Libros, películas, comics... una galaxia de visiones sobre lo que nos espera en el mañana
jueves, 11 de enero de 2018
1964- EL INVENCIBLE -Stanislaw Lem
La Ciencia Ficción siempre ha sido un género enormemente flexible que ha sabido llevar a su terreno esquemas y arquetipos procedentes de otros ámbitos de la literatura. Tomemos por ejemplo los relatos que desde tiempos inmemoriales han narrado los marineros llegados a puerto sobre tierras ignotas que habían encontrado allende los océanos. Eran crónicas que mezclaban la fantasía, la aventura y el misterio y que, aunque sin duda en su mayoría estaban compuestas de exageraciones, inexactitudes y mentiras, obraban el milagro de despertar el sentido de lo maravilloso en quienes las escuchaban.
La literatura, claro está, recogió esta tradición y en el siglo XIX, la época de oro de las novelas de aventuras, la canalizó en relatos en los que un grupo de náufragos o exploradores llegan a una isla o tierra ignota y van encontrándose con fenómenos extraños, hallazgos inesperados y pistas aisladas que apuntan a un enigma. El ejemplo más notable de este subgénero es “La Isla Misteriosa” (1874), de Julio Verne. Cuando la CF sustituyó a las aventuras en tierras exóticas como principal género popular, no tuvo problemas en reciclar sus parámetros de éxito probado y así aparece la modalidad de “Planeta Misterioso”. A pesar de su declarado desprecio por la CF de la Edad de Oro norteamericana, el escritor polaco Stanislaw Lem no tuvo problema en hacer suyo este esquema para su novela “El Invencible”, si bien lo utilizó principalmente como soporte para exponer una idea hoy ya trillada pero que entonces era muy novedosa: la evolución inorgánica.
El “Invencible” es una gran y poderosa nave que aterriza en el planeta desértico Regis 3, con la misión de averiguar el destino del Cóndor, otra nave que llegó allí un año antes y de la que no se volvió a saber nada. Como la búsqueda desde la órbita no da resultados, el capitán ordena aterrizar en la superficie y organizar expediciones terrestres con vehículos, robots e instrumental científico.
Así, descubren lo que parecen ser las ruinas de una ciudad alienígena abandonada hace mucho tiempo, pero la investigación de sus calles y peculiares edificios se abandona rápidamente cuando en otro lugar se descubren los restos de un tripulante de la Cóndor y, eventualmente, de toda la nave. Hay supervivientes, pero están en un estado de total confusión mental, como si sus mentes hubieran sido despojadas de todo recuerdo y devueltas a la niñez. Del análisis de los cuerpos y los diarios se desprende una inquietante conclusión: la tripulación murió de lo que parece ser un ataque masivo y grupal de psicosis.
La sensación de amenaza inminente se concreta cuando en el cielo se forma una nube negra compuesta de una especie de moscas metálicas. Los tripulantes del Invencible apenas tienen tiempo de ponerse a cubierto tras el campo de fuerza de su propia nave antes de que comience el ataque. Los que habían acudido como rescatadores averiguan a su pesar que, pertrechados con toda su tecnología y armamento, no son tan invencibles como el nombre de su nave presume. En ese planeta reside oculta a la vista una forma de vida tan peligrosa como incognoscible.
Toda la primera parte de la novela está dominada por largos pasajes que describen pausadamente la exploración del planeta alienígena, la metódica búsqueda de la nave desaparecida y lo que ocurrió con ella, alternándolos con fragmentos introspectivos que entran en las meditaciones del protagonista, Rohan, primer navegante de abordo. Todo el planeta transmite una sensación de extrañeza, de tensa calma, de amenaza difusa pero cierta: las formaciones geográficas y orográficas del planeta, el clima, el hallazgo de vida poco evolucionada en lugares donde no debería existir, la extraña lluvia de fragmentos metálicos, los restos de la ciudad alienígena… A pesar de los analizadores robóticos, los avanzados artefactos tecnológicos y las mejores mentes del programa espacial, Regis III se resiste a desvelar sus secretos.
Conforme van descubriéndose los restos de la tripulación y la nave y manifestándose determinados fenómenos, la meditación va dejando paso a una tensión en aumento. A partir del momento en que un científico de la Invencible aventura su hipótesis sobre lo que puede estar sucediendo en el planeta, la historia se transforma en su último tercio en un relato de aventuras bélicas que desarrolla el conflicto, cada vez a mayor escala, con los seres “nativos” del planeta (el entrecomillado es intencionado, tal y como explicaré luego). Lo que parece ser el clímax –el enfrentamiento entre el Cíclope, el arma más poderosa de la Invencible, y los alienígenas-, está colocado bastante antes del final definitivo del libro, viniendo a continuación una todavía más angustiosa e imposible misión de rescate emprendida por Rohan. La trama es lineal, los personajes van descubriendo nueva información al mismo tiempo que el lector, la prosa es funcional y tanto los pasajes de acción como los elementos de misterio y la sensación de angustia creciente funcionan bien y hacen de la novela una lectura razonablemente sencilla y amena.
