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sábado, 14 de octubre de 2017
1974- SUCESOS EN LA CUARTA FASE – Saul Bass
La ciencia ficción cinematográfica “seria” floreció a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta tras la estela de películas con una fuerte carga alegórica como “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) o “El Planeta de los Simios” (1968). Eran films que se apoyaban en ideas y personajes más que en los efectos especiales y la acción, historias que animaban a la reflexión y, en general, bastante pesimistas respecto a nuestro futuro como especie. Algunas veces, es cierto, resultaban sermoneadoras, aburridas y pretenciosas; otras, establecieron nuevos horizontes para el lenguaje cinematográfico. “Sucesos en la Cuarta Fase” se halla en la línea divisoria entre ambas y tiene tantos partidarios que alaban su sesgo ecológico y tono realista como detractores que se quejan de su irregular ritmo, falta de empatía de los personajes y poco clara resolución.
Las películas con hormigas asesinas no eran algo exactamente nuevo (recordemos “La Humanidad en Peligro” (1954) o “Cuando Ruge la Marabunta” (1954)), pero “Sucesos en la Cuarta Fase” fue sin duda la primera de ellas que trató de transformar a los insectos en un experimento vanguardista. Su estilo narrativo y desarrollo de trama la aproxima más a la extrañeza que suscitaba “El Año Pasado en Marienbad” (1961) que a la aventura o el thriller convencionales. Aunque fue publicitada como una película de ciencia ficción y claramente puede adscribirse a ese género, hubo un nada despreciable sector del público –incluido el estudio que la financió, Paramount- que quedó confundido y decepcionado por no ver satisfechas sus expectativas. Lo primero que hay que hacer, por tanto, es aceptar el hecho de que nos hallamos ante un film de CF heterodoxo que no respeta las convenciones que podríamos esperar.
Como consecuencia de una anomalía cósmica (en la que puede o no intervenir alguna inteligencia alienígena), la Tierra queda bajo la influencia de ciertas “fases”. Estos cambios provocan en particular una rápida evolución en la población terrestre de hormigas, que desarrollan inteligencia, capacidad de lenguaje, mente colmena y la habilidad de diseñar y construir estructuras geométricas complejas. El matemático James Lesko (Michael Murphy) y el entomólogo Ernest Hubbs (Nigel Davenport) llegan al desierto de Arizona con el fin de estudiar a estos insectos, averiguar las causas de su extraño comportamiento y desarrollar un pesticida que pueda combatir su agresiva expansión. Atemorizados por las diminutas pero muy numerosas criaturas y la transformación del territorio que están acometiendo (torres y formas geométricas en los cultivos de maíz), la mayoría de los granjeros de la zona han abandonado sus propiedades. Otros, más imprudentes y condenados a fenecer, se quedan. La única superviviente de una de esas familias, Kendra (Lynne Frederick) es salvada por la pareja de científicos y acogida en la estación experimental que han levantado en la zona. Allí encerrados, los tres tratan de sobrevivir al asedio al que les someten las cada vez más inteligentes hormigas mientras tratan de averiguar cómo acabar con ellas.
Probablemente, el origen de la controversia que siempre ha rodeado esta película haya que buscarlo en la extraña elección de la persona que encabezaría el proyecto. Saul Bass, no era un cineasta sino un diseñador gráfico. Sus diseños para las secuencias de créditos de películas como “El Hombre del Brazo de Oro” (1955), “Anatomía de un Asesinato” (1959), “Vértigo” (1958), “Éxodo” (1960), “Psicosis” (1960) o “La Gata Negra” (1962) siguen pareciendo hoy sobresalientes por su originalidad, dinamismo y variedad de estilos y recursos. Creó también logos publicitarios para firmas de la talla de Minolta, Kleenex o Warner. Pero aparte de unos cuantos cortos (uno de ellos, “Why Man Creates”, galardonado por un Oscar en 1969 al mejor corto documental) nunca se había encargado de la dirección de un film. Hay cierto debate acerca de su participación en algunas películas de Hitchcock (incluyendo la secuencia de la ducha en “Psicosis”), pero nada en “Sucesos en la Cuarta Fase” indica una pericia narrativa que se aproxime a la del maestro inglés. De hecho, su mirada a una Naturaleza enloquecida tiene mucho más en común con la que Robert Wise había adoptado para “La Amenaza de Andrómeda” (1971): la ciencia y el ánimo documentalista desplaza al suspense y el drama humano; el peso de la película recae no en los ocasionales diálogos sino en las imágenes, sobre todo en los muy logrados planos del micromundo de las hormigas.
Mencioné al comienzo “2001: Una Odisea del Espacio”, y parece evidente que el film de Kubrick proyecta sobre Bass su sombra en cuanto a la intervención de un misterioso evento cósmico, el interés por el tema de las fases de la evolución de la vida, un montaje peculiar y una atmósfera de misterio, extrañeza y belleza visual.
