Clifford Donald Simak llevaba desde principios de los años 30 escribiendo principalmente cuentos cuando, a comienzos de la década de los 50, el floreciente mercado de las revistas especializadas en CF le brindó la oportunidad de multiplicar su ambición y alargar sus narraciones hasta el formato de novela, con la posibilidad, además, de, al término de su serialización y si habían tenido buena acogida, encontrar un editor dispuesto a lanzarlo como libro.
Y así fue como “Una y Otra Vez” (con el título de “Time Quarry”, “Cantera del Tiempo”), se convirtió en la primera novela serializada en la revista “Galaxy Science Fiction” en sus tres primeros números, de octubre a diciembre de 1950. Cuando Simon & Shuster lo publicaron en formato de libro en 1951, recibió ya el título que encabeza este artículo (tuvo otro título más para una edición en rústica: “First He Died”). “Una y otra vez” fue una de las primeras novelas de Simak (las anteriores habían sido en realidad novelas cortas alargadas para su edición en libro) y en ella incluyó una serie de ideas muy interesantes que otros escritores explotarían en el futuro con mayor sofisticación, pero que aquí el autor sólo explora de forma parcial y desarrolla de una manera innecesariamente enrevesada, quizá denotando aún lo mucho que estaba anclado en el estilo pulp.
En el futuro, la Tierra ha pasado a dominar un disperso imperio estelar. Chris Adams, del Departamento de Investigación Galáctica, conoce a un enigmático individuo que afirma ser su descendiente de más de un siglo en el futuro y que le avisa de que Asher Sutton, un agente bajo su mando que desapareció veinte años atrás, va a regresar en unos cuantos días… y que debe morir.
A continuación, conocemos al mencionado Sutton, de vuelta de su larga estancia en el extraño planeta 61 Cygni VII, sito en un sistema que ha desafiado todos los intentos de los humanos por penetrar en él. Todas las expediciones enviadas allí fueron inexplicablemente desviadas y obligadas a regresar a sus bases. En un intento desesperado, se envió a Sutton en una misión en solitario pero, a diferencia de sus predecesores, él no regresó…o al menos no lo hizo durante veinte años y cuando ya todo el mundo lo daba por muerto.
Sin embargo, cuando se examina su nave, se deduce que ésta sufrió graves daños cuando se estrelló dos décadas atrás, accidente del que Sutton no podría haber sobrevivido. Pero ahí está, sano y salvo en la Tierra tras viajar una distancia de once años luz a bordo de una nave destrozada, sin aire, comida o siquiera motores. La conclusión no puede ser otra que Asher Sutton murió, pero, de alguna manera, revivió y ahora ha vuelto a casa por alguna razón.
En cuanto llega, Sutton se encuentra amenazado desde múltiples direcciones. Lleva consigo las notas codificadas de un libro que quiere escribir sobre todo lo que ha aprendido de las entidades alienígenas que encontró en el planeta de 61 Cygni, pero ese proyectado volumen es lo que lo convierte en diana y/u objeto de deseo de diferentes facciones. Y es que ese libro, en el futuro, amenazará con derruir las creencias fundamentales de la Humanidad y dar comienzo a un nuevo mundo cuyo advenimiento no todos desean.
Como he indicado, los hombres se han extendido por múltiples mundos, pero su número nunca ha sido el suficiente como para mantener asentamientos funcionales y permanentes. Por eso crearon androides biológicos, seres diseñados y formados en laboratorios. Son estériles, así que su número puede controlarse a voluntad, pero aparte de esta incapacidad “biológica” para reproducirse, en todos los demás aspectos son tan humanos como sus creadores. Sin embargo, son tratados por éstos como propiedades y marcados con un tatuaje bien visible en la frente para distinguirlos de los “auténticos” humanos.
Pues bien, el mensaje central del libro de Asher será que toda vida, ya sea humana, alienígena o androide, tiene un propósito y un destino; y, por lo tanto, todos los seres tienen iguales derechos. Los villanos de la historia desean que sólo los humanos sean titulares de tales derechos, mientras que los androides luchan por ser reconocidos como iguales. Así que Asher se convierte en el centro de una guerra a tres bandas: humanos de su presente que temen que el surgimiento de cualquier nueva idea debilite el ténue control que la especie mantiene sobre sus colonias; humanos del futuro que, utilizando el viaje en el tiempo, libran una guerra silenciosa con el objetivo de cambiar el pasado y mantener el statu quo; y los androides del futuro, que quieren que el libro se escriba e inspire a sus congéneres a reclamar su destino como seres libres.
