El subgénero postapocalíptico es uno de los que ofrecen mejores posibilidades para los directores aquejados de megalomanía. Fue el caso de Kevin Costner, apenas recuperado del desastre de un film de ese mismo perfil, “Waterworld” (1995), que, aunque llegó a cubrir costes y dio algún beneficio, no fue suficiente para justificar la accidentada producción y las veleidades de un Costner al que la crítica vapuleó de lo lindo. Sobre este film ya hablé en una entrada precedente y a ella me remito.
Después de ese caro traspiés, su credibilidad se encontró en
entredicho. Cualquiera en su sano juicio habría aprendido la lección, hecho
acopio de humildad y buscado como siguiente proyecto una película de menores dimensiones
y apoyada en la solidez de los personajes con la que restaurar su estatus. ¿Y
qué hizo Costner? Otro film postapocalíptico, en esta ocasión no sólo
protagonizado sino dirigido por él mismo (Kevin Reynolds había sido el
realizador encargado de “Waterworld”) en el que, sin vergüenza alguna, autoplagió
algunos de sus aciertos de “Bailando con Lobos” (1990), como la ambientación en
el Oeste americano, la belleza paisajística y el personaje solitario y
pacifista que encuentra su camino en el seno de una comunidad que le escoge
como líder, Sin duda esperó que “Mensajero del Futuro” redimiera sus pecados
del pasado y las multitudes acudieran a contemplarle interpretar el papel de
héroe salvador de toda la nación, pero lo cierto es que acabó siendo una
especie de “Waterworld 2” sin el agua y sin beneficios.
¿Cómo accedió Warner Bros a esta propuesta? Probablemente pensó que
Costner seguía siendo un gancho para el público, por no hablar del éxito que
había cosechado como actor y director de “Bailando con Lobos”. Sí, “Waterworld”
había supuesto un batacazo para Universal Studios, pero nadie, ni siquiera los
más grandes, podía presumir de un currículo inmaculado. Bruce Willis, por
ejemplo, había tenido más de un fracaso a esas alturas e incluso Arnold Schwarzenegger
había perpetrado ofensas como “El Regalo Prometido” (1996). Así que dieron luz
verde y “Mensajero del Futuro”, a diferencia de “Waterworld”, se rodó sin
grandes obstáculos. Costner se ajustó al presupuesto concedido y no hubo
escándalos ni crisis que resolver durante la producción.
Pero, por alguna razón, la crítica empezó a machacar la película desde
antes incluso de su estreno, basándose tan solo en los trailers y las fotos de
producción. No ayudó, desde luego, que su film anterior hubiera pasado por ser
un sonoro fracaso –como he apuntado al principio, eso es solo una verdad a
medias-. El problema con todo esto es que, con más frecuencia de la deseable, cuando
un crítico importante decide que una película es mala, el resto de sus colegas tienen
miedo de significarse disintiendo. De repente, una mayoría de comentaristas
–sobre todo en los medios de comunicación mayoritarios- pasa a alinearse con
los más influyentes de su gremio, asegurando que tal o cual película es
terrible sólo para no parecer un estúpido defendiéndola en aquellos aspectos
que lo ameriten.
Este triste fenómeno provoca la muerte de algunos films antes incluso
de inicien su recorrido comercial. Y “Mensajero del Futuro” fue una de esas
víctimas. Muchos espectadores se formaron su opinión con los negativos
comentarios que leyeron antes de ir a verla y decidieron no darle una
oportunidad. ¿Resultado? Ahora sí, un fracaso de taquilla sin paliativos:
recaudó menos de los 80 millones que había costado e incluso a ganar el Golden Raspberry
Award (los “Razzies”) a la peor película, “superando” así a “Batman &
Robin” (1997) o “Speed 2” (1997).
