Aunque el de Vonda N. McIntyre no se encuentre entre los nombres más relevantes de la CF, tampoco será una desconocida para los aficionados más veteranos. Natural de Louisville, Kentucky, se mudó a Seattle con su familia en los años 60 en un momento en el que esa ciudad miraba más hacia el futuro que hacia el pasado (fue en 1962 cuando se construyó su famosa “Aguja Espacial”, que domina el perfil urbano, durante la Exposición Mundial celebrada allí). Su vitalidad cultural atraería posteriormente a otras escritoras de CF, como Octavia Butler o Nancy Kress, pero McIntyre fue de las primeras en llegar.
Se
graduó en biología con especialización en genética y comenzó su carrera
literaria a principios de los 70, ganando el primero de sus tres premios Nébula
con el cuento “De Niebla, Hierba y Arena”. Fue la tercera mujer en ganar el
Hugo a la Mejor Novela por “Serpiente del Sueño” (1978). Quizá la razón por la
que no sea tan conocida, o al menos tan reconocida, sea que buena parte de su
obra consiste en cuentos (que suelen pasar bajo el radar de muchos aficionados)
y novelas de la franquicia Star Trek (6 de ellas, además de otra de Star Wars).
Aparte de esto, su serie más conocida (que Ursula K. LeGuin calificó como “la más importante serie de CF de todos los
tiempos”) fue la de “Starfarers” (cuatro títulos entre 1989 y 1994). Sólo
escribió seis novelas autoconclusivas, de las cuales “Superluminal” fue la
tercera.
Como han hecho muchos escritores de CF desde hace un siglo, Vonda McIntyre decidió tomar uno de sus relatos cortos que había obtenido buena acogida, “Aztecas” (1977) y, seis años más tarde, relanzarlo ampliado como novela con el título de “Superluminal”. Y la pregunta legítima que cabe hacerse es: ¿alargar la narración contribuye a mejorarla?
La
apertura de “Superluminal” es, precisamente, el relato “Aztecas”. El resto de la
historia continúa donde aquél termina, por lo que, efectivamente, lo que
tenemos aquí es una pura ampliación. La acción transcurre en un futuro en el
que la Humanidad ha salido de la Tierra para colonizar otros sistemas estelares
gracias a la invención de unas naves capaces de viajar entre dimensiones para
alcanzar sus lejanos destinos. El hombre, sin embargo, no puede tolerar la
experiencia del viaje superluminal o tránsito, así que debe pasarlo sumido en
un sueño profundo inducido por las drogas. Esto ha llevado a la aparición de
una élite de pilotos ciborgs, que se someten a una cirugía muy compleja que
incluye la sustitución de su corazón por uno mecánico. El adiestramiento en el
control voluntario de todos sus sistemas corporales les permite sobrevivir al
tránsito sin perder la consciencia.
Los
“Pilotos” forman una élite orgullosa que apenas se relaciona con los humanos
“ordinarios”. Son pocos los que quieren someterse a un cambio tan radical y aún
menos los que demuestran tener una biología y psicología apta para ello. Parte
de ese aislamiento en el que viven, relacionándose sólo entre sí, tiene que
ver, se dice, con el secreto que guardan celosamente acerca de lo que ven y
experimentan durante “el tránsito” mientras el resto de los tripulantes y el
pasaje duermen en cámaras de animación suspendida: “Naturalmente, no podía imaginarse el tránsito, pues el tránsito, era
algo que estaba por encima de la imaginación. La mente y el lenguaje eran insuficientes.
Nadie había logrado nunca describir el tránsito”.
Una mujer, Laenea Trevelyan, recupera la consciencia tras haberse sometido a una de esas intervenciones. Hastiada del hospital donde la retienen durante el postoperatorio y ansiosa por experimentar su nuevo cuerpo y las relaciones sociales que lo acompañan, escapa a la vigilancia de los médicos y se esconde mezclándose con la fauna humana que convive en las instalaciones de un enorme espaciopuerto construido sobre una isla artificial en la costa oeste de Estados Unidos.
McIntyre
extiende la historia original a partir de aquí añadiendo dos protagonistas
adicionales. El primero es Radu Dracul, tripulante de naves (esto es, de los
que duermen durante los tránsitos) y superviviente de una mortífera plaga que
azotó su planeta natal, Crepúsculo. Conoce a Laenea en el espaciopuerto, entre
dos viajes, y ambos se enamoran rápidamente, pero su relación está condenada
puesto que, como he dicho, los pilotos ya no pueden relacionarse normalmente con
humanos ordinarios, no porque exista una prohibición oficial al respecto sino
porque sus experiencias y trabajo impiden que tales idilios prosperen. La
pareja se ve sometida a una profunda tortura psicológica e, incapaces de
superar sus diferencias físicas (el cuerpo de Laenea requiere de un control
permanente y no puede permitirse dejarse llevar por las emociones), deciden
separarse. Laenea es casi una parodia de la femme fatale ciberpunk. Su
transformación en ciborg la ha convertido en una profesional muy competente en
su campo, pero a costa de algo que no tenía previsto: un cuerpo que se rebela
contra sus emociones.
