(Viene de la entrada anterior)
Como otras precuelas del nuevo siglo, tales como “Star Trek” (2009), “Oz, Un Mundo de Fantasía” (2013), “Maléfica” (2014), la televisiva “Motel Bates” (2013-7), “Pan” (2015) o “Leatherface” (2017), por nombrar sólo unos pocos ejemplos, “Han Solo” parece decidida a contentar a sus fans explicando pequeños detalles que películas anteriores dejaron caer como mero adorno. Y así, la película nos cuenta los inicios de Han en Corellia; cómo obtuvo el sobrenombre de Solo; el origen de su amistad con Chewbacca y Lando Calrissian; la obtención del Halcón Milenario en un juego de mesa; la carrera de Kessel en menos de seis parsecs e incluso el origen del par de dados que cuelgan de la cabina de la nave. Como satisfacción extra para los fans, se incluye un cameo de Darth Maul, el Sith de aspecto temible presentado en “La Amenaza Fantasma” (1999) para ser inmediata y decepcionantemente eliminado en la misma película.
Resulta frustrante esa insistencia de los films de Star Wars de Disney en volver una y otra vez a las bases dispuestas por Lucas en su etapa. No son tanto películas y personajes que cuenten sus propias historias como excusas para insertar cameos, referencias que sólo los fans apreciarán y explicar, sin necesidad alguna, el pasado o destino de tal o cual personaje de las primeras trilogías. “Han Solo”, siendo una película correcta, ni arriesga ni sorprende ni aporta realmente nada nuevo a lo que ya sabíamos del personaje. Al menos, hay que reconocerle que no incluya ningún duelo con sables láser y que nadie trate de construir una Estrella de la Muerte, algo que sí aparece en el resto de películas Star Wars de la nueva etapa. Pero hubiera sido mejor ver un film nuevo que se atreviera a explorar otros territorios de ese universo (al parecer no tan grande como nos lo han querido vender) en lugar de dedicarse a labrar el ya trillado campo de la nostalgia.
Quizá lo más interesante de “Han Solo” sea lo que nos dice sobre el legado de “Rogue One” y “Los Últimos Jedi”: es una película mucho más estable que éstas, más consistente, con menos equivocaciones que socaven el ritmo y un sentido más claro de la estructura. Es, también, menos ambiciosa que aquéllas, no igualando el cinismo de una ni la penetración de la otra. Igualmente, “Han Solo” deja entrever trazas de la introspección y la observación que tan importante fue para esas dos películas, sugiriendo que la franquicia Star Wars ha incorporado esos aspectos a su ADN esencial.
Por ejemplo, aunque Kasdan no presta demasiada atención a la política galáctica en su guion, su presencia está clara. A través del androide “femenino” de Lando, L-3, se reconoce que esos seres mecánicos son, efectivamente, criaturas autoconscientes, inteligentes y sensibles relegadas a una vida de servicio esclavo (aunque el asunto está abordado como una excentricidad y utilizando un humor que no hace justicia a las graves implicaciones que de ello se derivan). Por mucho que “Los Últimos Jedi” deconstruyeran a Luke Skywalker, nunca se atrevió a sugerir que hubiera sido un esclavista.
Igualmente, el clímax de “Han Solo” se sustenta bajo la idea de que existen pueblos indígenas explotados por potencias extranjeras. Star Wars siempre ha sido un cuento de heroicos rebeldes luchando contra imperios malvados, pero esta entrega incorpora de forma muy específica y explícita la perversidad inherente al colonialismo. Si los droides son tratados como esclavos, los wookies y los rebeldes de Enfys Nest representan a los desplazados y los desposeídos. Aunque de forma suave, ese clímax incluso llega a acusar al propio protagonista de complicidad en los ciclos de opresión y abuso, señalando que sus aventuras perpetuan la violencia. Todo esto lleva a pensar si Luke Skywalker no habrá sido, después de todo, culpable de un error de juicio; o que la rebeldía de Solo lo haga responsable indirecto de serias injusticias; o que, en fin, los auténticos héroes de la franquicia sean esos individuos anónimos que sacrifican sus vidas sin haber sido ungidos como los elegidos de una narración épica.
Todas estas ideas son consistentes con la aproximación más cínica y gris al universo Star Wars que pusieron sobre la mesa “Rogue One” y “Los Últimos Jedi”, aunque expuestas de una forma menos dramática e incómoda. Es una evolución análoga a la del western cinematográfico, genero el que incluso los títulos más modestos se sienten ahora en la obligación de mostrar los rincones más oscuros de la colonización del Oeste.
Muchos aficionados de línea dura no podían concebir un Han Solo que no estuviera encarnado por Harrison Ford. Sin embargo, a estas alturas, ese sector de los fans ya deberían entender y asumir que nada es sagrado en el universo de las franquicias multimedia y que sólo era cuestión de tiempo que, para satisfacer sus propios deseos y exigencias, el estudio encontrara otro actor, tal y como se viene haciendo desde hace décadas con otros personajes icónicos, desde Superman a Batman pasando por James Bond o la tripulación al completo de la Enterprise. Y hay que decir que Alden Ehrenreich no lo hace mal. Tiene cierto parecido con Ford y no creo que el personaje desaparezca en escenas no de acción (que son las que requieren mayor trabajo interpretativo), como la de la partida de cartas con Lando.
Ehrenreich, comprendiendo que imitar punto por punto la interpretación de Harrison Ford sería un error, opta por aprovechar la juventud del personaje para desviarse algo de los manierismos de aquél sin por ello llegar a perder su identidad. Lo que más se echa en falta en el Solo de Ehrenreich es esa actitud bravucona y ligeramente canallesca y esa sonrisa torcida que elevó a Ford al olimpo de Hollywood.
