(Viene de la entrada anterior)
En 1970, aparece serializado en “Spirou”, “El Éxodo”, una historia interesante por cuanto, de algún modo, supone un nuevo comienzo, algo extraño dado que la serie todavía era muy reciente y apenas se había desarrollado. Aunque esto quizá tenía una explicación.
Un accidente de lo más estúpido provoca la rotura de una represa que inunda la región, incluida la ciudad de Eslapión que, recordemos, los Hombrecitos habían construido años atrás en las cisternas abandonadas de un castillo. Se da la alerta general y se procede a la rápida evacuación del lugar dirigida por Renaud y sus camaradas. Pero sólo consiguen salvar tres coleópteros, insuficientes para trasladar a toda la población. El profesor Hondegger ha desarrollado un suero que les permite recuperar su tamaño original y, así, Renaud, Lapaja y Laviga serán los encargados de transportar en unas maletas especialmente acondicionadas a la población de Eslapión hacia su nuevo destino. Un viaje, como es de esperar, repleto de peripecias y peligros pero, al final, llegan a la localización de su nuevo hogar: unas cuevas en la pared de un acantilado a las que sólo se puede acceder tras una peligrosa ascensión o por vía aérea. Allí empezarán de nuevo y construirán Eslapión 2, esta vez a salvo de cualquier intromisión de “los grandes”.
Si la primera versión de Eslapión que se había presentado ya en la historia inaugural era la de una ciudad moderna, con edificios funcionales y espacios verdes, la que imaginará aquí Serón tendrá un aire diferente (la podremos ver en la historia corta “La Reconstrucción de Eslapión”, en 1971): el de un pueblo ideal: estructuras bajas, materiales naturales y una integración perfecta con el entorno.
El profesor Hondegger pasa a ser un trasunto del Conde de Champiñac de Spirou, un sabio multidisciplinar, de edad madura, que realiza sus experimentos en soledad y secreto y cuyos inventos tanto serán benéficos como fuente de problemas. En esta ocasión inventa una pócima que permite, como he dicho, recuperar el tamaño de un humano “normal”, un recurso del que los vecinos de Eslapión volverán a servirse en futuras aventuras. Lapaja y Laviga, dos personajes prácticamente intercambiables cuya única diferencia apreciable es el color de su pelo, serán a partir de aquí los leales camaradas de Renaud.
Gráficamente, “El Éxodo” marca el comienzo del periodo de madurez de la serie. Los personajes ya están bien definidos y, claramente, el dibujante se siente cómodo con ellos y con su entorno, destilando una perfecta síntesis del estilo de la Escuela de Marcinelle, que gráficamente combinaba las figuras caricaturescas (narizotas, zapatones) con una meticulosa atención al detalle en los fondos y “atrezzo”; y temáticamente combinaba la aventura, la acción y el humor ligeros en narraciones muy bien medidas.
Pero comentaba también que “El Éxodo” fue una suerte de nuevo comienzo y no sólo para los personajes. Como ya dije en la entrada anterior, Charles Dupuis había considerado a Seron lo suficientemente inexperto como para necesitar el apoyo de un guionista de confianza. El elegido había sido Albert Desprechins, periodista, escritor y hombre de confianza de la casa, que durante tres años se había encargado de, a partir de conceptos ideados por Seron, elaborar otras tantas sinopsis que presentaba al editor, Charles Dupuis, para su aprobación. Una vez obtenida ésta, elaboraba el guion completo para que Seron lo dibujase.
Pero, habiendo transcurrido el tiempo suficiente, estaba claro que había algo en esa dinámica que no acababa de funcionar. Todo el mundo tenía la impresión de que “Los Hombrecitos” contaba con todo lo necesario para ser mejor de lo que lo había sido hasta ese momento. Estaba bastante claro que Desprechins no era un guionista de comic y que las sinopsis que sometía a aprobación eran mejores que los guiones ya terminados. Tampoco para Seron era una situación satisfactoria: siendo el padre de la serie y el creador de las premisas de las historias, tenía que resignarse a ilustrar un guion poco satisfactorio escrito por un tercero.
