jueves, 28 de enero de 2010

1884- PLANILANDIA: UN ROMANCE EN MUCHAS DIMENSIONES - Edwin Abbot


Trabajo difícilmente clasificable y atractivo no me resisto a hacer una reseña del mismo aunque su conexión con la CF sea menos clara que en otras obras. Concebida por un clérigo inglés, Edwin Abbot, el libro es esencialmente una ingeniosa fábula pensada para reflexionar sobre ciertas premisas matemáticas.

El narrador, A.Square, es un ser bidimensional (un cuadrado) que vive en un universo de dos dimensiones, Planilandia (Flatland en la versión original). Los habitantes de este lugar son líneas y polígonos. Los hombres son todos polígonos, generalmente cada uno de ellos con un lado más que el que tenía su padre. Cuantos más lados tiene un polígono, mejor es su posición social. Las mujeres, por otra parte, son siempre líneas, esto es, con poco peso social. Pero como una línea no se ve de lado y es más delgada que un cuchillo, es capaz de apuñalar fácilmente a un hombre -intencionadamente o no- por lo que son muy peligrosas. Así que, después de todo, disfrutan de algún poder.

La mayoría de los polígonos en Planilandia son blancos por ley, y esto no es algo que satisfaga a muchos. Un movimiento cada vez con mayor apoyo popular, el cromatismo, respalda los efectos liberadores del color. Pues bien, A.Square, de profesión abogado, tiene que defender a una mujer/línea que ha sido falsamente acusada de pertenecer a aquel movimiento sedicioso. Cuando los cromatistas lideran un levantamiento el último día del milenio, en 1999, A Square se esconde en su casa y experimenta una revelación: durante un sueño visita un mundo unidimensional (“Lineland”) en el que todos sus habitantes son segmentos que no creen que pueda existir una segunda dimensión. A su vez, es visitado por A Sphere, un extraño ser esférico procedente de un mundo tridimensional (“Spaceland”). Ese mundo resulta tan incomprensible para A Square como él mismo lo era para los segmentos de Lineland. Cuando su visitante lo lleva a Spaceland, A Square se encuentra con un lugar muy extraño (debido a esa dimensión extra) pero, al mismo tiempo, tristemente parecido puesto que también allí se está preparando una guerra devastadora...

A pesar de que se publicó por primera vez hace 125 años, el libro no ha perdido popularidad y ha disfrutado de reediciones regulares, utilizándose como método escolar en muchos colegios anglosajones para iniciarse en el concepto de múltiples dimensiones. Efectivamente, algunas de las cuestiones que se plantean son fascinantes: ¿podríamos ser nosotros sólo una parte de un universo con más dimensiones, las cuales no podemos percibir? ¿Qué veríamos si pudiéramos trasladarnos a un universo con más o menos dimensiones que el nuestro? ¿Cómo nos percibirían a nosotros los habitantes de esos mundos? Pero Planilandia no trata únicamente de las limitaciones de nuestra percepción cotidiana debido a las leyes físicas, sino también a causa de los prejuicios.


Efectivamente, sin apartarse de su premisa matemática inicial, el autor sigue los pasos de relatos satíricos como "Los Viajes de Gulliver", realizando incisivas observaciones sobre las restricciones de la clasista sociedad victoriana y las relaciones de género en particular. Ligando las matemáticas con la vida cotidiana, Abbot critica las estrictas compartimentaciones de clase y su estrechez de miras (las figuras planas son incapaces de mirar hacia arriba o hacia abajo) y defiende la igualdad de sexos y entre individuos, el derecho a ser diferente y la abolición de un sistema que perpetua una perniciosa fractura social. Un ideario ciertamente poco común para un clérigo victoriano.

