domingo, 19 de junio de 2016

2013- DOOMSDAY.1 – John Byrne




A mediados de los años setenta, en el inicio de su carrera profesional, John Byrne consiguió trabajo en la Charlton, una de las editoriales independientes que por entonces trataban de prosperar a la sombra de las dos grandes, Marvel y DC. Dibujó brevemente historias de complemento para “E-Man” y comics basados en dibujos animados en “Wheelie and the Chopper Bunch” antes de hallar la oportunidad de realizar un comic con el que no sólo se sentía más a gusto, sino que trataba temas mucho más ambiciosos.

“Doomsday+1” transcurría en un futuro postapocalíptico en el que, tras un malentendido entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el holocausto nuclear arrasa casi todo el planeta. Horas antes de que ello suceda, tres astronautas habían sido lanzados al espacio, por lo que consiguen sobrevivir y tras regresar a la superficie se encuentran con un hombre del siglo III que ha despertado del estado de animación suspendida en que había quedado tras caer en el hielo groenlandés. Los cuatro tratarán de sobrevivir en un mundo completamente hostil.



Durante décadas, Joe Gill había sido no sólo el principal guionista de Charlton, sino uno de los escritores de comics más prolíficos de la historia del medio. Él y John Byrne crearon el argumento para el número uno de “Doomsday+1”. Ya comenzada la serie regular, Byrne no tardó en participar de los guiones, reescribiendo lo que le parecía bien de las historias que le pasaba Gill. Fue una experiencia que le sirvió para aprender las técnicas de escritura de guiones y desarrollo de argumentos y personajes.

Para Byrne, una oportunidad conducía a otra. Su trabajo en Charlton le abrió las puertas de Marvel a través de Chris Claremont, que aconsejó contratarle para dibujar sus guiones de Puño de Hierro en la serie “Marvel Premiere”. A partir de ese momento, se convirtió en uno de los profesionales más apreciados por los fans, estatus que mantuvo durante más de treinta años. Glosar su carrera y logros supera con creces el objetivo de este post, así que daremos un gran salto hasta 2013, cuando el autor, en pleno renacimiento artístico –mayormente ignorado por la industria-, crea un puñado de nuevas e interesantes series para la editorial IDW. Es entonces cuando decide revisitar aquella primeriza “Doomsday+1” y reformularla sobre bases más modernas, apoyadas en la ciencia ficción dura y expurgando los elementos fantásticos de aquélla. Así, escribe y dibuja cuatro números que conforman una miniserie que pretendió ser el primer ciclo argumental de un proyecto más ambicioso (algo parecido a lo que había realizado años atrás con “Next Men”).

Un equipo de astronautas que están cubriendo su turno en la Estación Espacial Internacional descubre una gran llamarada solar que se dirige a la Tierra. Su intensidad y tamaño son tan inmensos que el mundo tal y como lo conocemos desaparecerá engullido por un mar de llamas. Mientras ellos hacen preparativos para trasladarse al transbordador espacial y tratar de aterrizar en el planeta, el mundo afronta su final. Conforme completan las órbitas necesarias para esquivar lo peor de la llamarada, ven cómo la superficie de la Tierra resulta arrasada, los casquetes polares y océanos se evaporan y se produce una aniquilación masiva de especies animales y vegetales, incluida, por supuesto, la humana.

Byrne no pierde el tiempo en introducir la acción y los personajes. No lo necesita. Ya en la primera viñeta, un plano general de la Estación con la Tierra de fondo, muestra la exclamación de una de las científicas de abordo al descubrir la magnitud del desastre que se avecina. El primer número divide la acción entre lo que sucede en Estación Espacial Internacional y diversos interludios localizados en la Tierra que introducen subtramas que se retomarán más adelante en la serie.

La tripulación, como era de esperar, se ajusta al cliché multinacional, reuniendo gente de
procedencias diversas. El coronel rusol Yuri Kunov, quizá el único en disfrutar de un aspecto impresionante gracias a su tamaño y leonina barba, está al mando de la Estación. Su mujer, Yulia, se halla embarazada; la astrónoma japonesa Hikari Akiyama es la segunda fémina del equipo y es la que descubre la llamarada solar que inicia la historia. Pascal Brussard es un tópico francés; el capitán americano Greg Boyd; y el empresario Benning, propietario de Vantage Space Lines, que ha financiado la fabricación de una nueva lanzadera espacial con la que ha llegado hasta la estación junto a su educado piloto canadiense Gordon West.