En 1969, asume el cargo de redactor en jefe de “Spirou” Thierry Martens, que se hace cargo del problema y pregunta directamente a Seron con qué guionista se sentiría cómodo colaborando. Éste no duda en responder: Mittei, seudónimo, ya lo dijimos, de Jean Mariette, un veterano del comic para quien había trabajado Seron como ayudante y con quien tenía una excelente sintonía no sólo profesional sino personal. Martens les encarga una historia para poner a prueba la colaboración entre ambos, “Los Hombrecitos lo pasan Bomba”, con ocasión del 33º aniversario de la revista. Es una mera anécdota de dos páginas, pero el resultado convence y su asociación queda sellada. Eso sí, Mittei deberá firmar con el seudónimo de Hao, dado que el grueso de su trabajo lo venía realizando desde hacía mucho tiempo para la revista directa competidora de “Spirou”: “Tintín”.
Su siguiente colaboración, en enero de 1971, es otra historia corta (8 páginas) que ya he mencionado antes, “La Reconstrucción de Eslapión”, en la que se cuenta cómo los Hombrecitos, que en “El Éxodo” habían escapado de su inundada ciudad prácticamente con lo puesto, reponen su tecnología… básicamente robándosela a los militares que están realizando unos trabajos a no mucha distancia de su nueva localización (ya indiqué la poca simpatía que Seron profesaba al estamento castrense) y reduciéndola de tamaño con ayuda de un spray inventado por Hondegger. De esta forma, obtendrán vehículos, aviones y equipamiento avanzado de todo tipo.
Y también en 1971 llega su primera historia larga, “Sueño en Polvo”, que ofrece dos características interesantes. Hasta ese momento, los Hombrecitos conformaban una comunidad en absoluta paz y armonía: sin conflictos, crímenes, impuestos… y sin necesidad, por tanto, de policía o control. Una comunidad, en fin, feliz y próspera que vive sólo para sí misma y con el objetivo de alcanzar el máximo bienestar. Una comunidad, también, que reflejaba la Francia de Georges Pompidou y luego Giscard d'Estaing en los 60 y 70, orgullosa y con la mirada puesta en el futuro con sus aviones Airbus, sus cohetes Ariane, el tren de alta velocidad TGV, el Concorde… En fin, una Francia aún lejos de la corriente desreguladora, la corrupción, el desempleo y las externalizaciones. Pero he aquí que Seron y Mittei deciden abrir una grieta en ese modelo utópico.
Justo cuando Renaud se dispone a aterrizar en Eslapión con su jet, cae del cielo a la pista de aterrizaje un saco con heroína que deja fuera de combate a Lapaja y Laviga, que se encontraban allí esperándolo. Antes de que la pista pueda ser despejada y Renaud tome tierra, las autoridades deciden rápidamente que ha sido él quien, con su avión, está intentando introducir droga en la comunidad e inmediatamente lo confinan en su apartamento a la espera de aclarar el asunto. Lapaja y Laviga le ayudan a escapar con su avión hasta que se calmen los ánimos y pueda demostrarse su inocencia. Renaud iniciará entonces un corto pero muy azaroso exilio, perseguido tenazmente por sus propios conciudadanos, hasta que descubre cuál fue el origen de la droga.
Aunque el intento por darle un toque más oscuro a la sociedad de Eslapión es meritorio, lo cierto es que no está bien resuelto. No resulta creíble –ni siquiera para una historieta ligera como esta- la súbita animadversión de todos los ciudadanos contra quien tantas veces les había sacado de apuros en el pasado, menos aún sin contar con una sola prueba de su culpabilidad. La huida de Renaud tampoco tiene sentido dado que parece demostrar su responsabilidad en el asunto; aún menos que lo haga con la ayuda de Lapaja y Laviga, quienes, precisamente, pueden asegurar que la droga no cayó del avión de su compañero. Por no hablar del absolutamente casual descubrimiento del método que utiliza el criminal para transportar su mercancía. Aun así, como el ritmo es muy ágil y todo está bien dibujado, la historia se lee con agrado.