Planilandia es una de esas obras fronterizas entre la Ciencia Ficción, la Fantasía y la Sátira Social. Este cruce de caminos ha creado a menudo universos tan intrigantes en sí mismos como los personajes que los habitan: los mundos de Gulliver (desde Lilliput a Laputa), el País de las Maravillas de Lewis Carroll, Oz de Frank L.Baum, el Shangri-la de Hilton.... Flatland (Planilandia) pertenece a esa misma categoría, aunque con la peculiaridad de que puede resultar atractiva para un colectivo inesperado: los matemáticos.

Una peculiar secuela se publicó en 2001, Flatterland, escrita por Ian Stewart, profesor de matemáticas de la Universidad de Warwick (su subtítulo es “Like Flatland but More So”, Como Planilandia pero más) y en el que su autor lleva al protagonista (un tataratataranieto de A.Square) a viajar por toda una serie de mundos matemáticamente conformados.

No resulta difícil hacerse con versiones digitales del libro original, tanto en español como en inglés. Ediciones Laertes publicó la última edición en español en 2008.

miércoles, 27 de enero de 2010

1884-Un cuento de gravedad negativa - Frank R.Stockton


De nuevo nos encontramos aquí a vueltas con la antigravedad. Ya comentamos en la entrada correspondiente a “De la Tierra a la Luna” cómo la solución “balística” de Julio Verne a la hora de enfrentarse al campo gravitatorio terrestre fue bastante peculiar y no compartida por la mayor parte de los escritores de CF, prefiriendo éstos inventarse elementos o inventos antigravitatorios. Aquí tenemos un ejemplo.

Thonias Hewlings Stockton (1834-1902) fue un clérigo, escritor y humorista americano cuyo nombre artístico, Frank Richard Stockton, ha pervivido hasta hoy gracias sobre todo a una serie de cuentos de fantasía para niños enormemente populares a finales del siglo XIX. Pero su obra no se restringió sólo al mundo infantil. Como tantos autores de la época, escribió novelas para adultos tocando diferentes géneros, entre ellos, aunque él no lo sabía entonces porque aún nadie había acuñado su nombre, la Ciencia Ficción.

En este cuento, un inventor americano crea una mochila antigravedad con la que sube montañas y levanta pesados objetos. Acaba desmontándola por el miedo de que su invento acabe con la felicidad de su esposa debido a la fama que le granjearía el que se hiciese público.

Su papel de pionero en la CF no debe ocultar otro hecho relevante de su biografía: durante algún tiempo antes de dedicarse a escribir con éxito, se ganó la vida como campeón comedor de perritos calientes, batiendo el récord mundial al zamparse 2,5 perritos y sus panecillos en 60 segundos.

El relato apareció incluido en el titulo “Lo Mejor de la Ciencia Ficción del siglo XIX”, editado por Martínez Roca en 1983. Probablemente se pueda encontrar de segunda mano a través de algún portal de internet. Para quien prefiera leer el libro online puede hacerlo aquí ; también se puede descargar para ebook aquí.

miércoles, 20 de enero de 2010

1882-El siglo XX: cuento de un parisiense en el pasado mañana - Albert Robida


A finales del siglo XIX, Robida era un ilustrador muy popular en Francia. Trabajador incansable, editó durante más de una década la revista La Caricature, publicó en periódicos y semanarios diversos miles de dibujos satíricos que reflejaban los años de la Belle Epoque y escribió y dibujó más de ochenta libros relativos a todo tipo de temas, desde los viajes a la literatura infantil. Su estilo suelto y dinámico con toques de humor, fue el precursor de, por ejemplo, los chistes de Far Side de Gary Larson.

Pero Robida se recuerda hoy sobre todo por sus tres novelas, escritas entre 1882 y 1892, en las que predecía cómo sería la vida a mediados del siglo venidero. Fue una figura única en la CF del siglo XIX puesto que integró en su trabajo literatura e ilustración, creando lo que algún autor ha calificado como “novelas de CF multimedia”: los imaginativos textos de Robida eran completados con maravillosos dibujos.

