sábado, 29 de junio de 2019

2014-GODZILLA – Gareth Edwards


Godzilla, el famoso dinosaurio gigante, fue una creación japonesa que apareció en la película del mismo título en 1954 y que se estrenó dos años después en Estados Unidos con el título “Godzilla, Rey de los Monstruos”, añadiendo varias escenas protagonizadas por Raymond Burr. Era básicamente una copia de un film anterior, “El Monstruo de los Tiempos Remotos” (1953), pero “Godzilla” fijó mejor que ninguna otra película de su género los estándares del cine de monstruos de la era atómica. Fue un símbolo de los miedos, ansiedades y traumas del pueblo japonés a raíz de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Su éxito propició la producción de más de treinta secuelas y un número indeterminado de imitadores.



No tardó mucho la productora Toho en dar con la idea de enfrentar entre sí a los monstruos que había ido presentando en varias películas. Llegaron incluso a hacerse con el permiso para utilizar a King Kong y lo lanzaron contra Godzilla en una cinta de 1962. Muy pronto, Godzilla pasó de ser una criatura agresiva y destructora a convertirse en defensor de Japón del ataque de otros monstruos. Las secuelas de la década de los sesenta incluían un desfile de variopintos monstruos y alienígenas invasores, entrando ya en franca decadencia en los setenta, con tramas infantiles y efectos especiales muy torpes. La moribunda franquicia revivió en 1984 con la película “Godzilla 1985”, que reformuló el original y sentó las bases para las reinterpretaciones de los diferentes monstruos que en los noventa y dos mil se llevaron a cabo primero con técnicas animatrónicas más modernas y posteriormente con CGI. Estas películas están más trabajadas que las de tiempos anteriores, aunque oscilan constantemente en su apreciación de Godzilla bien como monstruo bien como superhéroe.

Y esto nos lleva a “Godzilla” (1998), la tan denostada versión de Roland Emmerich con la que se intentó recuperar a la icónica criatura para las nuevas generaciones de espectadores occidentales. Personalmente, creo que hay películas de monstruos y dinosaurios gigantes mucho peores que esta. Claramente deudora del éxito de “Parque Jurásico” (1993), ofrece una buena dosis de destrucción masiva, que al fin y al cabo es lo que esperan la mayoría de los que acuden a ver estas producciones.

El segundo intento americano con Godzilla, que es el que nos ocupa, viene dirigido por Gareth Edwards, un realizador británico proveniente del campo de los efectos especiales, sobre todo para diversos documentales televisivos en su país. Lo que le hizo merecedor de la atención de
Hollywood fue su film de debut, “Monsters” (2010), sobre dos personas que tienen que atravesar una zona tomada por misteriosos alienígenas y en la que Edwards evocaba muy bien el sentimiento de extrañeza y desasosiego ante lo desconocido. Por supuesto, a los ejecutivos americanos tampoco se les escapó el “detalle” de que la producción sólo costara 14.000 dólares, incluyendo los efectos especiales diseñados y ejecutados por el mismo Edwards con un nivel de calidad que poco tenía que envidiar al de las grandes empresas especializadas del sector. Fue sin duda esto lo que le hizo merecedor de la silla de director para “Godzilla” en 2014. En esta su segunda película, Edwards trabajó con un presupuesto diez mil veces mayor que en la primera. Nada mal para un director casi novel.

En 1999, unos científicos vuelan hasta Filipinas para investigar el hallazgo en una mina de restos de enormes criaturas prehistóricas, una de las cuales ha regresado a la vida y escapado. Poco después, el físico americano Joe Brody (Bryan Cranston) está trabajando en la central nuclear japonesa de Janjira, cuando una serie de temblores empiezan a afectar seriamente la instalación. Su mujer, Sandra (Juliette Binoche), también físico, muere cuando el reactor se rompe.