Aunque
la primera parte está centrada en Laenea y parece que sobre ésta va a recaer el
peso de la novela, lo cierto es que el principal protagonismo lo va a ostentar
Radu. Cuando se separa de Laenea –que va a realizar su primer viaje de
adiestramiento como piloto- y emprende un viaje ordinario al planeta
Ngthummulun, descubre no sólo que las drogas que utilizan los tripulantes para
dormir durante el tránsito ya no le hacen efecto sino que puede sobrevivir
despierto a aquél sin sufrir daño aparente. Aún peor, tiene horribles
pesadillas que le sugieren que Laenea se encuentra en peligro. El descubrimiento
de esa íntima conexión con su amante, que trasciende el espacio y el tiempo, y
su invulnerabilidad al tránsito, cambian por completo todo lo que se sabía del
viaje espacial. Tanto el gremio de pilotos como los científicos empiezan a
tramar, sin consentimiento de Radu, planes para explotar y exportar esa
capacidad que, por el momento, sólo es suya.
El tercer
personaje con peso es una buzo llamada Orca, perteneciente a una nueva especie
humana anfibia, diseñada genéticamente para sobrevivir tanto bajo el agua como
en tierra firme y capaz de comunicarse con las ballenas. Orca es ya la segunda
generación de lo que un día fue un experimento pero que ahora ha alcanzado la
independencia como pueblo. Los buzos están asentados en la costa noroeste de
Estados Unidos, viven en íntima comunión con la Naturaleza y rechazan el
contacto con los humanos “ordinarios”. Con cada generación, los buzos van
aumentando la brecha genética con el estándar humano y Orca no está segura de querer
abandonar por completo esa faceta que le ata a sus “ancestros”. Oponiéndose a
los deseos de su familia, pasa largos periodos de tiempo en tierra, se
convierte en tripulante de nave espacial y acaba formando parte del antes
mencionado viaje a Ngthummulun como especialista en motores.
Poco a
poco, McIntyre va imbricando el destino de estos tres personajes, llevándolos
hasta los límites del universo conocido para toparse con descubrimientos inesperados
sobre las posibilidades del viaje espacial; descubrimientos que, a su vez,
cambiarán para siempre su visión de sí mismos y del futuro que desean y
merecen. En términos de trama, ésta es escasa en la primera mitad del libro, centrándose
principalmente en perfilar los personajes y el tiempo futuro en el que se
desenvuelven. Las cosas se aceleran cuando la nave en la que viaja Laenea sufre
un accidente y Radu, como he dicho, resulta ser la clave para rescatarla
gracias a su hasta ese momento desconocida capacidad. El final es abierto y
bien podría haber servido de punto de arranque de una secuela, dado que los
tres protagonistas comienzan un nuevo capítulo de sus respectivas vidas.
“Superluminal”
muestra a una autora tratando de mantener el paso de los cambios y convulsiones
que estaba registrando el mundo de la CF. Fue aquel mismo año, 1983, cuando
empezó a distribuirse una publicación de aficionados, “Cheap Truth”, que
constaba de una sola página editada desde Austin, Texas, y que, como muestra de
su ánimo iconoclasta, animaba a hacer fotocopias de las mismas. Se trataba del
órgano no oficial de un disperso grupo de autores y aficionados (entre los que
se encontraba el editor, Bruce Sterling, que firmaba con el seudónimo de
Vincent Omniaveritas) en cuyo seno nacería el Ciberpunk, pero que, sobre todo,
eran muy críticos con autores y editores de la “vieja escuela”, a los que
acusaban del estado de “torpor reptiliano” en el que se encontraba la CF.
McIntyre
se encontraba en una posición vulnerable como autora de dos novelas de “Star
Trek”, la última de ellas y aún reciente, un trabajo tan poco atractivo y
alimenticio como la novelización de la última película de la franquicia, “La Ira de Khan” (1982). Con la perspectiva que da el tiempo, el lugar de McIntyre
en la comunidad de CF siempre ha parecido algo extraño, precario incluso. Había
escrito novelas de Star Trek y su nombre mencionado favorablemente por
Heinlein, lo que la vinculaba tanto a la “vieja guardia” como a la línea más
banalmente comercial. Pero su novela ganadora del Hugo, “Serpiente del Sueño”,
tenía más en común con la ciencia ficción feminista de Ursula K. Le Guin o
Marge Piercy. Apareciendo sólo un año antes de “Neuromante” (1984) y en un
ambiente de confrontación dentro del género, “Superluminal” parece un intento
de reconciliar la tradición clásica y el inminente ciberpunk, una síntesis no
del todo exitosa.
