Uno de los géneros más antiguos y venerables de la literatura fantacientífica es aquel en el que un extranjero visita una tierra desconocida y en el curso de su exploración va comparando la civilización que le recibe con aquella de la que procede. Esa es precisamente la esencia de “Los Viajes de Gulliver” (1726), de Jonathan Swift, en la que el autor mezclaba la aventura fantástica con la sátira.
En los orígenes de estas narrativas, claro, se trataba de viajeros,
navegantes o náufragos que arribaban a algún rincón inexplorado de nuestro
planeta, una isla remota, algún valle ignoto, un sistema cavernario... Pero
conforme el conocimiento de la Tierra progresaba y se rellenaban los huecos de
los mapas, el subgénero fue a su vez madurando e incorporando nuevos conceptos
derivados de los avances científicos. Es así como aparece la figura del
visitante interplanetario (un humano que viaja a otro planeta o un alienígena
que llega al nuestro) o el viajero temporal (desde el presente al pasado o al
futuro, o viceversa).
Son estas ficciones que habitualmente ponen el acento en el choque
cultural, la disonancia entre las costumbres y valores del nuevo lugar o tiempo
al que llega el visitante y los de éste, dando origen a malentendidos,
confusiones, sorpresas y erróneas interpretaciones de la realidad por falta de contexto
y referentes compartidos. El autor puede adoptar un enfoque más descriptivo y
didáctico si lo que desea es llamar la atención del lector sobre los defectos,
vicios y absurdos de su propia sociedad (o a la inversa, si el lugar visitado
resulta ser una distopía); o bien adoptar, no sin abandonar del todo su
intención crítica, un tono abiertamente cómico que, eso sí, exige del lector
para su disfrute cierto conocimiento de los referentes culturales que utiliza
el escritor.
Y uno de los mejores ejemplos de esta última aproximación es el de un autor español que, paradójicamente, dijo detestar la CF: “Sin Noticias de Gurb”, de Eduardo Mendoza.
No es fácil hablar de un libro como este porque no tiene una
estructura convencional en cuanto a trama y personajes. Se trata de un
encadenamiento bastante libre de sucesos cotidianos vistos a través de un
filtro cómico, pero no hay un argumento propiamente dicho ni tampoco un reparto
de personajes que dispongan de un arco mínimamente realista, lógico o coherente.
Ahora bien, lo que en otra obra serían graves carencias, aquí no importa en
absoluto porque el talento del escritor para arrancar sonrisas y carcajadas al
lector mientras le invita a explorar con él la ciudad de Barcelona y las
costumbres de sus habitantes es tal que uno no puede sino dejarse llevar
olvidando cualquier expectativa de formalismo literario.
Todo comienza cuando dos alienígenas metamorfos llegan a la Barcelona
preolímpica (para los más jóvenes, los Juegos Olímpicos se celebraron en esa
ciudad en 1992, precedidos por el imaginable frenesí de obras públicas y
preparativos diversos). Con el fin de pasar desapercibido (utilizo el masculino
como neutro, puesto que el autor juega con los roles de género de ambos) y
mezclarse discretamente con los nativos, uno de ellos, Gurb, adopta la forma de
una humana:
“07.00 Cumpliendo órdenes (mías) Gurb se prepara para tomar contacto con las formas de vida (reales y potenciales) de la zona. Como viajamos bajo forma acorpórea (inteligencia pura-factor analítico 4800), dispongo que adopte cuerpo análogo al de los habitantes de la zona. Objetivo: no llamar la atención de la fauna autóctona (real y potencial). Consultado el Catálogo Astral Terrestre Indicativo de Formas Asimilables (CATIFA) elijo para Gurb la apariencia del ser humano denominado Marta Sánchez”.
Y así, Gurb sale de la nave… y ya no regresa. Su compañero y capitán
se ve entonces obligado a aventurarse entre los humanos para encontrarlo. Ha
hecho los deberes y se ha informado ampliamente sobre nuestra especie. Pero
para su desgracia -y regocijo del lector-, no sabe cómo aplicar esos extensos
conocimientos. Es un ser absolutamente lógico y sin sentido del humor que se
toma las expresiones coloquiales al pie de la letra y sigue todas las
instrucciones de forma literal dando lugar a malentendidos hilarantes. Por
ejemplo, sabe que la orina es un líquido común, pero no que no es algo que se
pida en los restaurantes:
“14.45 Entro
en el restaurante y un caballero vestido de negro me pregunta con displicencia
si por ventura tengo hecha reserva. Le respondo que no, pero que me estoy
haciendo un chalet con veintidós retretes. Soy conducido en volandas a una mesa
engalanada con un ramo de flores, que ingiero para no parecer descortés. Me dan
la carta (sin codificar), la leo y pido jamón, melón con jamón y melón. Me
preguntan qué voy a beber. Para no llamar la atención, pido el líquido más
común entre los seres humanos: orines”.