Trece años después, el ahora adulto hijo de Brody, Ford (Aaron Taylor-Johnson) se ha convertido en un especialista en desactivación de explosivos de la Armada americana. Tras
cumplir un largo periodo de servicio y reunirse con su mujer e hijo en San Francisco, Ford recibe una llamada de Japón avisándole de que su padre ha sido arrestado por intentar penetrar en el recinto, ahora bajo cuarentena radioactiva, de Janjira. Ford acude a encontrarse con Joe, que se ha convertido en un hombre roto, obsesionado por encontrar la causa del accidente que mató a su mujer y arruinó su carrera. Convence a su hijo para que le acompañe en un último intento y esta vez lo consiguen, descubriendo que la zona no está ni mucho menos contaminada y que todo es una farsa de los militares para ocultar algo.

Apresados por un destacamento de soldados que patrulla el lugar, son llevados ante el científico
que dirige las operaciones, el doctor Ichiro Serizawa (Ken Watanabe), quien les explica que la central nuclear fue destruida por un Muto (Massive Unidentified Terrestrial Organism), una gran criatura que se alimentaba de radiación y que ha anidado allí en forma de crisálida. El monstruo, de dimensiones colosales, despierta y huye causando una enorme destrucción. Al mismo tiempo, realiza una llamada que despierta a otro muto en letargo y custodiado por el ejército americano en el desierto de Nevada. Ambos monstruos siembran el caos y la muerte masivos en su camino hacia San Francisco, donde pretenden aparearse. Entonces, aparece otra criatura, Godzilla, dispuesta a detener a los mutos mientras los militares tratan de aniquilar a todas ellas.

Lo primero que habría que subrayar de este Godzilla americano del siglo XXI es que no se
trata de una secuela ni de un remake ni tampoco está relacionada de ningún modo con la película de Emmerich. Aunque aparte de un origen algo distinto sí podría haber funcionado como secuela, difícilmente el estudio habría querido presentarla como tal habida cuenta de la mala fama que arrastra aquélla. Tampoco tiene nada que ver en lo que se refiere a continuidad con las películas japonesas.

En la promoción que se hizo de la película antes del estreno, Edwards hizo la intrigante declaración de que él no había querido hacer sólo otro remake como había sido el caso de la
versión de 1998, con Godzilla como un agresor apocalíptico al que abatir, sino algo más cercano a una de las secuelas japonesas de “Godzilla contra…”, en las que el dinosaurio gigante se enfrentaba a otra criatura defendiendo a los humanos. Es esta una aproximación que plantea algunos problemas narrativos y de estructura. Dado que estamos ante un reboot y, por tanto, se requiere contar un origen para el personaje titular, hay que encajar en la trama también no sólo el origen del otro monstruo sino encontrar una razón para que luchen.

La respuesta de Edwards consiste, en primer lugar, en dotar a los mutos de unas motivaciones
claramente animales, lo que aporta un bienvenido barniz de “realismo” biológico respecto a la estupidez y sinsentido que dominaban la época clásica de la franquicia. También es cierto que el comportamiento y función reproductora de los mutos no queda muy clara, como tampoco el papel de Godzilla en ese ciclo vital de las grandes criaturas (si es el depredador alfa, ¿por qué no devora a los mutos y se limita a marcharse cuando acaba con ellos?)

En segundo lugar, pasa muy por encima del origen de Godzilla asumiendo que el espectador ya está familiarizado con el mismo. Esto nos lleva a un arranque de la historia un tanto inusual,
empezando por un excelente montaje de imágenes “de archivo” que sirve para poner al espectador en situación y presentarle la gran conspiración de los gobiernos ocultando la existencia de grandes monstruos. Y luego, apenas vemos nada de Godzilla durante la primera hora de metraje. E incluso después, muchos de los planos se circunscriben a sus grandes pies mientras que el grueso de su cuerpo sólo se vislumbra recortado en el cielo de la noche entre edificios de Honolulu o San Francisco o bajo las protuberancias de su lomo mientras nada sumergido (de hecho, el poster de la película, con Godzilla vuelto de espaldas, no podría estar mejor elegido). La primera escena con monstruo llega a los 20 minutos del comienzo, cuando el muto emerge de la vaina, pero incluso ahí Edwards engaña al espectador llevándole a creer que por fin va a ver a Godzilla…para luego mostrar una criatura diferente (los mutos, por cierto, no estaban tomados de ninguna película japonesa y son una creación nueva para este film, aunque sí incorporan elementos de otras criaturas de aquella etapa).

