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jueves, 17 de agosto de 2017
1972- QUENA Y EL SACRAMÚS – Gos
No es fácil encontrar ciencia ficción de calidad apropiada para los niños. Los libros pueden resultar un material algo pesado y muchas películas y series de televisión son o bien demasiado complejas o bien excesivamente violentas para los espectadores más jóvenes. Otros productos que utilizan un contexto de CF son, sencillamente, una birria que insulta a la inteligencia de adultos e infantes. Por eso me parece interesante comentar aquí una obra en viñetas, salida de una de las mejores factorías de entretenimiento para lectores de todas las edades: la revista belga “Spirou”, en cuyas páginas y a lo largo de su dilatadísima trayectoria (debutó en 1938 y sigue publicándose en la actualidad) han nacido multitud de personajes que figuran entre lo más granado del comic mundial.
Roland Goossens nació el 1 de marzo de 1937 en la localidad belga de Thy-le-Château. Tras trabajar como operador cinematográfico y aprendiz de impresor, entró en la armada de su país donde permaneció once años. Por las noches y durante sus periodos de asueto, se dedicaba a lo que realmente le gustaba, el dibujo de comics. El suyo fue un periodo de aprendizaje largo y solitario. Su primera historieta, de diez páginas, apareció en 1961 publicada en una revista militar, un debut en el que ya se apreciaba un autor maduro tanto gráfica como narrativamente.
Gos conoció entonces a Peyo –el famoso creador de los Pitufos-, para quien trabajó como rotulista perfeccionando de esta manera su técnica. En 1965, abandonó la carrera militar para dedicarse exclusivamente al comic como parte del Estudio Peyo, donde ayudó a su titular a coguionizar y dibujar varios álbumes de Los Pitufos y Benito Sansón. Al mismo tiempo, creó varias historias cortas para el semanario “Spirou” y escribió guiones para Walthery, incluyendo las dos primeras aventuras de la famosa “Natacha”. También colaboró con Peyo en la finalización del último álbum de “Spirou” firmado por Franquin: “Un Bebé en Champignac” (1969). Maurice Tilleux le pidió en 1969 que se ocupara de dibujar sus guiones para el detective creado por él en 1956, “Gil Pupila”, labor que realizó (ya fuera del Estudio Peyo) durante cuatro álbumes hasta la muerte de aquél en 1979.
Es en noviembre de 1972 cuando, en el número 1806 de “Spirou”, debuta por fin su propia serie, “Quena y el Sacramús” –que sería rebautizada a un más sencillo “El Sacramús” en 1979 – Aquella primera aventura, titulada “La Herencia del Inca”, nos presentaba a Quena, un joven belga que había sido hallado en Perú siendo un niño muy pequeño por el arqueólogo y etnólogo Jorge Guijarro. Al no poder encontrar a sus padres y considerándolo un huérfano, Guijarro lo adoptó y se lo llevó a vivir con él al bello pueblecito belga de La Rosaleda. En el punto de arranque de la historia, unos diez años después, Quena encuentra en las cercanías de su casa un platillo volante pilotado por el Sacramús, un curioso ser inteligente y pacífico, mezcla de oso y gato, vestido con un mono azul y un casco multiusos, que inmediatamente se da cuenta de que el muchacho es algo especial dado que parece inmune a los efectos del armamento y tecnología extraterrestres. El secreto, tal y como averiguan más tarde, reside en el medallón que porta y con el que fue encontrado por el Tío Jorge en Perú, un objeto que tiene inscritos unos signos que el Sacramús identifica como alienígenas.
Gos se inspiró para la creación de su serie en una de las tareas de las que se había encargado mientras servía en el ejército en una sección dependiente de la OTAN: clasificar las descripciones de avistamientos ovni realizadas por los pilotos de caza. Eran los años en los que la carrera espacial entre Estados Unidos y la URSS cobraba su máxima intensidad y el “fenómeno ovni” llegó a su apogeo. La nave del Sacramús responde claramente a las descripciones que muchos “testigos” dieron de este tipo de avistamientos y el mismo extraterrestre recordaba los primeros lanzamientos al espacio de animales que se llevaron a cabo por parte de los programas espaciales de rusos y americanos.
