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martes, 28 de abril de 2020
1948- WALDEN DOS - B.F.Skinner
Burrhus Frederic Skinner (1904-1990) fue el sui generis de la Psicología académica de su tiempo, un tipo pintoresco y controvertido que se erigió en uno de los principales defensores del Conductismo, una teoría psicológica elaborada a partir de los comportamientos observables de los organismos en vez de en sus procesos mentales. Skinner deefendía que la Psicología debía ser una ciencia del comportamiento y no una ciencia de la mente. Le gustaba definirse no como un teórico sino como un científico práctico que trabajaba con lo real, buscando pautas en lo que podía ver y medir. El problema es que, al mismo tiempo y durante toda su carrera, fue invocando distintas teorías –a menudo inconsistentes las unas con las otras-. Pero el caso es que sus trabajos sobre Psicología Conductista fueron ampliamente debatidos, aceptados o refutados en el ámbito académico y durante años gozaron de un gran predicamento en la Psicología norteamericana.
“Walden Dos” fue la única obra de ficción de Skinner y está considerada como la utopía literaria más importante de los años cuarenta. Ahora bien, como suele ser muy habitual en este subgénero, no se puede hablar de una novela propiamente dicha sino más bien de un ensayo novelado, una herramienta que el autor utiliza para, a través de los diálogos de los personajes, exponer sus tesis y propuestas.
El título de la obra se refiere a “Walden, la vida en los bosques”, un ensayo escrito en 1854 por el escritor y filósofo norteamericano Henry David Thoreau como crónica de su experiencia de dos años de vida en solitario y en contacto con la Naturaleza; una propuesta que Skinner consideraba ampliamente superada. Aunque la narración está ambientada en torno a la fecha de su publicación, 1948, por la madurez en la que se encuentra el proyecto comunitario que describe (y que parece haber estado funcionando durante un periodo superior a los diez años que se mencionan) bien podría transcurrir en un indefinido futuro cercano. En cuanto a su localización geográfica, es también algo vaga, aunque probablemente sea algún emplazamiento rural razonablemente aislado.
“Walden Dos” tiene un estilo eminentemente didáctico reminiscente de los tratados utópicos del siglo XIX y los romances científicos británicos. De hecho, Skinner reconoce su lugar en la tradición literaria utópica al aludir repetidas veces a sus predecesores en ese subgénero, como Tomás Moro, Edward Bellamy, H.G.Wells o William Morris, inspirándose en las convenciones establecidas por éstos para rebatirlas o aportar su propia versión de las mismas. El propósito de la obra es, por tanto, analizar en profundidad una comunidad regida directa e indirectamente, explícita e implícitamente, por leyes extraídas directamente de las teorías conductistas de Skinner en lo relativo a la educación de los individuos y con miras a proporcionarles felicidad.
Skinner no era un escritor sino un científico, así que “Walden Dos” toma la forma y el tono de una disertación enmascarada como novela cuya única trama, si puede llamársela así, es la comprensión y creciente aceptación de Burris del sistema de la comuna así como algunas subtramas relativas a cómo ésta modifica la vida de los otros personajes visitantes. Evidentemente, Skinner tampoco comprendía esa máxima narrativa que reza “muestra, no cuentes”. En lugar de dejarnos ver y empaparnos del subtexto y la atmósfera de las muchas discusiones filosóficas a través de diálogos dinámicos y las acciones de los personajes, opta por lanzarnos la información de forma abierta y directa, como en una conferencia.
El texto, por tanto, es básicamente un coloquio a tres bandas que se desarrolla a lo largo de varios días entre el narrador, un profesor universitario de Psicología apellidado Burris y que es claramente un trasunto del autor; un colega suyo profesor de Historia y Filosofía, el recalcitrante Castle; y uno de los fundadores y principal planificador de la comuna, T.E. Frazier, que además fue discípulo de Burris muchos años atrás. Burris y Castle han aceptado la invitación para visitar Walden Dos y descubrir los logros allí conseguidos y Frazier es quien les guía por las diferentes instalaciones y actividades y les explica los principios sobre los que se sustenta la comunidad. Acompañando a los profesores, han viajado también dos jóvenes veteranos de la Segunda Guerra Mundial y sus novias, que aportarán de vez en cuando sus respectivas y opuestas perspectivas del “hombre común”.
