lunes, 5 de julio de 2021

1970- YOKO TSUNO - Roger Leloup (7)


(Viene de la entrada anterior)

 

“La Presa y la Sombra” (1982) es una historia clásica de casas encantadas que goza de una impresionante ambientación otoñal en un bello castillo emplazado en tierras escocesas. Leloup hace un trabajo de primera no sólo retratando los pintorescos paisajes y edificios (montañas, castillos, abadías en ruinas) en que tiene lugar la acción sino que los utiliza para crear una atmósfera de peligro sobrenatural que aporta un nuevo enfoque a la serie.

 

Yoko y Pol se encuentran viajando por Escocia en busca de localizaciones para un documental cuando, en una carretera rural, a punto están de atropellar a una joven. Ésta dice llamarse Cecilia y a pesar de su comportamiento paranoico y mirada asustada, asegura estar perfectamente cuerda, suplicándoles ayuda. Entonces, llega el padrastro de la muchacha, sir William, que la ha rastreado con una jauría de perros, y se la lleva de vuelta al castillo del que se escapó.

 

Por supuesto, Yoko decide investigar qué es lo que aterroriza a Cecilia y ella y Pol se alojan en el castillo a invitación de sir William, quien no desea levantar sospechas sobre el asunto en el que él y el médico de Cecilia andan metidos. Un lugareño informa a Yoko de la turbia historia familiar, en la que se mezclan trágicamente amores no correspondidos, odios, maldiciones, muerte y fantasmas. Aún más extraño, nadie en el castillo parece alterarse demasiado con la aparición, todas las noches, del espectro de la madre de Cecilia, llamando a su hija con gestos desde el paseo de ronda de las murallas.

 

La inspiración para esta aventura le sobrevino a Leloup mientras buscaba localizaciones para otro álbum que se publicaría posteriormente, “El Fuego de Wotan”. Se hallaba en Alemania, a orillas del Mosela, no lejos de Coblenza, fotografiando el castillo de Etz. A decir del autor: “Se me cayó la foto al suelo y me agaché para recogerla. Al levantarme de repente, tuve una especie de deslumbramiento y vi dos castillos. Por un breve momento, lo vi todo doble. En esa fracción de segundo, se me ocurrió una historia: dos castillos, habitaciones dobles, una heroína doble. El tema de la doble o de las gemelas suele estar presente en mis escenarios. Cuando era joven, conocí a dos chicas que eran gemelas y que tenían un carácter completamente diferente”. Recordemos que Leloup ya había recurrido al juego y los equívocos que en una historia provoca la intervención de dos gemelas, clones o mujeres muy parecidas en “La Forja de Vulcano” o “La Frontera de la Vida”. Asimismo, las vineanas Khany y su madre son muy similares, casi iguales.

 

“La Presa y la Sombra” es un álbum atípico dentro de esta serie y, como tal, puede gustar más o menos a sus fans. En este caso, Leloup se aleja del tono eminentemente tecnológico de las anteriores entregas, encontrando su inspiración en sus autores favoritos del terror fantástico, Edgar Allan Poe y el belga Jean Ray, para crear una historia de tintes sobrenaturales. Por supuesto, tras los extraños fenómenos mágicos acaba ocultándose un truco tecnológico bajo la forma de una proyección holográfica que recuerda a las ilusiones precinematográficas que Julio Verne utilizó para explicar los fantasmas de su novela “El Castillo de los Cárpatos” (1892). De hecho, aunque a veces se le ha comparado con el famoso escritor galo, las historias de Leloup están más en sintonía con las del otro gran pionero y fundador de la CF moderna, H.G.Wells, en el sentido de que en lugar de obsesionarse con la descripción precisa del funcionamiento de sus máquinas situando la historia en un segundo plano, las utiliza como herramienta con la que abordar otro tipo de cuestiones de naturaleza psicológica o social.

 

Sea como sea, “La Presa y la Sombra” está dominado por la atmósfera y el misterio que crean tanto el argumento como la magnífica ambientación que Leloup construye en sus páginas, dejando el apartado tecnológico, tan importante en la serie hasta ese momento, en un segundo plano. Y esta es una decisión que no pocos seguidores del personaje aprecian positivamente y, de hecho, lo califican como el último gran álbum de la colección. Otros, en cambio, se quejan de que la intriga es pobre, predecible e incluso confusa, una reformulación poco original del argumento de “La Frontera de la Vida” y su falso vampiro; que los personajes son sosos y poco carismáticos -Yoko, por ejemplo, en ningún momento parece asustada o sobrecogida por la aparición del fantasma- y los diálogos acartonados.

