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domingo, 27 de enero de 2019
1995- VIRTUOSITY – Brett Leonard
“Virtuosity” fue la cuarta película del director Brett Leonard , quien había debutado en 1989 con la serie B “El Foso de la Muerte” para luego obtener un gran éxito con “El Cortador de Césped” (1992), una historia absurda que, sin embargo, se benefició del interés popular que en ese momento disfrutaba el tema de la realidad virtual y la animación por ordenador y que hoy es considerado por muchos como un clásico menor. Después vendría un soso thriller sobrenatural, “Asesino del Más Allá” (1995) y el regreso al ciberpunk con “Virtuosity”.
En 1999, el ex policía convicto Parker Barnes (Denzel Washington) se presenta voluntario para probar un nuevo programa de realidad virtual para entrenamiento policial. Inmersos en la simulación, los participantes deben perseguir y detener a un violento asesino en serie, SID 6.7. (Russell Crowe). Sin embargo, en una de las simulaciones, la estimulación neural del juego resulta ser tan fuerte que cuando SID mata al compañero de Barnes en el entorno virtual, el shock le provoca la muerte también en el mundo real. A la vista de los resultados, el Departamento de Policía de Los Ángeles le ordena al creador del programa, Daryl Lindenmeyer (Stephen Spinella) que lo apague, pero éste se encuentra demasiado vinculado al mismo y engaña a un técnico de laboratorio para que transfiera la personalidad virtual de SID al cuerpo de un androide con nanotecnología capaz de regenerarse absorbiendo moléculas del vidrio circundante.
En su nuevo cuerpo, SID se fuga del laboratorio y se embarca en una sangrienta cadena de crímenes. La policía libera a Barnes a cambio de su ayuda dado que él es quien tiene más experiencia enfrentándose a esa inteligencia artificial. Éste averigua que SID es un conglomerado de las personalidades de 180 asesinos en serie, de las cuales y a tenor de la persecución de Barnes, empieza a sobresalir una en especial: la de Matthew Grimes, el terrorista que mató a su esposa e hija y al cual liquidó años atrás (crimen por el cual cumple condena).
Tras el éxito de “El Cortador de Césped” y durante un tiempo a mediados de la década de los noventa, pareció que Leonard aspiraba a ser una especie de gurú de los nuevos efectos CGI, convirtiéndolos en una especie de marca personal –de la misma forma que Ingmar Bergman se había especializado en la depresión existencial y Woody Allen en la neurosis del hombre moderno-. Llegó incluso a fundar su propia empresa de efectos digitales, L2 Communications. Por desgracia, jamás llegó a dominar verdaderamente este recurso formal, al menos de la forma que ambicionaba. Sus películas o bien carecían de sustrato intelectual o estaban tan lastradas por gastados tópicos que sus llamativos efectos terminaban no siendo más que golosinas visuales sin sustancia alguna. De hecho, sus películas parecen tener en tan poca consideración los guiones que tanto en el caso de “El Cortador de Césped” como en “Asesino del Más Allá”, los autores de los relatos originales, Stephen King y Dean R.Koontz respectivamente, lo demandaron para que el estudio no utilizara sus nombres en los créditos. Quizá fue por ello por lo que en “Virtuosity” Leonard decidió no recurrir a fuentes ajenas y partir de un guión original escrito por Eric Bernt (que más adelante firmaría “Romeo Debe Morir” (2000) o “Los Inmortales: Juego Final” (2000))… sin obtener con ello mejores resultados.
Y es que “Virtuosity” encadena tantísimos clichés que parece una especie de monstruo de Frankenstein construido a base de ensamblar torpemente elementos de películas anteriores de CF. Así, tenemos al policía y héroe de acción que es condenado injustamente (como en “Demolition Man” (1993), “Escape de Absolom” (1994) o “Juez Dredd” (1995); como sucedía en “1997: Rescate en Nueva York” (1981) o “Peligrosamente Unidos” (1991), el protagonista tiene una bomba implantada en su cuello para asegurar su colaboración y obediencia a las autoridades; aparece el androide asesino, un tópico de casi todas las películas de CF de serie B desde “Terminator” (1984), que se lanza a una orgía desaforada de destrucción. Y como el T-1000 de “Terminator 2” (1991), SID es también un metamorfo.