La principal de esas claves es el respeto por la Ciencia y la aplicación de los principios científicos que rigen la eficiencia, en los que están involucrados muchos elementos propios del pensamiento utópico tradicional, incluyendo factores sociales como la educación, la economía y el gobierno, con un énfasis particular en deshacer lo que considera efectos negativos de la estructura familiar. La consecución de una comunidad ideal se ha conseguido gracias a un cuidadoso condicionamiento conductista de sus miembros. Skinner insiste que si esa comunidad funciona es porque está basada en un plan que produce ciudadanos específicamente condicionados para vivir felizmente dentro de la estructura de esa microsociedad y su escala de valores, subrayando así sus teorías acerca de que los estados mentales no son sino constructos teóricos.
Desde luego, Walden Dos parece un excelente sitio para vivir. Sólo se trabajan unas cuatro horas diarias, hay abundantes actividades con las que llenar el tiempo de ocio (desde leer lo que se desee hasta participar en los innumerables clubs artísticos y musicales que se han formado) y todo el mundo parece llevarse bien. Toda la comunidad, desde las asignaciones de tareas hasta las guarderías, talleres o fiestas, está diseñada para alcanzar la eficiencia máxima. Al contrario de lo que podría esperarse en una utopía, no hay una dictadura benevolente ni una autoridad con mucho poder. De hecho, la disciplina negativa ni siquiera existe. Frazier reflexiona: “La cuestión podría plantearse así: ¿Pueden los hombres vivir en paz y libertad? Y la respuesta es
afirmativa si logran crear una estructura social que satisfaga las necesidades de cada uno y en la cual todos quieran observar el código que la soporta. Pero por ahora esto sólo se ha conseguido en Walden Dos”.
Como en “La República” de Platón, la comunidad de Walden Dos está gobernada por una suerte de élite. “La mayoría de los habitantes de Walden Dos no tiene parte activa en las tareas de gobierno. Y tampoco lo desea. La inquietud para expresar la propia opinión de cómo deberían llevarse los asuntos nacionales es de aparición reciente. No formaba parte de la primitiva democracia. La victoria sobre la tiranía constituyó una garantía constitucional de los derechos de la persona, incluido el derecho a protestar sí las condiciones de vida no eran satisfactorias. Pero los asuntos de gobierno se dejaban en manos de alguien. Hoy día, en cambio, todo el mundo se considera un experto gobernante y quiere que se escuche su voz”.
La función de esa élite es organizar, supervisar, aplicar y perfeccionar el análisis experimental del comportamiento y la ingeniería psicológica con fines tanto a crear una microsociedad enteramente satisfactoria como que sus miembros se sientan felices en ella. “Lo que obtienen es evitar las emociones inútiles que carcomen el corazón de los que no están instruidos. Consiguen la satisfacción de unas relaciones sociales agradables y provechosas, a escala casi ni soñada por el mundo en general. Su eficacia en el trabajo queda notablemente incrementada porque pueden enfrentarse con cualquier ocupación sin sufrir los dolores y sufrimientos que pronto nos acosan a la mayoría. Ven abrirse ante ellos más amplios horizontes, pues se encuentran libres de las emociones características de la frustración y el fracaso”. Los insatisfechos o recalcitrantes son considerados como enfermos, tratados como tales con técnicas no punitivas y, si es necesario, separados de forma natural y pacífica del resto de la comunidad.