En un momento determinado, el reactor de Renaud, sin gasolina, es descubierto inmóvil en la acera por un piloto de aviación civil. Se lo lleva a su casa y, apasionado modelista, empieza a examinarlo y repararlo cada vez más asombrado por lo perfecto de su construcción. Este personaje es un reflejo de la pasión que sentían tanto Mittei como Seron por todo tipo de vehículos, algo que evidenciaron en prácticamente todas las historias de la serie. Seron, además, era un entusiasta del modelismo y realizaba maquetas a escala de aviones de guerra para luego tomarlos como referencia para los que dibujaba en sus historias.
Hay otro elemento interesante en esta historia que nos puede dar idea de la diferencia cultural existente entre Europa y Estados Unidos en lo que se refiere al entretenimiento destinado a un público infantil-juvenil. La revista “Spirou”, en el cambio de década de los 60 a los 70, seguía siendo una revista conservadora, de inspiración católica y que ejercía cierto control benevolente sobre los contenidos ofrecidos en sus páginas. Y, sin embargo, aquí tenemos una historia en la que aparecen claramente representadas las drogas –y heroína, nada menos-, los efectos que causan y los traficantes que mercadean con ellas. Y no era la primera vez que un personaje francobelga se veía involucrado en un asunto de estupefacientes. Autores y responsables de la revista no tuvieron la impresión de que hubiera que proteger a los jóvenes lectores de la realidad de las drogas e integraron con naturalidad la problemática en una historia de aventuras con un toque policiaco.
Pues bien, aquel mismo año, al otro lado del Atlántico, Stan Lee tenía que enfrentarse al órgano censor de la industria del comic-book para colaborar con las autoridades lanzando un número de “Amazing Spiderman” (el 96, mayo 71) en el que, mucho menos explícitamente que en esta historia de Los Hombrecitos, se mostraban casi de refilón los riesgos del consumo de drogas. Un asunto este, además, que siguió siendo tabú en los comics norteamericanos hasta finales de la década y comienzos de la siguiente.
A continuación, siguieron otras dos historias cortas, también con guion de Hao: “La Campana del Rocaflor del Mar”, uno de esos cuentos repletos de buenos sentimientos de los que gustaba la revista “Spirou” y que apareció en el número especial Primavera de marzo de 1972; y “En las Garras del Águila”, que se publicó en el especial Vacaciones de junio de ese año.
Ahora bien, a estas alturas, cinco años después de su debut, cabe preguntarse por qué “Los Hombrecitos” seguía careciendo de álbumes propios. Al fin y al cabo, eran una presencia regular en la revista y ya contaban con tres historias, (“Alerta en Eslapión”, “Sueños en Polvo” y “El Éxodo”) lo suficientemente largas como para dar el salto a ese formato. La razón era que todavía no habían sacado entre los lectores una nota suficientemente buena. Literalmente.
Y es de, desde 1955, el editor, Charles Dupuis, había establecido un método “democrático” e implacable para seleccionar aquellos personajes y series a los que se les concedería una colección propia de álbumes: una encuesta entre los lectores. Cada temporada, se incluía en la revista una relación de todos los personajes que habían aparecido en sus páginas y se les pedía a los lectores que las valoraran. Los diez mejor clasificados, accedían a sus propios álbumes; los diez últimos, eran retirados de la revista. Y el caso es que “Los Hombrecitos” había estado flotando por los puestos intermedios de la lista, lo que significaba que, aunque gustaba a los lectores, no tanto como para que decidieran comprar un álbum protagonizado por ellos.
Es entonces, en 1972, cuando Thierry Martens decide probar algo nuevo que puede también servir como medida de las posibilidades de un personaje de cara a la publicación en álbum y que, en lugar de tomar como indicador las valoraciones de los lectores, se fijará en las ventas puras y duras. Martens conocía el formato de cabecera antológica que desde hacía mucho tiempo venían utilizando en Estados Unidos tanto Marvel como DC para calibrar la acogida de sus personajes. Bajo títulos genéricos pero llamativos (“Showcase”, “Amazing Adventures”, “Tales to Astonish”…), dedicaban cada número a un personaje y esperaban a que llegaran las cifras de ventas. Si éstas eran buenas, se planteaban darle a ese personaje una serie propia; de lo contrario, lo retiraban y probaban con otro.