El primero de sus trabajos fue "El Siglo XX...", donde las ilustraciones se apoderan de la floja línea narrativa. La protagonista, Hélène, una hermosa huérfana adoptada por la adinerada familia Ponto, vuelve a un Paris futurista desde la institución de provincias en la que se encontraba. Robida la usa como ingenua testigo a través de cuyos ojos contemplamos las transformaciones operadas en la ciudad y sus habitantes. De hecho, la ignorancia de Hélène acerca de los avances del futuro es tan completa que resulta difícil de creer: se sorprende al ver una red de telecomunicaciones (aun cuando dicha red es global) que proyecta en pantallas de cristal imágenes de todo el mundo acompañadas de sonido; se le tiene que explicar el funcionamiento de las fábricas de comida centralizadas, que bombean el alimento por tuberías a cada casa (el hogar de los Ponto resulta inundado de potaje al romperse una canalización); la educación en academias de política, derecho y literatura es mixta...

Más avanzado el relato, el hijo de la familia Ponto, Philippe, ha de ser rescatado de Inglaterra, que se ha convertido en una colonia de mormones fanáticos donde la poligamia es obligatoria y los solteros son encarcelados como criminales peligrosos. Tras su huida, Hélène se casa con él y ambos se embarcan para pasar su luna de miel en un viaje por el mundo. Mientras atraviesan el Pacífico, su submarino choca con una mina, un derelicto de la guerra mundial de 1910, y los pasajeros consiguen llegar a una de las muchas islas artificiales que puntean las rutas marítimas. Allí, Philippe concibe un plan para construir un sexto continente en el Pacífico. El libro termina cuando comienza a ponerse en práctica tal plan.

Pero eso no es todo. La desbordante imaginación de Robida nos regala otras imágenes de un futuro fascinante: la Luna ha sido atraída hacia la Tierra 675 km, aparentemente sin más razón que la de iluminar las noches; Rusia ha sido totalmente destruida e inundada durante una guerra mientras que Italia ha sido comprada por compañías comerciales y convertida en una especie de paraíso turístico; Mónaco, otra nación reconvertida en parque temático, está tan dispuesta a salvaguardar su parte en ese mercado que se prepara para entrar en guerra con su vecino...

Si la ligera vivacidad de todas estas visiones del futuro puede tender a distraernos y evitar nuestra implicación en la historia, las ilustraciones lo solucionan. Son dibujos para contemplar despacio, a mitad de camino entre Phiz y Heath Robinson y llenos de detalles: aeronaves, cañones, maquinaria futurista... incluso los vestidos de época están plasmados con todas sus florituras y ornamentación.

El éxito de “El siglo XX…” animó a Robida a continuar con la creación de ese mundo futurista en “La Guerra en el Siglo XX” (1887), que narra una guerra en 1945 ayudado por aún más ilustraciones que en su obra anterior; y “La Vida Eléctrica” (1892), donde defiende la posibilidad de que la electricidad se convierta en la tecnología del futuro, planteando de manera poco científica toda una serie de posibilidades bastante fantasiosas, como que esa nueva y fascinante energía sea capaz de controlar el clima. Su visión, no obstante, guarda también un aspecto de desconfianza hacia la ciencia, un elemento común a los autores de CF de la época.


No puedo dejar de comentar con más detalle uno de los inventos que describe, el telefonoscopio, una fascinante mezcla de televisión e internet: un artefacto que transmite documentos, imágenes en movimiento y sonido y que funciona como receptor y emisor de mensajes personales, pudiendo ser utilizado desde el propio domicilio o bien desde oficinas públicas abiertas a tal efecto. Robira no tenía por supuesto ni idea acerca de televisión, ondas de radio, microchips de silicio o redes de información, pero supo plantear un invento útil que satisfaría las necesidades del hombre.