Frazier sostiene que el hombre no es ni esencialmente bueno ni esencialmente malo sino un simple producto de su entorno. Con eso en mente, diseñó una comunidad en la que podía manipularse el comportamiento para crear individuos más o menos perfectos y preparados para ser felices. Los niños son criados lejos de sus familias –aunque sus padres pueden visitarlos siempre que lo deseen- y adiestrados desde la cuna para hacerlos inmunes a sentimientos como los celos o la ira. “Pero las emociones son… ¡divertidas! —dijo Bárbara—. La vida sin ellas no valdría la pena de ser vivida. —Algunas, sí —dijo Frazier—. Las emociones productivas y fortalecedoras de la personalidad: la alegría y el amor. Pero la tristeza y el odio, y las excitaciones de alta tensión como la cólera, el temor, la rabia, son desproporcionadas con las necesidades de la vida moderna, desgastan y son peligrosas. El Sr. Castle citó los celos; una pequeña variante de la ira, creo que podríamos llamarlos. Naturalmente, los evitamos. Han cumplido ya con su misión en la evolución de la especie humana. Ya no son necesarios. Si permitiéramos que siguieran existiendo, lo único que harían sería minar los cimientos de la vida en una sociedad cooperativista como ésta”.
Por otra parte, aunque claramente pensada por Skinner como una exploración seria del potencial utópico de sus teorías sobre el condicionamiento psicológico y el diseño científico de la sociedad, “Walden Dos” también es una muestra de la fina línea que divide la utopía de la distopía. Y es que, irónicamente, no pocos lectores han considerado este texto como una clara distopía desde su misma publicación. Por ejemplo, en su voluminosa antología de pensamiento utópico “Quest for Utopia: An Anthology of Imaginary Societies”, escrita en 1952 por Glenn Negley y J.Max Patrick, califican el libro de Skinner como un atentado contra el espíritu utópico y describen su propuesta como un “horror ofensivo”.
Y es que el determinismo psicológico de “Walden Dos” puede ser visto como una pesadilla en la que los hombres son reducidos a autómatas sin voluntad propia, máquinas condicionadas desde su nacimiento para funcionar sumisamente en un entorno muy concreto. Es más, el sistema que propone y que Castle denuncia, parece ir en contra de la propia naturaleza humana. “No tenemos ningún punto en común con las filosofías que proclaman la bondad innata del hombre —ni la maldad tampoco, que para el caso es igual —, pero tenemos fe en nuestro poder para cambiar la conducta humana. Podemos hacer a los hombres adecuados para la vida en comunidad… proporcionando satisfacción a todos. Ésta era nuestra esperanza, ahora, es nuestra realidad”.
Aunque él no lo interprete así, Frazier defiende con esas palabras una visión profundamente optimista del ser humano, pasando por alto siglos y siglos de conocimiento acumulado sobre su comportamiento. No se da cuenta de que su sistema no va a funcionar. Siempre que los hombres viven en comunidad, surgen problemas.
Por ejemplo, no hay una verdad absoluta en Walden Dos. Y es que otro de los elementos inherentemente humanos que Skinner elimina de Walden Dos es la búsqueda de lo trascendental. Las religiones no son más que filosofías de las que se pueden extraer principios útiles, pero que se consideran en general poco productivas. Dice Frazier: “Walden Dos no es una comunidad religiosa. Difiere en este aspecto de todas las otras comunidades razonablemente estables del pasado. No damos a nuestros niños educación religiosa alguna, aunque los padres pueden hacerlo si así lo desean. Nuestro concepto del hombre no procede de la teología sino del examen científico del mismo hombre. Y no reconocemos como revelado, ni verdades sobre lo bueno o lo malo, ni leyes o códigos propios de un pueblo elegido. El hecho es que las prácticas religiosas que trajeron nuestros miembros a Walden Dos han decaído poco a poco, lo mismo que el beber o el fumar. Sería muy largo describirles, y no sé si podría hacerlo, cómo la fe religiosa llega a perder su importancia cuando los temores que la alimentan son mitigados y las esperanzas son colmadas… aquí en la Tierra. No sentimos necesidad alguna de una religión formal, ni como práctica religiosa ni como filosofía”.
