tormenta y éste se convertirá, voluntariamente y a un gran coste, en un agente del cambio.
Cuando Spider, por un breve momento, decide tomar partido por uno de los bandos, se equivoca miserablemente y a partir de ese momento decide bombardear a los dos contendientes electorales. “La Bestia”, el presidente en el poder cuando se abre la colección, es un hombre físicamente rotundo, un matón proclive al autoritarismo y la mano dura. Representa los peores aspectos de la política moderna –y, en cierto modo, profetiza lo que hoy encarna Donald Trump-. Frente a él está el candidato a sustituirle, Callahan, el Sonrisas, modelado a imagen y semejanza del Tony Blair aspirante al cargo de Primer Ministro. Al principio se le presenta como una aceptable alternativa liberal a la Bestia, pero poco a poco las investigaciones del periodista desvelan los secretos más siniestros que esconde este individuo que no se detendrá ante nada con tal de conquistar el poder y mantener impoluta su imagen pública.
Aunque su aspecto físico está tomado del de el filósofo francés Michel Foucault, el temperamento de Spider Jerusalem y su manera de entender y practicar el periodismo se inspira directamente en Hunter S.Thompson, el fundador del llamado “periodismo gonzo” y cuyo más celebrado trabajo fue la cobertura de la campaña presidencial norteamericana de 1972, que quedó recogido en su libro de expresivo título “Miedo y Asco en la Campaña Electoral del 72”. Como Thompson, consumidor masivo de whisky y cocaína, temperamental, amigo de las armas de fuego y propenso al insulto, Spider es un periodista peculiar: es lenguaraz y agresivo, siempre está de mal humor, consume generosamente todo tipo de sustancias alucinógenas y no tiene inconvenientes en asumir dentro de su ética personal que el fin, si éste lo merece, justifica los medios (incluido mentir, chantajear e incluso asesinar). Al igual que Thompson, que gustaba de retirarse a su cabaña en Woody Creek, Colorado, Spider aspira a vivir lejos del atribulado mundo urbano; y a la menor provocación enarbola su propia arma: un disruptor intestinal, diseñado para provocar defecaciones descontroladas a la víctima pudiendo incluso llegar ésta a morir de deshidratación.
Tan iconoclasta como su hacer y pensar es su aspecto: con el cráneo rasurado, viste trajes de chaqueta sin ropa debajo para mostrar sus espectaculares tatuajes, lleva unas gafas-cámara-grabadora de lentes asimétricas y colores rojo y verde y el cigarro nunca está lejos de su boca.
Ahora bien, las similitudes entre Thompson y Spider no se quedan en sus conflictivos temperamentos. El primero fue famoso por sus grandes poderes de observación y por aportar un enfoque nuevo al periodismo en el que se rechazaba la objetividad, un elemento que él consideraba nocivo por haber permitido que alimañas como Richard Nixon se hubieran abierto paso hasta el Despacho Oval. El periodismo gonzo hacía del autor el protagonista, centrándose en cómo éste encuentra y escarba en la historia que quiere narrar, escribiendo guiado por las emociones y de forma espontánea (se dice que en treinta años Thompson no hizo más que una versión de todos sus artículos, redactados a partir de notas tomadas sobre el terreno). Pues bien, Spider Jerusalem es Hunter Thompson amplificado diez veces pero más compasivo y despojado de las opiniones racistas y homófobas de su referente.
Independientemente de los paralelismos que se le quieran atribuir con acontecimientos políticos de los noventa o actuales, “Transmetropolitan” es un comic notable por su cínica visión de la democracia en un mundo que a menudo lo confunde y abandona todo en aras del entretenimiento hueco. En los 34 arcos argumentales de los que consta la colección, Ellis ofrece una sátira de todo tipo de instituciones, desde la religión hasta el consumismo, aderezada con elementos extraídos de la ciencia ficción y retorcidos de forma grotesca. De hecho, hay tal cantidad de ideas que resulta imposible desarrollarlas adecuadamente pero que contribuyen a aportar densidad y complejidad a esa sociedad urbana del futuro. Algunas de ellas están insertas en la historia de forma casi casual, como si a Ellis le sobraran cuando otros escritores podrían extraer de ellas sagas enteras de libros; por ejemplo, que la conservación criogénica haya logrado que, efectivamente, los muertos vuelvan a la vida…sólo para convertirse en marginados de una sociedad a la que les resulta imposible adaptarse. O la inmersión de Spider –y del lector con él- en la cultura de la Ciudad a través de una sesión intensiva de televisión. O el capítulo de la Convención de los Nuevos Movimientos Religiosos, indispensable para captar fieles en una urbe en la que cada hora aparece una nueva religión; o, en un tono mucho más serio, el problema de la prostitución infantil, niños abandonados no sólo por sus padres sino por toda la sociedad…
“Transmetropolitan” es, técnicamente, cyberpunk, pero la Ciudad es en realidad una alegoría de la sociedad moderna y, quizás involuntariamente, el universo de Internet. De hecho, es un comic más pertinente hoy, cuando internet se ha apoderado de una parte sustancial de nuestras vidas, de lo que fue en el momento de su aparición, a finales de los noventa del siglo pasado. En la actualidad la gente puede abandonarse a sus deseos más oscuros y satisfacerlos por un precio siempre y cuando dediquen un poco de tiempo a navegar por la Red. Puede que las páginas de “Transmetropolitan” sean más agresivas y gráficas, pero no hay nada por muy peligroso, ilegal o grotesco que sea que no se pueda encontrar en el ciberespacio. Spider Jerusalem es una respuesta al muy pertinente dilema existencial de nuestros días: ¿Cómo marcar la diferencia? ¿Cómo luchar contra un sistema diseñado para atacar nuestra individualidad y nuestro criterio independiente?
