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martes, 22 de marzo de 2016
1950: OBJETIVO: LA LUNA Y ATERRIZAJE EN LA LUNA -HERGÉ
Desde el siglo XVII, viajar a la Luna había sido un sueño para muchos astrónomos y científicos. En 1865, Julio Verne escribió “De la Tierra a la Luna”, dando a tal posibilidad, por primera vez, un cierto rigor científico. Tras él, otros autores ofrecieron ficciones similares, pero fue tras la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la carrera espacial, cuando el viaje a nuestro satélite pasó de ser una fantasía a una realidad potencial. Para entonces, Tintín ya era una celebridad en el continente europeo.
Nacido en 1929 de la imaginación de Georges Remi, alias Hergé, el joven reportero belga de rasgos tan poco definidos como universales no tardó en convertirse en uno de los personajes de comic más famosos de todos los tiempos. Pionero de la historieta europea moderna, Hergé creó un estilo, la línea clara, que no sólo tenía un lado estético, sino también conceptual y cuya inmensa influencia supera con creces el ámbito de este artículo. Para quien le interese profundizar en ello le remito al extenso análisis que he ido publicando por entregas en el blog hermano de este.
Las más diversas peripecias habían llevado a Tintín por todo el mundo, desde sus inicios como periodista occidental en la joven Unión Soviética al Congo colonial belga; de Oriente Medio a los Andes peruanos; de las ciudades y praderas norteamericanas a la China ocupada por los japoneses; del Egipto de los faraones a naciones añejas de una Centroeuropa ficticia; de la Escocia rural a las inestables dictaduras sudamericanas. Su profesión de periodista quedó pronto ignorada para transformarse en un simple aventurero que igual salía a la búsqueda de un tesoro que desvelaba una conspiración en una casa real, investigaba misterios o desmantelaba redes criminales internacionales. Acompañado sólo por Milú en sus comienzos, Hergé le dotó más adelante de algunos compañeros regulares (Haddock, Tornasol, Hernández y Fernández) y secundarios recurrentes que enriquecieron lo que acabó convirtiéndose en un rico universo autorreferencial plasmado con un detallismo y elegancia gráficas impecables.
Hergé, siempre a la búsqueda de la mejor aventura para su personaje y tras haberlo paseado por los lugares más exóticos, creyó que había llegado el momento de mandarlo a la Luna; pero quería hacerlo de una forma lo más realista posible, algo que era menos sencillo de lo que ahora puede parecernos, puesto que el hombre no llegaría al satélite hasta 1969. Para ello contactó con el científico, explorador y escritor belga Bernard Heuvelmans, quien en 1948 presenta un posible guión a Hergé. Pero tal guión era más un pastiche de secuencias que una verdadera aventura al estilo de Tintín, por lo que el autor desechó la mayoría del material y decidió quedarse sólo con algunos pasajes e ideas, sobre todo relacionados con la tecnología y los fenómenos que tienen lugar en el espacio, como la ausencia de gravedad. Así, entre marzo de 1950 y diciembre de 1953, la revista “Tintín” serializó la nueva aventura del joven héroe y sus compañeros Haddock, Tornasol, Milú y los Hernández y Fernández.
Tras volver a Moulinsart al término de la peripecia anterior en Oriente Medio, Tintín y Haddock se enteran de que el Profesor Tornasol se halla ausente. Tres semanas atrás se marchó a Sildavia, a donde los invita a unirse a él mediante un telegrama en el que se no se aclaran las razones de su estancia allí. Una vez en el aeropuerto de la capital de ese país eslavo, Klow, les recogen un par de hombres de la Zepo, el servicio secreto sildavo, que los conducen a un centro de investigación situado en un recóndito enclave montañoso y sometido a una fuerte vigilancia. Por fin, se reencuentran con Tornasol, que les informa de que ha acudido allí para desarrollar un cohete que permitirá a un equipo de hombres viajar a la Luna y aterrizar en su superficie. A pesar de sus reticencias, Tintín y Haddock son reclutados para participar en la misión junto al propio Tornasol y otro científico del proyecto, Frank Wolff.
