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sábado, 30 de abril de 2016
2010-SPLICE: EXPERIMENTO MORTAL – Vincenzo Natali
El canadiense Vincenzo Natali debutó como realizador cinematográfico con la original “Cube” (1997), un extraño e ingenioso thriller a mitad de camino entre el terror y la ciencia ficción conceptual que le valió elogiosas críticas. A continuación rodó “Cypher” (2002) y “Nothing” (2003), también adscritos a la ciencia ficción y de recomendable visionado. Aunque “Splice: Experimento Mortal” fue su cuarto film, en realidad llevaba trabajando en él desde que finalizó “Cube”, aunque retrasó su puesta en marcha a la espera de que los efectos especiales estuvieran a la altura de las exigencias del guión. Por fin, consiguió para su rodaje no sólo la financiación de diversas productoras canadienses, francesas y una americana, Dark Castle Entertainment (que llevaba años imprimiendo su sello en cintas de género fantástico como “House on Haunted Hill” (1999), “13 fantasmas” (2001), “Gothika” (2003) o “La Casa de Cera” (2005)) sino el propio aval de Guillermo del Toro y Joel Silver, que figuraron como productores ejecutivos.
“Splice” Fue estrenada en el Festival de Cine Fantástico de Sitges en 2010 y luego exhibida en Sundance, donde la acogida fue lo suficientemente favorable como para que Warner Brothers la fichara para su distribución. Mientras que los críticos habían elogiado unánimemente a “Cube” como un film atmosférico y absorbente, en esta ocasión se mostraron más divididos: o bien la despreciaron como una “exploitation” demasiado gore del mito de Frankenstein, o la alabaron como producto de factura original firmado por un director personal e independiente.
Clive (Adrien Brody) y Elsa (Sarah Polley) comparten relación sentimental y profesional. Ambos son brillantes genetistas contratados por Newstead Pharmaceuticals para diseñar proteínas modificadas que puedan aplicarse en diversos campos y, especialmente, en la industria láctea. Cuando consiguen su propósito, todo un mundo de posibilidades se abre ante ellos: curar deformidades, regenerar órganos, prolongar la vida… pero esos no son los objetivos de la compañía que, ansiosa por exprimir la gallina de los huevos de oro, comunica su intención de dar por terminado el proyecto y patentar inmediatamente la proteína híbrida sin atender a las complejas implicaciones y potencial de la investigación. Por su cuenta y riesgo, Elsa decide ampliar el experimento mezclando ADN humano con el de varios animales para crear un embrión que luego incuba en una matriz artificial. Clive tiene serias dudas al respecto pero se deja arrastrar por la pasión de su compañera y accede a finalizar la gestación, ver cuál es el resultado e, inmediatamente, matar a la criatura.
Sin embargo, el embrión se revuelve en la incubadora y logra escapar. Se trata de un extraño ser hembra, semihumanoide, carnívoro y anfibio, al que bautizan Dren (Nerd, “extraño”, al revés) y al que esconden en un almacén del laboratorio, donde se desarrolla a gran velocidad, adoptando forma cada vez más humanoide y demostrando ser altamente inteligente y capaz de imitar a sus “padres”. Ante el riesgo de que pueda ser descubierta por los otros investigadores del complejo, la trasladan a la aislada granja de la difunta madre de Elsa. Allí, conforme Dren continúa su acelerado crecimiento hasta convertirse en una joven de extraña belleza animal, su comportamiento se hace también más impredecible y peligroso.
En “Parque Jurásico”, el teórico del caos Ian Malcolm le recrimina al empresario John Hammond: “Sus científicos estaban tan preocupados por si podían o no hacerlo, que no se pararon a pensar si debían hacerlo”. Esta reflexión es perfectamente aplicable al personaje de Elsa, cuya pasión por el descubrimiento científico sólo es igualada por su indiferencia hacia las consecuencias que pueden derivarse del mismo. Y es que “Splice” recupera el muy manido tema de Frankenstein, el monstruo creado por la mano de un hombre (o mujer, como en este caso) que, jugando a ser Dios, ignora las funestas consecuencias que sobre él y su entorno tendrá su experimento. De hecho, el propio Natali reconoce expresamente su deuda con el mito de Mary Shelley en su versión cinematográfica más clásica al bautizar a sus personajes como Clive (Colin Clive fue el actor en “El doctor Frankenstein” dirigido por James Whale en 1931) y Elsa (Elsa Lancaster, la estrella de “La Novia de Frankenstein”, 1935). Además, mientras que el relato original narra una enfermiza relación “padre-hijo”, aquí se repite el esquema trasladándolo al binomio “madre-hija”.