Pero el problema con Han Solo quizá resida en otra parte, en concreto, en la consistencia con la continuidad establecida por la propia franquicia. Se ha argumentado que Solo es el único personaje verdaderamente complejo de todo el canon de Star Wars, el único que escapa del molde del arquetipo. Ehrenreich (en el producto final, porque lo que inicialmente se rodó, al parecer, mostraba un personaje mucho más virado hacia la comedia) captura el romanticismo de esa figura al presentárnoslo como un rufián encantador que se siente constantemente fuera de lugar (en Corellia, combatiendo para el Imperio, junto a unos delincuentes mucho más experimentados que él, entre los círculos de la “alta sociedad” criminal…) pero que trata desesperadamente de dar sentido al universo.
Ahora bien, el Han Solo que encontrábamos al inicio del Episodio IV no era como el que abandonamos al final de esta película. Aquél era un tipo carismático, sí, pero sin escrúpulos, cínico hasta la médula, que no tenía inconveniente en matar, trabajar para peligrosos asesinos o abandonar a sus clientes a la primera de cambio. En cambio, el Han Solo de 2018 termina su aventura como un héroe que pierde el botín y se juega la vida para defender a unos rebeldes víctimas de la crueldad del Imperio. Un adecuado enlace entre “Han Solo” y el Episodio IV nos lo hubiera dejado desengañado y sin ideales. Pero los tiempos han cambiado y sospecho que en Disney querían una película más ejemplarizante y con personajes con menos rincones oscuros.
La interpretación que Donald Glover hace de Lando Calrissian se acerca mucho más a la abierta imitación que la de Ehrenreich. Las decisiones que toma Glover sobre cómo abordar su personaje sugieren que la suave pronunciación de Billy Dee Williams en la trilogía clásica era en realidad una fachada, un disfraz de individuo elegante y sofisticado bajo el que se escondía alguien con una gran humanidad. Si Glover se sale con la suya donde Ehrenreich habría claramente tropezado es porque el suyo, a fin de cuentas, es un personaje secundario y no el protagonista.
El resto del reparto está correcto, sobre todo teniendo en cuenta que la historia no les deja demasiado espacio para lucirse y que la película, como dije, fue regrabada en su mayor parte, algo que difícilmente contribuiría a atizar el entusiasmo de los actores. Paul Bettany encarna a un siniestro gangster cuyo humor cambia de forma inquietamente impredecible. Thandie Newton aporta su elegancia natural a un personaje que, como suele suceder en la franquicia Star Wars, ve todo su potencial desaprovechado por una muerte temprana. Woody Harrelson ha interpretado tantas veces a individuos cínicos y socarrones que no tiene que esforzarse para hacer creíble a Beckett. La más floja del elenco es, por último, Emilia Clarke, actriz con pocos registros que aquí ni resulta creíble como “mujer fatal” ni transmite la necesaria química con el protagonista.
Al final, “Han Solo”, no es una mala película. Técnicamente está resuelta con absoluta solidez, las interpretaciones son correctas, tiene acción, drama y suspense en las dosis recomendadas… Ofrece, en definitiva, entretenimiento de calidad durante sus dos horas y cuarto de duración. Esto, en sí mismo, ya constituye un mérito. El problema no reside tanto en el producto como en lo que muchos esperaban de él. En ningún momento se tiene la sensación de que vaya a dejar la huella que sí lograron “Star Wars” o “El Imperio Contraataca” tanto en su estreno como en los repetidos visionados, ni despierta la misma emoción ni sentido de lo maravilloso. Es exactamente lo que podría esperarse de Ron Howard dirigiendo un blockbuster moderno para todos los públicos: fácil, predecible y seguro. “Han Solo” se muestra remiso a adentrarse en nuevos territorios sin la red de seguridad que le proporciona la continuidad de la franquicia, sacrifica la ambición a la comodidad que le garantiza mantener (teóricamente) satisfechos a los fans.
Aunque, bien mirado, quizá el problema lo tengan –tengamos- los aficionados, que seguimos esperando que cada película o serie de Star Wars sea un evento memorable cuando no son ya más que ítems estándar salidos de una cadena de montaje bien engrasada que nunca deja de trabajar y dirigida por un estudio que prefiere no pisar callos a arriesgarse e innovar. De haber sido la película la primera en salir de la factoría Disney en 2015 en lugar de la cuarta (por no hablar de las series de animación, los videojuegos, los comics, novelas y merchandising), quizá el público, menos hastiado ya de Star Wars y su persistente dependencia de los guiños y homenajes al pasado de la franquicia, hubiera reaccionado de forma menos negativa. Para muchos, quizá injustamente, “Han Solo” fue la culminación de las peores expectativas desde que Disney comprara Lucasfilm, la última piedra de una avalancha comercial que había deslustrado lo que una vez fuera algo tan especial.
Hizo falta año y medio para que la franquicia remontara. Esto sucedió con el estreno de “The Mandalorian” en el canal de Disney. Aquella serie estuvo en boca de todos los fans, tanto porque, de nuevo, se había esperado mucho tiempo para verla como porque era un producto sólido. “Han Solo”, en cambio, no era “maravillosa”, solo “buena” o “correcta”. Reconozcámoslo, la reverencia que se les dedica a la mayor parte de las películas de Star Wars y la voluntaria ceguera que se les dispensa a sus fallos es producto no de su calidad sino del largo tiempo que hubo que aguardarlas y la emoción que fue incubándose en el ínterin. Esa espera y la ilusión con la que se acudió a verlas al cine influyeron mucho en su análisis y valoración. “Han Solo” llegó demasiado tarde para ganarse esa indulgencia.
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