El problema con la película americana de 1998 era que funcionaba bien en todos los aspectos excepto cuando se quería compararla con una película japonesa de Godzilla. Lo mismo sucede con la de Gareth Edwards, si bien en su caso rinde mayor homenaje a sus antecesoras niponas. No sólo en la base de la historia (Godzilla peleando contra otros monstruos e inverosímilmente aclamado al final como un superhéroe por los supervivientes de la catástrofe) y la recuperación del miedo a lo nuclear, algo
atenuado tras la desactivación de la Guerra Fría, sino en el mismo diseño de aquél. Inspirándose en el aspecto de un oso y un dragón de Komodo, los diseñadores crearon un superdinosaurio que se parecía mucho más al de las viejas películas que el de Roland Emmerich. También el rugido de Godzilla se recreó, algo modificado, a partir del creado por los estudios Toho en los cincuenta.

Sin embargo, también es una película que se aleja considerable y expresamente de aquéllas en su tratamiento del elemento emocional. Las cintas japonesas consideraban sin excepción al factor humano como algo necesario pero irrelevante. Sí, se incluía la inevitable lista de científicos, físicos o militares discutiendo teorías y planes, gritando órdenes a micrófonos, correteando despavoridos por ahí o haciendo actos heroicos tan valerosos como estúpidos. Pero
esas historias no engañaban a nadie y enseguida dejaban claro lo que de verdad les interesaba a los guionistas: mostrar actores enfundados en grandes trajes de goma peleando torpemente y machacando maquetas.

Por el contrario, la película americana sigue las directrices del cine de desastres clásico, que pasa por presentar a una serie de personajes con las que el espectador pueda identificarse. Además, siendo una producción de Hollywood, era de esperar no ya lo sentimental sino incluso lo sensiblero; y efectivamente, ahí está el recurso fácil e innecesario de poner al héroe protagonista (el humano, no Godzilla) a salvar a un niño japonés y acompañarlo hasta que se reúne con sus padres. El problema quizá es que la trama “humana” no funciona del todo y ocupa demasiado metraje.
Una vez que se cierra el misterio de la conspiración sospechado por Joe, Ford toma el papel protagonista, encarnado por el actor Aaron Taylor-Jonson, quien había llamado la atención en “Kick-Ass” (2010) y que aquí, pasada su adolescencia, lo vemos convertido en un fornido héroe de acción al que el guión deja poco espacio para lucirse. A diferencia de Bryan Cranston, que transmite bien la angustia y sentimiento de urgencia que experimenta su personaje,Taylor-Johnson carece de carisma en esta película y su papel, sobre todo físico, podría haberlo resuelto con igual efectividad –y probablemente menos acartonamiento- una larga lista de actores jóvenes, atractivos y en buena forma física. Por otra parte, el centrar la acción casi exclusivamente en los militares que, enfrentados a una amenaza muy por encima de sus recursos y armamento, realizan actos de valentía heroica, resulta un recurso demasiado visto ya en este tipo de películas.

Siguiendo con el apartado interpretativo, es una lástima que se reúna aquí un reparto de actores de altura (Bryan Cranston, Juliette Binoche, Sally Hawkins, Elizabeth Olsen, David Strathairn, Ken Watanabe) para encarnar papeles planos que podrían haber interpretado cualquier otro del montón. También es discutible el uso que se le da a los actores. Así, a pesar de que la publicidad hacía penar que Bryan Cranston sería uno de los protagonistas, su personaje muere pronto mientras que el de Juliette Binoche desaparece en menos de diez minutos tras el comienzo.

