“Código Fuente “ fue una de las películas más esperadas de 2011. En buena medida tal expectación se debía a su director, Duncan Jones (hijo de David y Ángela Bowie), quien en 2009 había sorprendido a todos dando el salto de los anuncios publicitarios al cine con “Moon”, una película de ciencia ficción de bajo presupuesto que había encantado al público y a la crítica incluso en los exigentes foros de los festivales internacionales de cine, llegándosela a comparar con “2001: Una Odisea del Espacio” (1968). Fue una producción que demostró que la ciencia ficción no necesitaba complicados efectos especiales para triunfar sino buenas ideas y actores con talento. La incógnita era si Jones podría mantener el nivel en su segunda película, “Código Fuente”. Publicitada erróneamente como un film de acción, esta coproducción americano-francesa es en realidad un thriller psicológico sobre cómo los soldados y los científicos combaten al enemigo, sea este exterior o interior.
Colter Stevens (Jake Gyllenhaal) se despierta en un tren de cercanías con destino a Chicago. No tiene ni idea de cómo llegó allí y lo último que recuerda es haber tenido un accidente pilotando helicópteros para el ejército americano en Afganistán. Su confusión aumenta todavía más cuando descubre que su carnet de identidad muestra que es Sean Fentress y que su rostro, al mirarse en el espejo de los baños del tren, es distinto al que recuerda. No tiene mucho tiempo para buscar respuestas antes de que detone una bomba en el tren y mate a todos los pasajeros, él incluido.
Colter vuelve a despertar, esta vez en una especie de cápsula o cabina cerrada, donde le observa a través de una pantalla personal militar. La que parece la oficial al mando, la capitana Goodwin (Vera Farmiga) le informa que lo van a enviar de nuevo al “código fuente”, una simulación del tren, donde tendrá ocho minutos para averiguar quién colocó la bomba. Conforme vuelve a encontrarse en la misma situación, agota el tiempo, vuelve a morir y regresa a la cabina varias veces, Colter exige saber qué está ocurriendo. Le explican que ese tren explotó por la mañana de ese mismo día en lo que se piensa va a ser el primero de una cadena de atentados. Una nueva tecnología que mezcla la mecánica cuántica con la manipulación de cerebros, permite a esta agencia secreta del ejército enviar a un sujeto, Colter, a la mente de un pasajero del tren durante los últimos ocho segundos de su vida.
Obligado a regresar una y otra vez al mismo fragmento temporal, Colter registra el tren y trata de encontrar al responsable. Si lo consigue identificar en ese mundo virtual/realidad alternativa/pasado, las autoridades lo atraparán en el presente/mundo real antes de que cometa el nuevo atentado.
Así pues, el doble misterio que se le plantea al protagonista/espectador consiste en, por un lado, averiguar quién es el terrorista; y, por otro y, más intrigante aún, saber qué es ese lugar frío y oscuro, similar a los restos de una cabina de helicóptero, en el que se halla atrapado Colter y cuál es su verdadera situación. Conforme la película avanza, no sólo las circunstancias del atribulado soldado se van volviendo cada vez más extrañas sino que descubre que sus jefes no le están diciendo toda la verdad.
Uno de los aciertos de “Código Fuente” reside en la forma en que su director estructura la trama como un puzle en el que hay que ir colocando piezas y cuya imagen, conforme se va revelando, causa cada vez más terror. Con cada viaje que realiza Colter al “código fuente”, hay elementos que van cambiando mientras otros permanecen inalterables, como es el caso de Christina Warren (Michelle Monaghan), su compañera de asiento, con la que empieza a establecer un vínculo emocional a pesar de lo surrealista de la situación. Y cada vez que viaja, aprende un poco más de lo que sucede en el tren y de lo que le está ocurriendo a él. Asimismo, el ritmo es impecable: la película empieza con una escena cotidiana, un viaje en tren de cercanías con dirección a Chicago, que inmediatamente se transforma en una pesadilla por la agitación que el protagonista transmite al espectador. Y, de repente, al cabo de pocos minutos, el tren explota y el espectador se encuentra sin esperarlo con una secuencia bien planteada pero nunca resuelta. Para cuando uno se da cuenta, al cabo de diez minutos y a través de la información que le suministran los personajes, de que se encuentra ante una película de ciencia ficción, ya está atrapado por el mencionado doble misterio que presenta el argumento y por su inquietante premisa.