O que los churros, aunque se venden por docenas, no se comen en esa cantidad:
“15.15 Me como los diez kilogramos de churros que he comprado. Me gustan tanto que, acabado el último, me como también el papel aceitado que los envolvía”.
Cuando su nave se torna inhabitable por falta de mantenimiento (Gurb
se encargaba de ello), el pobre alienígena ya no puede utilizarla como su
refugio al término de cada jornada y se ve obligado a sumergirse cada vez más
en la sociedad humana, comprando un piso, intentando torpemente encontrar
pareja e interactuando con distintos individuos (la portera, el matrimonio
propietario del bar donde desayuna todos los días, clientes de diferentes establecimientos…)
mientras va asumiendo apariencias de personajes famosos pero absolutamente
incongruentes con la época y la situación, como Gandhi, el Conde-Duque de
Olivares, Gary Cooper, José Ortega y Gasset…
Es entonces cuando se ve expuesto a otro tipo de problemas, como la compra de un piso en un momento de burbuja inmobiliaria:
“11.25 Visito el piso que acabo de comprar. No está mal. Hay que hacer cocina y baños, pero esto no me inquieta porque no sé cocinar y no me baño jamás. Advierto con alegría que el dormitorio dispone de un amplio armario empotrado. Entro en el armario empotrado y éste se pone en movimiento. Desilusión: era el ascensor del inmueble.”.
Lo desagradable de adoptar una forma alienígena: “17.00 No hay en todo el Universo chapuza más grande ni trasto peor hecho
que el cuerpo humano. Sólo las orejas pegadas al cráneo de cualquier modo, ya
bastarían para descalificarlo. Los pies son ridículos; las tripas, asquerosas.
Todas las calaveras tienen una cara de risa que no viene a cuento. De todo ello
los seres humanos sólo son culpables hasta cierto punto. La verdad es que
tuvieron mala suerte con la evolución”
O el cortejo sexual: “16.00 Tendido en la cama y con la vista clavada en el techo, del que cuelgan varias arañas grandes como melones, pienso en mi vecina. Por más que me devano los sesos (que no tengo), no doy con la forma idónea de abordarla (…). Laxantes, emulsivos, apósitos, vermicidas, antirreumáticos y demás productos farmacéuticos, excluidos. Es muy probable que le gusten las flores y los animales domésticos. Podría enviarle una rosa y dos docenas de dobermans”
Pero la comicidad no sólo viene en forma del choque cultural
experimentado por el alienígena y las decisiones que toma en base a supuestos
erróneos. Una de las ventajas de contar con un protagonista ajeno a nuestra
cultura es poder contemplar ésta a través de sus ojos, tomando distancia y
percibiendo así más claramente los aspectos más ridículos, ilógicos y nocivos
de nuestros usos, costumbres y creencias, ya sea el comportamiento social en un
bar o la ética de trabajo.
Por ejemplo, en cuanto al tráfico: “El tráfico, que hasta ahora era prácticamente inexistente, se va densificando por momentos. Esto sucede porque todo el mundo está volviendo a la ciudad. En los accesos a la ciudad se producen retenciones, que a menudo alcanzan el grado de importantes retenciones. Algunas de estas retenciones, sobre todo las denominadas importantes retenciones, duran hasta el próximo fin de semana, de modo que hay personas desafortunadas (y familias enteras) que se pasan la vida yendo del campo a la retención y de la retención al campo, sin llegar a pisar nunca la ciudad en la que viven, con el consiguiente menoscabo de la economía familiar y la educación de los niños”.
Los camiones de basura: “01.30
Me despierta un ruido tremebundo. Hace millones de años (o más) la Tierra se
formó a base de horrorosos cataclismos: los océanos embravecidos arrasaban las
costas, sepultaban islas mientras cordilleras gigantescas se venían abajo y
volcanes en erupción engendraban nuevas montañas; seísmos desplazaban
continentes. Para recordar este fenómeno, el Ayuntamiento envía todas las
noches unos aparatos, denominados camiones de recogida de basuras, que
reproducen bajo las ventanas de los ciudadanos aquel fragor telúrico”.
La idiosincrasia catalana: “La conversación
sería interesante si el insumo inmoderado de cava por parte de los conversantes
no les provocara unos borborigmos que les hacen apenas inteligibles. No es
difícil, con todo, inferir de qué están hablando, porque los catalanes siempre
hablan de lo mismo, es decir, de trabajo. En cuanto se reúnen dos catalanes o
más, cada uno cuenta su trabajo con gran lujo de detalles. Con siete u ocho
términos (exclusivas, comisiones, carteras de pedidos, y unos pocos más) arman
un debate de lo más movido, que puede durar indefinidamente. No hay en toda la
Tierra gente más aficionada al trabajo que los catalanes. Si supieran hacer
algo, se harían los amos del mundo”.