La serie tuvo éxito desde el principio gracias a la pericia de Gos, no sólo en lo que se refiere al dibujo, sino a su planteamiento. Adoptando la forma de aventura ligera, optimista y humanista, abordó tópicos del género de la ciencia ficción tanto universales (los viajes hacia atrás y delante en el tiempo, las invasiones alienígenas, las intrigas por el poder en otros planetas, las guerras galácticas) como muy del momento (los platillos volantes y la impresión que causaban en la sociedad, las influencias extraterrestres sobre civilizaciones humanas del pasado). Y lo hizo sirviéndose, primero, de un muchacho preadolescente con el que los lectores podían identificarse fácilmente; y, segundo, del pintoresco Sacramús, un ser que aunaba sabiduría con espíritu juguetón. Con la presentación de los Galaxianos (en el álbum nº 7), los primitivos Kromoks (en el 8) y otros personajes y especies secundarias como los Ramuchas (en el 3), el universo de la colección se enriqueció permitiendo a Gos ampliar las miras de la serie a otros elementos de la ciencia ficción y la fantasía, como las intrigas palaciegas o los viajes en el tiempo. Varios de los primeros álbumes (“El Heredero del Inca”, “El Continente de las dos Lunas”, “El Dilema de Quena” o “El Gran Regreso”) tratan sobre los orígenes de Quena. Algunos de los temas recurrentes en la serie y que se abordan bien directa o bien indirectamente son la protección del medio ambiente, el pacifismo (las armas del Sacramús y los Galaxianos son siempre incapacitantes y no letales), el respeto por el prójimo, la eliminación de los prejuicios y la aceptación de las diferencias, el altruismo y la democracia como sistema ideal de gobierno.
Por otra parte, las aventuras son a menudo excusas para emprender viajes a lugares exóticos, desde Canadá al Amazonas pasando por el Tíbet lo cual supone una oportunidad para que el niño descubra otros lugares y culturas. Además la ciencia y la tecnología que sustentan algunos de los argumentos son siempre explicados de forma clara y sencilla para que así los más jóvenes puedan entenderlo sin demasiadas dificultades; esto no quiere decir que dichas explicaciones siempre se ajusten a los principios científicos conocidos, pero eso tampoco es grave teniendo en cuenta que nos hallamos ante ciencia ficción. Es más, la serie mezcla con facilidad la ciencia con lo paranormal (como el poder telepático de Sacramús) o la magia.
“Los Kromoks enloquecidos” (1985) quizá sea el último álbum del mejor periodo de la serie. El siguiente, “El Aprendiz” (1986), y todavía más con “El Gran Regreso” (1987), supondrá un giro hacia lo infantil, reduciendo así la edad del público objetivo. No fue, de todas formas un fenómeno aislado en el mundo editorial francobelga. Muchas de las series veteranas de esa escuela del comic (como Lucky Luke o Spirou) experimentaron, durante finales de los setenta y los ochenta, una acotación en el tipo de lectores a los que iban destinadas. De ese espíritu universal y atemporal tan característico que habían creado los artistas clásicos de “Tintín” o “Spirou” y que apelaba a lectores de todas las edades, se pasó a enfoques que o bien estaban destinados a adultos o bien a niños.
Así, tras un periodo de máxima inspiración y originalidad, “Quena y el Sacramús”, como por entonces sucedió con “Los Pitufos” o “Johan y Pirluit”, se infantilizó. Ojo, no quiero decir con esto que su calidad gráfica o narrativa empeore notablemente. Los guiones todavía ofrecen aventuras originales a pesar de la simplificación de sus diálogos y el acartonamiento de sus personajes centrales (el Tío Jorge siempre gruñón; los traviesos galaxianos; un Quena bastante plano y un Sacramús sin personalidad destacable). Pero está claro que el espíritu de las primeras aventuras, como “El Mago de la Osa Mayor” o “El Continente de las Dos Lunas”, se ha diluido.