 

Ciertamente, los personajes vuelven aquí a ser uno de los puntos débiles de la historia, si bien esto tampoco es algo nuevo en la serie y no debería enfadar a los fans de la misma. Los villanos lo son sin matices y con escaso carisma, aunque la doble de Cecilia, Margaret, resulta más interesante. En cuanto a los protagonistas, poco nuevo que añadir. Durante la mayor parte de la aventura, Pol no le sirve de gran ayuda a Yoko en sus pesquisas y, como de costumbre, Leloup lo deja arrinconado en los márgenes del misterio. Es como si en el fondo supiera que su presencia sobra, que no aporta nada, pero le tuviera cariño y no quisiera prescindir de él, utilizándolo sólo para cometidos menores. Únicamente cuando llega Vic a petición de Yoko, los tres pasan a formar un auténtico equipo, diseñando y ejecutando una trampa con la que desenmascarar al responsable y salvar a Cecilia.

 

Todas esas críticas tienen su peso, pero este álbum en concreto debe disfrutarse sobre todo dejándose llevar por el magnífico entorno que Leloup sabe recrear en sus páginas: las maravillosas vistas y perspectivas del castillo, los tétricos corredores, la siniestra abadía, los lagos y bosques, la niebla y las escenas nocturnas. En este sentido, puede decirse que es uno de sus trabajos más logrados.

 

A la altura de la decimotercera entrega de la colección, Roger Leloup ya tenía bien depurada la estructura narrativa con la que más cómodo se sentía: sumergir rápidamente a sus personajes en un enigma o entorno extraño (empezando por Yoko y, a través de ella, sus dos amigos), desarrollar una serie de peripecias a un ritmo muy rápido y dejar para el final las explicaciones que resuelven el misterio y le dan sentido a todo. En el caso de las aventuras vineanas, siempre comienzan con una misión de reconocimiento y el descubrimiento de una nueva colonia. “Los Arcángeles de Vinea” se ajusta exactamente a esa estructura.

 

De vuelta en Vinea, mientras Yoko realiza un vuelo de exploración con Khâny y Poky, descubren a una anciana de mente trastornada que guarda con celo en su cueva una vaina de criogenización en cuyo interior duerme un niño. A bordo de una de las naves, Khâny parte para investigar en la dirección que les indica la anciana y encuentra una gran estructura que emerge del mar a intervalos regulares. Se posa en ella y su señal desaparece. Yoko y Poky la siguen y, cuando aterrizan en la torre, ésta empieza a sumergirse. Parecen sentenciadas a morir ahogadas cuando aparece un misterioso vineano para ayudarles, el Arcángel. Simultáneamente, aparecen una especie de submarinistas vineanos rebeldes que los secuestran. A lomos de unas tortugas gigantes domesticadas, se sumergen para llegar a una gran ciudad hundida que data de los tiempos en los que Vinea se hallaba inmersa en una situación de guerra civil.

 

Yoko se verá así involucrada en una suerte de guerra fría librada, por una parte, por los habitantes de esa ciudad submarina, dirigidos por una tiránica reina; por otra, un grupo de androides empeñados en proteger de esa monarca y mantener dormidos a miles de niños que llevan siglos criogenizados para evitar que se cumpla el destino que se pensó para ellos. Y, como suele suceder en la colección, las cosas no son tan “sencillas” como parecían al principio y todos esconden sus propios secretos.

 

Leloup utiliza “Los Arcángeles de Vinea” para profundizar un poco más en su particular universo, aportando un nuevo y poco edificante episodio a la historia vineana y que los exiliados procedentes de la Tierra descubren al regresar a su hogar. En este caso, mientras estuvieron ausentes, en medio de las catástrofes naturales que asolaban el planeta, se produjo un violento periodo de guerras intestinas y bandos dispuestos a utilizar armas de destrucción masiva y utilizar niños como soldados.

 

Encontramos aquí a una Yoko extrañamente confiada dispuesta a entregar su amistad con absoluta facilidad. Primero, arriesga su vida por el Arcángel sin saber realmente quién es él, la identidad y motivos de sus atacantes y en qué se está metiendo. La misma situación, pero aún más peligrosa, se da cuando Yoko acepta sin pensárselo dos veces acompañar a la sádica Reina Hédora en su último viaje a las profundidades del océano. Una actitud poco justificable habida cuenta de que la tirana había tratado de ejecutarla pública y cruelmente tan solo unos momentos antes. Ésta, por su parte, es una dictadora de manual: feroz y vengativa y alimentada por su rancio resentimiento contra las otras ciudades vineanas por atrocidades cometidas siglos atrás.