El resto del álbum se desarrolla en el interior del complejo de investigación, donde durante los meses que se tarda en organizar la misión y construir el cohete, se suceden una serie de sabotajes e intentos de robo de secretos por parte de potencias extranjeras que apuntan a la existencia de un traidor en sus filas. En un momento determinado, incluso, todo parece peligrar debido a una accidental amnesia de Tornasol, que es curada por Haddock de forma igualmente fortuita. Por fin, todo está listo y llega la noche en la que se efectuará el lanzamiento. Los cuatro primeros astronautas de la historia suben a bordo del cohete mientras Baxter, el director del proyecto, dirige las operaciones desde el centro de misión en tierra. El cohete despega con éxito, pero conforme éste sale de la atmósfera, nadie a bordo responde a las llamadas cada vez más desesperadas del centro de control…
Al término de esta aventura, el semanario “Tintín” inició inmediatamente la serialización de la segunda parte, “Aterrizaje en la Luna”, en la que la vertiente más didáctica del primer episodio pasa a segundo plano en favor de una historia de aventuras y suspense. Los héroes llegan a la Luna para iniciar una serie de observaciones y experimentos, pero la existencia de un traidor y un polizonte a bordo ponen en peligro las vidas de todos.
Hergé abordó esta nueva aventura de Tintín con claros tintes de ciencia ficción, de la misma forma rigurosa y documentada que había hecho con todos los anteriores álbumes desde “El Loto Azul”. Además de con las indicaciones y recomendaciones de Bernard Heuvelmans, Hergé consultó textos de astronáutica escritos por pioneros como Wernher Von Braun o Hermann Oberth, reuniendo una apreciable biblioteca sobre el tema. Tampoco se le escapó el reciente estreno de una película “Con Destino La Luna” (1950, Irving Pichel), con la que se dio inicio a la era moderna del cine de ciencia ficción. Se trataba de un film con guión original de Robert A.Heinlein en el que se narraba de manera realista, casi documental, una posible futura misión a la Luna.
No fue la única fuente cinematográfica que inspiró la historia imaginada por Hergé para esta aventura. En 1929, Fritz Lang había estrenado “La Mujer en la Luna”, otro film fundacional de la ciencia ficción, para la que había trabajado como asesor técnico el mismísimo Hermann Oberth. Buena parte de elementos de diseño exterior e interior, soluciones tecnológicas e incluso la intriga del traidor a bordo y las ansias de explotación de las riquezas lunares están tomadas de aquella cinta.
En cuanto al aspecto gráfico, hay que reseñar que en abril de 1950 habían nacido los Estudios Hergé, un grupo de profesionales que colaboraban con el autor titular aligerándole la carga de trabajo. Entre ellos destacó Bob De Moor, que se unió al equipo un año después convirtiéndose en uno de sus pilares. Fue él quien dibujó las elaboradas torres de lanzamiento del cohete, el asteroide Adonis, los hermosos paisajes lunares… y el propio proyectil rojo y blanco que se ha convertido en todo un icono de la cultura popular.
El estudio construyó una detallada maqueta del cohete para que De Moor la pudiera dibujar fácilmente y Hergé se la presentó en persona para su aprobación a Alexander Ananoff, pionero francés de la astronáutica. El diseño está claramente inspirado en el de las bombas autopropulsadas V2 que los alemanes arrojaron sobre Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial; pero también remite al tipo de cohetes que desde hacía veinte años venían adornando muchas portadas de revistas de ciencia ficción norteamericanas. Era un diseño que permitía a su autor resolver muchos problemas narrativos, como el del alunizaje: éste se realizaría verticalmente, efectuando una maniobra que situara el propulsor de tal forma que lo frenara en su aproximación a la Luna. No se puede culpar a Hergé por este tipo de “errores” Por entonces el programa Apolo ni siquiera había nacido y nadie había pensado aún en diseñar un cohete por módulos que pudieran separarse, alunizar, despegar y volver a ensamblarse con un cuerpo principal dejado en órbita.
Igualmente, Hergé sucumbió a la fascinación contemporánea por lo “atómico”, imaginando un combustible químico para las maniobras efectuadas en la proximidad de la Tierra y otro nuclear para el viaje espacial (aunque el funcionamiento exacto de los motores nunca se llega a describir). Los cohetes Saturno del programa Apolo, en cambio, utilizaron propelentes químicos compuestos, por ejemplo, de hidrógeno y oxígeno líquidos. El espinoso problema de la ingravidez lo “resuelve” Hergé mediante la aceleración y frenado del cohete: cuando el vehículo se detiene, la gravedad deja de tener efecto, dando lugar a los esperables momentos humorísticos protagonizados por un especialmente gruñón y desconcertado Haddock. La interpretación del fenómeno (y del significado de la velocidad de escape) fue incorrecta, pero al menos sí procuró adoptar un enfoque realista y científico. Recordemos que por aquel entonces, salir del planeta, no digamos ya llegar a la Luna, seguía siendo tan ciencia ficción como lo es hoy llevar hombres a Marte.