Robira ofrecería muchos más ejemplos de inventiva futurista que, a medida que la ciencia y la tecnología lo han permitido, han pasado a formar parte de la vida cotidiana. Los helicópteros, por ejemplo, que Robira imaginó se convertirían en el medio de transporte familiar del futuro, circulando a diferentes alturas y aterrizando en los domicilios particulares; trenes de alta velocidad que discurren por el interior de tubos metálicos; la guerra bacteriológica y química... además de nuevos escenarios sociales en los que la superpoblación es un problema y donde la mujer desempeña oficios como ingeniera y científica.

Sus libros pueden ser incluidos dentro de lo que entonces era aún una novedad dentro de los géneros literarios: la novela científica, cuyo primer y mejor representante hasta la fecha era Julio Verne. Como ya hemos visto en entradas anteriores, en los argumentos de estos libros jugaban un papel importante el conocimiento científico y la tecnología. Robida sería el más popular de los seguidores de Verne, aunque su estilo era muy diferente.

En primer lugar, mientras que Verne era un erudito que basaba toda su ficción tecnológica en hechos o leyes científicas (llegó a rellenar 25.000 tarjetas de datos como fuente de consulta y archivo), Robida confiaba más en su instinto, dejándose llevar por él a la hora de imaginar cuáles serían los avances tecnológicos que marcarían el futuro pero siendo, eso sí, incapaz de explicar los principios científicos que los hacían posible. Simplemente asumió como algo natural que los científicos y los sabios acabarían desarrollando los prodigios que él soñaba. Es curioso que, dejando que su imaginación volara libre, acabó dando en el clavo respecto a muchos de los avances técnicos y sociales por venir.

En resumen, el interés de Robida es doble. Por un lado, como visionario -mucho más osado que Julio Verne- de un mundo futuro, con sus milagros científicos y tecnológicos, sus amenazas ecológicas, avances sociales y la peligrosa relación entre los militares y la ciencia. Por otro, aunque la prosa de Robida es interesante, su mérito principal tiene más que ver con su papel de visionario dentro del aspecto formal de la CF: se anticipó en casi un siglo a la fusión de lo verbal y lo visual, siendo este último ciertamente original. Aunque las novelas de Verne solían estar ilustradas por terceros, los dibujos solían hacer hincapié en enormes maquinarias y gigantescos armamentos que pretendían causar impresión y asombro en el lector. Robida, en cambio, ilustraba sus propias novelas con un grafismo más amable, incluso comercial: sabía que los dibujos de chicas vendían y no dudó en llenar sus ilustraciones con mujeres elegantes de figuras esbeltas.

Robida es un autor muy conocido en Francia, donde se le considera algo así como una versión ligera de Julio Verne. En España no es fácil conseguir su obra pero en este enlace: http://literfan.cyberdark.net/2009/GuerraSigloXX.htm puede encargarse el libro "La Guerra en el siglo XX".

viernes, 8 de enero de 2010

1882-El Plazo Fijado - Anthony Trollope


Anthony Trollope, escritor londinense enormemente prolífico y tan popular entre el público como poco querido por los críticos, publicó sólo un trabajo de CF, una curiosa novela titulada “El Plazo Fijado”.

Esta novela corta tiene lugar en el entonces lejano año de 1980, en una colonia británica imaginaria, Britannula (su nombre inglés juega con el significado de “pequeña Inglaterra” y “anuladora de Britania”), localizada en algún lugar del Pacífico cerca de Australia. Los neocelandeses que la fundaron consiguen la independencia de la metrópoli y, conservando las leyes, costumbres y moneda inglesas, deciden crear un país basado en la justicia y el sentido práctico. Como no hay división social basada en clases, prescinden de una segunda cámara gubernamental. Así, la única cámara existente, compuesta por representantes jóvenes y encabezada por el presidente John Neverbend, aprueba por mayoría una ley que establece la eutanasia obligatoria para todos los ciudadanos de más de 66 años. Al llegar a esa edad, deberán ser llevados a una institución situada en la ciudad de Necrópolis en la que reciben buenos cuidados mientras se preparan para morir, lo que tiene que suceder no más tarde de un año.

