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miércoles, 31 de agosto de 2016
2011- EVA – Kike Maillo
No tengo muchas oportunidades de reseñar en este blog películas de ciencia ficción producidas en España. Mucho se podría hablar sobre las sombras de la industria del cine en este país, pero está claro que este género en particular suele requerir en su vertiente cinematográfica de inversiones financieras más abultadas de las que suelen estar disponibles recurriendo a las subvenciones y ayudas estatales. Así que, en primer lugar, hay que agradecer la valentía del realizador Kike Maillo al decidir contar una historia inserta en un género con poca tradición en España y hacerlo sabiendo las limitaciones con las que contaba. Lejos de intentar fabricar una gran narración épica apoyada en efectos visuales –lo que hubiera resultado un fracaso por no contar con los medios suficientes-, opta por un guión intimista y cotidiano que, sin embargo, ofrece una propuesta interesante.
La acción se sitúa en el año 2041, futuro en el que los robots han pasado a ser una presencia cotidiana en la sociedad. Ese invierno, tras diez años de ausencia, Alex Garel (Daniel Brühl) regresa al pueblo suizo en el que se localiza la facultad de robótica en la que brilló cuando era un alumno. Su antigua amiga Julia (Anne Canovas) lo ha llamado para que se ocupe de un proyecto de investigación secreto: crear el cerebro de una nueva línea de niños-robot; o, más concretamente, desarrollar su inteligencia emocional. Alex se reencuentra también con su hermano David (Alberto Ammann) y con su antiguo amor y ahora esposa de éste, Lana (Marta Etura).
Conoce también a Eva (Claudia Vega), la hija de David y Lana, una niña de diez años cuya original personalidad le cautiva hasta el punto de decidir utilizarla como modelo para su robot. La relación que establece con Eva hace no sólo que Alex reavive su amor por Lana, sino que, al sospechar que ésta oculta un secreto, empiece a tener dudas tanto sobre su investigación como sobre sus sentimientos.
Kike Maillo sabe entender que la ciencia ficción puede servir de simple lienzo sobre el cual desarrollar un tipo de historia que nada tiene que ver con el futuro, los viajes espaciales o las invasiones alienígenas. En este caso, los robots sirven de excusa para contar un drama de corte muy humano: el retorno a casa, el reencuentro con el pasado, los conflictos familiares, el despertar de viejas pasiones…
La película tiene algunos problemas que lastran el resultado final. El primero de ellos es que el guion (firmado por Sergi Belbel, Cristina Clemente, Martí Roca y Aintza Serra) no ofrece lo que vende. La escena de apertura nos lleva a pensar que se nos va a contar un thriller, el misterio que rodea un asesinato. Pero no es así. “Eva” es en realidad un drama apoyado en el triángulo amoroso Alex-David-Lana por una parte, y la relación que establecen Alex y Eva por otra. A la hora de la verdad, la muerte de Lana (y no hago spoiler porque ello ya aparece en esas imágenes de arranque) ocupa una parte muy pequeña de la película pero ya condiciona todo el visionado. Y, para colmo (ATENCIÓN:SPOILER), ni siquiera resulta ser un asesinato sino un accidente, puesto que Eva en el fondo nunca pretendió matar a Lana. Ese anticlímax, además, viene seguido por una larga secuencia dramática alimentada por el sentimentalismo y que culmina con la desconexión definitiva de Eva (FIN SPOILER). Al final, el único momento de verdadera tensión es la escena en la que el prototipo de robot hace un amago de violencia contra Alex, lo que lleva a pensar que la inclusión de elementos de thriller respondía sobre todo al intento de hacer más comercial la película.
