El distópico es uno de los géneros más populares de la ciencia ficción. La interpretación más común de estas narrativas es la de una suerte de profecías o, al menos, de advertencias acerca de los peligros que acechan en nuestro futuro si el ser humano no rectifica su comportamiento actual. La mayoría de estas ficciones se apoyan en dos trabajos seminales todavía hoy muy vigentes. Aldous Huxley, en “Un Mundo Feliz” (1932), advirtió sobre las consecuencias de renunciar a los principales rasgos de nuestra humanidad a cambio de una ilusión construida a base de objetos perecederos y efímeros placeres hedonistas. George Orwell, en “1984” (1949) escribió sobre despiadadas tiranías que controlan completamente todos los aspectos de las vidas de los ciudadanos/súbditos. Stephen King bebió de esos dos gigantes para “El Fugitivo”, añadiendo su propio toque personal y adaptándolo a la nueva sociedad del ocio que floreció en los años ochenta.
La novela transcurre en el entonces distante año 2025, cuando América se ha convertido en una distopía totalitaria en la que las clases desfavorecidas son vistas por el gobierno como un sector de la sociedad al que conviene tener anestesiado a base de entretenimiento morboso. La línea divisoria entre los pudientes y los sufrientes es tanto económica como física. Los más pobres lo son mucho, viviendo en ruinosos y sucios bloques de apartamentos y muriendo minuto a minuto envenenados por el contaminado aire que respiran. No tienen esperanzas de conseguir trabajos decentes, vidas decentes…o incluso muertes decentes.
El protagonista, Ben Richards, es un desempleado de 28 años marcado en la lista negra de la mayoría de las empresas dado que dimitió de la planta de radiación en la que trabajaba por miedo a quedar estéril. Harto de que su mujer se prostituya para aportar una miseria de dinero a la familia y ante la necesidad de tratamiento médico para su hija pequeña más allá de las medicinas inanes que se consiguen en el mercado negro, no encuentra más alternativa que acudir a la Cadena, una inmensa e influyente corporación televisiva global que organiza concursos en los que la vida de los participantes se pone en peligro.
Tras pasar una larga batería de pruebas, Richards es aceptado para participar en el concurso más importante, popular y rentable de todos: “El Fugitivo”. El propio productor del programa se lo deja bien claro durante su encuentro previo al inicio de la competición: el propósito de ese concurso es doble; por una parte, ofrecer un espectáculo que complazca a las masas; y por otra e igualmente importante, como herramienta para librarse de personas conflictivas o peligrosas para el sistema.
En cuanto a su mecanismo: “Las normas son la esencia de la sencillez. Usted, o los familiares que le sobrevivan, ganará cien Nuevos Dólares por cada hora que permanezca libre. Le adelantaremos cuatro mil ochocientos dólares en la seguridad de que podrá eludir a los Cazadores durante cuarenta y ocho horas. Naturalmente, si cae usted antes de ese plazo la cantidad no gastada volverá al programa. Se le conceden doce horas de ventaja. Y si sobrevive treinta días, se lleva el Gran Premio. Mil millones de Nuevos Dólares”. Eso sí: “Llevamos seis años en antena. Y hasta la fecha no ha habido supervivientes. Si quiere que le sea brutalmente sincero, no esperamos que los haya”. Cuando Ben replica que seguro que hacen trampas, el ejecutivo le espeta la amarga verdad: “Eso no es cierto. Olvida que usted es un anacronismo, señor Richards. La gente no se agolpa en bares y locales públicos ni se apretuja bajo el frío alrededor de los escaparates de las tiendas de electrodomésticos deseando verle escapar. ¡Ni mucho menos! Quieren verle borrado del mapa, y colaborarán si pueden”.