Como “Frankenstein”, “Splice” es una de esas historias admonitorias sobre los peligros del mal uso de la ciencia que Natali escribió (figura acreditado en el guión) inspirado por las muy difundidas fotos de un ratón diseñado genéticamente en un laboratorio para que de su lomo creciera una oreja humana. A raíz de aquella noticia, la prensa norteamericana se lanzó inmediatamente a comparar aquel experimento con películas como “Parque Jurásico” (1993) o “Species” (1995), probablemente porque, aparte de la ciencia ficción, no existe otro género en el que la ingeniería genética sea un tema con entidad propia -aunque a menudo y por desgracia éste quede reducido a historias muy simplonas sobre criaturas grotescas y/o sanguinarias-. Para encontrar algo cercano a “Splice” a la hora de abordar con seriedad temas y cuestiones relacionados con la ética de la experimentación genética, habría que retroceder en el tiempo a productos como la miniserie británica para televisión “Evolución: Experimento Mortal” (1988) o la también televisiva “Chimera” (1991).
Pero a diferencia de éstas, Vincenzo Natali logra mantener el componente científico de la historia a un nivel verosímil (en los créditos finales aparecen consignados asesores en ingeniería genética), lo que sitúa a “Splice” por encima de las “monster movies” ordinarias y la aproxima al campo del thriller científico. No es que los temas propios de las películas de monstruos se olviden completamente, todo lo contrario, pero resulta refrescante ver una historia que se esfuerza por mantenerse dentro de los límites de lo realista incluso en aquellos aspectos que no están directamente relacionados con la ciencia en sí: el peligro de la investigación financiada y controlada por corporaciones privadas, la legitimidad moral de las patentes de material genético o la ética de ciertos experimentos. En palabras del propio director: “La vida es algo más que una colección de elementos químicos y proteínas. Es una auténtica fuerza (…) No puedes detener una nueva vida. Una vez el genio ha salido de la botella, no lo puedes devolver a ella…”. Mientras Natali trabajaba en el proyecto, los investigadores del mundo real clonaron a la oveja Dolly y se legalizó la creación de híbridos humano-animales, lo que da una idea de la estrecha línea que, en este caso, separaba la realidad de la ficción.
Esta bienvenida verosimilitud científica no oculta que, al final y en su fuero interno, “Splice” sea básicamente una “película de monstruos”. Tenemos, por ejemplo, la pareja protagonista, propia de las más tópicas cintas de terror, tomando una decisión errónea tras otra a pesar de su supuesta genialidad intelectual. Además, algunos de los momentos más fascinantes del film son precisamente los relacionados con la presentación de la criatura. Hay un indudable sentido de la maravilla - mezclado con repulsión y extrañeza- en las escenas en las que la criatura aparece por primera vez, correteando y escondiéndose por el laboratorio; o cuando demuestra su inteligencia utilizando para expresarse las letras del Scrabble. Visualmente, la película incorpora influencias de David Cronenberg (no sólo de “La Mosca”, sino “Cromosoma 3” o “Rabia”), Guillermo del Toro, el “Alien” de Ridley Scott, o “Cabeza Borradora” de David Lynch: el diseño de la criatura (esa cola con un aguijón retráctil), la sangrienta lucha de los gusanos diseñados genéticamente en el laboratorio o el angustioso momento en el que Drenn emerge del útero artificial junto a una cascada de líquido amniótico.
La trama pierde algo de interés cuando Dren crece y, de estar generada mediante animatrónica y CGI, pasa a ser interpretada por la actriz francesa Delphine Chaneac. Ésta, con todo, realiza un muy buen trabajo, incorporando una intrigante serie de movimientos corporales, expresiones faciales y gestos animales que se añaden al acertado trabajo del departamento de maquillaje y efectos especiales, que transforman su anatomía humanoide mediante una cola con aguijón, alas, manos de tres dedos y patas con pezuñas. En lo que se refiere al apartado visual, Natali consigue un buen equilibrio entre CGI e imágenes reales, efectivo que no efectista, y al que hay que añadir la fotografía fría y estilizada de Tetsuo Nagata, que envuelve al film en una extraña y enfermiza atmósfera.