La contaminación: “Lo peor es tener que respirar este aire inficionado de partículas suculentas. Es sabido que en algunas zonas urbanas la densidad del aire es tal, que sus habitantes lo introducen en fundas y lo exportan bajo la denominación de morcillas”.
O la atribulada vida del ejecutivo: “07.30: lectura y comprensión parcial de las cotizaciones de bolsa,
mercado de divisas, mercado de futuros; café con leche (desnatada),
biscotes con margarina, las pastillas; ducha, afeitado, violenta aplicación de
after-shave. El ejecutivo se pone su impedimenta: Ermenegildo Zegna por
aquí, Ermenegildo Zegna por allá. Los niños lavados, vestidos y peinados suben
al coche del ejecutivo. Papá los llevará al cole. Anoche cenaron en
casa de su madre, pero han dormido en casa de su padre. Esta noche cenarán
en casa de su padre, pero dormirán en casa de su madre y mañana los
llevará al cole su madre y los irá a buscar él para que cenen en su casa o en casa
de su madre (telefoneará). Uno de los niños es suyo; al otro no lo ha visto en
su vida, pero prefiere no preguntar. Desde que se separó de su mujer
(amigablemente) prefiere no preguntar nada a nadie. El ejecutivo conduce el
coche con las rodillas; con la mano derecha sostiene el auricular del teléfono
del coche; con la mano izquierda sintoniza la radio del coche; con el codo
izquierdo sube y baja las ventanillas del coche; con el codo derecho impide que
los niños jueguen con el cambio de marchas del coche; con la barbilla pulsa sin
pausa el claxon del coche. En la oficina: telex, fax, cartas, mensajes en el
contestador; consulta la agenda. Nena, cancélame la cita de las once; nena,
conciértame una cita a las doce; nena, resérvame una mesa para cuatro en La
Dorada; nena, cancela la mesa que tengo reservada en Reno; nena, resérvame
plaza en el vuelo de mañana a Munich; nena, cancela el vuelo de esta tarde a
Ginebra; nena, las pastillas”.
Al final, lo que menos importa de “Sin Noticias de Gurb” es el
destino. Al lector le da igual si el narrador encuentra a Gurb o no, si los
alienígenas se quedan en una Tierra a la que han tomado cariño o regresan al
espacio. Lo verdaderamente divertido es el viaje trufado de momentos
tronchantes. E igualmente importante: a pesar de la afilada crítica a la forma
vida del barcelonés medio y de los humanos en general y que se trata de una
obra ligera que el propio autor se toma poco en serio, Mendoza nunca hace
sangre con sus personajes ni se muestra más cruel de lo que algunas situaciones
cómicas requieren. Es más, toda la obra destila un gran afecto y humanismo
hacia su variopinto reparto, algo que es muy de agradecer y que sin duda ha
contribuido a su éxito continuado desde hace más de tres décadas.
El libro, bastante breve (menos de cien páginas), está narrado en primera persona y estructurado como si fuera el cuaderno de bitácora del alienígena, a base de ordenadas entradas con fecha y hora (y el parte meteorológico para cada día) durante catorce días. Su formato original fue el de serialización en el diario “El País”, una disposición que le da a la obra un ritmo muy dinámico, pero que también le permitió al autor ir improvisando cada capítulo y añadir sobre la marcha las cosas que él mismo observaba y experimentaba en su día a día o leía en las noticias de los periódicos.
Ciertamente, el tipo de humor buscado y la forma y canal de distribución hicieron que abundaran las referencias a una coyuntura muy particular: la de la Barcelona con un pie en los Juegos Olímpicos. Se nombran políticos de aquel tiempo, muchos hitos urbanos y personalidades de la cultura y el entretenimiento. Pero Mendoza sale airoso del desafío que impone el paso del tiempo a este tipo de enfoques gracias al cariño que demuestra por sus personajes, una prosa elegante y y un sentido del humor afilado e inteligente que siempre se las arregla para esquivar el mal gusto. Hoy, la obra sigue siendo tan amena y divertida como lo fue hace treinta años.
Una novela, en fin, absolutamente recomendable para cualquier tipo de lector, sea o no aficionado a la CF y que garantiza no sólo sonrisas sino abiertas carcajadas.
Aun recuerdo la primera vez que la leí: no tenía ni idea de dónde me metía... Lagrimones de las carcajadas y mis familiares y amigos preguntándome qué me pasaba cada vez que la leía cerca de alguno de ellos. El coche con la pegatina estilo James Bond o el 7v5 7v5...
ResponderEliminarLo leí en su momento, primero algunas entregas sueltas en El País, luego el libro, y efectivamente era absolutamente tronchante. No habiéndolo leído de nuevo desde entonces, me preguntaba cómo había aguantado el paso del tiempo y la pérdida de la contemporaneidad. Es bueno saber que sigue en pie
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