El concursante puede ir donde desee y hacer lo que estime necesario para sobrevivir, pero si quiere mantener su derecho al dinero, debe grabar y enviar diariamente al programa dos cintas de diez minutos de duración –lo que implicaba en aquellos tiempos encontrar un buzón u oficina de correos- con el fin no sólo de demostrar que seguía vivo sino de satisfacer a los espectadores con el “espectáculo” de su progresiva degradación física y mental. La Cadena edita las cintas antes de emitirlas y ofrece la imagen del fugitivo que más le conviene para convertirlo en un enemigo público –incluyendo la denigración de su esposa- y suscitar el odio y el rechazo de la gente corriente. Ello, unido a una recompensa por informar de su avistamiento, hace que Richards encuentre amigos sólo entre los individuos más marginados y rebeldes de la sociedad, gente que ha formado una suerte de resistencia secreta contra el monopolio de la información de la Cadena.
Richards, herido y ya muy cansado, acaba secuestrando a una mujer acaudalada para servirse de ella como chófer y salvoconducto, mujer que, aunque comprensiblemente reacia al principio, acaba tomando conciencia de la cruel y falsa realidad en la que vive y que su propia vida, que creía a salvo dentro de su burbuja de bienestar, importa a la postre tan poco como la de su raptor. Richards, finalmente, decide tomar la iniciativa e invertir los términos de la caza, poniendo en jaque a la Cadena.
Mucho antes de que “Los Juegos del Hambre” cosecharan un éxito masivo tanto en su versión literaria como en la cinematográfica, King nos presentaba en “El Fugitivo” una premisa similar: un mundo distópico en el que los ciudadanos más pobres son reclutados para servir de diversión a los más ricos en la forma de concursos mediáticos. Pero a diferencia de las novelas de Suzanne Collins, King nos presenta un futuro y unos personajes mucho más descarnados y un desenlace trágico que no garantiza que se vaya a producir ningún cambio sustancial en los valores o estructura sociales. El golpe anímico que recibe Richards al final del libro, cuando se da cuenta de que su sacrificio no va a servir para nada, cae como un jarro de agua fría también sobre el lector, que quizá albergaba alguna esperanza de una conclusión feliz, aunque sólo fuera parcial.
El mundo futuro de “El Fugitivo” es aterrador; un lugar y un tiempo en el que la vida humana es legítimamente sacrificable en aras del entretenimiento efímero. Todos los postulados sobre los que supuestamente se asienta la civilización moderna, como la minimización de las muertes o la relegación de la guerra y el asesinato al grado de último recurso, han quedado subvertidos. Ahora bien, si se piensa que este mundo de ficción y el nuestro real se hallan en planos muy distintos de existencia, reflexione más a fondo. Durante muchos siglos, las clases humildes disfrutaban asistiendo a espectáculos violentos y ejecuciones públicas. Hoy, no son pocos los que en su intimidad y bajo el anonimato de un nick reproducen una y otra vez videos de accidentes o de ejecuciones de “infieles” por parte de los fanáticos musulmanes; los realities siguen atrayendo audiencias considerables y la selección de noticias de los telediarios está compuesta principalmente –al menos en este país- a base de asesinatos, abusos, violaciones y escándalos.
Como suele hacer la ciencia ficción, la novela magnifica esa tendencia hasta límites que nos pueden parecer absurdos e incluso cómicos. Así, se nos dice que “El Fugitivo” no es el único concurso que organiza la Cadena. Existen también programas como “Caminando hacia los billetes”: “Sólo se admitía en él a enfermos cardíacos, hepáticos o pulmonares crónicos, entre los que se intercalaba a veces a un disminuido físico para aliviar algo la tensión con un poco de comicidad. El concursante debía avanzar por una cinta continua a un ritmo determinado, al tiempo que mantenía una incesante conversación con el presentador y maestro de ceremonias. Por cada minuto que caminaba, conseguía diez dólares. Cada dos minutos, el presentador hacía una Pregunta Extra sobre el tema seleccionado por el concursante (el actual, un tipo de Hackensack aquejado de un soplo cardíaco, era un erudito en Historia Norteamericana), que valía 50 dólares. Si el concursante —mareado, jadeando, con el corazón haciéndole raras cabriolas en el pecho— fallaba la respuesta, se le deducían los 50 dólares de sus ganancias y se aceleraba la cinta continua”.