La razón para tal medida es aliviar al país de la carga de sostener a una población ya inútil y, por otro lado, librar a los ancianos de tener que vivir lo que va a ser el peor periodo de sus vidas. Comoquiera que la población de Britannula es todavía joven, no hay aún ningún ciudadano que deba someterse al “tratamiento”.

Un miembro fundador del nuevo país y hasta el momento apoyo incondicional de Neverbend, Gabriel Crasweller, se encuentra enfrentado a sus propias ideas cuando, no habiendo sufrido ni un solo dolor de cabeza en toda su vida, su nombre aparece el primero en la lista de candidatos a la eutanasia por ser el ciudadano de mayor edad. Aunque en su día votó a favor de la ley, al aproximarse su turno sus convicciones se tambalean. La tensión se traslada a las familias de los implicados: la hija de Crasweller está enamorada del hijo del presidente, Jack Neverbend, quien por simpatía se opone a las intenciones legislativas de su padre. La esposa del mandatario, Sarah, también es contraria, por principios, a la eutanasia.

Anthony Trollope escribió la obra preocupado por su vejez. Precisamente contaba 67 años cuando terminó el libro y la proximidad del invierno inglés le había hecho sentirse viejo y próximo a la muerte (efectivamente, fallecería muy poco después). Más que a la muerte, temía a la inutilidad y falta de propósito que la vejez conlleva, lo que quizá haga más comprensible el que escribiera a una edad avanzada un libro tan alejado de sus queridos temas costumbristas.

Por otra parte, algunos comentaristas han equiparado esta obra a las sátiras del estilo de Jonathan Swift. En mi opinión, el mundo éticamente deformado de los políticos y la medida extrema de la eutanasia oficial no tenían nada de satírico. No solamente ese debate se convertiría en algo recurrente en la CF (recordemos películas como “Cuando el destino nos alcance” (1973) o “La Fuga de Logan” (1976)), sino que el panorama que se describe no es totalmente negro. Neverbend no es un tirano ni un dictador que sume a su pueblo en un agujero negro de terror y miseria: además de instituir ese “Plazo Fijado” de eutanasia obligatoria, ha levantado un sistema educativo universal progresista, abolido la pena de muerte y en otros aspectos ha convertido al país en un lugar muy agradable en el que vivir.

La ambientación futurista de esta utopía fantástica es la propia de un escritor poco avezado en este tipo de obras. Introduce elementos tecnológicos como supercañones capaces de destruir ciudades enteras, una especie de teléfonos móviles, un antecesor lejano del fax, triciclos impulsados a vapor que sirven como medio de transporte individual… pero, por otra parte, los británulos siguen desplazándose en coches tirados por caballos y en barcos de vapor cuando salen de su isla. Los 250.000 habitantes del nuevo país trabajan en su mayoría en el campo y las mujeres siguen viviendo subordinadas a los hombres, sin papel alguno en el ámbito público.

Al final, Inglaterra, escandalizada por lo que está pasando, envía su proverbial cañonera a la capital, Gladstonópolis. Los ciudadanos, en su mayoría enemigos de la nefasta idea de su presidente, reciben de buena gana a los británicos y aceptan a su nuevo gobernador. El “Plazo Fijado” se anula y Neverbend es llevado a Inglaterra, donde escribirá sus memorias –que resultan ser el propio libro, narrado por él en primera persona. Siempre queda la duda de si los ingleses estaban realmente motivados por sus elevados ideales o bien no buscaban más que una excusa para volver a poner sus manos en la antigua colonia. Bueno, después de todo quizá no haya tantas dudas.