Como sucede en la mayoría de libros de Lem, “El Invencible” es una mezcla de ideas científicas y filosóficas sobre la naturaleza de la evolución y la inmensa brecha que separa diferentes tipos de inteligencia y vida. A ello se añaden las meditaciones estoicas e individualistas del protagonista, sus sentimientos y emociones.
Al igual que en otras obras de Lem, éste utiliza los lugares comunes de un subgénero popular americano, la space opera (en su modalidad, como he dicho, de “Planeta Misterioso”), dominado por la épica y el espíritu lúdico, y los lleva a su terreno para dar forma a su visión de cómo la humanidad se relaciona con lo que es ajeno por completo a ella. “El Invencible” es sobre todo, pese a su fachada de aventura y misterio, una contemplación de la naturaleza humana que desafía nuestra visión antropocéntrica y petulante como medida de toda la creación y centro del universo. Lem nos dice que viajar por el espacio y explorar otros planetas puede no ser una agradable aventura repleta de lugares, momentos y criaturas pintorescos de la que el hombre siempre sale triunfante aunque tenga que batallar duramente para ello. Pueden existir formas de vida, como océanos inteligentes (“Solaris”) y seres inorgánicos con mente colmena (como en este caso) tan diferentes en su naturaleza, génesis y evolución que ni siquiera podamos comunicarnos con ellos. El entendimiento, por tanto, es imposible y lo más probable es que ello derive en un conflicto violento. Por muy en alta estima que nos tengamos, nos dice Lem, no podemos comprenderlo todo ni conquistarlo todo:
“El hombre no se ha elevado aún al pináculo que cree haber alcanzado; no ha merecido aún acceder a la posición presuntamente llamada cosmocéntrica. Esa idea acariciada desde la antigüedad, que no consiste sólo en buscar criaturas semejantes al hombre y en aprender a comprenderlas, sino más bien en abstenerse de interferir en todo aquello que no concierne al hombre, en todo cuanto le es ajeno. Conquistar el espacio, sí, ¿por qué no? Mas no atacar lo que ya tiene existencia propia, aquello que en el transcurso de millones de años ha creado su propio equilibrio, que no es tributario de nada ni de nadie, excepto de las fuerzas de radiación y de la materia.”
Es interesante el tipo de vida que plantea Lem en esta novela: una especie de cibermoscas, pequeñas unidades mecánicas que individualmente son inofensivas y sólo capaces de desplegar un comportamiento muy sencillo. Sin embargo, cuando presienten una amenaza, se reúnen para formar enormes enjambres regidos por una especie de mente colmena que puede guiarlos para combatir cualquier enemigo, utilizando una especie de pulso electromagnético muy intenso que en los humanos tiene el efecto de borrar los recuerdos.
Ahora bien, Lem no sugiere que estos nanorobots aparecieran en el planeta por generación espontánea a partir de metal u otros materiales disponibles sino que sugiere la hipótesis de que ese enjambre de máquinas muy simples pero inmensamente adaptables podría haber evolucionado a partir de robots construidos por una civilización alienígena muy avanzada. Es, por tanto, una forma de vida resultante de lo que el escritor denomina “evolución inorgánica”, un proceso en virtud del cual robots podrían alterar su propia estructura o la forma de relacionarse e interactuar con otros robots para adaptarse a un mundo cambiante.
Es uno de los biólogos a bordo de la Invencible quien expone al capitán su teoría –que, por otra parte, en ningún momento se nos confirma como cierta o no-:
“Sabemos que antes de la explosión de Zeta de la Lira, el sexto planeta del sistema estaba habitado por seres inteligentes. Tenían una civilización altamente desarrollada, de tipo tecnológico. Supongamos que una nave exploradora enviada por los lirianos hubiese aterrizado aquí y que ocurriera una catástrofe (…). En suma, a bordo de la nave que aterrizara en Regis III no quedó nadie con vida. Ningún sobreviviente... salvo los autómatas. Y no autómatas como los nuestros. No tenían forma humana. Como tampoco los lirianos, sin duda. Los autómatas, sanos y salvos, abandonaron pues la nave. Eran mecanismos homeostáticos altamente especializados, capaces de subsistir en las condiciones más inverosímiles. Ya no quedaba nadie que pudiera dirigirlos (…) Luego un grupo de robots se independizó de los restantes. Quizá fueron atacados por la fauna local (…) Los autómatas empezaron a combatirla y ganaron la batalla. Pero tuvieron que adaptarse para esta lucha. Tuvieron que transformarse para adaptarse en lo posible a las condiciones del planeta. La clave de todo, a mi juicio, estriba en que esos autómatas tenían la capacidad de producir otros autómatas, de acuerdo con las necesidades específicas de la situación. (…) Pasaron los años, y los descendientes de esos mecanismos, a lo largo de muchas generaciones, dejaron de parecerse a los modelos primitivos, creados por los lirianos. ¿Sigue usted mi razonamiento? Esto significa, que se inició una evolución inorgánica. Una evolución de aparatos mecánicos.”