Bien, entonces lo que tenemos es un drama, no un thriller. La película establece con rapidez y efectividad las relaciones entre los personajes principales: los dos hermanos de personalidades muy diferentes, la tirantez en el trato que evidencia rencillas pasadas, el reencuentro con un viejo amor que se quedó con un hermano porque el otro, a quien realmente quería, se marchó… Sin embargo, el film no acaba de transmitir las emociones con la intensidad necesaria que precisa una historia de ese corte. Los actores parecen distantes, los diálogos se antojan rígidos y algunas escenas están muy mal resueltas (como la del baile en el bar)…De hecho, el robótico MAX parece más humano que sus amos. Ignoro si esto es un fallo de guión, de dirección o bien un efecto deliberado que pretendía transmitir esa idea tan propia de la ciencia ficción en virtud de la cual cuanto más “humanas” son las máquinas que fabricamos, más inhumanos nos volvemos nosotros (ver, por ejemplo, “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?”, “I.A.Inteligencia Artificial” o “2001: Una Odisea del Espacio”), algo que parecería verse subrayado por el gélido entorno invernal que envuelve la acción. En cualquier caso, el argumento no sabe cómo hilar las emociones del trío amoroso y no se justifican las razones por las que Lana vuelve a sentirse atraída (o por qué lo estuvo alguna vez) por un tipo tan asocial y frío como Alex; o por qué éste desarrolla un afecto tan profundo por Eva en cuestión de tan sólo unos pocos días.
Además de un ritmo demasiado lento, el argumento tiene otros problemas. Por ejemplo, la incoherencia y falta de explicación de algunos elementos. Tratándose de una avanzada facultad de robótica, vemos máquinas bastante toscas en los terrenos circundantes del campus, pero luego aparece un ser tan inexplicadamente avanzado –por mucho que sea muy divertido y quizá el mejor personaje de la cinta- como Max. (ATENCIÓN: SPOILER): Por otra parte, ¿por qué llaman a Alex para diseñar un niño-robot cuando en la universidad ya saben perfectamente que Lana había conseguido hacerlo con Eva tiempo atrás? De hecho, un robot tan perfecto que resulta en la práctica indistinguible de un niño real. A la facultad le bastaba con pulir los supuestos defectos del modelo “Eva” en lugar de iniciar un nuevo “proyecto secreto” desde cero. (FIN SPOILER).
La película pasa además de largo por los problemas éticos que plantea el desarrollo de un niño-robot, algo que sí tocaba, por ejemplo, su inevitable referente directo, “I.A. Inteligencia Artificial” (2001). En ésta última, el desarrollo de ese tipo de robots respondía a un entorno de superpoblación y recursos escasos, por lo que el gobierno había tenido que limitar la natalidad. Aquéllos padres que no podían tener hijos, que se veían afectados por la prohibición o cuyos vástagos habían muerto o algo equivalente (que es el caso de la pareja con la que empieza dicha película) estarían interesados en adquirir tal tipo de robot como una suerte de muleta emocional. Spielberg, además, tocaba temas como la responsabilidad individual y colectiva del hombre con una creación inteligente capaz de sentir, la naturaleza de la inteligencia y las emociones, o las tensiones sociales derivadas de la proliferación de robots. Pero aquí, ¿cuál es el aliciente para construir robots inteligentes más allá de la mera consecución de tal hazaña? ¿Qué problemas emocionales o sociales o dilemas éticos generarían la creación y comercialización de estos seres? La película pasa de puntillas sobre todos estos temas para centrarse en las relaciones entre los personajes.
En el plano interpretativo hay que destacar a Claudia Vega, escogida entre miles de niños tras visitar decenas de escuelas y que sabe dar vida –nunca mejor dicho- a un personaje carismático que se gana el afecto del espectador. Lo mismo puede decirse de Lluis Homar, que interpreta a un desconcertante mayordomo-androide que, pese a ser lo menos verosímil de la película, resulta una delicia ver en cada una de sus intervenciones. El resto de los actores están simplemente correctos, probablemente porque sus personajes no les permiten brillar demasiado. Hay momentos notables por lo natural y realista de sus interpretaciones y otros que naufragan al no conseguir transmitir el sentimiento necesario (por ejemplo en varias de las escenas entre Alex y Lana).
