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lunes, 30 de noviembre de 2015
1972- MUERO POR DENTRO - Robert Silverberg
Robert Silverberg, uno de los autores más prolíficos en un género que no anda corto de ellos, consiguió alcanzar el difícil equilibrio entre la ciencia ficción de tradición pulp y aquella con aspiraciones más literarias. Sus inicios fueron comunes a los de tantos escritores de los cuarenta y cincuenta, produciendo por dinero multitud de cuentos y novelas de calidad mediocre no sólo de CF sino también de otros géneros, destinadas a llenar las ávidas páginas de las revistas mensuales de la época.
No es de extrañar que semejante ritmo acabara por resultarle insatisfactorio a todos los niveles y anunció su abandono del género en 1959, dedicándose entonces a otros campos como el ensayo histórico. Fue Frederik Pohl, entonces editor de la revista “Galaxy Science Fiction”, quien a mediados de los sesenta le animó para que regresara, convenciéndole de que el mercado estaba preparado para acoger una ciencia ficción más literaria que abordara nuevos conceptos. Tenía razón. En esta etapa, Silverberg, quizá el más dotado técnicamente de su generación, destacó como un sobresaliente heredero de la New Wave norteamericana. A pesar de un segundo retiro de la ciencia ficción en 1976, aparentemente desilusionado por el aislamiento que sufría el género dentro del panorama cultural, resurgiría en 1980 con fuerzas renovadas, recuperando su impresionante ritmo de producción.
Hay quien ha contabilizado nada menos que 1.200 novelas en su bibliografía. La edición de 2010 del “The Science Ficiton Hall of Fame” reseña 348 novelas de ciencia ficción, su participación en 106 antologías y otras 94 obras de no ficción, desde ensayos sobre Niels Bohr o Kublai Kan hasta el masoquismo o el sexo en las fuerzas armadas pasando incluso por la pornografía blanda en sus inicios. A ello habría que sumar muchos otros escritos incompletos o firmados con seudónimos de lo más variados, algunos de los cuales se han perdido. Su productividad es, a la vista está, casi sobrehumana.
Pero además de en el volumen de su obra, es igualmente difícil encontrar un paralelo en la ciencia ficción que haya realizado tan bien su transición de artesano eficaz a escritor de prosa elegante. A diferencia de muchísimos profesionales que quedaron atascados en el guetto de las revistas pulp, Silverberg ofreció en su segunda etapa algunas obras memorables, bien escritas, imaginativas y técnicamente perfectas. Una de ellas es “Muero por Dentro”.
David Selig es un judío de Nueva York cuyo poder telepático le permite leer las mentes aunque no transmitir sus propios pensamientos. Desde niño ha podido penetrar en los secretos de todos los que le rodeaban pero, al mismo tiempo, ha sido incapaz de procesar emocionalmente todo ese conocimiento. Su reacción ha sido siempre la de distanciarse de los demás porque, en las contadísimas ocasiones en las que ha revelado su secreto a alguien querido, el resultado ha sido el miedo y el rechazo. Ni siquiera encontrar a un igual, el nihilista telépata Nyquist, le reporta la satisfacción que esperaba, puesto que éste utiliza su mayor dominio de los poderes para satisfacer simples necesidades materiales y a diferencia de Selig, no siente remordimiento alguno por ello.
En el momento en que transcurre la acción, la Nueva York de mediados de la década de los setenta, Selig se siente un fracasado en todos los órdenes. Ni siquiera ha sabido sacar provecho de su capacidad mental y se gana la vida precariamente redactando trabajos para estudiantes universitarios. Pero lo peor de todo es que, ahora que ya ha cumplido los cuarenta años, siente que su poder, aquello que lo ha definido siempre, le abandona. “Logro percibir barboteos y chillidos aislados de individualidades distintas: un violento aguijonazo de deseo, un graznido de odio, una punzada de remordimiento, un repentino refunfuño interior (…) Cuando se sabe que algo está muriendo dentro de uno, se aprende a no confiar demasiado en las vitalidades fortuitas de un momento fugaz. Aunque mi poder se manifiesta hoy con fuerza, posiblemente mañana sólo oiga lejanos y exasperantes murmullos”.
Es cierto que su capacidad telepática nunca le ha reportado grandes alegrías, pero su pérdida equivale para él a la ceguera o la sordera. Sencillamente, no sabe relacionarse con nadie sin escanear sus pensamientos, sin captar las emociones ajenas, sin saber cómo van a reaccionar los que le rodean o qué piensan de él. La desaparición de lo que para él es un sentido más, le hace también reflexionar sobre su pasado y lo que descubre no le gusta. La novela se centra en ese sentimiento de desolación, vacío y oportunidades perdidas que resultará familiar para muchos lectores que, habiendo dejado atrás el optimismo de la juventud, especulan en sus momentos de tranquilidad sobre lo que podrían haber conseguido. “Hoy en día, incluso los profesores, me parecen jóvenes. Hay personas con título de doctor que tienen quince años menos que yo. ¿No es increíble?”.