No hay una caracterización demasiado profunda aquí, en buena medida debido a la compresión narrativa que utiliza Byrne. Incluye mucha información en tan solo 32 páginas y los personajes se ven obligados a servir de meros transmisores de la misma. En general, están bastante desdibujados aunque sí se apuntan algunos rasgos de la personalidad de varios de ellos y las relaciones que los unen –o que los separan-: El profundo amor que Kunov siente por su mujer y su nonato hijo le lleva a sacrificarse por ellos; se menciona la difícil relación entre Boyd y su padre,
asesor militar en la Casa Blanca; Benning es un sujeto tan emprendedor y resuelto como arrogante y desconsiderado, un individuo que recuerda –sin su simpatía ni fotogenia- a Richard Branson.

El problema es que el lector se encuentra inmerso ya en la página 4 en una amarga discusión que apunta a pasadas rencillas pero de las que no se ofrece pista alguna. Benning actúa como un idiota altanero sin razón aparente y su altercado con Yuri ni se resuelve ni se vuelve a mencionar ni en este ni en los siguientes episodios. Ello hace difícil que el lector pueda sentir empatía por unos personajes que hablan de cosas de las que no se siente parte. ¿Cómo saber en qué bando situarse?

Señal de que esa parte de la historia resulta apresurada y no del todo bien equilibrada es que los interludios que establecen un par de subtramas resulten más interesantes que la acción principal pese a su brevedad: el discurso de la presidenta de los Estados Unidos anunciando al mundo la catástrofe y la reacción de un cínico Papa en el Vaticano son momentos
más intensos e intrigantes que las discusiones a bordo de la Estación Espacial y hacen desear que Byrne hubiera profundizado más en las consecuencias que el anuncio del apocalipsis tendría en diferentes ámbitos de la sociedad y los gobiernos de la Tierra.

El característico estilo de Byrne, reminiscente de los comics de los setenta, es sobradamente conocido entre los aficionados y éstos no encontrarán aquí nada que les sorprenda, pero tampoco que les decepcione. A diferencia de otros trabajos suyos de años anteriores en los que la desgana o las prisas se manifestaban en el descuido de proporciones, perspectivas o terminación de detalles, aquí recobra su pulso. El “problema” es que sus páginas parecen realizadas con tanta facilidad, sus personajes y situaciones resultan tan normales, que su talento narrativo pasa desapercibido.

Byrne dibuja a sus protagonistas como seres ordinarios, bastante anodinos y en absoluto heroicos o extravagantes. Hasta sus ropas son meros atuendos de trabajo, sencillos, sueltos y de colores básicos y muy vivos que permitan diferenciarlos bien unos de otros (ese aspecto del color, aplicado por Leonard O´Grady, resulta un desacertado guiño a los
típicos comics de superhéroes en vez de limitarse a una paleta cromática más sobria y acorde con la ciencia ficción “dura” que parece tratar de construir Byrne. En cambio, su tratamiento de la evolución de la tormenta de fuego sobre el planeta resulta muy intenso). En contraste, los fondos reciben mucha mayor atención en cuanto al detalle en su representación (las viñetas del Vaticano, por ejemplo, son excelentes). Notable como siempre es su habilidad para transmitir emociones mediante las expresiones faciales y el lenguaje corporal.

En el segundo episodio, los seis astronautas supervivientes han llegado a la devastada Tierra, concretamente a un rincón de Texas que por alguna razón no quedó tan achicharrado como el resto de la superficie del planeta. A bordo de un Humvee, empiezan a viajar en busca de otros posibles supervivientes o, al menos, de algún lugar donde poder establecerse.

Pero claro, todos sabemos que un mundo postapocalíptico rara vez es un entorno amigable en este
tipo de historias; y no sólo por las peligrosas condiciones medioambientales sino por la calaña de otros seres humanos. Así, los protagonistas son engañados para dirigirse a un lugar aparentemente seguro que no es otra cosa que una prisión controlada por sus antiguos internos. Allí son encarcelados y deberán hallar una forma para escapar de las instalaciones antes de que sus muy trastornados dueños acaben con ellos.

