A finales de los años 50 y primeros 60 del pasado siglo, los estudios de Hollywood se sumaron a la moda de adaptaciones de obras clásicas de CF firmadas por Julio Verne, una moda que cobró vida a raíz del éxito cosechado por “20.000 Leguas de Viaje Submarino” (1954), producida por Disney. El maravilloso diseño exterior e interior del sumergible Nautilus, inspirado en la época Victoriana, sentó las bases de lo que décadas más tarde sería bautizado como Steampunk. Sólo dos años después, en 1956, la MGM estrena “La Vuelta al Mundo en Ochenta Días”. Su cuidada ambientación, lujoso vestuario, coloristas aventuras y desfile de estrellas invitadas le hicieron merecedora del Oscar a la Mejor Película.
A partir de ese momento, la veda quedó abierta y estudios y productores se lanzaron ávidos sobre la bibliografía de Verne a la búsqueda de nuevos éxitos. Durante los quince años siguientes, las pantallas de cine darían cabida periódicamente a películas que adaptaban o se inspiraban en la obra del inmortal escritor: “La Invención Diabólica” (1958), “De la Tierra ala Luna” (1958), “Viaje al Centro de la Tierra” (1959), “La Isla Misteriosa” (1961), “Valley of the Dragons” (1961), “Cinco Semanas en Globo” (1962), “Los Hijos del Capitán Grant” (1962), “La Aeronave Robada” (1967), “Chiflados del Espacio” (1967), “La Ciudad de Oro del Capitán Nemo” (1969) o “El Faro del Fin del Mundo” (1971). Es a este bloque al que pertenece “El Amo del Mundo”.
En 1868, los ciudadanos de Morgantown, Pensilvania, se quedan asombrados cuando el gran volcán dormido que domina la ciudad, empieza a brillar, temblar y anunciar con una resonante voz la inminente venida del Juicio Final. Un agente del gobierno, John Strock (Charles Bronson), contacta con miembros de la sociedad local de aficionados a los aeróstatos: el magnate de las municiones Prudent (Henry Hull) y su ingeniero, Philip Evans (David Frankham), para proponerles el proyecto de una expedición de reconocimiento al volcán a bordo de un globo modificado para ser propulsado por vapor, empresa a la que se suma la hija del industrial y novia de Evans, Dorothy (Mary Webster).
Cuando el grupo alcanza la caldera, les derriban unos cohetes disparados desde el interior del volcán y al recobrar el conocimiento se encuentran a bordo del Albatros, una gran aeronave impulsada por un bosque de rotores como los de un helicóptero actual, diseñada y comandada por el genial ingeniero Robur (Vincent Price). Las manifestaciones del volcán no eran sino efectos especiales creados por él para alejar a los vecinos curiosos mientras llevaba a cabo unas reparaciones. Durante el viaje que realizan a bordo del impresionante vehículo, el grupo “invitado” descubre que Robur es un pacifista de línea dura que, presa de su obsesión, está utilizando el Albatros y su armamento para atacar los ejércitos y armadas de los países del mundo y obligarlos a vivir en paz bajo la amenaza de sucumbir a su superior poderío.
Los prisioneros discuten sobre si destruir o no el Albatros y cuando éste resulta dañado tras intervenir en un conflicto en el desierto y recala en una remota isla para efectuar reparaciones, aprovechan para poner a punto un plan con el que detonar las municiones del polvorín.
“El Amo del Mundo” es un producto de la American International Pictures (AIP), un estudio que había tenido cierto éxito en los años 50 con una serie de películas de ciencia ficción y monstruos dirigidas a un público adolescente y realizadas con presupuestos muy bajos. Ya en los 60, se propuso superar la categoría de serie B, aunque a la hora de la verdad no dotó suficientemente a sus producciones como para que pudieran competir con los grandes estudios de Hollywood. Conscientes de ello, contrataron a Roger Corman, reconocido director capaz de sacar rentabilidad incluso de los presupuestos más humildes, para que dirigiera varias adaptaciones de cuentos de Edgar Allan Poe, como “La Caída de la Casa Usher” (1960) y “El Péndulo de la Muerte” (1961).