Hay quien incluso considera –y no sin cierta razón-, que la magia se rompió ya en el sexto álbum, “La Fuga del Sacramús” (1978), en el que se detecta un claro bajón en la inspiración y que precedió a la inclusión de los Galaxianos, una suerte de Pitufos espaciales que lastró cualquier intento de dar a las aventuras cierto matiz adulto. Esta tendencia infantilizadora alcanza su máxima expresión en el decimoséptimo álbum, “Los Galaxianos se van de gags” (1988), 44 gags de esos animalitos con escasa o ninguna gracia. En el siguiente, “¿De donde vienes, Sacramús?” (1989), se desvela el origen del protagonista: en lugar de ser un alienígena proveniente de un misterioso planeta, es un producto de la manipulación genética cuyo divertido nombre no es más que un estúpido acrónimo: “Sujet Créé par Radiations Artificielles et Manipulations Extra-Utérines Sans Toucher Aux Chromosomes Héréditaires Endogènes” (Sujeto creado por radiación artificial y manipulación extrauterina sin tocar los cromosomas hereditarios endógenos”). En lugar de situarlo como parte de una civilización extraterrestre y, por tanto, otorgarle un contexto cultural y un pasado concretos, resulta ser un individuo sin raíces y, por tanto, bastante hueco. En este sentido, resultan más interesantes -siempre dentro de su carácter infantil, claro- los Galaxianos. Puede que no tengan el encanto y la personalidad individual de los Pitufos (todos ellos son bastante intercambiables), pero colectivamente Gos los integró en una cultura razonablemente bien construida (sin exagerar, no estamos hablando de Frank Herbert), especialmente a nivel político, como puede apreciarse en los álbumes “El Príncipe de los Galaxianos” (nº 10, 1981), “El Renegado” (nº 11, 1982) o “El Presidente Galaxiano” (nº 29, 1997).
La infantilización de la serie puede que alienara al público algo más adulto pero está claro a tenor de su longevidad (desde 1972 y hasta 2017, han aparecido 43 álbumes. Desde 2005, la colección cambió de la editorial Dupuis a Glenat) que sigue manteniendo su encanto entre un amplio sector de los lectores más jóvenes. De hecho, su éxito multigeneracional ha permitido que “El Sacramús” se convierta en una empresa familiar por cuanto el hijo de Gos, Walter Goossens, “Walt”, empezó a colaborar con su padre en los guiones y dibujo de la colección desde 1982 y hoy es ya su sucesor oficial. Su otro hijo, Benoit, colabora en la serie como colorista.
Centrándonos exclusivamente en la primera y más inspirada etapa de la serie, podemos decir que el mundo creado por Gos rebosa encanto e imaginación. Mientras se encuentran en la Tierra, Quena, el Sacramús y el Tío Jorge viven en un apacible entorno semirrural que parece encerrado en una suerte de burbuja temporal. Esa atemporalidad ha preservado a la colección del paso del tiempo y casi cincuenta años después de su debut, estas aventuras pueden seguir leyéndose sin que el vestuario o la tecnología chirríen demasiado (un efecto más difícil de conseguir en el caso de la ambientación puramente urbana, donde los cambios en arquitectura, moda, vehículos y aparatos son más patentes).
Las peripecias de Quena y el Sacramús, aunque en ningún momento revolucionarias, tampoco son pretenciosas y, en cambio y en la mejor tradición de la editorial Dupuis, sí resultan simpáticas y sólidas desde un punto de vista gráfico y narrativo. Es cierto, no obstante, que todo el carisma del reparto se lo lleva el Sacramús, dejando al teórico héroe inicial de la serie, Quena, en un segundo plano y como mero enlace con el lector más joven; y al tío Jorge en el papel de adulto corto de miras, gruñón y emisor de discursos admonitorios. Los villanos normalmente son presentados como más estúpidos que peligrosos, como es el caso de los Kromoks o los Acusmalas.
El dibujo de Gos, claramente deudor del de Peyo, es claro y preciso, de líneas curvas y amables. Sus figuras son elásticas, a mitad de camino entre lo naturalista y la abierta caricatura, y sus fondos completos sin llegar a saturar la viñeta. Es cierto que el artista no tiene el talento de su colega Roger Leloup (creador y dibujante de Yoko Tsuno) a la hora de diseñar tecnología extraterrestre: los cohetes, alienígenas, robots, arquitectura, armas o aparatos carecen de originalidad; pero tampoco se puede decir que estén mal dibujados y, al fin y al cabo, el principal objetivo de esta serie son lectores de una edad cuya exigencia y experiencia en el género no les ha permitido todavía desarrollar un criterio suficientemente sólido como para valorar negativamente este apartado.
“Quena y el Sacramús” constituye una idónea introducción de la CF para el lector más joven. Tiene acción sin violencia, aventura y parodia, humor ligero y sentido de lo maravilloso en las dosis precisas para despertar la imaginación de los niños de 8 a 14 años, si bien sobre todo las primeras entregas (publicadas hasta la fecha en España por Dolmen Editorial en forma de tres volúmenes que recopilan los nueve primeros álbumes de la serie), pueden igualmente ser disfrutadas por los adultos gracias al buen hacer con el que están resueltas.
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