Bass prefirió dejar mudas las imágenes con hormigas. La ausencia de una voz en off o de diálogos de fondo que las acompañen explicando las razones de su inusual comportamiento hace que la película transmita una especial sensación de enigma sin resolver y amenaza. Ni siquiera se intenta construir una hipótesis acerca de la naturaleza de los sucesivos cambios que experimentan las hormigas. Tan sólo sabemos que tras cada uno de ellos, los insectos se muestran más agresivos y eficientes en sus ataques a los humanos. Los termiteros que construyen son bastante inquietantes, incluyendo un grupo de monolitos que parecen estatuas tratando de alcanzar el cielo. Son imágenes anteriores a los efectos digitales, resultado de laboriosas tomas fotográficas al aire libre.
“Sucesos en la Cuarta Fase” es inusual también porque la amenaza en cuestión –la colonia de hormigas- tiene en realidad mayor protagonismo que los personajes humanos que se le oponen. De hecho, la película comienza con escenas documentales de esos insectos y transcurren casi diez minutos antes de que un humano aparezca en pantalla. Incluso entonces, Bass se muestra remiso a colocarlos en el centro de la acción, presentándolos con el plano de un jeep desplazándose lentamente a través de un paisaje desértico y luego filmando a dos hombres apeándose del mismo desde un ángulo bajo y a través de briznas de hierba, como si estuviesen siendo contemplados por las hormigas.
Antes incluso de esas primeras escenas, la película se abre con un montaje cuasiabstracto que arranca en el espacio profundo, donde extraños movimientos de planetas y estrellas apuntan a que se van a producir cambios desconocidos bajo la superficie terrestre, donde moran las hormigas. Desde el comienzo, por tanto, Bass establece un acercamiento íntimo al mundo de estas criaturas, regalándoles no sólo primerísimos planos sino incluso personalidades diferenciadas. Se comunican entre ellas y aunque no podemos entender lo que se “dicen” resulta evidente que sus actos tienen un propósito. La cámara sigue sus movimientos como si se tratara de una película de terror que nos muestra al monstruo acechando antes de su ataque. Y es que estas hormigas también son asesinas, aunque a diferencia de las grandes criaturas irradiadas del clásico “La Humanidad en Peligro”, su amenaza es sutil, subterránea e impulsada por la inteligencia más que por una arrolladora fuerza bruta.
Esto hace de “Sucesos en la Cuarta Fase” una película que podríamos calificar de terror dentro de la CF, algo que se ajusta bien a la sensibilidad de Bass. La historia construye su terror no a través de los efectos especiales o la violencia explícita sino mediante la combinación de una sutil construcción de atmósferas, una sensación creciente de peligro y un aire documental que otorga verosimilitud a lo que vemos en pantalla. A todo ello contribuye en no poca medida el diseño de sonido, que inserta y compagina los crujidos y chirridos de las hormigas (mandíbulas entrechocándose, antenas y patas rascando diferentes superficies…) con una banda sonora electrónica atonal e inquietante a cargo, entre otros, de David Vorhaus (líder del grupo experimental White Noise) y el percusionista y teclista japonés Stomu Yamashta. Esa paleta sonora se establece desde el mismo comienzo, cuando Bass nos sumerge con su cámara en el mundo subterráneo de las hormigas. Hay algo íntimamente aterrador en la magnificación de esos misteriosos y diminutos universos que conviven con nosotros sin que seamos conscientes de ellos. La Naturaleza es algo verdaderamente inquietante cuando nos paramos a pensar en ella y Bass, al invitarnos a penetrar en su escala más diminuta, nos propone una experiencia terrorífica.
El resultado es una película carente de empatía hacia los humanos que muestra una casi total indiferencia hacia la muerte de los parientes de Kendra y que, en cambio, reserva toda su simpatía a las hormigas. Su faceta más desconcertante es la equivalencia que establece entre las vidas de los hombres y las de los animales; las muertes de las hormigas, aplastadas por rocas, devoradas por otros insectos o envenenadas por pesticidas, resultan más conmovedoras que las de los humanos. Bass privilegia el punto de vista de las hormigas sugiriendo que la preeminencia humana en el planeta es únicamente una cuestión de perspectiva. La humanidad es sólo una especie más en un planeta bullendo de vida. En una escena, cuando las hormigas son rociadas con un espeso veneno líquido, Bass alterna en el montaje los planos de los insectos agonizantes y los humanos que también quedan atrapados en esta lluvia letal. La intención es obvia: hombres y hormigas mueren juntos por la misma causa y su comportamiento ante la muerte es el mismo.