Con el paso del tiempo, no obstante, la opinión ha ido mostrándose más
dividida. Los hay que siguen machacándola inmisericordemente y quienes,
habiéndola visto por primera vez casi veinte años después de su estreno o
revisitándola con otra perspectiva, han podido ver en ella ciertas virtudes,
rediman éstas o no sus incuestionables fallos.
En el año 2013, después de una guerra y una crisis devastadora, la
civilización ha quedado destruida y los supervivientes se han agrupado en
pequeñas comunidades aisladas unas de otras. Un vagabundo (Kevin Costner)
recorre el noroeste americano en compañía de su mula, deteniéndose en esas
aldeas solo para conseguir víveres a cambio de representar muy a su manera
obras de Shakespeare. Pero mientras se encuentra en uno de esos poblados,
aparece el general Bethlehem (Will Patton), líder del ejército Holnista, una
fuerza armada que no son más que bandidos con pretensiones cuyo único propósito
es chantajear a las comunidades para obtener provisiones y nuevos reclutas. El
forastero es así obligado a unirse a sus filas, asistiendo impotente a los
despiadados métodos con los que Bethlehem mantiene su control y su ilusión
megalomaniaca.
Consciente de su espíritu rebelde, el general le encomienda al recién
llegado una misión imposible que éste aprovecha para huir. Por la noche, se
refugia en los restos de un automóvil cuyo ocupante –ahora ya un mero
esqueleto- había sido el cartero de la zona. Se viste su uniforme, coge la
cartera con el correo que nunca llegó a repartirse y se acerca a la siguiente
comunidad haciéndose pasar por el funcionario de correos de unos supuestos
Estados Unidos Restaurados. A punto está el sheriff de dispararle cuando el
forastero consigue encontrar una carta dirigida a una de las residentes, lo que
no solo le da credibilidad sino que le convierte en una suerte de símbolo de
esperanza en un futuro mejor que ya ha empezado a cobrar forma. Para ellos, él
representa la restauración del orden y, así, lo acogen calurosamente y le
proporcionan víveres y una montura para que siga su ruta.
Conforme va llegando a otras comunidades, lo que había empezado siendo
un engaño urdido para su propia supervivencia, se convierte en algo más. Entre
la gente cala la idea de que ser cartero es un servicio honorable, casi
sagrado, que permite formar parte de la reconstrucción del país. Por supuesto,
Bethlehem no va a permitir que nada le haga sombra ni socave el poder que ha
impuesto a través del miedo y empieza a perseguir a la multitud de carteros que
han ido surgiendo por toda la zona inspirados por la leyenda del primero de
ellos, cuyo nombre (el “Postman” del título original) ha alcanzado el estatus
de mito.
La película es una adaptación de la novela del mismo título escrita
por David Brin y publicada en 1983. Brin es un autor importante dentro del
género y este libro en concreto estuvo nominado para varios de los grandes
premios de la CF (Hugo, Locus, John W.Campbell Memorial). Brin es claramente un
patriota que cree en la bondad y decencia básicas de la gente común y, según él
mismo declaró, escribió la novela como reacción contra la proliferación de
comunidades e ideologías obsesionadas por la supervivencia que se dio en la
década de los 80 del pasado siglo. En un momento dado, el libro sugiere que
fueron los propios survivalistas (o preparacionistas, como también se les
denomina en español) quienes provocaron el fin de la civilización. En cuanto a
su opinión de la película, Brin ha expresado en diversos foros su apoyo general,
estando de acuerdo con las secciones de su novela que acabaron eliminadas, apoyando
las que se añadieron y quedando satisfecho con la forma de exponer sus ideas
básicas.