Así, van apareciendo personajes que quieren asesinar a Sutton para impedir que siga adelante con la idea del libro; otros desean controlar su mensaje convenciéndole de los riesgos que conlleva; y otros, como la atractiva Eva Barbour y al androide Herkimer, quieren ayudarle a que lo escriba. Pero Sutton tiene motivos bien fundados para no confiar en nadie, especialmente después de que el propietario original de Herkimer lo desafiara sin razón aparente a un duelo; lance del que él sale victorioso gracias a las mejoras biológicas que ha recibido en 61 Cygni y a su secreta relación simbiótica con un ser originario de allí. Poco a poco, a través de diversos episodios, queda bastante claro que Sutton ya no es completamente humano. Bien sea por las modificaciones que realizaron en él o por la influencia del simbionte alienígena, no sólo cuenta con poderes psíquicos capaces de impactar sobre la realidad física sino también la habilidad de compartir su consciencia con otros seres vivientes para experimentar y sentir lo mismo que éstos, lo que le proporciona una comprensión y comunión total con ellos.
A no mucho tardar, Sutton se encuentra inmerso en una carrera a través del tiempo y el espacio, retrocediendo en un momento determinado hasta el Wisconsin del siglo XX, donde vivió uno de sus ancestros, un granjero, viviendo allí varias décadas antes de encontrar la forma de regresar al conflicto que libran en el futuro aquellos que creen en las enseñanzas que plasmó en el libro aun no nato y aquellos que siguen una revisión distorsionada e interesada de las mismas. Su objetivo es encontrar la forma de escribir ese libro sin que nadie pueda tergiversarlo.
El viaje en el tiempo es un elemento fundamental no solo de esta novela sino de otras ficiones de Simak, si bien rara vez lo plasma como una estrategia eficaz para escapar de los desafíos y problemas de cada época. Sin embargo, aunque se plantean varias posibles paradojas, Simak nunca llega a abordarlas en profundidad, probablemente porque lo que realmente le interesaba era articular un mensaje genérico sobre el derecho a la vida.
También se introduce el ritual del duelo como algo común y aceptado en esa sociedad del futuro “Conforme a la revisión del año 7990 —dijo el robot—, a la que se llegó por convención, todo humano varón de menos de cien años, sano mental y físicamente, no obligado por lazos o creencias religiosas, que se someten a un tribunal de investigación, ha de batirse en duelo siempre que sea desafiado”. Lo cual puede llevar a una discusión sobre la costumbre y el derecho a poseer y utilizar armas aun cuando ni lo uno ni lo otro sea ya necesario: “Ya no hay necesidad de luchar, ya no hay necesidad de matar. Oh, alguna que otra vez, quizás, en algún planeta lejano en el que un humano tenga que matar para proteger su vida o para conservar la dignidad y el poder humanos. Se ha convertido en un hábito de los humanos… algo que conservan desde las cavernas. No queda nada que matar, excepto unos a otros, así que se matan entre sí y lo llaman duelo. Saben muy bien que es injusto y que lo enfocan con hipocresía. Han establecido un perfecto sistema de semántica para hacer que parezca respetable y valeroso y noble. Lo denominan tradición, e hidalguía… e incluso aunque no lo denominen con tales palabras, así es como piensan. Lo encubren con las artimañas de su corrompido pasado, lo envuelven con palabras y las palabras son sólo oropel”.
Y cuando el gusto por la violencia entra en contradicción con el mandamiento religioso de no matar, la solución del dilema es tristemente predecible: “Yo no quiero batirme en duelo —dijo Sutton—. ¿Existe alguna forma, legalmente, de negarme? Me gustaría hacerlo airosamente, además, pero no insistiré en ello.
—No hay forma alguna —dijo el robot.
—¿No hay ninguna forma?
—¿Tiene menos de cien años? —preguntó el robot.
—Sí.
—¿Está usted mental y corporalmente sano?
—Creo que sí.
—¿Lo está o no lo está? Decídase.
—Lo estoy —dijo Sutton.