Tomando nota del renacimiento popular que estaban viviendo las adaptaciones de las aventuras imaginadas por Julio Verne, AIP decide probar suerte con “El Amo del Mundo”, para la que contrató como guionista nada menos que al hoy legendario Richard Matheson, responsable de la mayoría de las adaptaciones de Poe para Corman así como otros clásicos del cine de género como “El Increíble Hombre Menguante” (1957), “El Diablo sobre Ruedas” (1971) o “El Vampiro de la Noche” (1972), así como una novela seminal de la CF: “Soy Leyenda” (1954).
Lo que hace Matheson aquí es adaptar principalmente la novela de Verne “Robur el Conquistador” (1886), pero tomando prestado el título de la distante secuela de aquélla, “El Amo del Mundo” (1905) y su protagonista, John Strock. Puede que resulte una afirmación algo herética para los más puristas, pero Matheson acertó al mezclar elementos, eliminar o modificar otros e introducir ideas propias, porque el resultado es una historia considerablemente más sólida que la de Verne. La novela de éste carecía de los conflictos ideológicos que introduce Matheson para la película. En aquélla, Robur era también el inventor de la aeronave, pero las víctimas de su secuestro eran miembros de una sociedad que trataba de construir otro vehículo volador y a los que Robur consideraba rivales, tratando de desalentarlos demostrando la superioridad de su propia invención. Sin embargo, también es cierto que el giro que le da Matheson como abnegado pacifista lo acerca demasiado al misántropo Capitán Nemo que embestía navíos de guerra con su Nautilus. Es por eso -entre otras razones- por lo que mucha gente ha menospreciado a “El Amo del Mundo” considerándolo una copia pobre de “20.000 Leguas de Viaje Submarino”.
Sin embargo, el tratamiento de Matheson es lo suficientemente interesante como para valorar su originalidad y distanciarse de la película de Disney. Especialmente interesantes son los personajes de Philip Evans y John Strock. El primero se presenta como el tópico héroe romántico de la historia, un estereotipo, sin embargo, que Matheson torpedea al convertirlo en un tipo excesivamente impulsivo. Por el contrario, el auténtico héroe de la historia es Strock, que combina el pragmatismo con una refrescante indiferencia por el honor de caballero y la moral establecida.
Destacan asimismo varios enfrentamientos muy bien escritos entre Robur y el industrial Prudent, choques en los que Matheson elige ponerse de perfil, negándose a dar absoluta validez a las posturas defendidas por cualquiera de los dos. Es como si el guionista hubiera querido incluir un debate que cuestionara los ideales que sustentaban el pacifismo de Nemo en “20.000 Leguas”.
Por supuesto, los más puristas no deben tratar de encontrar aquí explicaciones muy científicas ni coherentes. No se trata de ese tipo de CF. Que una nave de ese tamaño pueda sustentarse con tales rotores resulta más fantasía que ficción, por mucho que se diga que la estructura está fabricada con una mezcla de cartón y arcilla. En cuanto a la fuente de energía, se explica que es la electricidad, sin más detalles. Además, Robur -y el guionista- parece olvidarse de que él mismo utilizó cohetes para derribar el globo de Prudent y Strock. ¿Acaso no ha pensado que los proyectiles y la artillería pueden ser también utilizados contra él? El Albatros podía ascender lo suficiente como para evitar la artillería de la época victoriana pero si su cometido era el de bombardear ejércitos e instalaciones militares, lo iba a tener que hacer desde una altitud muy baja para que sus primitivas bombas tuvieran algún efecto, convirtiéndose así en blanco más vulnerable de lo que Robur parece entender.
En cuanto a los valores de producción, “El Amo del Mundo” da la impresión de aspirar a ser un film de primera división exprimiendo desesperadamente un presupuesto de serie B. Precisamente, las limitaciones presupuestarias impidieron que el director pudiera sacar a la luz la buena película que proponían los relatos de Verne y el guion de Matheson. William Witney era un veterano bien considerado en la industria por su trabajo en muchos westerns y seriales de aventuras, entre los que se encuentran clásicos como “Las Aventuras del Capitán Marvel” (1941), “Los Peligros de Nyoka” (1942) o “Spy Smasher” (1942). Era, por tanto, un profesional capacitado para sacar adelante un film como este, pero AIP no le proporcionó los medios necesarios para aprovechar las posibilidades de la historia y los personajes.