Lo que la mayoría de los críticos no supieron o no quisieron ver es
que la película narra una aventura de alcance épico sobre la creación de los
mitos: el de la grandeza de la nación americana, el del héroe a su pesar, el de
la bondad básica del pueblo ordinario y el de la redención y restauración del
país; temas éstos que, de una u otra forma, afloraron también en otras
producciones audiovisuales de la época, como “JFK” (1991), “Independence Day”
(1996) o “Expediente X” (1993-2002). Ciertamente, el patriotismo que bulle en
“Mensajero del Futuro” –o patrioterismo, dependiendo de dónde quiera cada cual
trazar la línea de separación- puede ser difícil de tragar, especialmente si no
se es norteamericano. Pero aún así, es interesante la forma en que se aborda la
creación y diseminación de los mitos y leyendas a partir de referentes muy
reales y a menudo alejados de la idealización en que acabarán convertidos.
Relacionado con esto, otra de las virtudes de la película es que es la
única aportación al género postapocalíptico de entre los innumerables clones de
“Mad Max 2” (1981), que no adoptó un enfoque de película de acción frenética y
violencia a raudales. De hecho, una de las razones por las que “Waterworld” no
funcionó fue precisamente por parecer un sucedáneo pasado por agua de la saga
Mad Max. “Mensajero del Futuro”, por el contrario, presenta a un protagonista
que ni pretende ayudar al prójimo (al menos al principio) ni es diestro en las
artes del combate (resulta seriamente herido en la primera escaramuza en la que
participa). Sus dotes están en otra parte: es ingenioso y de mente rápida,
tiene cierto grado de cultura y, aunque prefiere llevar una vida solitaria,
sabe ganarse a la gente.
Como personajes secundarios de relevancia podemos citar otros dos. En
primer lugar, Abby (Olivia Williams), una atractiva joven casada de la primera
comunidad que visita el Cartero y que no ha podido concebir un hijo con su
marido. Así que ambos le piden al sorprendido forastero que sea él quien yazga
con la joven y conciba al bebé. Pocas mujeres, al parecer, pueden resistirse al
uniforme del Servicio Postal de los Estados Unidos. No es difícil adivinar que
al marido le espera una corta vida para que así Abby y el Cartero puedan
desarrollar, no sin los predecibles altibajos, su propia relación sentimental. En
segundo lugar, encontramos al idealista Ford Lincoln Mercury (Larenz Tate), un
apasionado joven al que el Cartero inspira para refundar el Servicio Postal. No
me resisto a mencionar también a Tom Petty, que aquí actúa como él mismo (aunque
no se dice su nombre, el Cartero lo reconoce como “alguien famoso” de otros
tiempos) y que, aparentemente, reemplazó su carrera de estrella del rock por la
de alcalde de la Ciudad de la Presa cuando el país se desintegró.
En cierto modo, al dejar que el heroísmo y el patriotismo más
edulcorados se conviertan en los guías de la trama, “Mensajero del Futuro” funciona
mejor como película que como libro. Aquélla prescinde en gran medida del último
tercio de éste, incluidas todas las referencias al Cíclope, una inteligencia
artificial, y a los supersoldados cíborg holnistas. Esto se hace más patente en
el clímax, cuando Costner opta por suprimir completamente el combate contra un
superhombre mejorado genéticamente en favor de una confrontación al estilo western
entre dos ejércitos en una llanura.
El guion, a cargo de Brian Helgeland (“L.A.Confidential”, “Mystic
River”, “El Fuego de la Venganza”..) y
Eric Roth (“Forrest Gump”, “Munich”, “El Hombre que Susurraba a los Caballos”,
“Ali”…), está repleto de clichés. Si la trama básica de “Mensajero del Futuro”
suena familiar es porque se ha visto infinidad de veces en el cine: un grupo de
gente honesta sometida a la opresión de un tirano hasta que, un día, llega al
pueblo un forastero solitario, les dice que sus vidas podrían ser mejores en un
discurso inspirador en el que obvia convenientemente que muchos de ellos
perecerán antes de que termine el año y luego se inserta una secuencia con el
adiestramiento del ejército de novatos o la fabricación de las armas que
utilizarán contra los villanos. A partir de todos estos lugares comunes, eso
sí, los guionistas consiguen extraer algunos momentos bien escritos, no pocos
de los cuales están protagonizados por el general Bethlehem, un megalomaniaco que
defiende sus actos mediante una filosofía que predica a través de punzantes
diálogos y un terrible conjunto de mandamientos.