Esa fue exactamente la filosofía que Martens aplicó en la colección “Okay” que lanzó Dupuis con destino a los quioscos. Cada entrega era un álbum en rústica y de menor tamaño que los habituales, como si fuera un número especial de la revista “Spirou”, dedicado a un personaje o serie. La idea era valorar la recepción de cada uno de ellos y, si las ventas así lo aconsejaban, darle a la serie una colección propia ya en primera división. Sólo llegaron a aparecer seis números, pero “Los Hombrecitos” tuvieron allí su oportunidad, concretamente en el nº 2, que compiló la aventura de debut, “Alerta en Eslapión”.
La iniciativa dio resultado y se decidió abrir una colección de álbumes de “Los Hombrecitos”. Ahora bien, era necesario determinar con qué aventura se iba a iniciar. Hacerlo con “Alerta en Eslapión” no parecía lo más sensato dado que la colección “Okay” acababa de ponerlo a la venta. Así que la opción más razonable era recurrir a “El Éxodo”, que, como ya dije, era en buena medida un nuevo comienzo, una historia que ponía rápidamente en antecedentes a los nuevos lectores sin necesidad de conocer nada de lo publicado anteriormente y que servía ya de apoyo firme para las aventuras siguientes. Y así se hizo. En 1974, siete años después de su creación, “Los Hombrecitos” obtendrían su propia colección (el resto de historias cortas y “Sueños en Polvo”, irían publicándose más adelante, a veces hasta veinte años después).
Pero volviendo a 1972, mientras se decidía el destino de “Los Hombrecitos”, el problema del guionista de la serie volvía a resurgir. Pese a que el dúo Seron-Hao parecía funcionar bien, Desprechins no se daba por vencido. Aunque no era guionista de comics, sí era un veterano de la empresa que se llevaba bien con el editor. Pero su relación con Martens era mucho más conflictiva. Se había opuesto frontalmente a que fuera Fournier quien sustituyera a Franquin en “Spirou y Fantasio” y articulaba su postura beligerante a través de la sección de cartas de los lectores que él coordinaba, seleccionando mayormente misivas opuestas a esa decisión.
Con todo, se le permitió participar en la que iba a ser la siguiente aventura larga de “Los Hombrecitos” (y segundo álbum de la serie): “Los Hombrecitos en Brontóxico” (serializada en “Spirou” en 1972 y con edición en álbum en 1974). Pero esta vez Martens, que ya tiene la certeza de que Seron puede trabajar bien con Mittei-Hao, ya no está dispuesto a hacer la vista gorda con las deficiencias de las sinopsis que presenta Desprechins y éste sólo acaba escribiendo las diez primeras páginas del guion. De hecho, en el álbum ni siquiera aparece acreditado como autor. Será Seron el auténtico responsable de llevar a término esta historia, demostrando su plena madurez no sólo como dibujante sino como guionista.
El profesor Hondegger, que se hallaba probando su suero para aumentar y disminuir de tamaño en la playa al pie de los acantilados donde se oculta Eslapión, es secuestrado por un espía a la fuga que contempla ese fenómeno y decide entregárselo a su país, Brontóxico, encabezado por un dictador que se está preparando para invadir la nación vecina. Renaud, Lapaja y Laviga averiguan lo que ha sucedido y emprenden un largo y accidentado viaje para rescatar a su amigo. Deberán primero encontrar un carguero con destino a esa nación sudamericana, colarse a bordo con un coleóptero y viajar como polizontes, dar con la base militar a la que han trasladado al sabio, conseguir gasolina para repostar su vehículo y localizar y rescatar al profesor. Éste, mientras tanto, es sometido a torturas muy pintorescas para que revele su maravillosa fórmula, en especial, el visionado continuo de la terrible emisora pública de Brontóxico.
Pese a un desenlace tan torpe como buenista, “Los Hombrecitos en Brontóxico” es quizá la mejor historia de los personajes hasta ese momento: ocurren cosas continuamente y sin interrupción, pero todo está bien narrado y en ningún momento se pierde el hilo, el ritmo es el adecuado y los gags y escenas cómicas funcionan a la perfección. Serón ha llegado también a la plenitud gráfica e incluso se permite alguna desviación de la ortodoxia narrativa de la casa cuando “descoloca” las viñetas de la plancha 20 para subrayar el cabeceo del carguero durante una tormenta.
(Continúa en la siguiente entrada)
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