“El Plazo Fijado” se inscribe dentro de la moda literaria de utopías futuristas que nació en aquella época –y de las cuales ya hemos visto varios ejemplos en este blog-, un pequeño ámbito que no solamente demostró ser rentable económicamente, sino que otorgaba al autor una flexibilidad y libertad que la novela realista no permitía. Trollope trató en ella el delicado tema de la eutanasia, pero también dejó caer algunas otras de sus preocupaciones, como la cuestión del autogobierno de las colonias, el potencial destructivo de las nuevas tecnologías y los peligros de un gobierno unicameral; toda una muestra del amplio espectro temático que puede desplegar la Ciencia Ficción.


El libro se puede descargar en el proyecto Gutemberg en : http://www.gutenberg.org/etext/27067

viernes, 1 de enero de 2010

1880-Across The Zodiac - Percy Greg


En la entrada en la que se comentaba "De la Tierra a la Luna" mencionamos cómo Julio Verne propuso escapar al campo gravitatorio terrestre mediante el lanzamiento de una cápsula desde un cañón, una solución que no gustó ya en su época al entender -correctamente- que el ser humano no podría sobrevivir a la experiencia. Debía haber otra manera de situar al hombre fuera de la Tierra. Los escritores de ciencia ficción, antes y después de Verne, habían comenzado a jugar con el concepto de instrumentos o elementos “antigravitatorios”.

El primero de esos aparatos puede ser atribuido a “Joseph Atterley”, seudónimo del autor norteamericano George Tucker, cuyo “Viaje a la Luna" (1827) se lleva a cabo en una nave recubierta de un metal antigravitatorio. J.L.Riddell fue el autor de una aventura lunar poco conocida, "Orrin Lindsay´s Plan of Aerial Navigation" (1847) en el que el científico protagonista usa un campo antigravitatorio para pilotar su nave hasta la Luna. Un libro más popular, también en inglés, fue escrito por un tal “Chrysostom Trueman”, probablemente el seudónimo de James Hinton: "The History of a Voyage to the Moon, with an Account of the Adventurer´s Subsequent Discoveries" (1864), donde un ingenio antigravitatorio (un mineral llamado “repellante”, extraído de las montañas de Colorado) lleva a sus dos protagonistas a la Luna. Los dos aventureros alcanzan nuestro satélite usando una nave impulsada con propelente. Allí descubren una sociedad utópica de pequeños humanoides llamados “Notol”. Tras pasar un año viviendo entre ellos y explorando el satélite, escriben sus aventuras en láminas de metal y las disparan a la Tierra arrojándolas al interior de un volcán lunar. El libro especula con que los selenitas son en realidad almas humanas reencarnadas, algo cercano a las tradiciones de viajes místicos a la Luna propias de siglos anteriores.

El autor británico Percy Greg recogió el concepto del elemento antigravitatorio, al que bautiza como apergión, para su novela “Across the Zodiac: the Story of a Wrecked Record”. Un veterano de la Guerra Civil Americana naufraga en una misteriosa isla en 1867 y allí presencia cómo se estrella una nave espacial: “tenía un disco muy visible… Me encontré fragmentos de un brillante metal amarillo pálido… [y una] dureza sobresaliente”. De los restos de aquel proto-ovni extrae un manuscrito en latín en el que su anónimo autor revela el secreto del apergion y su utilización en una expedición realizada en 1820 a Marte en una nave llamada Astronauta. Fue la primera vez que se utilizó esta palabra.

Tras narrar el viaje hasta Marte haciendo uso de la energía antigravitacional del apergión, el relato se hunde con largas reflexiones sobre la sociedad y moral utilitarias de los marcianos, unos seres diminutos de pelo amarillo, barbas y mostachos, que no creen que pueda existir vida en otros planetas, considerando al recién llegado como un marciano de elevada estatura originario de alguna aislada y desconocida región.