“Mensajero del Futuro” fue la segunda película de Costner como
realizador tras su glorioso y oscarizado debut con “Bailando con Lobos”. No son
pocos los que piensan, de hecho, que Costner es mejor director que actor. Hay
una parte de él que indiscutiblemente sueña con hacer westerns clásicos, un
género en el que, a pesar de no figurar entre los predilectos del público
moderno, ha tocado en diversas ocasones tanto en el cine (“Silverado”, 1985; “Bailando
con Lobos”; “Open Range”, 2003; “Horizon: An American Saga”, 2024) como en la
televisión (“Hatfields and McCoys”, 2012).
Y es que, en fondo y forma, “Mensajero del Futuro” está concebida,
presentada y desarrollada como un western épico. A diferencia de otras
películas postapocalípticas, la calamidad acontecida en ese futuro no arrasó la
superficie del planeta, por lo que gran parte del paisaje y la naturaleza
quedaron intactos. Es un entorno no muy diferente de nuestro mundo actual,
aunque las ciudades han sido reemplazadas por pequeños asentamientos y todo en
general parece haber retrocedido a los días del Antiguo Oeste. Los caballos son
el principal medio de transporte y hay pocos restos de la era industrial más
allá de grandes estructuras como la presa o la cantera. La banda sonora, los
paisajes, las tomas panorámicas con jinetes galopando, el ambiente reinante en
los pueblos, el vestuario, los bandidos (porque eso son los Holnistas)…. Todo
remite al western. Es una película, además, que ofrece una estética más
elegante y cuidada que la mayoría de cintas postapocalípticas, como lo
demuestra el atractivo diseño de esa ciudad construida en los muros interiores
de una presa; o la idea de la cabina de proyección sobre una plataforma
flotante en un lago que proyecta las películas sobre las paredes de la cantera
que sirve de base a los Holnitas.
No se puede negar que “Mensajero del Futuro” adolece de una sobredosis
de patrioterismo. Uno de los personajes menciona de pasada a Europa, pero el
resto del planeta significa poco comparado con la grandeza de Norteamérica. La
bandera americana se utiliza varias veces como símbolo de oposición a la
tiranía y Bethlehem no es sino un avatar de cualquier diabólico dictador que ose
amenazar el estilo de vida americano. Me sorprende que los conservadores
estadounidenses no acudieran en masa a ver esta película para bañarse en su
idealizada visión del pasado de la nación.
Lo mismo sucede con el sentimentalismo. Cuando Abby le dice al
Cartero: “Has llenado los bolsillos de
esta gente de esperanza, como si fueran caramelos” sabemos inequívocamente
que hemos entrado en el terreno de lo cursi, sobre todo si tenemos en cuenta
que el protagonista hace bien poco por inspirar a nadie más allá de repartir
unas cuantas cartas viejas a gente ignorante y crédula y que está listo para
abandonar su farsa después de haber pasado el invierno herido en las montañas y
atendido por Abby. Cuando llega la primavera, habría dejado a todo el mundo
tirado en la cuneta de no haber sido por ella, que lo obliga a ponerse en
marcha utilizando el excesivo e innecesario método de quemar la cabaña que
compartían. Es más, si se elimina del escenario a Bethlehem y su ejército de
matones, la vida de esos pequeños pueblos no parece tan mala.
Pero mi principal inconveniente con esta película se puede resumir en
una sucinta frase: es demasiado larga. Cuando aproximadamente la mitad del
metraje es prescindible, hay un problema. Evidentemente, Costner sentía el
impulso de escalar el tono épico, pero en mi opinión la historia y el ritmo
habrían funcionado mucho mejor de haber tomado una dirección opuesta. En vez de
una lenta crónica sobre cómo el servicio postal salvó a los Estados Unidos, una
parábola de 90 minutos habría llegado mucho más fácilmente al público.