Hergé, como he comentado, se esforzó por documentarse y dotar a la historia de una base de realismo o, al menos, verosimilitud, en un momento en el que no se sabía casi nada del viaje espacial. Sin embargo, supo evitar el tono abiertamente documentalista y las pesadas explicaciones técnicas o científicas que sí habían lastrado el trabajo de Julio Verne. Y lo hace recurriendo al humor. Así que cuando Wolff o Tornasol se embarcan en algún discurso técnico que podría aburrir al lector, Haddock nunca anda lejos para aligerar el tono de la escena con sus torpezas o comentarios. Este estilo tan característico de Hergé le permitió salir airoso de un guión potencialmente aburrido.
La representación de la superficie lunar está bastante bien conseguida: un desierto dominado por los fuertes contrastes lumínicos y coronado por un cielo cubierto de estrellas que no parpadean y en el que brilla la Tierra sobre el horizonte. Eso sí, el lugar elegido por Hergé para el alunizaje, aunque gráficamente sugerente, no es el más aconsejable: un espacio entre dos cráteres rodeado por una escarpadura rocosa. La misión Apolo acabaría buscando un terreno menos problemático en el que una pequeña desviación no significara caer dentro de un cráter o en la inestable ladera de una montaña.
Pero la baja gravedad, los problemas de moverse con un traje presurizado o la ausencia de sonido están fielmente representadas habida cuenta de que nadie había estado allí antes para describirlo. La presencia del agua que Tintín descubre en las profundidades de una caverna lunar, ha sido también motivo de controversia entre los científicos, que aún no disponen de evidencias firmes en uno u otro sentido. Otros errores que se le han atribuido a Hergé fueron deliberados, como por ejemplo el que los cascos de los trajes presurizados fueran transparentes. Los auténticos llevan un filtro que detiene buena parte de las intensas radiaciones solares en el espacio, pero Hergé decidió prescindir de ellos para así poder mostrar claramente los rostros y expresiones de los personajes.
Destacable asimismo es que Hergé pusiera el acento tanto en el lado humano de la aventura como en el meramente tecnológico: las preocupaciones de los futuros astronautas acerca de su seguridad, el contacto entre la nave y el control de misión, las intensas emociones que suscita el primer paso en suelo lunar, el alivio de los técnicos conforme se van cumpliendo las etapas del viaje… Por cierto y como anécdota, cuando el traidor, arrepentido, decide sacrificarse para permitir que el resto tenga suficiente oxígeno como para llegar a la Tierra, tal acto fue censurado por los bienpensantes católicos de turno, argumentando que un acto tan reprobable como un suicidio no debería tener cabida en una aventura de Tintín. Así que Hergé se vio obligado a introducir en la carta del suicida un improbable párrafo en el que sugería un posible milagro que podría salvarle de lo que era una muerte cierta.
Quince años antes de que el proyecto Apolo llevará a Aldrin, Collins y Armstrong a la Luna, Tintín se convirtió en el primer “hombre” que pisaba el satélite. Hergé, de hecho, se adelantó incluso al lanzamiento del primer satélite, el Sputnik, por parte de la Unión Soviética. Su labor pionera fue recompensada en 1985: cuando el gran autor contaba 75 años, la Sociedad Belga de Astronomía bautizó con su nombre un pequeño planeta localizado entre Marte y Júpiter y descubierto el mismo año en que se publicó por primera vez “Aterrizaje en la Luna”.
Sacar a los protagonistas de la Tierra fue el alarde narrativo más importante y atrevido de la trayectoria de Hergé, pero también se dio cuenta de que era un callejón sin salida. Si quería mantener su línea realista, ya viajara Tintín a Marte o a Venus, no podrían aparecer criaturas alienígenas ni civilizaciones extrañas. Esos planetas, como la Luna, están muertos, por lo que difícilmente podría encontrarse en esas aventuras una amenaza o un desafío más allá del propio viaje, y eso ya lo había tratado en este díptico. Por tanto, en los álbumes que restarían hasta su muerte, Hergé daría a la serie un tono mucho más realista y contenido, llegando incluso a no salir de los terrenos de Moulinsart en “Las Joyas de la Castafiore”.
Excelente y exquisita reseña Manuel! Bueno, todo lo que involucre a Tintín es altamente disfrutable.
ResponderEliminarGracias Alonso. No a todo el mundo le gusta Tintín, pero es sin duda un imprescindible del comic europeo y un pionero del medio. Un saludo.
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