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miércoles, 3 de abril de 2019
2014- EX MACHINA – Alex Garland
El de la Inteligencia Artificial ha sido uno de los temas más en boga en el cine de ciencia ficción de los últimos años. No resulta fácil determinar la causa dado que no se han producido grandes cambios en el paradigma de las I.A. en lo que se refiere a la percepción pública del mismo. Quizá responda tan sólo a la toma de conciencia general de lo profundamente que se han imbricado las industrias de informática e internet en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana. Esta nueva tendencia despegó con la sorprendente “Her” (2013), de Spike Jonze, a la que siguieron otros títulos como la interesante “The Machine” (2013) o “Autómata” (2014), si bien las producciones de mayor distribución sobre esta temática como “Transcendence” (2014), “Chappie” (2015) o “Morgan” (2016), terminaron saldándose con un sentimiento de decepción en relación a las expectativas depositadas en ellas. Era como si el género estuviera esperando una obra que aportara algo realmente novedoso y potente sobre el campo de las Inteligencias Artificiales. Y entonces llegó “Ex Machina”, una adaptación muy libre de “La Tempestad” de William Shakespeare que bien podría ser esa obra.
Caleb Smith (Domhnall Gleeson), un programador que trabaja para Bluebook, el principal motor de búsqueda del mundo, gana una concurso de la empresa cuyo premio consiste en reunirse con el genio creador de ese software, Nathan (Oscar Isaac) y trabajar con él en un proyecto secreto. Le llevan en helicóptero hasta la lejana y aislada reserva del excéntrico empresario e inventor, donde este vive y trabaja totalmente solo. Allí, tras las presentaciones y la firma de un acuerdo de confidencialidad, le es mostrada la gran creación de Nathan: un androide dotado de inteligencia artificial y formas y personalidad femeninas, al cual llama Ava (Alicia Vikander). El trabajo de Caleb consistirá en realizar una serie de entrevistas con Ava con el fin de determinar si es una auténtica inteligencia o sólo un programa (pruebas que se denominan test de Turing).
En los siguientes días, Caleb mantiene una serie de tira y afloja verbales que demuestran que la autoconciencia es algo difícil tanto de demostrar como de refutar. Pero cuanto más tiempo pasa Caleb en compañía del androide, más confusión siente al ver despertar en él sentimientos hacia ella, sentimientos que, a su vez, llevan a preguntas de ámbito moral. Si Ava es inteligente, ¿qué derecho tienen él y Nathan de someterla a pruebas y juzgarla? ¿Qué derecho tienen a mantenerla prisionera en una celda subterránea, aislada del mundo exterior?
Las cosas se complican aún más cuando durante uno de los frecuentes e inexplicables cortes de corriente que experimenta el complejo y que dejan fuera de servicio las cámaras y micrófonos, Ava le avisa de que no confíe en Nathan. En los días siguientes y conforme va involucrándose más con la máquina, Caleb llega al convencimiento de que ella ha desarrollado auténticos sentimientos por él, sentimientos que por su parte son correspondidos. Tras obtener la certeza de que Nathan no considera a Ava más que un prototipo más y que acabará desconectándola, decide engañarlo y ayudarla a escapar.
Alex Garland alcanzó notoriedad primero como novelista cuyo primer libro publicado, “La Playa” (1996), fue adaptado a la gran pantalla por Danny Boyle cuatro años después contando con guión del propio escritor. La colaboración entre ambos fue tan satisfactoria que la continuaron con un film que mezclaba ciencia ficción y terror y que obtuvo unos magníficos resultados: “28 Días Después” (2002), seguida por el infravalorado “Sunshine” (2007), otro híbrido de ambos géneros pero esta vez ambientado en una nave espacial. Estos dos títulos situaron bien a Garland como guionista de ciencia ficción dispuesto a romper las convenciones de cada subgénero que abordaba. En “Sunshine”, la misión para reactivar el Sol no es más que una excusa para analizar el derrumbe psicológico de los tripulantes; “28 Días Después” no comenzaba con la primera ola de infectados sino que la acción arrancaba un mes después, cuando el mundo había cambiado ya radicalmente. Su debut como director, “Ex Machina”, aporta una nueva vuelta de tuerca al tema de la Inteligencia Artificial. (Después seguirían films muy notables como “Nunca Me Abandones” (2010) o “Dredd” (2012), estando su nombre asociado a los guiones para producciones perennemente estancadas como la adaptación del videojuego Halo o el remake de “La Fuga de Logan” (1976).