Esta perspectiva distante se halla realzada por la aproximación estética de Bass, rígida y geométrica. No hay secuencia de créditos inicial (el título, de hecho, sólo aparece al final) ni rastro de esos dinámicos montajes de formas y colores que el director había creado para tantas producciones de Hollywood. En cambio, su fascinación por la geometría y el color encuentra su lugar en el propio film, en el diseño de escenarios (a cargo del gran Norman Reynolds, quien más adelante participaría en la saga de “Star Wars”, “Superman” o “En Busca del Arca Perdida”) y el trabajo de cámara de Dick Bush y, para los insectos, Ken Middleham. Las formas geométricas juegan un importante papel en la estética de la película, desde la semiesfera de la estación científica a las mencionadas torres que construyen las hormigas pasando por los diseños rectangulares que excavan en un campo de maíz. “Las Matemáticas son un lenguaje universal”, dice Lesko en un momento determinado, cuando intenta comunicarse con la mente colectiva de las hormigas. Es una afirmación que bien podría suscribir el propio Bass y su puesta en escena se realiza a base de líneas rectas y formas severas y claramente definidas. Las paredes exteriores de la estación conforman una cúpula geodésica y las hormigas reúnen una serie de materiales con la misma disposición que reflejan la luz del sol sobre la estación con el fin de acabar con los humanos por asfixia. En otra secuencia fascinante, Bass filma el interior de una unidad de aire acondicionado entre cuyas rejillas y bobinas libran una batalla a muerte una hormiga y una mantis religiosa.
Es en secuencias como estas donde mejor brilla el talento de Bass. Su ojo para las formas geométricas algunas veces viene acompañado de cierta carga emocional, pero sólo en lo que se refiere a las hormigas, como ese plano en el que un solitario insecto merodea entre los cadáveres de sus congéneres tras una matanza. Nunca se antropomorfiza a las hormigas, pero sí se les otorgan sentimientos y emociones que parecen ausentes en los protagonistas humanos. Las hormigas son seres misteriosos, impenetrables y cuando en los primeros planos miran directamente a la cámara con sus ojos opacos transmiten algo extraño, aterrador. En comparación, los humanos de la película se asemejan más a robots que cumplen mecánicamente una tarea asignada. Hasta cierto punto, Bass aprovecha esa frialdad en su beneficio. Retrata a los científicos con un ojo clínico, distante, que los liga a las hormigas, como si ellos mismos fueran unos especímenes más atrapados en un frasco transparente. Incluso mientras observan a las hormigas, éstas les estudian a ellos y el espectador, a través de la cámara, los observa a su vez a todos ellos.
De hecho, el film pierde buena parte de su capacidad fascinadora siempre que abandona a las hormigas para centrarse en el forzado drama humano. El instinto de Bass para el diseño resulta ideal para los montajes abstractos y las secuencias sin diálogo, pero es evidente que su talento no se extiende al trabajo con actores o al tratamiento de los dramas interpersonales. Tampoco ayuda que el guión de Mayo Simon sea demasiado genérico y superficial.
Nigel Davenport y Michael Murphy han de llevar en solitario todo el peso interpretativo. El primero, en su papel del doctor Hubbs, ejemplifica a la perfección el arquetipo del científico loco, un sociópata que resulta absorbido por su sed de conocimientos y que es incapaz de controlar su ego. Su excentricidad alcanza el grado de locura hacia el final a consecuencia de los delirios que le causan la falta de sueño y una picadura infectada, pero durante la mayor parte del metraje su personaje funciona como simple y burdo opuesto del de Michael Murphy. Mientras que Hubbs sólo quiere matar a la reina de la colonia, James Lesko desea comunicarse con las hormigas mediante las matemáticas en la esperanza de hallar una solución pacífica.
Lesko es claramente el peor definido de los dos científicos. Al principio lo vemos involucrado en la misión, pero luego se ve asaltado por dudas éticas y brotes de moralidad, especialmente cuando Kendra entra en escena. Ésta (interpretada por una sosa Lynne Frederick a la que se le escapaba de vez en cuando su nativo acento británico) ha perdido a sus abuelos a consecuencia de un pesticida destinado a las hormigas, pero no parece que esto la haya trastornado demasiado. El guión claramente pretendía que Lesko y Kendra protagonizaran un romance, pero éste se ve tan entorpecido por la continua intromisión de las hormigas y las averías de los ordenadores que apenas hay tiempo no ya para el amor sino para que ambos personajes puedan siquiera tener química.