Ahí es donde brilla el guión de Ellis. “Transmetropolitan” denuncia la dependencia de los cargos electos a la voluble opinión pública y su aprobación, opinión influida a su vez por los artículos de Spider Jerusalem. Por ejemplo, en el volumen 1, “De Nuevo en la Calle”, Spider transmite en directo desde la azotea de un edificio las revueltas ciudadanas que están sucediendo en las calles inmediatamente a sus pies y su crónica es contemplada en tiempo real por cualquiera que tenga un dispositivo conectado a la red. La postura que adopta Spider en este conflicto y la narración que de él hace, la empatía que muestra por la comunidad en rebeldía (los Transientes, gente que se somete a modificación genética para asemejarse físicamente a alienígenas), despierta adhesiones por toda la ciudad y provoca un movimiento en contra de La Bestia, que se ve obligada a retirar las tropas y detener los asesinatos. El mensaje que lanza Spider es claro y refrescante: uno no está atado por la papeleta electoral que depositó en la urna; los políticos electos tienen que responder ante el pueblo y no al contrario. Spider Jerusalem es un superhéroe y escribir es su superpoder.
Los cinco primeros volúmenes de “Transmetropolitan” son absolutamente pertinentes en la actualidad y deberían ser de lectura obligatoria para los adolescentes de cualquier sociedad democrática como lección sobre el poder de los medios de comunicación en la edad del entretenimiento. Spider tiene una personalidad arrolladora y original, sentido del espectáculo, talento periodístico, sentido de la justicia, espíritu rebelde y osadía, todo lo cual lo convierte en una fuente de conocimiento y opinión apreciada y fiable por parte de quienes buscan una versión no filtrada y adulterada de la realidad.
Los volúmenes siete al nueve tienen un tono más tranquilo y constituyen una especie de exorcismo de la obsesión de Ellis por Hunter S.Thompson. Mientras el guionista deja pasar los números preparando la confrontación final entre Spider Jerusalem y Gary Callahan, el periodista se convierte en una especie de parodia de sí mismo. Lo vemos hacer cosas verdaderamente extrañas y repugnantes, como lamer un cuenco lleno de batracios venenosos para doparse, algo que el propio Thompson, individuo errático, bebedor y drogadicto con un comportamiento autodestructivo, bien podría haber hecho. De todas formas y a pesar de que la conexión entre Spider y Thompson es evidente, el primero marca la diferencia ya al principio de la serie. Spider encarna algo más puro y conceptual: la idea de la integridad a toda prueba y sea cual sea su coste.
Dado que su orientación básica es muy clara, a saber, la lucha por la justicia y el desenmascaramiento y escarnio público de los mentirosos, hubiera sido fácil caer en una distopía plana o un desfile aburrido de clichés compuesto de héroes puros e imparables y villanos odiosos. Pero Ellis no tiene ningún inconveniente –de hecho disfruta con ello- en agrietar la coraza de virtud de sus personajes revelando su soledad, sus dudas y debilidades. Ellis veía a su creación como un héroe relevante: “Hay momentos de belleza pura y arrebatadora en los entornos más trágicos y destrozados. Y la comunidad más encantadora de la Tierra no será capaz de eliminar la mierda de perro. En “Transmetropolitan” he intentado reflejar esto: el convencimiento de que el mundo no puede ser ni perfecto ni estar totalmente condenado. Pero sí puede ser mejor. Y la gente que decide si va a ser mejor o no es la gente que se muestra y levanta su voz”.