A primera vista, “Ex Machina” parece un producto ya bastante visto. Como apunté al principio, en los últimos años el tema de la Inteligencia Artificial se había abordado bastante, incluyendo varios ejemplos con androide femenino sexy. En este sentido no ayudaba demasiado que el diseño de Ava recordara tanto a las pinturas de Hajime Sorayama. Pero en este caso las apariencias engañaban porque la historia que se narra se aparta de lo convencional y el sexo femenino de la máquina juega un papel clave más allá de mimar la libido del espectador varón. De hecho, uno de los puntos fuertes de la película es la forma en que juega con las expectativas del público respecto a las narraciones sobre Inteligencia Artificial para luego volverlas contra él. Volveré sobre ello más tarde.
Alex Garland no pierde el tiempo explicando con detalle a un público generalista lo que es el test de Turing ni presentando el tema de la Inteligencia Artificial. “Ex Machina” es una película que da por sentado que quien la está viendo tiene conocimientos sobre ello (no necesariamente técnicos o muy profundos, pero al menos sí desde el punto de vista de la CF) y desarrolla la historia a partir de esa asunción. El director/guionista no tiene interés en las exhibiciones de acción y efectos especiales en las que cae, por ejemplo, Neill Blomkamp (“Chappie”) y pone en escena una cinta minimalista ambientada en un estiloso y moderno complejo subterráneo sito en plena naturaleza y que transcurre casi exclusivamente como una serie de conversaciones entre los tres únicos personajes (hay un cuarto, el androide interpretado por Sonoya Mizuno, que no dice una palabra). Esto no quiere decir que los efectos especiales estén ausentes de la película, ni mucho menos. Los que se utilizan para crear y dotar de vida al el cuerpo artificial de Ava son verdaderamente impresionantes pero también sutiles y minimalistas (como esos breves brillos del interior de su chásis o el tenue zumbido que suena al moverse). De hecho y a pesar del modesto presupuesto de la película (15 millones de dólares), ganó el Oscar a los mejores efectos visuales pasando por delante de superproducciones tan potentes como “Mad Max: Furia en la Carretera” (2015) o “Star Wars: El Despertar de la Fuerza” (2015).
Ahora bien, lo que resulta más fascinante de “Ex Machina” no es su factura visual sino los absorbentes y meditados diálogos que mantienen Nathan, Caleb y Ava. Son, además, conversaciones inteligentes y naturales: no hay nada de esa artificiosidad y jactancia que a menudo lastran a los personajes científicos de otras películas del género.
Mientras que películas como “Transcendence” o “Chappie” partían de premisas conceptuales muy profundas para alejarse luego de éstas y convertirse en thrillers o films de acción muy convencionales, “Ex Machina” es una de la pocas películas de este subgénero que aborda las cuestiones éticas inherentes a la creación de una Inteligencia Artificial a partir de un Test de Turing positivo. La película sí tiene un componente de thriller pero lo que le aporta calado son los debates que se van sucediendo entre los personajes acerca de si Ava está viva o sólo es un programa, si tiene personalidad propia, autoconciencia e incluso sexualidad. El guión de Garland está lleno de frases afiladas e ideas intrigantes. Una de ellas, por ejemplo, es que Nathan –claramente una fusión siniestra de Mark Zuckerberg y Sergei Brin- revela que la I.A. fue creada como amalgama de la infinidad de datos que su motor de búsqueda había ido acumulando, una cuestión espinosa en un mundo, el nuestro, hipermonitorizado y salpicado de escándalos de filtraciones de datos, desde Edward Snowden hasta Facebook. En una escena, un perturbado Caleb le pregunta a Nathan si diseñó la cara de Ava a partir de su perfil pornográfico en internet. La respuesta del programador da a entender que así fue…
Pero esas conversaciones tienen otro subtexto además del científico, ético y filosófico. Porque los tres personajes, con sus palabras y sus actos, se manipulan mutuamente, se engañan y traicionan en un juego psicológico absorbente. Al principio, la relación entre Caleb y Nathan es la de dos personajes situados a niveles completamente diferentes. El primero admira al segundo de una forma casi infantil y éste se aprovecha abiertamente de ello hasta llegar, conforme avanza la trama, al abuso psicológico. La relación de Ava con los dos humanos es asimismo intensa y enigmática –hasta la revelación final, claro está-. En este sentido, los nombres de los tres personajes, extraídos de la Biblia, revelan su papel en la historia y su psicología. Ava es una forma del nombre Eva, la primera mujer; Nathan (Natán) fue un profeta hebreo en los tiempos del rey David; y Caleb fue un espía enviado por Moises para explorar la Tierra Prometida.