No contento con explotar el tema del imparable robot, éste además contiene una mezcla de personalidades modeladas a partir de las de famosos asesinos en serie. En la década de los noventa y a raíz del éxito de “El Silencio de los Corderos” (1991), “Seven” (1995) y subsiguientes imitadores, la figura del asesino en serie se convirtió en un cliché cinematográfico. Las razones por las que el científico chalado que crea el programa de SID lo dota de esa locura criminal tan exacerbada nunca quedan claras. Uno puede preguntarse para qué serviría una inteligencia artificial con semejantes características. Dejando aparte que el coste sería prohibitivo, su uso más lógico, desde luego, sería el de estudio y análisis psicológico de esas personalidades de cara a establecer metodologías policiales o sistemas de detección, pero todo lo que vemos en la película es que el programa se utiliza como un “simple” videojuego shooter.
Por otra parte, la idea de una inteligencia artificial construida a base de amalgamar la personalidad de diversos asesinos en serie es absurda y demuestra el poco conocimiento que se tiene sobre la materia. Esta clase de criminales difieren completamente unos de otros en patologías, motivaciones y métodos –la psicología forense, por ejemplo, los divide en dos tipos distintos: organizados y desorganizados-. Tratar de combinar y hacer interactuar simultáneamente todos esos perfiles con toda probabilidad haría que el programa se colgara o, como mínimo, funcionara de forma errática y contradictoria. Más adelante en la trama queda claro que esta idea de acumular personalidades psicopáticas sólo sirve a un propósito: encajar otro cliché, el del policía que debe enfrentarse a un villano del pasado. Ninguna de esa horda de personalidades que supuestamente bullen en la “cabeza” de SID llega a emerger con la excepción de la de Matthew Grimes, que pronto se convierte en la dominante durante todo el resto de la película.
Otra de las muchas inconsistencias y comportamientos inexplicables del guión es la referente al creador de la IA. Sin más motivación que su relación poco saludable con los ordenadores y en vez de hacer una simple copia de seguridad, al recibir la orden de destruir su programa, decide darle a su asesino virtual un cuerpo casi indestructible y soltarlo por el mundo aún sabiendo que ha sido diseñado exclusivamente para matar. Al menos, la secuencia incluye el mejor momento de la película: una certera demostración técnica de que lo que es la nanotecnología; pero piratear un concepto científico no excusa la estúpida motivación a la que sirve. Por no mencionar que semejante tecnología es absurdamente avanzada para una fecha entonces tan cercana: tan solo cuatro años después del estreno del film.
Otro tópico predecible: desde el momento en que entran en escena la criminóloga Madison Carter (Kelly Lynch) y su precoz hija Karen (Kaley Cuoco años antes de triunfar en “The Big Bang Theory”), el espectador ya sabe sin lugar a dudas que el villano va a secuestrar a alguna de ellas para poner en apuros al policía.
La película pierde la oportunidad de explorar algunas ideas interesantes que esperan dormidas en el argumento a que alguien las rescate. Por ejemplo, ¿Es capaz SID de evolucionar? Nos deja claro que puede improvisar y sacar el máximo partido de su programación pero, ¿podría trascender ésta? Dado que SID fue diseñado para ser una perfecta máquina de matar, ¿se le podría considerar moralmente responsable por ejecutar aquello para lo que fue programado? ¿En qué momento aparece el libre albedrío, si es que éste verdaderamente existe? Por desgracia, dado que esas ideas acabarían “estorbando” las peleas y persecuciones, se dejan en la cuneta. Hay una secuencia en la que SID toma como rehenes a los clientes de una discoteca (en la que canta Traci Lords y los camareros son robots) para obligarles a interpretar una sinfonía de gritos que él mismo ha compuesto. Un guionista mejor podría haberla convertido en un momento central gracias a la idea de que SID, a su enfermiza manera, podía crear “arte”. En lugar de eso, tenemos una simple y morbosa exhibición de comportamiento psicótico que no va a ninguna parte.