Una película debe durar lo que sea necesario para contar su historia,
no más. Ahora bien, ¿por qué razón debe tener “Mensajero del Futuro” un metraje
de tres horas? ¿Tiene acaso tantos personajes maravillosos a los que queramos
ver convenientemente desarrollados? No. El único personaje que realmente tiene
un arco y al que llegamos a conocer es el protagonista. Su némesis, Bethlehem,
ocupa una buena cantidad de tiempo en pantalla, pero sus motivaciones se pueden
resumir en una frase: un lunático hambriento de poder con delirios de grandeza.
Todos los demás son estereotipos interpretados por un elenco confuso.
¿Es porque la historia es compleja y abundante en acontecimientos?
Tampoco. Más bien lo que tiene es un problema de estructura que, a su vez,
afecta al ritmo. Por ejemplo, el Cartero es capturado por los holnistas a los
pocos minutos de empezar la película y se luego se pasa media hora conviviendo
con ellos sin hacer realmente nada más que observar. Sí, era necesario que
comprendiéramos quiénes eran esos forajidos y la calaña de su líder, pero ¿realmente
se requieren 35 minutos para contarnos que es un mal bicho? ¿Cuán difícil es
retratar a un tirano despiadado que aplasta cualquier asomo de individualidad?
Otro ejemplo llega en la parte en la que el Cartero resulta herido y
asistimos a una larga secuencia de recuperación invernal. Otros directores habrían
mantenido la narrativa en marcha, quizá introduciendo una subtrama o haciendo
alguna transición elegante para mostrar el paso del tiempo. En cambio, este
pasaje ralentiza seriamente el ritmo de la película sin aportar más información
relevante que el embarazo de Abby –anunciado prácticamente en una sola frase-
ni ofrecer una mayor caracterización de los personajes. No parece que la
historia avance a su ritmo natural, sino que los guionistas y el director
hubieran ajustado la duración de la película a un ritmo arbitrario.
Hay tantas escenas alargadas cuando no innecesarias o artificialmente
edulcoradas que lo que podría haberse contado en noventa minutos acaba
alargándose doblando esa duración. Las tomas panorámicas de paisajes duran
demasiado y terminan por volverse tediosas. Y luego están esos momentos tan postizos
como aquél en el que el niño de una granja se da cuenta de que el Cartero está llegando
y corre a buscar su carta, pero es demasiado tarde y el jinete pasa de largo. No
todo está perdido porque éste se gira, detiene a la montura, le hace dar la
vuelta y emprende un galope de vuelta para casi arrollar al infante y
arrebatarle la carta de su mano extendida. Por si esto no fuera suficiente,
Costner filma esta secuencia en cámara lenta y con música grandilocuente. Ese
niño, ya adulto, volverá a aparecer en la escena final para recordarnos que ese
momento fue uno de los más legendarios de la historia futura de los nuevos
Estados Unidos.
Sin embargo y al mismo tiempo, a menos que uno se siente a ver
“Mensajero del Futuro” con la máxima predisposición cínica, es difícil no
dejarse llevar por algunos de los triunfos que escenifica la película, como el
momento en el que el Cartero es recibido con entusiasmo por la primera
comunidad que visita; o cuando, tras haber permanecido aislado y herido todo el
invierno, descubre en primavera que su malinterpretada treta ha inspirado la
creación de un amplio servicio de mensajería que lo idolatra como si fuera un
mesías; o incluso cuando se ve obligado a matar a un reciente recluta (Giovanni
Ribisi) de Bethlehem para que no le delate. Es cierto que de vez en cuando el
guion encaja escenas que oscilan entre lo pretencioso y lo ridículo (otra de
ellas es esa en la que el ejército de asesinos holnitas casi se amotina cuando
les sustituyen su adorada proyección nocturna de “Sonrisas y Lágrimas” por
“Soldado Universal”), pero la mayor parte del tiempo Costner consigue mantener
el aliento épico equilibrado con la carga emocional.