Igualmente, no importa lo oscuro que parezca el porvenir del mundo y corrupto y degenerado el funcionamiento de la Ciudad, ésta es siempre un ente vivo y vibrante, una megalópolis dominada por las pantallas de televisión y los anuncios de todos los productos y servicios imaginables. No es un estado totalitario ni un páramo consumista sino un lugar lleno de gente ordinaria –al menos en su espíritu- cuya lucha por sobrevivir y medrar constituye el auténtico objeto del periodismo de Spider Jerusalem. Éste mantiene una relación de amor-odio con los habitantes de la Ciudad. Como su portavoz, ha dedicado su vida a liberar a la gente de la corrupción y la explotación. Spider es una mezcla de profeta y salvador, una figura cuasi-religiosa que baja de su montaña para guiar al pueblo a la Tierra Prometida. Y como todos los salvadores, acaba derrotado no por los poderosos sino por el propio pueblo. Si la gente fuera capaz de encontrar su camino por sí misma, no necesitaría a la Bestia o al Sonrisas. Prefieren descargar su responsabilidad en otro para así emplear su tiempo en consumir drogas, practicar sexo o enfrascarse en videojuegos. “Transmetropolitan” nos lanza un mensaje crudo pero cierto: cuando se trata de políticos, los pueblos obtienen lo que se merecen.
¿Es utópico pensar que quizá alguien como Spider Jerusalem pudiera existir algún día? Uno podría imaginar que la aparición de tecnologías y herramientas como Twitter o Facebook, que dan a cualquier persona acceso instantáneo a millones de “lectores” y donde se puede colgar lo que uno quiera, propiciaría la aparición de cientos de Spider. Al fin y al cabo, ya en 1997, Ellis inventó en “Transmetropolitan” un medio similar (los amfeed) para que la prosa de su protagonista llegara a su público. Pues bien, ha ocurrido lo contrario. Hoy no contamos con ningún Spider Jerusalem trabajando para grandes periódicos o haciendo periodismo gonzo a título independiente sino a un ejército de mediocres que hacen copia-pega de twitters, que no comprueban sus fuentes –ni su ortografía, ya puestos- y que valoran más el impacto en las redes sociales que la investigación. Y, para colmo, o bien están al servicio de grandes grupos empresariales y sus propios intereses, o bien se dedican a fabricar bulos y propagar fake news. Sí, hay excepciones, pero la experiencia llama a desconfiar tanto de las noticias “oficiales” difundidas por los grandes medios como de los eslóganes en 280 caracteres de Twitter.
Después de todo, Spider es más una idea que un ser humano real. Tiene un objetivo muy claro y al que se entrega totalmente aunque para ello deba poner en peligro su vida ya sea convirtiéndose en objetivo de sicarios o consumiendo sustancias peligrosas. ¿En qué se convertiría alguien así en un mundo como el nuestro, que bombardea constantemente a los ciudadanos con una cortina opaca y permanente de información? Es una pregunta que, al menos hoy, carece de respuesta. Pero el propósito de “Transmetropolitan” es avivar la llama de la esperanza de que es posible cambiar el sistema desde su interior si se es capaz de entender cómo funciona. Algunas veces, enfrentarse abiertamente al enemigo no cambia las cosas y es necesario vencerlo en su propio juego…y el juego del siglo XXI, de la Sociedad del Ocio, es el Entretenimiento.
Los corrosivos guiones de Ellis encuentran un vehículo perfecto en el dibujante Darick Robertson, cuyo arte detallista, de estilo naturalista pero con un punto caricaturesco en las expresiones faciales, transmite a la perfección el ambiente cargado y grotesco de la hirviente humanidad de la Ciudad. Su estilo puede gustar más o menos y a veces las imágenes que nos muestra provocan incomodidad, pero desde el punto de vista gráfico no se le puede poner absolutamente ninguna pega.
“Transmetropolitan” es un ejemplo perfecto de lo que la línea Vértigo de DC supo hacer como nadie en su momento: coger conceptos e ideas complejos e insertarlos en el mundo pulp de los comics mainstream. Es una obra inteligente, tan seria como caricaturesca, tan relevante como alocada, tan idealista como nihilista es su protagonista, iconoclasta, accesible, irreverente, sorprendente, original, que exalta la fantasía del poder de la prensa al tiempo que celebra la locura de un mundo complejo y contradictorio y del que además de horas de diversión pueden extraerse múltiples lecciones. Habla sobre la pobreza, la manipulación social, la política, la ética, el transhumanismo, la religión, el poder de la escritura, los movimientos sociales, la corrupción, el compromiso… En lugar de quedar ajado por el paso del tiempo, destino común e ineludible de tantas obras de ciencia ficción, ésta –para nuestra desgracia, eso sí- ha cobrado incluso más relevancia a tenor de los movimientos sociales, tecnológicos y políticos de los últimos años.
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