“Walden Dos” es, en muchos sentidos, un libro muy de su tiempo. La descripción que hace Skinner de las relaciones de género y el sexo es un buen ejemplo. Cuando Burris subraya lo atractivas que son todas las mujeres en la comuna, se le explica que “aquí no estamos a merced de modistos comerciales y muchas de nuestras mujeres se preocupan por parecer muy bellas sencillamente porque no se les exige vestir dentro de límites estrictos. (…) Pasar de moda no es un proceso natural, sino un cambio premeditado que destruye la belleza del vestido del año pasado y lo deja sin valor. Nos opusimos a ello ampliando nuestros gustos. Pero el cambio requerido todavía no se ha efectuado en ti. Dentro de un día o dos entenderás lo que quiero decir. Detallitos que ahora parecen pasados de moda y que, a pesar de lo que dices, desfiguran tu juicio, te parecerán después naturales y agradables. Descubrirás que una línea o un aspecto carece de época, del mismo modo que puedes considerar bello el vestido de otro país aunque lo juzgues al principio cómico o incluso feo”.
Las habitaciones para invitados, como era habitual en los años cuarenta, están segregadas por sexos, como también los aseos para los residentes. Frazier confiesa que no es competente para hablar de “asuntos de interés para las damas”. Es más, se llama a una residente para que les aporte a las visitantes femeninas “una visión más certera de Walden Dos de lo que podría dar Frazier”. Esa misma residente, respondiendo a una de las exhibiciones intelectuales de Frazier, dice con despreocupación: “¡Oh! ¡Estás tan por encima de mí!”.
En otro lugar, se apunta a que tener niños es “el deber o el privilegio de la mujer”, sin que a Frazier parezca importarle mucho si es más uno u otro. Uno de los visitantes plantea una duda: “Me imagino que te será muy difícil convencer a las mujeres de las ventajas de la vida comunitaria”. A lo que Frazier responde: “¡Naturalmente! Los que pueden obtener más ventajas son siempre los más difíciles de convencer. Lo mismo podríamos decir del obrero explotado —y por la misma razón—. Tanto a la mujer como al obrero se les ha mantenido a raya, no mediante la fuerza física sino, mucho más sutilmente, por medio de un sistema de creencias introducido dentro de sus cerebros. Supone a veces una tarea sin esperanza tratar de romper las cadenas que los esclavizan”.
Por el contrario, sus intentos para incorporar en la comunidad incluso la forma más inofensiva de feminismo resultan cuando menos cautelosos: “¡Las mujeres! ¡Las mujeres! ¿Qué creen que han estado ellas haciendo durante todo este tiempo? ¡Son nuestro tesoro más precioso! ¡Hemos industrializado la técnica de ama de casa! Algunas realizan todavía faenas que hubieran formado parte de su tarea de ama de casa normal, pero aquí trabajan con mayor eficacia y alegría. Y por lo menos la mitad de ellas están disponibles para otro trabajo”.
Frazier desprecia –como haría el propio Skinner en “Más Allá de la Libertad y la Dignidad” (1972)- las nociones tradicionales del libre albedrío arguyendo que la libertad es, de hecho, un espejismo y que todos los seres humanos están determinados por el ambiente en el que son educados. Es más, sugiere que la democracia es también una ilusión y que sólo es considerada superior a la tiranía por una mayoría escasamente cualificada para tomar decisiones inteligentes.
Su oponente, Castle, defiende las teorías, probadas según él por el tiempo y la Historia, sobre el problema de la felicidad humana. Burris adopta una posición más neutra, pero está claro que la colonia, cuyos jardines de infancia están a pleno rendimiento produciendo residentes felices a base de técnicas conductistas, está deliberadamente presentada para apoyar las ideas de Frazier/Skinner. Castle, de hecho, es retratado como un intelectual excesivamente pasional, testarudo e incluso obtuso y aunque hay una apariencia de debate, éste no es equilibrado.