Así, por ejemplo, tuvo que conformarse con insertar largas escenas de Robur presumiendo del Albatros ante sus “invitados”, una nave que, a pesar de contar con un diseño interesante y una maqueta elaborada, no podía competir con el lujoso Nautilus de Disney. Aunque las imágenes del vehículo surcando los cielos y sobrevolando los océanos funcionaran razonablemente bien para la época, hoy se hacen dolorosamente evidentes las incoherencias de escala en el tamaño de la nave y las distancias a las que supuestamente debería estar volando, así como lo torpemente que está integrada en las escenas de acción.
Mucho peor fue el reciclaje de escenas de otras películas, cuya inserción provocaba graves anacronismos: se escogieron para representar a Londres imágenes extraídas de la shakespeariana y medieval “Enrique V” (1944), que había dirigido, escrito y protagonizado Laurence Olivier. Las batallas del desierto están tomadas de “Las Cuatro Plumas” (1939) y la destrucción de la Armada inglesa, de “Lady Hamilton” (1941). Estos torpes y evidentes atajos han sido el arma que han utilizado muchos críticos para ridiculizar la que por otra parte es una película que no carece de puntos de interés.
Como también sucedía en otras adaptaciones de Julio Verne que se produjeron por entonces, hay una cierta tendencia a la exageración ridícula. Empezando por el mismo arranque: un montaje pretendidamente cómico de escenas de antiguas y estrafalarias máquinas voladoras complementadas con efectos musicales y una locución. Desde luego, Vincent Price destaca por sobre sus colegas de reparto; pero la seriedad y templanza con la que resuelve su papel (lo mismo le pasa a Charles Bronson, que debería mostrar más ira y resolución) contrasta dolorosamente con la sobreactuación de, por ejemplo, Henry Hull. Esa descompensación resta dramatismo al tono general y verosimilitud a la historia, acercando por momentos el conjunto más a la comedia teatral que a la aventura de altos vuelos (valga el juego de palabras). El molesto personaje del cocinero (Vitto Scotti) recoge ese estilo cómico caracterizado por el histrionismo, el estúpido girar de ojos y las intervenciones a destiempo que practicaban actores de los 60 como Terry Thomas y Gert Frobe.
Por su parte, la banda sonora, a cargo del normalmente sólido Les Baxter, es absurdamente ligera, tan inapropiada para una aventura épica como un tema pop veraniego; ahoga el dramatismo de los diálogos y se muestra indiferente al tono que cada escena exige.
AIP demostró una gran confianza en lo que había salido de su factoría porque llegó a plantear una secuela y encargar arte conceptual para la misma. Incluso se realizó algún trabajo de preproducción, como la maqueta de la nueva aeronave de Robur, el “Terror”. Al final, el proyecto se archivó definitivamente, ignoro si por las tibias cifras de recaudación o por los problemas de continuidad que Matheson había provocado combinando elementos de los dos libros de Verne mencionados arriba. Aquel mismo año, Irwin Allen, estrenó con mucha mejor fortuna su propia versión actualizada de “20.000 Leguas de Viaje Submarino” bajo el título “Viaje al Fondo del Mar” (1961), pero es otra historia.
No es que el “El Amo del Mundo” sea una película horrible que nunca debiera haber existido. Simplemente, se la ve pobre en sus efectos, irregular en sus interpretaciones y, en general, escasa en relación tanto a las películas de aventuras contemporáneas que estaban realizando otros estudios como a las adaptaciones de Poe que salían de la misma productora. Pudo haber sido una película considerablemente mejor de haber apostado AIP por ella como merecía la historia, el guionista y, en último término, el propio Julio Verne.
La tengo en mi videoteca (creo que es una edición programa doble con La Ciudad Sumergida, de nuevo con Vincent Price y aquí una atmósfera a Lovecraft, pero también con una falta de tono definido y una irritante gallina; a pesar de ello un recuerdo impactante de mi infancia). Comencé a verla hace un par de años pero no logró engancharme, muy probablemente por dos de los puntos que mencionas: la pobreza de los efectos especiales y lo obvias que son las inserciones de imágenes de archivo, y lo poco que acompaña la banda sonora. Pero me has despertado de nuevo las ganas de verla, rebajando mis expectativas en cuanto a valores de producción para disfrutar más de ella ¡gracias!
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