Por otra parte, entiendo lo que la película pretende: recordarnos la
comodidad en la que vivimos instalados y cómo tendemos a darla por sentado. No
es hasta que lo perdemos todo que nos damos cuenta de lo mucho que echamos de
menos algo tan trivial como el correo, por ejemplo. Durante mucho tiempo, fue
nuestro medio de mantenernos en contacto con el mundo, enviando y recibiendo
noticias de familiares y amigos a los que no podía visitarse. El mensaje está
articulado de forma a menudo cursi, pero es válido.
Ahora bien, adoptando la lente de la fría lógica, “Mensajero del
Futuro” tiene mucho de patriotismo y emoción y poco de pragmatismo. En el mejor
de los casos, predica el mensaje de que la gente debería abandonar las armas,
reunirse y hablar más entre sí (además de dejar que las guerras las resuelvan
quienes las han provocado en combates cuerpo a cuerpo, cambiando un final que
prometía ser una épica batalla con el futuro en juego, por una tosca pelea
callejera). Uno no puede evitar cuestionarse seriamente algunos de los
disparates que se deducen de la historia tal y como se cuenta. Por ejemplo, que
en unos tiempos, los contemporáneos (pero también los actuales), en los que la
mayoría de los estadounidenses parecían estar a favor de reducir el poder y
presencia del gobierno, se ponga toda la esperanza del futuro en la
restauración de una burocracia como es el servic
io postal (¿habrían reaccionado
igual los aldeanos de haberse presentado el protagonista como funcionario de
Hacienda?); o la fe en que el patriotismo es inherentemente bueno y que incluso
una mentira (la que propaga el Cartero) es preferible a la ausencia de
creencias. Director y guionistas tratan de convencernos de que la supervivencia
de la especie humana y de sus mejores valores dependen del mantenimiento del
gobierno y estructuras de los actuales Estados Unidos. Es difícil de compaginar
ese ensalzamiento del idealismo patriótico estadounidense con el hecho de que
el Cartero sea, por mucho que se redima al final, un estafador que miente a los
ciudadanos ignorantes y necesitados para conseguir un beneficio personal.
Dicho lo cual, si bien sus nada sutiles mensajes patrióticos, inflado
metraje y problemática lógica pueden resultar molestos para el espectador que
espere encontrar un producto más neutro, compacto y orientado a la acción,
también es cierto que “Mensajero del Futuro” ofrece una historia de aventuras
conmovedora que toca temas universales: la redención, la búsqueda de un
propósito, el poder de la fe y la pertenencia a un colectivo, la asunción de
responsabilidades, la lucha contra la tiranía…
¿Es “Mensajero del Futuro” un clásico del cine o siquiera de la CF? Ni de lejos. Pero tampoco es tan mala como muchos dijeron. Como muchas otras películas, es un compendio de aciertos y desatinos, de logros y tropiezos. El resultado satisfará a algunos y decepcionará o incluso irritará a otros, pero no creo que este sea un producto que no merezca ni pizca de reconocimiento y deba ser arrojado a la basura de la ignominia y el olvido. Un fracaso ambicioso es casi siempre más interesante que una producción mediocre que sólo aspira a lo seguro.
Usted ha visto muchas películas, series, cómics (tanto en este blog como el otro), libros, etc. Siempre quise preguntarle esto: para usted, ¿Qué es el Arte (especialmente en la literatura y el cine)?
ResponderEliminarel uso consciente de la imaginación creativa, especialmente en la producción de objetos estéticos”.