Está claro que no hay ninguna sutileza en la forma y tono con los que King articula su mensaje: los medios de comunicación masivos y en especial la televisión, lavan el cerebro de la gente, la engaña y la manipula; y el gobierno los utiliza para sus propios fines. Es una exposición cruda y descarnada en sintonía con el estilo directo del escritor. Pero ello no es malo. A menudo –y eso la televisión y los políticos lo saben bien- la hipérbole es la mejor forma de transmitir a las masas una idea rápida y eficientemente –lo cual, dicho sea de paso, no tiene nada que ver con la naturaleza benigna o perversa de dicha idea-.
Otro de los puntos importantes del libro es el referido a la contaminación ambiental. Esta América del futuro está polucionada más allá de cualquier solución. Pero es que el gobierno tampoco permite al ciudadano común informarse o siquiera hablar de ello. Conversar sobre contaminación, cambio climático, meteorología o cáncer de pulmón (todos los certificados de defunción de quienes mueren de enfermedades respiratorias son invariablemente cumplimentados como “asma”) garantiza el arresto y la condena a participar en alguno de los concursos. Sólo los ricos pueden permitirse llevar filtros nasales cuando salen al exterior un día de calor; filtros que cuestan alrededor de 5.000 Nuevos Dólares mientras que un trabajador ordinario gana 15 al día.
Entre 1977 y 1984, Stephen King escribió cinco libros bajo el seudónimo de Richard Bachman. King creó esa personalidad artística por dos razones. En primer lugar, quería averiguar si eran su estilo e imaginación lo que aseguraba el éxito de sus libros. Tenía la impresión de haber tenido suerte con “Carrie” y simplemente haber capitalizado el impacto de esa obra en lo sucesivo. ¿Podía replicar el éxito bajo un nuevo nombre? En segundo lugar, la costumbre editorial de la época era la de publicar un libro de un autor al año por miedo a saturar el mercado y quemar al escritor. Utilizando un seudónimo, King podía burlar esa regla no escrita y dar salida a su efervescencia creativa. Si el “experimento Bachman” fue un éxito o no continúa debatiéndose. Los libros editados bajo ese nombre se vendieron bien pero nunca tanto como los que ostentaban el “Stephen King” en la portada. No pasaron muchos años antes de que alguien filtrara que ambos nombres correspondían a la misma persona, no dejando pasar el tiempo suficiente como para que King obtuviera una respuesta satisfactoria a su pregunta.
Pues bien, de esos cinco libros de Bachman, dos fueron distopías. Aunque de ellos considero “La Larga Marcha” (1979) como una mejor novela en términos de caracterización, impacto emocional y terror psicológico (de hecho, la valoro como uno de los mejores títulos de King), “El Fugitivo” es una obra muy recomendable que demuestra, aun siendo muy temprana dentro de su carrera y no contándose entre sus mejores logros, por qué King es admirado como uno de los mejores narradores de nuestro tiempo aun sin ser un esteta del lenguaje.
King se las arregla para mantener vivo a su personaje contra todo pronóstico, dando a la acción un ritmo trepidante que sumerge al lector en la historia desde el principio, numerando los capítulos del 100 al 0, una cuenta atrás que va recortando la duración de la historia y acercando la resolución del destino de Ben Richards. Este recurso aporta continuidad y estructura a una novela que podría correr el riesgo de fragmentarse en episodios un tanto autónomos y vagamente conectados sólo por la presencia de Richards. Así, los siempre presentes e ineludibles “títulos” numéricos de los capítulos, como si fueran un metrónomo, nos recuerdan tanto que estamos inmersos en un concurso en el que el tiempo es capital como la duración que resta hasta el final . Y como en cualquier concurso bien diseñado, la tarea a completar está pensada para suscitar el máximo suspense conforme confluyen el reloj y el participante.
Esa forma de dividir y marcar el tiempo puede haber sido inspirada por lo que Richard Matheson había hecho –en su caso, no con el tiempo sino con la altura- en “El Hombre Menguante” (1956). King dijo en una ocasión que Matheson había tenido más influencia sobre él que cualquier otro escritor. De hecho, podría incluso establecerse un paralelismo entre ambas novelas: la similitud de los títulos en inglés (“The Shrinking Man”, “The Running Man”), la cuenta atrás, los protagonistas luchando desesperadamente por sobrevivir y el que ambas sean obras llenas de ideas dignas de reflexión enmascaradas bajo la fachada de un thriller de entretenimiento ligero.