Como si de un episodio televisivo se tratara, la historia comienza y termina en el curso de sus 22 páginas, con los protagonistas al final trasladándose a otro escenario diferente. Es un episodio bien narrado, intenso y compacto, pero hay un par de elementos clave de la trama que resultan excesivamente familiares: la prisión conquistada por los convictos liderados por un individuo histriónico y psicópata es algo que se ha visto en multitud de ocasiones; los supervivientes conduciendo un vehículo a través de un paisaje desolado remite a “Mad Max 2” (1981) o “Callejón Mortal” (1977)…

Aun con la inclusión de estos guiños, intencionados o no, Byrne ofrece una historia muy disfrutable y entretenida que demuestra que aún mantiene en vigor su talento como narrador. Su dibujo y composición son claros y libres de distracciones cuando la acción lo requiere, y con fondos detallados en los momentos en que éstos son necesarios. Además, y como ya habíamos podido ver en su anterior miniserie para IDW, el thriller de espionaje “Guerra Fría”, no hay nadie actualmente que entinte sus lápices tan bien como él mismo. Aunque la premisa argumental no es tan interesante como la de esa otra serie, Byrne nos recuerda por qué sigue siendo uno de los mejores narradores del medio.

También empezamos a ver algunos esfuerzos por caracterizar a los personajes y dotarles de un mayor grado de individualidad. Por ejemplo, el canadiense Gordon West tiene un sueño erótico con su compañera, la aparentemente fría y analítica Akima. Una frialdad que parece también haber conquistado a Yulia tras la muerte de su esposo y su determinación a salvar a su hijo a cualquier precio. Pero esto no son más que pinceladas apuntadas sobre la marcha en una historia totalmente dominada por la acción, que transcurre a un ritmo muy rápido y que aumenta aún más la agilidad de lectura introduciendo giros y sorpresas, como la reacción de alguna de las protagonistas o el hallazgo del alcaide.

El tercer episodio transcurre tras una elipsis de sesenta días respecto al capítulo anterior. Los
astronautas se hallan ahora en un pequeño barco en el Golfo de México. Son avistados por un submarino americano que había aparecido en el primer capítulo, suben a bordo e intercambian sus respectivas historias tras la catástrofe. Se nos informa ahora de que el francés Pascal ha muerto a consecuencia de las heridas sufridas en el capítulo anterior. Por desgracia, se trata de una baja prematura. En solo dos episodios, dominados además por la acción, es imposible que el lector se haya encariñado de los personajes por lo que la muerte de uno de ellos deja mayormente indiferente. Para colmo, Byrne solventa el asunto en dos simples viñetas, dando a entender que no sabía qué hacer con el personaje y que se lo había quitado de en medio lo más rápida y silenciosamente posible. A cambio, presenta un niño al que los astronautas habían recogido en Miami y del que luego el autor se olvidará completamente.

En cuanto a la historia que cuenta el comandante del submarino, tampoco parece sostenerse demasiado bien. En el primer número se nos había informado de que los mares se habían evaporado; ahora nos dicen que la evaporación provocó torrenciales lluvias…¡que rellenaron de nuevo las cuencas oceánicas! Y ello en menos de dos meses. Para
colmo, parecen haber piratas pululando por esas aguas, una amenaza poco creíble –o, cuando menos, no explicada- habida cuenta de la magnitud de la catástrofe acontecida.

El submarino hace una parada frente a Nueva York –o lo que queda de ella- y los exploradores desembarcan en busca de supervivientes. De nuevo, tenemos aquí una vuelta al cliché: la incursión por las ruinas de una gran y emblemática ciudad junto una amalgama de guiños y referencias cinematográficas: “El Planeta de los Simios” (los restos de la Estatua de la Libertad, inexplicablemente conservada), “La Hora Final” (el submarino arribando a una ciudad postapocalíptica), “1997: Rescate en Nueva York” e incluso “Cuando el Destino nos Alcance” (el comentario jocoso de Benning). Naturalmente, acabarán encontrando vida…aunque no exactamente lo que iban buscando.