Así, algunas de las ideas que introduce McIntyre son no sólo interesantes sino pioneras, tanto que no se dirían escritas hace cuarenta años. Por ejemplo, la descripción de unos implantes cerebrales que conectan con una especie de internet, el uso de correo electrónico y la invasión del spam: “su señalizador de mensajes estaba encendido, un diminuto punto de luz detrás de sus ojos. Salvo excepciones, recibía todos los mensajes a través del comunicador interno. Todos se emitían a partir de una pantalla imaginaria y podía analizarlos todos y cada uno de ellos de forma inmediata. Le agradaba recibir el mensaje de un amigo, pero la irritaban los tontos anuncios que se emitían en el puerto. Los eliminaba en cuanto podía identificarlos. La gente que inventaba aquellos anuncios, seguro que no iba a quedarse calva. El banco de mensajes de Orca estaba diseñado para no recibir anuncios ni mensajes similares. Algunas circulares interferían tanto el programa que lograban introducirse. Orca tendría que reescribir y reforzar los criterios de admisión. Las intromisiones nunca acababan.
O
imágenes casuales como las de filas de automóviles eléctricos recargándose,
vehículos que, además, son de uso público y accesibles con una tarjeta
personal: “Como los caballos atados en el
ronzal de alguna vieja película, una fila de coches eléctricos esperaba. Metió
la tarjeta de crédito en la cerradura del primero, pintado como si fuera una
tortuga, una analogía que encontró muy acertada”. Estos ejemplos nos
demuestran lo cuidadosamente que McIntyre imaginó su mundo, no sólo en lo que
se refiere al gran cuadro de exploración espacial sino en los pequeños detalles
cotidianos. Hay también pasajes muy evocativos y hasta íntimos, como la
interacción de Orca con las ballenas.
“Aztecas” es una historia hija de la Nueva Ola que se centra en la autopercepción y la adaptación a los cambios inevitables que sobrevienen fruto bien de nuestras decisiones bien del caprichoso azar de la vida. “Superluminal” recoge y amplía este tema, pero en lugar de focalizarlo exclusivamente en la experiencia de una sola mujer, lo presenta al lector a través de los ojos de tres personajes de origen y personalidad diferente.
Pero, como decía al comienzo, más no siempre es sinónimo de mejor. “Superluminal” invierte demasiado espacio y energía en largas escenas sobre los pensamientos, emociones y consecuencias de las relaciones entre los personajes; lo cual en sí no sería un problema de existir un motor sólido que moviera la trama y conectara las escenas con vistas a ir construyendo un clímax potente. Casi todo en “Superluminal” se apoya en la ansiedad y la angustia. Esto funciona mejor en los relatos cortos, pero al estirarlo para que alimente toda una novela sin una trama suficientemente interesante, el conjunto se resiente y es fácil que el lector acabe o cansándose de tanto sufrimiento o distanciándose de los personajes.
La aprensión e incluso el terror derivado de la conversión en ciborg de Laenea y la relación de ésta con Radu podría haber sostenido la novela sin la inclusión de un personaje como Orca que, pese a ser el que me inspira más simpatía, no deja de ser superfluo. No se explica bien por qué abandona su mundo anfibio para explorar el espacio y su influencia en el argumento es escasa más allá de proporcionarle a Radu un final feliz. Da toda la impresión de que McIntyre le colocó en la historia porque el concepto de una raza anfibia le pareció interesante.
Cuando Rad y Orca se embarcan en la misión de rescate de la nave de Laenea, la historia se transforma en algo mucho más convencional y típico de las historias de aventuras espaciales, recordando quizá a algunas de las novelas de Poul Anderson, especialmente “Tau Cero” (1970). Hay indigestas y poco claras “explicaciones” científicas sobre los viajes estelares y el drama humano se aparta para dejar preeminencia a la aventura espacial.
Con “Superluminal”, McIntyre no consigue transmitir la misma energía y emoción que “Serpiente de Sueño”. Probablemente, “Aztecas” sea la opción más recomendable a la hora de abordar esta historia. Lo cual es una lástima porque claramente la autora trata en “Superluminal” de profundizar en los personajes y los temas, dándoles mayor complejidad, más matices, más humanidad en definitiva. Pero aunque la novela ofrece más contenido, el cuento original consigue mantener más centrado su foco y dejar mayor huella en el lector. “Aztecas” es más sutil y compacto, mientras que “Superluminal” se diluye en su propia extensión, perdiendo fuerza en el proceso. Más que ambición, le falta foco. Eso sí, aquellos lectores para los que el argumento no sea tan importante como la caracterización, los sentimientos y las relaciones entre los personajes, podrán disfrutar de la novela.
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