 

Gráficamente, Roger Leloup mantiene el mismo estilo y nivel de calidad, con unos decorados majestuosos, elaborados diseños de naves y maquinaria. En esta ocasión y dada la ambientación submarina, pudo jugar con unas tonalidades cromáticas diferentes y, sobre todo, con una espectacular ciudad sumergida cuya piedra está cubierta por las algas y el metal por la corrosión. También tienen presencia, claro, los seres vivos que habitan ese entorno. Como era habitual en él, Leloup se empapó (nunca mejor dicho) en documentación sobre vida acuática, aunque a la postre no fue capaz de crear algo verdaderamente original, animales que se distanciaran claramente de las tortugas o manta-rayas que encontramos en los océanos terrestres.

 

Es una lástima que la rigidez y poca expresividad de su dibujo en lo referente a las figuras humanas le impidiera subrayar un aspecto que él mismo comenta: la atracción que Yoko siente por el Arcángel, un toque sentimental con el que el autor quería recordarnos que su heroína era, después de todo, una mujer de carne y hueso y que no es inmune a los atractivos del sexo opuesto. De todas formas, el rápido ritmo que imprime Leloup no permite detenerse en este punto en particular y, como de costumbre, los secundarios -incluida la villana, de nuevo una mujer en un papel fuerte- carecen de profundidad. 

 

“Los Arcángeles de Vinea” es un álbum de lectura ágil y entretenida, con abundantes giros y sorpresas; pero tampoco es una entrega particularmente notable debido a su argumento algo artificioso y la repetición de un esquema ya a estas alturas demasiado explotado.

 

En 1983, el presidente norteamericano Ronald Reagan anunció la Iniciativa de Defensa Estratégica, popular y maliciosamente bautizada como “Star Wars”. En el marco de ese proyecto, se diseñaron y experimentaron láseres y armas que parecían traer al mundo real lo que hasta aquel momento no había sido sino ficción fantástica. Y es en ese contexto que aparece la decimocuarta entrega de la colección, “El Fuego de Wotan” (1984), que actualiza y da visos de verosimilitud al viejo tema del Rayo de la Muerte, tan utilizado en las viejas historias de ciencia ficción.

 

La historia comienza como lo había hecho la anterior aventura alemana de Yoko, “La Frontera de la Vida”: con una llamada de Ingrid Hallberg pidiéndole ayuda. La protagonista acude al castillo de Eltz, cerca de Coblenza, donde su amiga organista ha descubierto entre la colección Richter de instrumentos musicales antiguos allí guardada, dos extraños aparatos: el uno, con forma de maletín, proyecta rayos eléctricos; el otro, parece ser su soporte para el anterior. Ingrid pide a Yoko, en su calidad de ingeniero electrónico, que examine ambos y el veredicto es que sirven para almacenar y liberar electricidad estática.

 

Pero Franz Thaler, un estudiante de arquitectura que también está alojado en Eltz, trata de robar ambos objetos y cuando huye con ellos en su coche una noche de tormenta, un rayo cae sobre el artefacto que transportaba junto a él y muere. Yoko e Ingrid consiguen ocultar los extraños objetos a la investigación policial. Y he aquí que entra en escena el individuo para quien trabajaba Thaler, un físico alemán, el Profesor Zimmer, que los cita en la ciudad de Wuppertal y les explica que Richter estaba trabajando en un rayo de la muerte cuando fue asesinado. Los prototipos que encontró Ingrid eran sólo el comienzo de su investigación… prototipos que les son sustraídos por unos individuos que amenazan a Ingrid.

 

Con la ayuda de los recursos e influencias de la compañía informática de un millonario filántropo, Peter Hertzel, Yoko, Ingrid y Zimmer descifran el contenido de unas cintas dejadas atrás por los ladrones: éstos pretenden desbaratar la electrónica del superpetrolero británico Mercurian, haciendo que embarranque en la costa de Bretaña, un acto terrorista que demostrará el poder del arma diseñada por Richter a posibles compradores. Yoko, Ingrid y Zimmer, con la colaboración de Vic y Pol, deberán primero fabricar un modelo funcional del arma a mayor escala y luego evitar el ataque al navío.

 

Además de las noticias sobre los planes “espaciales” de Estados Unidos y el uso de láseres en ellos contemplado, Leloup tuvo otra fuente de inspiración a la hora de dar forma al argumento de esta entrega: un artículo sobre unos científicos que lanzaban cohetes a las nubes unidos a un cable, con el objetivo de atraer a los rayos y canalizar su electricidad hacia instrumentos de medición. Imaginó la sustitución de esos aparatos por unas eficientes baterías portátiles con forma de libro cuyas “cubiertas”, al juntarse, cerrarían un circuito y provocarían una descarga. Añadiendo un soporte con un canalizador, se obtendría una especie de cañón cuyo rayo podría destruir la instalación electrónica de cualquier objetivo. El propio Leloup tuvo una desagradable experiencia en este campo cuando un rayo que cayó sobre su casa fundió todos los aparatos conectados a la red.