Ahora bien, Natali no está interesado en contar tan sólo la típica historia de monstruos de laboratorio que acaban volviéndose contra su creador: “De ningún modo quiero que este film se interprete como algo contrario a la biotecnología o la biomedicina. Estos investigadores hacen un trabajo muy importante. Creo que lo que la película dice es que estamos manejando herramientas y fuerzas muy poderosas, y tenemos que aproximarnos a ellas de una forma madura y prudente. Los protagonistas son muy jóvenes, muy inteligentes, muy ambiciosos y comprenden la vida en su forma química, pero no la esencia de lo que significa la vida, lo que es la vida. Y ahí es donde las cosas se tuercen (…) Y, de algún modo, ésta es una película sobre el descubrimiento de lo humano en el monstruo y de lo monstruoso en los humanos, de lo que nace en los científicos tras crear esa cosa y qué tipo de puertas abre esa creación en ellos”.
Así, de forma inteligente y bastante siniestra, la historia explora la crueldad de los científicos, tanto con Dren como entre ellos mismos, construyendo una angustiosa red de tensión psicológica que los engulle a todos. Hay quien ha querido ver en la película una alegoría de la familia que trata de asimilar el despertar de la adolescencia, sobre el que saben poco y controlan aún menos (en realidad, tampoco entienden ni controlan sus propias obsesiones y deseos). De hecho, en “Splice” la familia es, como Dren, otro experimento que da resultados desastrosos porque, además de plantear los límites éticos de la ciencia, se pregunta también por los de la familia. De hecho, como sucedía en “El Último Exorcismo” (2010) y “Déjame Entrar” (2010), la película versa sobre una chica que dista de ser normal y su incapacidad para encajar en nuestro mundo.
Dren es un experimento de incalculable valor (de su cuerpo pueden extraerse proteínas que, por ejemplo, curen el cáncer), pero también una hija a los ojos de Elsa. La relación entre Dren y Elsa especialmente, irradia intensidad y verosimilitud. Por desgracia, la desorientación de Elsa acerca del lugar que ocupa Dren en su vida la lleva primero a maltratarla y luego a odiarla. De hecho, mediante una serie de flashbacks, nos enteramos de que la propia Elsa fue tratada por su madre como un animal de laboratorio, lo que la dejó psicológicamente traumatizada e incapaz, ya en su madurez, de distinguir entre su faceta de científica y la de madre. Aunque anhela tener hijos, Elsa teme fundar una familia y opta –no queda claro si inconscientemente o a propósito pero en cualquier caso a espaldas de Clive- por utilizar su propio ADN para “fabricar” su hija-clon.
Y, como cualquier padre sabe, los desafíos de la niñez –alimentar, limpiar, soportar los berrinches y los sustos de repentinas e inexplicables fiebres- no son nada comparados con las complejidades emocionales, psicológicas y sociales de la pubertad. Cuando Dren alcanza ese estadio, Elsa empieza a comportarse como una madre tirana e intolerante mientras que Clive, que semanas atrás no hubiera dudado en asesinar a la criatura, ahora se siente más cercano a ella. La situación empeorará todavía más cuando el impulso genético de Dren la lleve a desarrollar una enfermiza atracción sexual hacia Clive.
Hay una escena hacia la mitad del metraje que simboliza perfectamente la fina línea por la que camina la película, a mitad de camino entre la ciencia, la familia y el subgénero del monstruo. Como ya he dicho, Elsa y Clive recluyen a la ya adulta Dren en la granja de aquélla. Sola en un granero, sin nada que hacer excepto esperar las esporádicas visitas de sus “padres”, aburrida y sintiéndose sola, Dren hace amistad con un gato, acurrucándose junto a él por la noche. Cuando Elsa descubre al animal, se la arrebata a Dren, justificando tal acto de crueldad por el peligro que pudiera suponer el animal para ella, que se queda enrollada en su lecho de paja llorando de frustración. Cuando Elsa recapacita y trata de devolverle el gato a Dren, ésta , en un arrebato de ira, lo mata con el aguijón venenoso de su cola. Es un ejemplo clásico y horrendo de abuso infantil, en el que la crueldad se ejerce de los más poderosos a los más indefensos.