Lem también argumenta que, en el caso de la evolución de las máquinas, robots de mayor tamaño y complejidad creados por seres orgánicos como nosotros tendrían poca o ninguna posibilidad de perdurar frente a formas más pequeñas y sencillas, en parte debido a un problema de consumo energético: “En esa guerra, los mecanismos "intelectualmente" superiores, pero incapacitados para sobrevivir, pues eran demasiado grandes y necesitaban de cantidades considerables de energía, no pudieron enfrentar la competencia de otros menos desarrollados, pero más económicos y más productivos...”
En último término, nos dice el autor, la evolución no necesariamente sigue el camino de la preeminencia de las formas de vida intelectualmente superiores.
Bien, hasta aquí las ideas y los temas. Pero, ¿y el factor humano? ¿Qué hay de los personajes? Lo cierto es que este es quizá uno de los puntos más débiles del libro.
A nivel colectivo y desde el comienzo, Lem introduce con acierto una tensión soterrada entre los miembros de la tripulación, en parte derivada de haber pasado largo tiempo en el espacio, en parte debido a la propia estructura de mando y, por último, a la diferencia de opiniones en cuanto a su propósito allí, ya que han de compatibilizar una misión de rescate con otra de carácter explorador y científico. Dicha tensión se concreta especialmente entre el capitán, un veterano que ya dejó atrás sus días de gloria, y su segundo al mando, quien no comparte del todo el enfoque de su superior. “Aunque había recorrido muchos parsecs con el comandante, nunca se había desarrollado entre ellos una amistad. ¿Acaso la diferencia de edad era demasiado grande? ¿O los peligros compartidos demasiado insignificantes? ¡Qué intransigente era ese hombre de cabellos casi tan blancos como su uniforme! Cien hombres o poco menos aguardaban silenciosos en sus puestos (…) que desde hacía meses no escuchaban el rumor del viento y que habían aprendido a odiar el vacío como sólo puede odiarlo aquel que lo conoce. Pero el comandante no pensaba en todo eso”. Conforme la amenaza a la que se enfrentan revela sus auténticas dimensiones, Lem describe la ansiedad creciente que amenaza el delicado equilibrio que media entre la disciplina de una tripulación bien adiestrada y el pánico que sienten al verse atacados por algo que no comprenden y contra lo que su armamento no parece servir.
Ahora bien, difícilmente puede afirmarse que tengamos aquí algún personaje con carisma. Se nos dice que la tripulación consta de 83 hombres, pero igual podían haber sido 30 o 10, porque carecen de personalidad o características individuales que permitan diferenciarlos. La mayoría no tiene nombre y resulta imposible recordar quiénes han aparecido en la trama y cuántas veces. Sí, “El Invencible” es una novela en la que las ideas son más importantes que los personajes, pero también es cierto que Lem desaprovecha la ventaja que supone poner esas ideas en la boca de personajes bien construidos para que jueguen con ellas, las intercambien unos con otros y las lleven en direcciones interesantes. En este caso, toda la tripulación de la nave podría haberse reducido a cuatro o cinco personajes sin por ello suponer ninguna diferencia ni hacer que aquéllos gozaran de mejor caracterización. Es esta incapacidad para imaginar auténticos seres humanos, con personalidad y emociones, lo que da a los libros de Lem cierta frialdad, como si fueran un ejercicio intelectual que puede contemplarse e incluso admirarse, pero con el que resulta difícil empatizar. Incluso el final del libro resulta brusco e inconcluyente con el protagonista, como si Lem o no supiera o no le importara demasiado cómo rematar la historia.
Dentro de ese tema tan querido para Lem como era la exploración de la vida y la inteligencia alienígenas,“Solaris” sigue siendo sin duda su obra de referencia. “El Invencible” está a menudo considerada poco más que un mero divertimento, una obra menor dentro de su bibliografía y no tan elaborada intelectual y formalmente como aquélla. Pero tratándose de un autor tan interesante y alejado de la escuela americana de CF como Lem, incluso sus obras menores pueden resultar interesantes. “El Invencible” es, desde luego, un libro menos complejo y exigente para el lector que “Solaris”, pero sigue funcionando muy bien como novela de misterio que mezcla con habilidad aventura y filosofía y que se aleja de los convencionalismos del género para ofrecer bajo su superficie algunas ideas verdaderamente fascinantes.
Muy acertada crítica de uno de mis libros favoritos. Coincido en la falta de profundidad de los personajes. Pero la idea de la “evolución inorganica” es muy interesante.
ResponderEliminarFue mi primer libro de Lengua, me impactó mucho, buena crítica, gracias
ResponderEliminarLeído hace más de 10 años y aún recuerdo algunas escenas, al igual que con Solaris, que sí recuerdo con un poco más detalle.
ResponderEliminarMe pareció más interesante éste libro que, por ejemplo, Eden, del mismo autor, que por momentos me pareció inentendible. Eso o el trabajo de traducción era pésimo.
Saludos,
J.
Efectivamente,con lem la traducción es un problema. A veces las ediciones en castellano son traducciones del inglés q a su vez vienen del polaco. Y claro, por el camino se pierde mucho. Pasa bastante con los autores q escriben en idiomas poco habituales por estos lares, también con el reuso, por ejemplo
ResponderEliminar