 

Las aventuras “alemanas” de Yoko se cuentan entre las mejores de la colección. Para esta la tercera de ellas, Leloup recicla algunos elementos de álbumes anteriores, como la persecución entre las piedras de antiguos edificios medievales (“La Frontera de la Vida”), la existencia de un artefacto secreto de poder letal (“El Órgano del Diablo”) o la guerra tecnológica que libran dos bandos en la sombra (“La Hija del Viento”). Ingredientes que, aunque no novedosos, sí se combinan con habilidad para formar una historia muy entretenida que se desarrolla en cuatro actos: uno inicial en el castillo de Eltz; una persecución por el metro elevado de una ciudad alemana; un laboratorio secreto abandonado; y la misión de comando en la costa de Bretaña para frustrar el atentado.

 

Uno de los mensajes recurrentes de las aventuras de Yoko Tsuno es que el progreso científico y tecnológico no siempre conlleva una mejora en el bienestar de la Humanidad. El papel de los científicos y los políticos –y el de todos nosotros, en realidad- debe ser asegurarse de que el uso de los nuevos inventos se hará respetando la vida humana y con el fin de asegurarnos un mejor futuro. Ése es el papel que suele asumir Yoko: el de fiel de la balanza y agente del Bien.

 

Las principales novedades las encontramos en los personajes. Tenemos de vuelta a una Yoko valiente y atrevida que igual se enfrenta cuerpo a cuerpo con un adversario que pilota un helicóptero, maneja ordenadores, interviene en peligrosos experimentos físicos o aborda un petrolero con una tabla de windsurf. Como siempre, hará lo posible por evitar la pérdida inútil de vidas, incluso las de aquellos que amenazan la suya propia. De hecho, los villanos –como ya habíamos visto otras veces en la serie- morirán por negarse a aceptar sus advertencias respecto al peligro del artefacto que están operando.

 

La trayectoria de Yoko también experimenta una suerte de nuevo comienzo en este episodio. Hasta ahora, había sido una agente independiente sin grandes recursos propios, financieros o técnicos. Esto le garantizaba libertad total, claro, pero también la limitaba en cuanto a las posibilidades de situarla en ciertos lugares en un mundo crecientemente organizado en el que el individuo cada vez cuenta menos frente al poder de los grandes conglomerados empresariales. Al acceder a trabajar de vez en cuando para la organización de Peter Hertzel, Yoko obtiene acceso a bases de datos globales y de especialista en electrónica pasa a ser una en informática. En lo sucesivo, podrá contar con el mejor equipo técnico cuando se trate de aventuras ambientadas en la Tierra. A cambio, ha de aceptar la autoridad de un jefe y la integración, aunque sea parcial y flexible, en una asociación filantrópica dedicada a la paz mundial.

 

Conviene recordar que entonces Internet no existía y que sólo un puñado de ordenadores en ciertos países se hallaban interconectados, importando más la preservación de secretos científicos y militares dentro de unos círculos exclusivos que la popularización de esta tecnología. Yoko entra de esta forma en la élite de iniciados, aunque sin verse obligada a comprometer sus ideales ni su ética.

 

Pero no solo eso, además de verla por primera vez en bikini, Leloup deja claro para el lector avispado que mantiene una relación sentimental con Vic. Éste, por fin, ha conseguido ganar peso en esta aventura, jugando un papel fundamental en su resolución.

 

Poco nuevo puedo añadir a lo ya tantas veces subrayado en el plano gráfico, a no ser una mención especial a la excelente ejecución de la última parte, que transcurre en el mar y donde vemos a Yoko realizar una arriesgada maniobra para subir a bordo del Mercurian y, poco después, su incursión nocturna a la base de los terroristas.

 

Después de la relativa decepción que había supuesto “Los Arcángeles de Vinea”, “El Fuego de Wotan” vuelve a recuperar el pulso con una aventura milimétricamente diseñada y fastuosamente dibujada. Sorprende, como en otras ocasiones, que su argumento sea relativamente complejo dado que se publicaba en una revista dirigida, en una proporción considerable, a un público infantil; pero esa es precisamente una de las grandes virtudes de la serie: ofrecer aventuras cautivadoras que no menosprecian la inteligencia del lector, aunque éste sea joven.

 

(Continúa en la entrada siguiente

 

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