Los marcianos disfrutan de una tecnología avanzada: tienen películas -que no existían en el momento de escribir el libro- y teléfonos. Pero, como suele suceder en la CF y en la realidad, no todo es agradable en este mundo aparentemente utópico. Su superior capacidad cerebral ha sido adquirida a expensas de sus emociones, su vitalidad y su sentido de la existencia. Organizados en una sociedad de tipo feudal nacida tras una fallida revolución comunista, son profundamente sexistas. Las hembras reciben una educación enfocada a ser buenas mujeres y madres y aunque existe una igualdad de sexos teórica, son pocas las mujeres que se acogen a ella, siendo éstas consideradas hombres de tercera clase y no deseadas en absoluto como consortes. "Cualquiera que sea la educación que reciban, nuestras mujeres siempre han encontrado que la independencia que podrían adquirir trabajando duro era menos satisfactoria que la dependencia, con la comodidad y seguridad que disfrutan como consortes, amantes o esclavas, del otro sexo".

Y no hay espíritu satírico en tal afirmación. Percy Gregg (1836-1889) fue un dotado y prolífico periodista que a lo largo de su vida, a medida que envejecía, fue pasando del secularismo al espiritualismo para terminar como adalid del feudalismo y el absolutismo de convicciones políticas y religiosas reaccionarias y radicales, algunas de las cuales asoman en esta novela.

El narrador establece una relación de lánguido amor con una dama del lugar, Eveena, una jovencita "veinteañera" que recuerda mucho -incluso en el nombre-, a la delicada Weena de "La Máquina del Tiempo", escrita por H.G.Wells años después, en 1895. De hecho, no son pocos los estudiosos que opinan que Wells posiblemente se inspiró en esta bella marciana. La cosa mejora hacia el final, con una intriga política e intentos de asesinato. Eveena se sacrifica para que su amado pueda dejar el planeta y volver a la Tierra. Greg prometió un segundo volumen que nunca llegó a ver la luz.


Las razones por las que este libro destaca sobre otros con temas similares aparecidos en la misma época son diversas. Por supuesto, y no es poca cosa, la utilización de una palabra tan bella como astronauta, "marinero de las estrellas". Ha pasado a convertirse en algo tan cotidiano y manido que perdemos de vista su poético significado. Por otra parte, Greg anticipó correctamente la ingravidez en el viaje espacial y llenó los primeros capítulos de su libro con datos científicos cuidadosamente detallados. Su interés por dotar de verosimilitud a la historia lo apartaba de muchos de sus colegas escritores.

En tercer lugar, Percy Greg fue el primer escritor que imaginó un lenguaje alienígena de forma minuciosa, incluyendo tablas de lingüística y declinaciones, algo que no se había hecho hasta la fecha y que permanecería como la más detallada lengua imaginaria de la literatura hasta que Tolkien introdujo las lenguas élficas en su obra.

Y, por último, esta novela fue también vanguardista como iniciadora del subgénero del "romance interplanetario", un línea de la CF muy visitada en las revistas pulp de años posteriores. El "romance interplanetario" es básicamente un relato de aventuras cuya acción se sitúa en otros planetas. El origen de este tipo de ficciones se encuentra en fantasías de civilizaciones perdidas como "Ella" de H.Rider Haggard y novelas de capa y espada como "El Prisionero de Zenda" (1894) de Anthony Hope. Normalmente, el protagonista es un terrestre, valiente, heróico, caballeroso y hábil guerrero que combate contra monstruos o malvados alienígenas, enfrentándose al peligro con gallardía y ganándose el amor de una princesa nativa. Veremos en futuras entradas más ejemplos de este tipo de aventuras, siendo el más popular de ellos el ciclo de relatos de Jon Carter, escritos por Edgar Rice Burroughs muchos años después.

Novela adelantada a su tiempo, Greg llevó a sus lectores a un mundo de maravillas extraterrestres que mezclaba elementos tecnológicos propios de la ciencia ficción con otros de tipo místico, como la telepatía.