—¿No pertenece usted a ninguna religión que prohíba matar?
—Supongo que podría clasificarme como cristiano —dijo Sutton—. Creo que existe un mandamiento al respecto.
El robot meneó la cabeza.
—Eso no cuenta.
—Es claro y específico —arguyó Sutton—. Dice: «No matarás».
—Sí, así es —dijo el robot—. Pero ha sido desacreditado. Los propios humanos lo desacreditaron. Jamás lo obedecieron. U obedecen una ley o la desprestigian. No pueden olvidarla ahora e invocarla al instante siguiente”
En relación con esto mismo, Sutton se convertirá en una suerte de líder religioso cuyo mensaje, pese a parecer claro y preciso, acabará siendo objeto de desacuerdos y herejías debido a las diferentes interpretaciones que se dan al texto de su libro.
La alegoría menos sutil, sin embargo, es la racial. “Una y Otra Vez” fue escrita en una época en la que había segregación racial en Estados Unidos, una vergüenza que Simak quiso reflejar dividiendo la inteligencia del futuro entre los humanos biológicos que se ven a sí mismos como los amos de pleno derecho, y humanos “artificiales” o androides, atrapados en su condición de esclavos aun cuando las diferencias entre ambas especies se reduzcan a una sola: la reproducción. Este pasaje refleja perfectamente el racismo y la paranoia que impregnaban la mente de muchos norteamericanos blancos de entonces:
“-Permanecerán con nosotros en el negocio del imperio —dijo Dean muy confiadamente—. Podrían enfrentarse con nosotros por ese asunto del destino, pero permanecerán a nuestro lado porque no pueden seguir adelante sin nosotros. No pueden reproducirse. Y no pueden fabricarse. Tendrían que ser humanos para lograr que su raza se prolongara, para poder reemplazar a los que cesan.
Rió entre dientes.
—Hasta que un androide pueda crear a otro androide, permanecerán con nosotros y trabajarán con nosotros. Pues el no hacerlo significaría su suicidio racial.
—Lo que no puedo entender —dijo Sutton— es como saben los que están con ustedes y los que luchan contra ustedes.
—Eso es lo malo —dijo Dean—. No lo sabemos. Si lo supiéramos, esta miserable guerra duraría poco. El androide que te atacó ayer puede limpiarte las botas mañana, y ¿cómo saberlo? La cuestión es que no lo sabes”.
Ese miedo proviene de la certeza, sabida pero no reconocida, de que los androides son iguales a los hombres y que cuando éstos lo asuman por completo, dejarán de sentirse inferiores y resignarse a la esclavitud:
“Les dimos inferioridad —dijo Sutton—. Les hicimos menos que humanos. Les proporcionamos una razón para luchar. Les negamos algo que tienen que luchar para conseguir… Igualdad. Les proporcionamos un motivo que el hombre perdió hace mucho. El hombre ya no necesita probar que es tan bueno como cualquier otro, que es el animal más importante de su mundo o de su galaxia.
—Ahora son iguales —dijo con amargura Trevor—. Los androides se reproducen… química, no biológicamente, desde hace ya mucho tiempo.
—Era de esperar —dijo Sutton—. Hace mucho que deberíamos haberlo sospechado.
—Supongo que sí —admitió Trevor—. Les dimos los mismos cerebros que tenemos nosotros. Les dimos, o intentamos darles, una perspectiva humana.
—Y pusimos una marca en sus frentes —dijo Sutton.
Trevor hizo un gesto irritado con la mano.
—Ese pequeño detalle ya no tiene importancia —dijo—. Cuando los androides hacen otro androide, no se molestan en ponerles otra marca en la frente”.
Todo el conflicto humano-androide de la novela no sólo sirve como alegoría de la división racial del Estados Unidos de entonces, sino, abriendo el foco, como crítica general a la petulancia de nuestra propia especie; un rasgo que comparten y fomentan los propios escritores de CF, con esa especie de fe inquebrantable en una suerte de Destino Manifiesto en virtud del cual la Humanidad, inevitablemente, colonizará y dominará la galaxia. Es un mensaje que, casi 75 años después, no ha perdido validez. La arrogancia corporativa y religiosa sigue presente en nuestras sociedades modernas e influye en gobiernos y agentes sociales, fomentando el miedo, la ira y la polarización.