En contraste, los padecimientos de las hormigas están dramatizados con una enorme intensidad, poniendo en contraste su espíritu grupal con la mezquindad, soberbia e inseguridad de sus enemigos humanos. Está claro, para Bass, cuál será la facción ganadora en esta guerra. En una sobresaliente escena, los insectos forman una cadena letal a través de la cual cada individuo va pasando al siguiente y hacia el interior del hormiguero una porción de veneno, muriendo todos en el proceso. Esta hazaña tiene el propósito de inmunizar a la reina de la colonia y permitir así que la nueva generación nazca resistente a esa sustancia. El fundamento científico de todo esto es, como mínimo, discutible, pero la escena funciona perfectamente no sólo desde el punto de vista visual sino como vehículo dramático en el que se ensalza la capacidad, fuerza, determinación, solidaridad e inquebrantable espíritu de estas criaturas inexpresivas. Como hizo en la escena anterior de la lluvia venenosa, Bass alterna en el montaje la desesperada lucha subterránea de las hormigas y los esfuerzos de los científicos por descodificar el lenguaje de aquéllas. Esa doble narrativa paralela crea un contraste entre la apasionante aventura a vida y muerte de los insectos y el aburrido y abstracto análisis en el que están enfrascados los dos humanos, que se pasan la mayor parte del tiempo mirando pantallas de ordenador y leyendo informes.
Cuando vieron el resultado final, los desconcertados ejecutivos de Paramount debieron preocuparse de verdad. Resultaba a todas luces una película difícil de visionar y comercializar y en un intento de darle un sesgo más comercial y sin recabar el consentimiento de Bass, modificaron el final original. Éste consistía en un montaje de imágenes inquietantes y surrealistas deudoras de Dalí y Magritte que apuntaban a que las hormigas conquistarían el mundo y que la “Cuarta Fase” consistía, a la postre, en un paso evolutivo en virtud de la cual la humanidad quedaría esclavizada por los insectos. Ni siquiera le dejaron a Bass participar en el marketing, lo cual resultaba irónico e insultante dado que él era un experto de éxito probado en el diseño de posters y anuncios.
Con sus impresionantes imágenes de hormigas y guión generoso en tecnocháchara y psicopaparruchas, “Sucesos en la Cuarta Fase” parece una mezcla del docudrama “Los herederos de la Tierra” (1971) y la televisiva “La Dimensión Desconocida”. Gracias a la ambigüedad que preside todo el argumento, resulta muy fácil extraer de él todo tipo de estrafalarias asociaciones y alegorías, una actividad a la que muchos se dedicaban de corazón en una época todavía dominada por la contracultura. Sin embargo, también es fácil entender por qué esta película dividió a los espectadores hace cuarenta años; una división, de todas formas, muy asimétrica porque fracasó en taquilla -moneda corriente en las películas atípicas- y al pobre Bass nunca le dejaron dirigir otra vez. Sólo con el tiempo fue ganándose la película ese dudoso calificativo de “film de culto”, sobre todo gracias a que encontró una nueva vida en los pases nocturnos por televisión, donde fue descubierta por toda una nueva generación de aficionados.
Aunque el concepto de insectos superinteligentes que usurpan al hombre su lugar como especie dominante del planeta a priori parece risible, al enfocarlo desde el punto de vista de las hormigas y utilizar un tratamiento visual muy valiente, Bass hace de esta película una cinta a recuperar dentro de la moda de ciencia ficción pesimista de los setenta. Sí, la cinta adolece de problemas de ritmo, personajes de cartón piedra e inconsistencias de guión (como que tras decirnos que la única comida disponible en la estación es deshidratada veamos un plano de la sala de control con bocadillos recién hechos); pero por cada uno de esos defectos encontramos un acierto visual que recupera nuestra atención. Puede que Bass no salvara a la ciencia ficción especulativa de ser arrollada por el espectáculo y la aventura de la ya cercana fiebre desatada por “Star Wars”, pero está película tiene todo el derecho a figurar entre las más interesantes de su categoría.
Una pieza importante del cine de los setenta. Tiene muchos parecidos con la novela "Ciudad", de Clifford D. Simak.
ResponderEliminar¿Lo dices por el final de esa novela? Si no recuerdo mal, los perros inteligentes descubrían mucho tiempo después de que el hombre hubiera desaparecido de la Tierra -por emigración a otros planetas- que las hormigas eran inteligentes. Hablo de memoria...
ResponderEliminarA mi esta me parece sobresaliente. No es un peliculón pero no la vi tantos fallos, errores y peros como tú. No me meto en harina porque hace años que la vi, pero estéticamente es poderosa, lo cual es admirable dado la pobreza del film y la aridez del escenario. Y el final. Ese final es magnífico. Me parece mejor que el que comentas. Aunque habría que verlo porque tiene pinta de ser todo un trip. En fin, ese final, quizás el más atrevido de todas las pelis de género yankis, le da sentido a todo. Es una locura. Ahí la peli alcanza lo sublime con ese viaje al interior de la geometría donde se encuentra el amor, que no tiene porque ser agradable o amable.
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