Este número es quizá el más llamativo gráficamente. El ambiente ruinoso y opresivo de Nueva York está magníficamente conseguido (gracias también a la labor del colorista) y hay momentos ejemplares de cómo narrar una historia en, por ejemplo, la plancha en la que los protagonistas van descendiendo hacia los túneles del metro; o aquella en la que Hikari cae por un agujero. Byrne
juega con la forma y disposición de las viñetas para expresar movimiento, dirección y paso del tiempo. Otra solución gráfica interesante es cuando astronautas y marinos narran respectivamente sus experiencias: en dos páginas opuestas, una viñeta alargada expositiva y seis pequeños cuadros inferiores en cada una. Son recursos sencillos pero precisos, que no tratan de impactar ni sorprender al lector de forma artificial, sino mejorar la claridad narrativa y/ o potenciar el sustrato dramático de la escena. Ello queda perfectamente ejemplificado en la última plancha, en la que en cinco viñetas de tamaño decreciente se va cerrando el plano desde uno general de la ciudad hasta un primer plano de un ojo empañado por las lágrimas.

El cuarto y último número da otro salto temporal, situándonos casi un año después de la catástrofe. Los astronautas se han reconvertido en granjeros en un lugar de Sudamérica que aparentemente no ha resultado tan dañado por la llama solar, algo de lo que ya se nos había informado en el primer número pero que resulta bastante inverosímil. Así, no sólo se conservan porciones de selva y caudalosas cataratas, sino que los indígenas aún moran en la región. En cualquier caso, al comienzo del número el grupo se
encuentra dividido. Algunos han permanecido en un asentamiento donde varios supervivientes tratan de cultivar la tierra y reconstruir un símil de vida comunitaria. Otros, salieron de exploración y, al regresar –ya en la página tres-, se descubre que Gordon ha caído durante la misión.

Lo que sigue es una aventura al estilo Indiana Jones o Las Minas del Rey Salomón, con exploradores, indígenas hostiles dirigidos por un blanco malvado, persecuciones por la selva bajo lluvias de flechas, puentes colgantes sobre abismos… de nuevo, una reunión de clichés en un hilo narrativo bien contado y pleno de acción pero, una vez más, poco original. De nuevo, en aras de la acción y sacrificado al formato de 32 páginas y una continuación incierta, se sacrifica un personaje con gran potencial. El Papa descreído y antipático que habíamos visto en el primer número reaparece aquí como misionero reconciliado con Dios y con su fe gracias al contacto con la tierra y la gente sencilla. Alma del asentamiento, el padre Valenti desaparece abruptamente en el mismo episodio, lo que impide, una vez más, que el lector haya podido encariñarse con él –algo que sin duda hubiera sucedido de haber tenido un recorrido más largo en la colección-. La historia termina cuando el grupo vuelve a dividirse, partiendo varios de
sus miembros a investigar una señal procedente del centro de Norteamérica y supuestamente emitida por el padre del capitán Boyd.

“Doomsday.1” sería el equivalente a una serie de TV de bajo presupuesto. No hay grandes ideas ni momentos memorables y demasiadas cosas suenan a ya vistas, a clichés, y sus intentos de aportar un aire de ciencia ficción “dura” naufragan a menudo en incoherencias o absurdos. Eso sí, Byrne es un narrador experto, la lectura en ningún momento se hace aburrida y el dibujo está más trabajado que en algunas de sus obras anteriores.

Quizá el principal problema sea la falta de concreción de los personajes. En el primer número aún se tenía la impresión de que el reparto elegido tenía un gran potencial, que a lo largo de los episodios podrían irse explorando sus personalidades a través de la forma en que asimilaban la catástrofe que se había abatido sobre el planeta. Por desgracia, conforme iban pasando los números, esa esperanza se desvanecía y los protagonistas acabaron siendo más planos de lo que una historia requiere para sobresalir sobre el resto. Es posible que parte del problema residiera en las grandes elipsis entre número y número. Pasan meses entre el final de un episodio y el
comienzo del siguiente y los acontecimientos que median entre uno y otro momento apenas se mencionan antes de que surja una nueva amenaza que concentre la acción de las siguientes veinticinco páginas. Sencillamente, el autor no reserva el tiempo suficiente para que los personajes crezcan.

Y es una lástima, porque el subgénero postapocalíptico tiene un gran potencial siempre y cuando sirva de marco para unos personajes fuertes. “Doomsday.1” no satisfizo las expectativas de su primer número y su historia y protagonistas fueron incapaces de estar a la altura de su depurada técnica narrativa. Quizá fuera por ello que los lectores no acabaran de dar su decidido apoyo a la serie y que ésta no tuviera continuación.

Para amantes incondicionales del género postapocalíptico y seguidores de John Byrne, cuya firma, como mínimo, siempre es garantía de una lectura amena.


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