El guión de Ben Ripley (muy por encima de sus trabajos anteriores para “Species III” (2004) y “Species IV: El Despertar” (2007)) le da a Duncan Jones abundantes dosis de tensión y claustrofobia con las que trabajar. De hecho, toda la trama se desarrolla prácticamente en sólo tres escenarios: el tren, la sala de control y la extraña cápsula a la que regresa Stevens tras cada muerte. Para aliviar algo el tono y dejar respirar al espectador, Jones inserta con acierto varias tomas aéreas del tren y algunas escenas en estaciones de ferrocarril.
“Moon” y “Código Fuente” tienen varios puntos en común. Uno de ellos es que ambas son historias que bien podrían haber sido imaginadas por Philip K Dick: personajes constantemente cuestionando su propia identidad y despertando para descubrir que lo que pensaban era el mundo real no es más que una ilusión. En “Moon” se trataba del astronauta que averiguaba que no era más que uno más de los muchos clones de un proyecto empresarial; y en “Código Fuente” encontramos al capitán Stevens despertando en un tren y descubriendo con horror que su identidad es otra; para luego verse trasladado a otro entorno, el de la cabina, tan irreal como el anterior.
El guión pronto abandona esa sensación de extrañeza “dickensiana” para encarrilarse en un marco más familiar, el de los bucles temporales, en el que el protagonista suele verse atrapado en un periodo de tiempo cerrado y cíclico, condenado a repetir las mismas experiencias una y otra vez con pequeñas variaciones. A este sub-subgénero pertenecen films como “12:01: Testigo del Tiempo” (1993), “Retroactive” (1997), “Repeaters” (2010), “Al Filo del Mañana” (2014), “ARQ” (2016), “Si no Despierto” (2017), “Feliz Día de Tu Muerte” (2017) o incluso la serie televisiva “Atrapado en el Tiempo” (2006-7).
Pero, desde luego, el más obvio (y en este caso deliberado) referente es la película de Harold Ramis “Atrapado en el Tiempo” (1993), si bien en “Código Fuente” el argumento está por un lado más constreñido en el tiempo y, por otro, el humor y la sátira son sustituidos por el suspense e incluso lo macabro, como refleja su giro “sorpresa” (aunque el espectador avispado lo verá venir desde relativamente pronto), giro que reside no tanto en la identidad del asesino (ATENCIÓN: SPOILER) como en el hecho de que Stevens está básicamente muerto. Sólo una parte de su cerebro continúa activa y los militares lo tratan como si fuera una máquina. Como lo consideran esencialmente un cadáver sin derechos, lo envían una y otra vez al código fuente para que cumpla su misión de forma desapasionada –al fin y al cabo, todas esas personas ya han muerto-, algo que el soldado encuentra muy difícil de hacer. Su humanidad y sus emociones son todo lo que le queda y se aferra a ellas (su tormento por haberse despedido de mala manera de su padre, su atracción por Christina, su preocupación por salvar a todos los pasajeros). Por eso resulta tan cruel la insistencia y frialdad del científico jefe, que le obliga a revivir sin fin esos mismos ocho minutos y luego morir, sin más interés que obtener reconocimiento y fondos para su proyecto. (FIN SPOILER)
“Código Fuente” es una de las pocas películas sobre bucles temporales que tratan de ofrecer una explicación “científica” al fenómeno de desplazamiento temporal, y quizá sea este uno de los puntos más flojos del argumento. La tecnocháchara, los apresurados discursos sobre mundos paralelos, mecánica cuántica y los avatares “informático-mentales” no resultan convincentes. Aún peor, cuanto más se explica de esa tecnología cuasimágica que controla el mundo virtual de Colter, peor. El problema no es que la “ciencia” resulte implausible –algo que, por otra parte, es común a muchas (probablemente la mayoría) películas de CF- sino que es inconsistente: no sigue ninguna regla, ni siquiera las que el guión establece al principio por boca del científico jefe. De nuevo, esto no tendría por qué constituir un gran problema –quizá podría explicarse diciendo que esa compleja tecnología funciona de forma imprevista-, pero la impresión que da es que el guionista empezó definiendo el “código fuente” de una forma , luego la fue variando conforme lo necesitaba y termina ignorándolo todo para incrustar un final feliz no solamente forzado e inconsistente con lo que se había explicado hasta ese momento sino incoherente con lo que hasta ese momento había sido una peripecia escabrosa sobre la experiencia de la muerte y el control mental.