Por otro lado, hay que concederle a Maillo el haber sabido sacar el máximo partido del presupuesto con el que contaba. Los siete millones de euros que costó “Eva” están muy bien invertidos y el director no cae en la tentación de abarcar más de lo que ese dinero podría conseguir en cuanto a efectos especiales. La historia tiene un tono modesto y cotidiano (cuatro personajes principales y una localización espacial y temporal muy limitada) que encaja en dicho presupuesto pero, al mismo tiempo, ofrece una factura visual muy cuidada.
El que la película entre sobre todo por los ojos se lo debemos, en primer lugar, al director de fotografía Arnau Valls Colomer, quien nos ofrece imágenes de gran belleza rodadas en los paisajes invernales de Panticosa (España) y La Chaux-de-Fonds (Suiza); y, en segundo lugar, a los elegantes efectos diseñados por Reyes Abades. Además, el buen criterio de utilizar el retrofuturismo como premisa visual no sólo ahorra costes, sino que dota a la película de una personalidad más destacada que, por ejemplo, superproducciones como “Transformers” (“Eva” se llevó el premio correspondiente a este apartado en el Festival de Sitges). Así, los coches, aunque eléctricos, son viejos modelos Saab; los personajes fuman como si tal vicio haya experimentado un revivir en el futuro, las modas en el vestir no han sufrido demasiados cambios, se sigue escuchando a David Bowie en los pubs, las gafas tienen un horrible diseño ochentero y el instrumental de laboratorio tiene aspecto de haber sido construido con retales de un taller. Como sucedía en, por ejemplo, “Gattaca”, esa opción de diseño permite darle a la película una atmósfera de atemporalidad más que de futurismo, facilitando que el lector pueda identificarse con ese mundo en mayor medida que si se planteara un escenario de ciudades hipertecnificadas.
“Eva” no trata de construir un mundo del futuro, sino sólo introducir pequeños pero acertados cambios en el presente, integrando los robots de una forma verosímil en un entorno realista en lugar de caer en el mero exhibicionismo, por ejemplo en el caso de la secretaria-robot o el gato de Alex. Las creaciones digitales tienen auténtica corporeidad más allá de esa artificialidad volátil con que nos castigan otras producciones repletas de seres digitales.
Su buena factura no le aseguró a “Eva” un buen recorrido comercial. A tenor de las cifras que he podido ver, ni siquiera llegó a recuperar la mitad de la inversión realizada, un problema en el que parece tener bastante que ver la incapacidad de la distribuidora para lograr una suficiente exposición en otros países. Maillo (que se había bregado con algunos cortos premiados en festivales, publicidad y su actividad docente en la escuela de cine de Barcelona), no fue profeta en su tierra y después de que “Eva” despertara bastante interés durante su producción, llegado el momento del estreno nadie pareció prestarle la menor atención por mucho que luego lo reconocieran sus colegas con el Premio Goya al Mejor Director Revelación en 2012, algo que sin duda merecía habida cuenta de que “Eva”, a pesar de ser su debut como director de un film de larga duración, ya demuestra una gran elegancia y cierta solidez.
“Eva” no es ninguna obra maestra. Ni siquiera una película imprescindible o recomendable sin reservas. Ahora bien, aun cuando su desarrollo sea algo irregular, sus ideas sean más interesantes que el resultado final obtenido y que le falta algo de alma, no deja de ser un film de factura elegante, con un metraje ajustado (95 minutos), acertado en sus referentes (“I.A.Inteligencia Artificial”, “El Hombre del Bicentenario”, “Beautiful Girls”…), que no llega a aburrir y que merece verse con tal de apoyar la valentía de su propuesta en un país, España, nada dispuesto a apoyar la ciencia ficción nativa. .
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