No pasa mucho tiempo antes de que Caleb se dé cuenta de que ni ha ganado el concurso ni su misión allí es la de realizar un test de Turing. Al fin y al cabo, la premisa de partida de dicha prueba es que el examinador desconoce si el entrevistado es un humano o una máquina. En este caso, Caleb sabe desde el principio que Ava es un androide fabricado con piel sintética, malla metálica y fibra de vidrio. Y, efectivamente, en lo que es el único momento sincero de la película, Nathan admite que no es el mencionado test lo que su invitado debe llevar a cabo. El resto de la trama sumerge al espectador en un espeso tapiz de engaños, traiciones y manipulación tejido tanto por los humanos como por la máquina. La tensión y creciente aprensión que podemos compartir con Caleb –la historia se cuenta y se ve a través de sus ojos- está atemperada por momentos dulces, pequeños paréntesis de humanidad.
Las conversaciones de calado casi metafísico; momentos que rayan lo surrealista (como la escena del baile); el laberinto psicológico en el que se mezclan la confianza, la obsesión y la traición; y un ambiente claustrofóbico e hipnótico dominado de forma creciente por la paranoia y que tiene como fondo el contraste que presenta el frío minimalismo de las instalaciones de Nathan y la exuberancia del mundo natural que las rodea (filmado en Noruega); todo ello forma un conjunto absorbente que hace olvidar su tono pausado –que no aburrido ni carente de acontecimientos- y el tono minimalista e introspectivo a menudo asociado a producciones independientes o “de autor”. Y aunque no hay sobresaltos, sí ofrece sorpresas y giros de guión que van encadenándose e intercalándose con las conversaciones entre los personajes para subir paulatinamente el grado de suspense hasta la brutal e inquietante conclusión.
Hay otra cuestión muy destacable en “Ex Machina” y es el cómo Garland se aleja del antropocentrismo que suele permear los films sobre inteligencia artificial y androides en general. En ese subgénero a menudo se asume que la mayoría de las máquinas inteligentes consideran la humanidad y lo humano como algo deseable y que para alcanzarlo deben acceder al nebuloso campo de emociones como la amistad o el amor. Los ejemplos son muchos, como “Galaxina” (1980), “Sueños Eléctricos” (1984), “Cortocircuito” (1986), “El Hombre Bicentenario” (1999) o el androide Data de “Star Trek: La Nueva Generación” (1987-94). Incluso las mencionadas “Her” y “The Machine” caían en ello. El otro extremo es el del androide asesino, con ilustres representantes como María, Bishop, Terminator o Roy Batty
Por su parte, Alex Garland nos ofrece una aproximación distinta que evita esos tópicos, por ejemplo planteando el por qué Nathan ha fabricado el androide con identidad y cuerpo femeninos. (ATENCIÓN: SPOILER). Al final se desvela que Ava nunca ha pretendido ser más humana, que está satisfecha siendo un ser diferente a nosotros y que ha estado manipulando las asunciones de Caleb –y del espectador- para volverlas contra él, utilizándolo para escapar. Garland, por tanto, nos dice que una máquina verdaderamente inteligente consideraría el muy humano deseo de tener sentimientos e identidad como una debilidad susceptible de ser explotada en su beneficio y que, una vez conseguido de nosotros lo que necesitara, nos abandonaría sin pensárselo dos veces ni sentir remordimientos. De ahí el título de la película, extraído de la frase en latín “Deus Ex Machina” o “Dios salido de la Máquina”. ¿Hemos creado un Dios que va a reemplazarnos? ¿O el haber creado un ser como Ava nos convierte a nosotros en dioses?. (FIN SPOILER).