Otra diferencia notable entre las producciones japonesas de Godzilla y l as americanas la encontramos en la iluminación y la paleta de colores. Cinematográficamente, ninguna de las películas japonesas era muy sofisticada, con puestas en escena sencillas y claras que apenas experimentaron variación desde los años cincuenta. La cámara solía situarse más o menos a la misma altura del monstruo, dándole el absoluto protagonismo. En cambio, Gareth Edwards (y Roland Emmerich antes que él) prefiere colocar el plano a nivel del suelo y enfocar hacia arriba para transmitir con mayor acierto el enorme tamaño de las criaturas. La textura y profundidad de los efectos es impecable, destacando sobre todo la colosal escala y el grado apocalíptico de destrucción causado por los monstruos en los centros urbanos. Edwards rueda (o monta, quizá sería más adecuado decir dado la cantidad de CGI involucrado) esas terribles escenas como si fueran obras de arte, llenas de color, sensualidad cromática y misterio: algunos de los planos que muestran las ciudades cubiertas de nubes de humo iluminadas por los fogonazos eléctricos de los rayos; o ese otro en el que los paracaidistas van cayendo sobre San Francisco al anochecer, parecen extraídos de un paisaje de Joseph Turner.

En este sentido, “Godzilla 2014” se parece mucho más a la película anterior de Edwards, “Monsters”, que a cualquiera de las producciones japonesas. Las imágenes más potentes de esa cinta eran aquellas que mostraban la absoluta maravilla de las criaturas que deambulaban por la zona fronteriza, leviatanes enormes que se recortaban sobre el horizonte. Hay momentos en los que “Godzilla” casi parece una precuela de “Monsters”. La zona que rodea la central nuclear de Janjira se convierte también en una región misteriosa de acceso vedado (si bien la imagen que probablemente inspiró este pasaje fue el entonces todavía reciente accidente nuclear de Fukushima, en 2011, como también se evoca el tsunami que aconteció en 2004). En especial algunos de los planos del muto emergiendo de su capullo, desplegando sus patas de insecto y alzándose imponente; o la escena en la que Ford está en el puente mirando cómo pasa el Muto cerca de él, bien podrían haber figurado en “Monsters”.

Afortunadamente, lo que no vemos aquí son las absurdas maniobras de lucha libre que utilizaban los monstruos de las películas japonesas, tirándose piedras, patadas, llaves, cogiendo al adversario de la cola y haciéndolo girar sobre la cabeza… Aquí, los combates entre Godzilla y los mutos se desarrollan a una escala inimaginable; el tamaño de sus cuerpos hace que sus
movimientos parezcan discurrir a cámara lenta y se pone el énfasis en la destrucción que dejan a su alrededor. De hecho, Edwards toma más de “Pacific Rim” (2013) que de cualquier film japonés de Godzilla.

“Godzilla 2014” es, en definitiva, una película que intenta equilibrar lo que siempre han buscado los fans de este tipo de productos (grandes monstruos peleándose, destrucción a mansalva) con una orientación algo más generalista que incluya el factor humano y un mayor peso de los personajes. Hace justicia a la venerable tradición de los kaijus, para bien (espectacularidad, sentido de lo maravilloso, entretenimiento) y para mal (personajes planos, trama previsible, agujeros de guión). Para quien no haya visto nunca una película de Godzilla, esta encarnación es la perfecta puerta de entrada: no se necesita saber nada previamente.

Teniendo en cuenta que recaudó 529 millones de dólares sobre un presupuesto de 160 millones,
parece claro que la propuesta acertó de pleno y, de hecho, sin duda fue su éxito lo que ameritó a Edwards para acceder con tan poco bagaje previo a la franquicia de Star Wars, dirigiendo en 2016 “Rogue One”.

Una de las características más atrayentes que con el tiempo conformarían la franquicia de Godzilla consistía en la progresiva elaboración de una mitología propia, todo un mundo alrededor de esos monstruos. En aquellas películas, la humanidad vivía en un planeta poblado por colosales y peligrosas criaturas que habían cambiado las sociedades, las instituciones políticas y la ciencia. Era un mundo extraño y fascinante. En esa dirección se mueve la productora de “Godzilla 2014”, Legendary, habida cuenta de que en otra de sus películas posteriores, “Kong: La Isla Calavera” (2017), protagonizada por el gorila gigante, se incluyen referencias a los mutos e imágenes postcréditos que la insertan en el mismo universo que “Godzilla”. La tercera pieza de ese creciente universo ha sido la reciente “Godzilla: Rey de los Monstruos” (2019), anunciándose una próxima entrega en la que se verán las caras el supergorila y el megadinosaurio.



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