También hay momentos en los que la historia tropieza. Mientras que el torturado amor entre Elsa y Dren se retrata con crudeza y verosimilitud, la tensión sexual que nace entre Dren y Clive resulta torpe e irreal. Por mucho que los magos de los efectos especiales doten a la desnuda Dren de una extraña belleza, a mitad de camino entre lo repulsivo y lo sensual, es fácil ver por qué muchos espectadores se sintieron disgustados por este giro del guión.
Adrien Brody y Sarah Polley hacen un trabajo competente, con pasajes notables. Polley transmite bien la forma en que la pasión por el conocimiento propia del científico se transforma en una obsesión alimentada por sus traumas infantiles –si bien estos nunca acaban de ser adecuadamente explorados-. Aunque Brody es un actor que podría haber dado más de sí de haber tenido un personaje algo más interesante, interpreta con oficio al neurótico y menos talentoso compañero de Elsa. El conflicto que se establece entre ambos –el deseo no satisfecho de tener hijos, la injerencia de lo profesional en lo personal, el lastre de un pasado tormentoso sobre una relación sentimental- tiene más interés que el previsible desarrollo de la criatura, pero al final el guión opta por encasillarse en la “seguridad” de los tópicos del subgénero.
Y es que lo que comienza como un thriller atmosférico y contenido, centrado principalmente en la psicología de los protagonistas humanos, acaba desviándose hacia el género más estereotipado de terror con monstruo. No es descabellado pensar que el respaldo económico de Dark Castle viniera condicionado a que el guión otorgara mayor peso al lado más tópicamente sangriento de la historia, aspecto que toma el control de la trama en el último tercio de la película y que encajona a ésta en el terreno del cliché. El resultado es que, a pesar de toda la atención que se presta a la vertiente científica y el tormento psicológico de los protagonistas, “Splice” nunca se aleja demasiado del tópico de “Frankenstein”, siendo más una visión pesimista de la ciencia que una reflexión ponderada de los peligros y potencial benefactor de la misma. Se plantean cuestiones interesantes acerca de la investigación genética, pero los guionistas no llegan a ofrecer algo verdaderamente original al respecto.
Tampoco el final resulta sorprendente, casi como si Natali a esas alturas hubiera perdido el interés y se dejara llevar por los lugares comunes del subgénero (criatura enloquecida y fuera de control que ataca violentamente a sus creadores) y sin que tampoco sus compañeros guionistas, Antoinette Terry Bryant y Doug Taylor, pudieran imaginar una forma mejor de terminar la historia (a pesar de contener una de las más bizarras escenas sexuales de la ciencia ficción moderna).
Aunque quizá sea el film menos interesante de Vincenzo Natali hasta ese momento y su potencial temático no llegue a estar adecuadamente explotado, “Splice” merece un visionado. Film de monstruos disfrazado de thriller científico, su mayor logro no es tanto la criatura propiamente dicha como la enfermiza relación entre sus personajes y la forma en que afrontan la obsesión, la pasión por el conocimiento y el enigma de la vida. Crear vida no tiene por qué ser un acto generoso, y la película nos explica por qué.
Te agradezco de corazón me hayas permitido conocer este filme que ni tenia idea de que existía. Ahora mismo lo estoy bajando, así como las otras cintas del director, pues me gustó mucho "El Cubo". Como siempre tu análisis es soberbio (nota: me encantan las historias de monstruos).
ResponderEliminarA ver si te gusta Elwin, aunque como menciono en la entrada, las opiniones estuvieron divididas... Un saludo
ResponderEliminarYo también la voy a ver, aunque en filmaffinity algunas críticas no son demasiado entusiastas, tal como tu señalas.
ResponderEliminarA mi me gustó mucho esta película, me atrajo, como tu dices, lo bizarro de la historia y los giros argumentales, que están llenos de sexo y atractivo.
ResponderEliminarHola, mi compañero en el amor a la ciencia ficción...Te cuento que te he nominado a un premio bloggero. Puedes enterarte al respecto leyendo el siguiente post: http://elcubildelciclope.blogspot.cl/2016/05/un-premio-honorifico-mas-para-este.html
ResponderEliminarHola Elwin, he andado muy liado últimamente, pero gracias. En cuanto pueda intentaré responder a la nominación.... Un saludo!!
ResponderEliminarExcelente crítica y comentario de la peli, te felicito.Bien desmenuzada.
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