La ironía es que esta máquina que aspira a ser libre y completamente funcional está siendo juzgada por dos humanos con serias taras psicológicas. En el caso de Caleb fue la tragedia que mató a sus padres y lo dejó en cama durante un largo periodo de su adolescencia. Incluso su sonrisa más sincera denota su inseguridad, su necesidad de aprobación y, al tiempo, su tendencia a protegerse del contacto social, lo que lo hace la víctima perfecta para un manipulador. Nathan, por su parte, es un alcohólico que se sirve de concursos falsos para atraer a sus empleados y vivir así una ilusión de camaradería. Parece claro también que el haber dotado de sexo femenino a todos sus androides ha sido tanto para satisfacerse sexualmente como para abusar de un simulacro de mujer sin miedo a consecuencias penales, sociales e incluso emocionales.
En cuanto a Ava, queda bien establecida desde el comienzo su inteligencia. Nathan ha conseguido dar un salto tecnológico sin precedentes que hace del ser humano al tiempo un dios y un fósil. La forma entusiasta en la que se autoproclama deidad combinada con la resignación fatalista de haber sido quien ha traído la obsolescencia a la especie humana resume perfectamente la personalidad bipolar y autodestructiva de este personaje. Lo que no está tan claro -y es uno de los enigmas con los que juega la película- es si el amor y el calor “humano” que desprende Ava es genuino y propio o bien artificial. ¿Puede la inteligencia avanzada y los sentimientos ser independientes? ¿Puede la una existir sin los otros? El final nos da una respuesta con la que podemos o no coincidir. Sea como fuere, son preguntas muy profundas sobre las que merece la pena reflexionar.
Para ser un director novel, Garland demuestra haber aprendido bien la lección de los realizadores para los que ha trabajado como guionista. Tiene un buen instinto para encuadrar los planos y mover la cámara y saca un provecho extraordinario del entorno higienizado y cerrado en el que tiene lugar la acción, a mitad de camino entre una Applestore y un bunker antinuclear. Sin caer en fáciles exhibicionismos fotográficos o planos muy elaborados, Garland pone en contraste varias veces a lo largo de la trama, ya lo apunté antes, la esterilidad, estatismo, silencio y frialdad emocional que desprende la casa-laboratorio de Nathan con la prístina belleza, movimiento y sonido de la naturaleza que lo rodea.
Todos los actores ofrecen unas interpretaciones muy notables, llenas de gestos y miradas sutiles. Domhnall Gleeson, un nombre en alza en los últimos años, transmite la esencia de la juventud inexperta e insegura; Oscar Isaac, otro actor cada vez más conocido, modela su personaje a partir de dos genios asociales como fueron Bobby Fischer y Stanley Kubrick. Su Nathan es un individuo que transmite tanta energía como depresión autodestructiva, tanto carisma como repulsión, alguien de gran altura intelectual pero al mismo tiempo grosero y manipulador. Por su parte, Alicia Vikander hace un trabajo excelente y fascinador dando vida a la chica androide con una mezcla de inocencia y desencanto.
“Ex Machina” es una de las películas de CF más interesantes de la segunda década de nuestro siglo, un thriller psicológico que confina a tres intensas personalidades en un espacio cerrado y a través de su interacción y los dilemas que de ella se desprenden anima a reflexionar sobre cuestiones profundas. Es un gran antídoto para la tecnofobia facilona y la superficialidad argumental de la mayoría de ficciones acerca de las inteligencias –y conciencias- artificiales. Para cualquier aficionado al que interese tanto la tecnología como la exploración de la naturaleza humana.
Totalmente de acuerdo con lo que has expuesto. Una pequeña joya (aunque ya no tan pequeña), un film a la altura ya de otros clásicos de décadas anteriores.
ResponderEliminarUn saludo
Interesante análisis. Concuerdo con algunas cosas que pensé al momento de verla. Otros detalles son para debatirlos.
ResponderEliminarLa reseña muy bien armada, como siempre.
Saludos,
J.