De todas formas, si uno consigue pasar por alto este problema del guión, pronto olvidará esas incoherencias gracias al rápido ritmo que impone el director y el suspense de la carrera contra el tiempo que plantea. Una vez queda “claro” lo que le está sucediendo a Colter, la película pasa a ser un misterio de “quién-lo-hizo” bien llevado pero más convencional de lo que el guión había sido hasta ese punto, repitiendo el mismo escenario con mayores o menores cambios.
Uno de los principales atractivos temáticos de “Código Fuente” es el de la acumulación iterativa de conocimiento que idealmente se obtendría al revivir una situación repetidas veces, reflejando ese deseo tan humano de volver hacia atrás en el tiempo y hacer ciertas cosas de otra manera una vez se tiene la perspectiva de las consecuencias que nuestros actos tendrán en nuestras vidas. Y relacionado con esto y como era el caso de “Moon”, “Código Fuente” es sobre todo el estudio de un personaje, Colter, indefenso en las manos de inalcanzables científicos y oficiales superiores que le dicen cosas que no tienen sentido, un soldado disciplinado pero harto de ver muerte y sufrimiento, un profesional eficiente y resolutivo pero muy alejado del estereotipo de varonil héroe de acción. El guión le da espacio a Gyllenhall para bordar su interpretación, alterando la forma en que se comporta y siente su personaje en diferentes momentos de la película: el desconcierto inicial, el aplomo y seguridad que le da el conocimiento de revivir una y otra vez la misma situación, el shock de enterarse de la verdad o la desesperación de estar cerca de la solución y no poder llegar a ella.
Su contrapunto es el doctor Rutledge, el científico jefe del proyecto militar, interpretado por Jeffrey Wright. El actor no lo tiene fácil porque este personaje es casi una parodia del tópico “científico loco”, el genio sin escrúpulos al que sólo le importa que su invento funcione. Wright le da a su personaje un talante frío pero no completamente insensible. Su comportamiento con Stevens bien puede ser calificado de amoral y despiadado y, por tanto, el espectador no tiene más opción que detestarlo; pero también es cierto que su voz refleja preocupación genuina por las vidas en peligro cuando exhorta al soldado para que se centre en la misión y deje de preocuparse por sí mismo. Colleen Goodwin (Vera Farmiga) juega un papel crucial en la trama. Es el personaje que se sitúa a mitad de camino entre los extremos representados por el emocional Stevens y el glacial Rutledge; simboliza el destello de humanidad que lucha por no apagarse en el seno de la maquinaria bélico-científica, alguien que reconoce que cada soldado es mucho más que un simple recurso al que utilizar en una misión. Teniendo en cuenta que la presencia de Farmiga en la película es poco más que un rostro delante de una pantalla, consigue transmitir una gran intensidad emocional.
La historia de amor que florece entre Stevens y Christina no me parece convincente. No sólo la chica tiene una personalidad poco trabajada sino que la misma situación se siente trillada, una forma de introducir la obligatoria subtrama romántica que tiene que tener toda película con ambiciones comerciales. Se sugiere que la atracción de ella hacia él era preexistente –recordemos que Stevens ocupa el cuerpo de un profesor al que Christina conoce-, pero en cuanto a los sentimientos de él, está mucho menos claro su origen y no resulta demasiado verosímil en un entorno de extrema tensión y muerte inminente. También es cierto que la tragedia que supone ese encadenamiento cíclico de muertes le aporta cierto sabor agridulce y hace que el final feliz de la película sea un poco más redondo. En cualquier caso y a pesar de las poco plausibles premisas y agujeros de guión, todos los personajes –incluso los pasajeros del tren con los que va interactuando el protagonista- resultan perfectamente creíbles.
Híbrido de thriller y película de acción con una premisa de ciencia ficción bastante poco verosímil, “Código Fuente” es el tipo de película que podría considerarse un clásico menor de la ciencia ficción. Como las viejas películas de serie B, se basa más en la idea y el suspense que en la apuesta visual. Deudora de los temas preferidos de Philip K.Dick, está enraizada en su época (el miedo a los atentados, los terroristas nacionales, la guerra contra el terrorismo desatada por las autoridades cueste lo que cueste…) pero también nos recuerda uno de los temas eternos de la ciencia ficción: que nuestra capacidad para crear maravillas tecnológicas nos llevará a continuos dilemas morales sobre la forma de utilizarlas. No es una obra maestra, pero tampoco creo que jamás tuviera esa pretensión y, en cualquier caso y aun con los defectos indicados, es una muy recomendable cinta.
Esta película me gustó mucho , creo que está muy bien realizada....
ResponderEliminar