Como además de ser un psicópata de talla mayor, SID ha sido diseñado como una IA interactiva, le obsesiona ser el centro de atención, lo que en la era anterior a los teléfonos móviles, redes sociales e internet, significaba la televisión. Así que, tras diversas tropelías, toma por asalto una emisora para alcanzar así el máximo público posible. Era el momento para introducir alguna reflexión sobre la violencia en los medios de comunicación, su tendencia a explotar el morbo del público y convertir en héroes a individuos poco ejemplares. Pero, nuevamente, se deja pasar la oportunidad, bien por incapacidad del guionista a la hora de articular algún tipo de comentario social, bien por pensar –cayendo en lo mismo en lo que supuestamente hubiera debido criticar- que a los espectadores sólo les interesa la acción y la violencia injustificadas.
Inicialmente y para el papel de Parker Barnes se pensó en contratar a Arnold Schwarzenegger, pero su tarifa era tan alta que resultó imposible. Lo mismo pasó con Michael Douglas, entonces en la cresta de la ola tras el éxito de películas como “Instinto Básico” (1992) o “Acoso” (1994). Denzel Washington se pasa toda la película tratando de encontrar algo parecido a un personaje con el que identificarse y al que insuflar algo vida en esa colección de tópicos con el que el guionista ha construido al policía Barnes. Pero no lo consigue. Washington es un excelente actor, probablemente uno de los mejores de los últimos treinta años y si aquí su trabajo es meramente pasable podemos asumir que la culpa no es tanto suya como del guión, incapaz de darle al actor un papel a la altura de su talento. Algo parecido puede decirse de un todavía joven Russell Crowe, que poco tiempo después se convertiría en una estrella ganadora de Oscars pero que aquí castiga al espectador con una de las peores interpretaciones de su carrera.
Por su parte, Brett Leonard carga la película con una buena dosis de explosiones, persecuciones y acrobacias pero no es un director particularmente hábil a la hora de dirigir secuencias de acción y “Virtuosity” colapsa bajo el peso del ridículo de su propuesta. Para colmo, el montaje es tan mediocre como terrible su sentido del humor, como demuestra esa escena en la que SID va caminando por un centro comercial vestido con un traje de villano de opereta y al son del “Stayin´ Alive” de los Bee Gees.
Con todo lo dicho y a pesar de contar con un actor ya bien establecido como Denzel Washington y ofrecer una buena dosis de efectos digitales todavía entonces muy llamativos, no debería extrañar que la película se saldara con un fracaso de crítica y público. Como resultado, Brett Leonard tardaría una década en volver a dirigir otro film. Se especializó en cortos para IMAX y cuando regresó a la pantalla grande lo hizo con una mediocre adaptación de un personaje de Marvel: “Man-Thing” (2005), seguida por la fascinantemente morbosa “Feed” (2005) y el horrible telefilm “Los Inmortales: El Origen” (2007).
“Virtuosity” es un fallido cocktail de géneros que hubiera sido necesario mezclar con mayor cuidado, sutileza y originalidad. Ni el guionista ni el director pudieron elevar el resultado más allá del nivel del pulp más básico. La película es una poco acertada mezcla de temas e ideas ahogadas por un pobre diseño de producción y unos efectos especiales destinados a envejecer rápidamente. Ni siquiera tiene la vitalidad necesaria para ser considerada una “película mala” aunque disfrutable. El argumento, los personajes y la ambientación futurista están precocinados, recalentados y servidos de una forma terriblemente sosa.
Estoy en parte de acuerdo con lo que dices, pero estas pelis hay que tomarsélas(yo así lo hago), como lo que es, una de acción futura. Pues al final el film gira hacia eso, pese a que se vista de otro género. Buena reseña la tuya.
ResponderEliminarUn saludo
"Pulp más básico", correcta definición para esta película; todo en ella es tan predecible y tópico. Y sin embargo me encanta. Quizá por su estética noventera tan marcada, o por Denzel Washington, o incluso por lo risible que resulta SID. Un placer culpable.
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