La convicción de que los fallos del comportamiento humano podían ser corregidos era algo muy común en la ciencia ficción de los años cuarenta del siglo pasado, como también la ingenuidad acerca del sexo, otro de los aspectos que minan fatalmente la plausibilidad del proyecto de Skinner. Por ejemplo, en este pasaje: “El hecho escueto es que no tenemos más promiscuidad en Walden Dos de la que existe en la sociedad en general. Y, probablemente, hay menos. Entre otras cosas, fomentamos la simple amistad entre los sexos, mientras que el mundo exterior no hace sino prohibirla. Y lo que podría ser una amistad agradable, tiene que convertirse en algo clandestino. Aquí favorecemos la amistad. No practicamos el «amor libre», pero apoyamos el «afecto libre». Y éste nos lleva a satisfacer necesidades que en otros sitios conducen a la promiscuidad. Hemos establecido con éxito el principio de «no esperar la seducción». Cuando un hombre entabla relaciones con una mujer, no se preocupa por lograr avances en sus relaciones afectivas. Ni la mujer se siente defraudada si el hombre no los intenta. Esa especie de juego sexual se considera, por tanto, en su justo valor: no como signo de potencia, sino como prueba de desasosiego o inestabilidad.”
Encontramos también aquí la retórica sesgada que autores de CF como Robert A.Heinlein habían empezado a dominar por entonces y, de hecho, los argumentos de Castle a veces parecen el tipo de bravatas enfebrecidas que Heinlein ponía en boca de sus protagonistas más libertarios. Hay ideas y argumentaciones interesantes pero enunciadas por Frazier con una convicción tan sectaria que provoca cierto rechazo. El propio autor debió darse cuenta de que había situado como portavoz de sus ideas a un personaje antipático y hacia el final del libro ruega a Burrhis que no tenga en cuenta el rechazo que él sabe que provoca en el prójimo sino la validez de su mensaje y argumentos y el evidente éxito de la comunidad que ha creado.
No sé si se puede recomendar “Walden Dos” como una obra entretenida pero lo que sí se puede afirmar es que resultará muy interesante para las mentes inquietas ansiosas por desafiar sus propios esquemas y dispuestas a reflexionar sobre las virtudes o defectos de las teorías que buscan la mejora social. El contenido filosófico, psicológico, social, histórico y político del libro es amplísimo, sus disertaciones tienen un gran nivel intelectual independientemente de si se está de acuerdo con ellas o no y glosar con detalle todas sus tesis sería largo e innecesario puesto que ya lo hace el propio Skinner. Valgan los breves y escasos extractos que he incluido en esta reseña como muestra de su discurso mucho más amplio.
Han pasado más de sesenta años desde que Skinner empezó a imaginar “Walden Dos” y desde entonces el mundo ha visto muchos intentos de construir utopías no sólo a base de implementar sistemas económicos, religiosos o políticos, sino de manipular las mentes de los individuos. Algunas sobreviven, otras han desaparecido sin dejar rastro: la Revolución Cultural China, la tiranía de los jemeres rojos camboyanos, el Proyecto agrícola del Templo del Pueblo en la Guayana, la Dianética-Cienciología o tantas comunas hippies y sectas de los años sesenta y setenta. Cada una de esas iniciativas tuvo su propia visión e interpretación del mundo y el individuo, pero lo que está claro es que ninguna se acercó al ideal utópico.
Puede decirse con justicia que “Walden Dos” es un clásico de la literatura utópica que bebe de sus antecesores pero que, a diferencia de ellos, no defiende su modelo sobre una base ideológica, política o económica sino estricta y fríamente científica, lo cual es una novedad –aunque no más deseable por eso-. Una obra, en resumen, que anima a reflexionar, debatir y comprender algo mejor el mundo en el que vivimos hoy.
Cualquiera que guste de las utopías debe leer esta obra de Skinner. Sin duda su fuerte no era la ficción; B. F. Skinner era una científico en toda regla y esta novela es una disertación de cómo la aplicación de la ciencia, particularmente de la derivada del conductismo radical puede influir de manera positiva en la vida de las personas. Como psicólogo y fiel seguidor de la idea utópica, creo que Skinner estaba muy adelantado a su época, incluso hoy en día muchas de sus ideas van más allá de lo que muchos pueden entender. Qué decir de esta singular obra, más allá de que debería ser una lectura obligada en los cursos de psicología y definitivamente debería ser más conocida.
ResponderEliminarSin más, me gustó tu análisis.