EliminarEl Arte implica esfuerzo, intención, planificación. Muchas de las definiciones de arte incluyen además palabras como producción, expresión, disposición... Esto es, hay una diferencia esencial en sentarse en una roca que nos encontramos por casualidad que arrastrar la misma roca y llevarla a nuestro jardín junto a otras cuatro para hacer un círculo de asientos "naturales". Esto último es arte porque hemos elegido los materiales y los hemos colocado de una manera no solamente útil, sino también satisfactoria para nuestro sentido estético. Así que el arte tiene tanto que ver con las intenciones del artista como con el arte propiamente dicho.
Bien, así que buena parte del arte es intencionalidad. Pero, también, el arte es arte cuando es declarado como tal. En el Museo de Arte Moderno de San Francisco se celebró una vez una exposición de animales disecados cubiertos de barro. Algo muy parecido hacen continuamente niños de todo el mundo utilizando el barro de sus jardines y parques. La diferencia entre las piezas del museo y el resultado del juego de un niño es, precisamente, la intencionalidad y el esfuerzo. El creador de la exposición de San Francisco pretendía que su trabajo fuera una expresión artística personal. Las pegajosas figuras modeladas por los niños no son más que subproductos de un juego. A menos que tu hijo pretenda crear intencionadamente una obra de arte, sus pringosas manipulaciones con el lodo no serán más que porquería. Por otro lado, si realmente el objetivo de tu hijo no era jugar, sino expresarse de algún modo a través del barro, entonces estamos ante un desgraciado y común hecho en la vida artística: que el público no siempre aprecia el trabajo del artista. Y es que el reconocimiento popular es un elemento práctico pero fundamental en el arte.
Este tipo de polémicas complican aún más el asunto, especialmente cuando nos enfrentamos al arte moderno. ¿Es arte un lienzo vacío? ¿Es arte un retrete sobre un pedestal? ¿Es arte un montón de latas aplastadas colocadas en un cubo de basura de alambre? En último término, solo podemos estar de acuerdo en calificar todo ello de arte en cuanto que implican esfuerzo, intención y manipulación, pero no podremos llegar a ninguna otra conclusión, especialmente si pretendemos compararlo con otras formas artísticas que se han venido cultivando desde hace siglos, ya sea la pintura o la porcelana.
Lo mismo es válido para la música, la literatura, la danza... aunque no han sido objeto de debates tan encendidos como en el caso de las artes visuales (con la posible excepción de la literatura). ¿Cómo clasificar la televisión y el cine que se nos ofrece en los medios de comunicación? ¿Qué estándares son válidos para calificarlo como arte o no?
En resumen, el arte ha servido durante siglos, y de esto no cabe duda alguna, como medio de estimular la imaginación y la creatividad, ya fuera arte religioso, secular, pintura, escultura, decorativo, figurativo o conceptual. Quizá la mejor manera de definir el arte es como un trabajo elaborado, calculado para causar algún tipo de efecto, ya sea en el público o en el propio artista. A menudo está pensado para agradar y tiene un significado simbólico oculto en él. Pero existen tantas excepciones que en realidad no hay una regla estricta y fácil que permita abarcar todas las manifestaciones artísticas.
¡Guau! No ha cambiado mucho su opinión al respecto entre su artículo sobre el Arte en "Saber si ocupa lugar" (su blog) y esto.
EliminarPero muchas gracias por responder, señor.
Señor, también quiero preguntarle con respecto al tema una cuestión: para usted, ¿existe alguna diferencia entre, por ejemplo, una obra maestra de Cine y un fiasco mediocre, como una película de serie B? ¿Será la calidad de la obra? ¿Las intenciones? ¿Las técnicas? ¿Los temas? ¿Su relevancia o trascendencia? ¿O solamente todo es relativo?
EliminarSería un gusto platicar con usted un poco más, señor.
Saludos desde México.
¡Hola! Qué gran película, muy buena reseña y muy detallada. Buen fin de semana. Un abrazo ❤️
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