King afirmó haber escrito “El Fugitivo” en tan sólo 72 horas durante un fin de semana y que fue publicado sin apenas revisiones ni cambios. Toda una hazaña dado que en aquellos años estaba sumido en una batalla contra su adicción a las drogas y el alcohol (en una autobiografía posterior, King amplió ese periodo a una semana, lo cual sigue suponiendo una sobresaliente velocidad de ejecución). Ello puede explicar el excesivo melodrama que domina algunos momentos (la descripción de la huida de Richards por los túneles bajo la YMCA, por ejemplo) y los estereotipos que lastran a ciertos personajes secundarios. Efectivamente, donde más flaquea la novela es en la caracterización.
Ben Richards no es alguien psicológicamente muy complejo. Es un personaje desesperado, un anti-héroe de manual. Su única ambición es ganarse tranquila, digna y anónimamente la vida con su esposa e hija, pero la situación de injusticia social le obliga a arriesgar su vida para asegurar el futuro de ellas aun sabiendo que él no sobrevivirá. Los protagonistas como Richards, hombres corrientes luchando por mantener a su familia, son recurrentes en la ficción inicial de King, probablemente como reflejo de sus propias circunstancias: casado joven, niños que alimentar, viviendo en un remolque, trabajos sin futuro… Permeando la narración se percibe una corriente de rabia contra la injusticia que supone la estricta separación de clases sociales y económicas, un sentimiento que seguramente anidaba en el King de entonces. El futuro distópico en el que vive Richards es una exageración de las tendencias que King percibió en los setenta, aunque no pueda sustraerse a su condición de hijo del sistema norteamericano y nunca se le ocurra culpar de ello al capitalismo exacerbado. Para un escritor no estadounidense –o uno de esa nacionalidad pero actual-, no habría habido dudas.
Richards se mueve por un océano de personajes difusos y transitorios. Hubiera sido deseable un más detallado retrato de su vida familiar de cara a redondear el impacto emocional que el final tiene en el lector. Tampoco existen personajes secundarios demasiado interesantes ya que ninguno de ellos juega un papel prolongado en la trama: se presentan, ayudan a Ben por razones no del todo bien especificadas y luego desaparecen del relato. Los Cazadores no son más que un conjunto anónimo de asesinos cualificados. Ni siquiera su líder tiene el suficiente carisma como para ser memorable.
A pesar de ello, “El Fugitivo” funciona bien como thriller futurista de acción. Es una historia muy sencilla pero narrada con un pulso y ritmo tan excelentes que resulta difícil abandonar su lectura, no dejando respiro al lector hasta que el juego llega a su fin. De los cien capítulos, noventa y ocho están dominados por la acción o la desesperación y sólo dos consisten en esos remansados pasajes oníricos tan del agrado de King pero que aquí parecen algo fuera de lugar. E igualmente importante y lo que hace que esta sea algo más que una novela que sólo se recuerda el tiempo que dura su lectura, es que el futuro que plantea anima a la reflexión en lo relativo al poder de los medios de comunicación y la facilidad con la que pueden manipular a las masas mediante concursos en los que el morbo, el riesgo y la muerte tienen el protagonismo. Interesante profecía dado que el género televisivo de los realities no floreció hasta finales de los 90 y comienzos de los 2000.
En cuanto a la película que “adaptaba” la novela bajo el título en español de “Perseguido” (1987) y protagonizada por Arnold Schwarzenegger, hablaré de ella en otra ocasión pero baste decir aquí que mi opinión sobre ella es muy pobre. Quien haya entrado en contacto con esta historia a través del film, lo mejor es que se olvide de éste y le dedique una tarde a leer el muy superior libro cuyo tono es mucho más desesperanzador y adulto. Una novela recomendable no sólo por su capacidad para entretener sino porque constituye una desviación de la mucho más conocida y trillada vertiente terrorífica de King.
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