Mención obligada es el pasaje casi bucólico en el que Sutton, como ya apunté, se convierte en granjero del Wisconsin del siglo XX. Simak nació en 1904 en Millville, Wisconsin, y siempre mantuvo el apego al carácter rural de su tierra, tal y como se vería en otras novelas posteriores como “Ciudad” (1952) o “Estación de Tránsito” (1963). Asistió a la Universidad de Wisconsin-Madison y en “Una y Otra Vez” imagina una Universidad de Norteamérica localizada a corta distancia de la confluencia del río Wisconsin y Mississippi. Este capítulo es el único en el que el protagonista –y el autor con él- halla la paz y la armonía con lo que le rodea, sea la Naturaleza u otros seres humanos.
En el prólogo de su antología “Skirmish: The Great Short Fiction of Clifford D. Simak (1977), él mismo afirmaba: “En general, he escrito con un estilo tranquilo. Hay poca violencia en mi obra. He centrado mi atención en las personas, no en los acontecimientos. La mayoría de las veces he pulsado alguna nota de esperanza... En ocasiones, he tratado de hablar en favor de la decencia y la compasión, de la comprensión, no sólo en el sentido humano, sino también en el cósmico. He intentado situar a los humanos en perspectiva frente a la inmensidad del Tiempo y el Espacio universales. Me he preocupado de hacia dónde nos dirigimos como especie y cuál puede ser nuestro propósito en el esquema universal, si es que tenemos un propósito. En general, creo que sí, y quizás sea importante”.
Quizá los puntos más endebles de la novela sean, por una parte, la torpeza con que está expuesto todo lo que tiene algo que ver no sólo con la Ciencia sino con la ambientación general. Sus referencias al papel, los libros, las máquinas de escribir (todos, elementos del oficio de escritor de mediados del siglo XX), así como a fumar en pipa, los intercomunicadores o el desayuno con jamón y huevos, parecen fuera de lugar en una narración que nos habla de colonización estelar, androides y viajes en en el tiempo. Por otra, la sensación de invulnerabilidad que transmite Sutton gracias a unos poderes que le permiten realizar todas las hazañas que la trama requiera de él; y, por último, la indefinición de unos alienígenas cuya auténtica naturaleza y propósito nunca quedan claros (se les describe vagamente como “abstracciones simbióticas”).
Hay que decir también, y reitero lo dicho al principio del artículo, que “Una y Otra Vez” deja ver sus raíces pulp en mayor medida de lo que sería deseable. La novela comienza bien para luego tornarse inconexa, confusa y aleatoria, aunque sí termina aclarando la mayor parte de los puntos en cuestión y dando sentido al conjunto. Da la impresión de ser una premisa adecuada para un cuento, pero alargada artificialmente a base de enredar la trama de forma poco disimulada, introduciendo personajes que salen y entran de la misma sin demasiada explicación y obviando la preparación previa que justifique ciertos pasajes. Por eso no es de extrañar que algunos lectores puedan experimentar cierto rechazo a esta forma un tanto incoherente de enlazar acontecimientos y mezclar subgéneros (guerras temporales, luchas entre hombres y robots) con la filosofía existencial. Queda claro para cualquiera que preste atención cuál era el propósito de Simak, pero a la ejecución le falta finura.
“Una y Otra Vez” como apuntaba al principio, es una novela llena de ideas interesantes y conceptos sofisticados (viajes en el tiempo, inmortalidad, alienígenas simbiontes, mejoras fisiológicas, fusión telepática…), pero demasiado corta y excesivamente arraigada en el estilo pulp como para desarrollarlos adecuadamente. Por nombrar solo un par de futuros ejemplos ilustres: el tema de la identidad y el conflicto entre humanos y androides esclavos sería abordado con mayor osadía y tensión por Philip K.Dick en “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” (1968); y en cuanto al humano “mejorado” por extraterrestres que se convierte en una suerte de mesías en su planeta de origen, recuerda a lo que diez años más tarde contará Heinlein en “Forastero en Tierra Extraña” (1961).
A pesar de sus defectos, “Una y Otra Vez” ofrece una calidad superior a la media de la CF norteamericana de la época y no es casualidad que obtuviera una recepción muy favorable en su momento. Un clásico menor a redescubrir.
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