La acción cubre un espacio de varias semanas en las cuales Selig va perdiendo su poder, pero a través de múltiples flashbacks, el libro ofrece un recorrido de lo que ha sido su vida desde la infancia, sus temores, su forma de relacionarse con la familia, los compañeros estudiantes, los amigos o las amantes…
El subgénero de los superhombres en la ciencia ficción ha adoptado frecuentemente una de dos aproximaciones. Por un lado, la del individuo al que sus poderes sitúan por encima de los del resto de su especie; son seres cuya inteligencia o capacidades mentales los convierten en inaprensibles para nuestros cerebros “normales” y, por tanto, despiertan temor y sospecha, muchas veces debido a que esos poderes son producto de una transcendencia hacia una etapa evolutiva superior, o quizá de una comunión con algún tipo de entidad cósmica o mística. A esta categoría pertenecerían, por ejemplo, novelas como “La maravilla de Hampenshire” (1911), “Juan Raro” (1935) o “El Fin de la Infancia” (1953). Aquí podrían incluirse también aquellos relatos en los que la nueva especie de humanos telépatas ha de enfrentarse a los prejuicios de aquellos, mayoritarios, que no disfrutan sus capacidades, como en “Slan” (1940) o los relatos incluidos en “Mutante” (1953) de Henry Kuttner.
La segunda forma en que se aborda el fenómeno telepático comprende aquellas historias en las que éste es un poder funcional, no particularmente misterioso, del que hacen uso personas que, en todo lo demás, son iguales a los no telépatas, con todas sus virtudes y defectos. “El Hombre Demolido” (1953) sería un ejemplo, y la novela que ahora comento otro.
Quizá Silverberg acabó harto del estereotipo de superhombre que Campbell propugnó desde su revista “Astounding Science Fiction” y quiso subvertir los tópicos del subgénero en virtud de los cuales las capacidades especiales son un don bienvenido. Y lo hace, simplemente, adoptando una visión realista. Precisamente, una de las mejores bazas de “Muero por Dentro” es cómo consigue transmitir con viveza, originalidad y verosimilitud los sentimientos del protagonista y las diferentes formas en que experimenta su poder, ya sea el salto promiscuo de mente a mente, la penetración a medias sexual y a medias mística que rara vez llega hasta el ser más íntimo de alguien, el efecto de las drogas alucinógenas sobre su poder o incluso la conexión con mentes muy primitivas, como la de una abeja (“Experimenta con intensidad la sensación de ser diminuto, compacto, alado y velloso. Qué seco es el mundo de la abeja, sin sangre, desecado, árido”), poco desarrolladas como la de un bebé o incluso totalmente opacas a su examen.
Entre las más sorprendentes experiencias telepáticas que el lector puede compartir con el protagonista está la que cuenta cómo “cuando, pongamos por caso, miro dentro de la mente de la señora Esperanza Domínguez y recibo de ella un cotorreo en español, en realidad no sé qué está pensando, porque no entiendo mucho de español. Pero si llegara a las profundidades de su alma tendría una comprensión absoluta de todo lo que allí encontrara. La mente puede pensar en español, vasco, húngaro o finlandés, pero el alma piensa en un idioma sin idioma, accesible a cualquier engendro curioso y solapado que llega a escudriñar sus misterios”; o la revelación de que un aparentemente obtuso granjero es en realidad un místico: “Se desliza dentro de Schiele, se hunde a través de densas capas de meditaciones ininteligibles en alemán y llega al fondo del alma del granjero, el lugar donde habita su esencia. Asombroso: ¡el viejo Schiele es un místico, un contemplativo! Ahí no hay hosquedad, nada del oscuro carácter vengativo luterano. Esto es budismo puro: Schiele permanece de pie, pisando sus fértiles campos, apoyado en su azada, con los pies firmemente apoyados en la tierra, en comunión con el universo. Dios inunda su alma. Toca la unidad de todas las cosas”.
Toda la narración gira alrededor de un personaje principal, cuidadosamente construido por Silverberg como una suerte de alter ego de sí mismo. Como el propio Silverberg, David Selig es un judío no religioso, neoyorquino, graduado por la universidad de Columbia, muy versado tanto en literatura clásica como en ciencia ficción, con predilección por el autoanálisis y tendencia al pesimismo. Selig es quizá lo que Silverberg podría haber sido si hubiera contado con los mismos poderes telepáticos.
Ya desde las primeras páginas se establece su carácter: perezoso, atormentado y con una obsesión compulsiva por el autoanálisis. No confía en su hermana, se distrae fácilmente con meditaciones personales, maldice su poder y al tiempo tiene miedo de que se desvanezca. Es, un una sola palabra, un perdedor; inteligente, sí, pero perdedor al fin y al cabo.
Además de por el sentimiento de inexorable pérdida, del paso del tiempo y la llegada de la decadencia, “Muero por Dentro” es una novela sombría por otras razones. En primer lugar, porque los poderes de Selig son interpretados como una carga, una maldición. No solamente no ha sabido sacar provecho económico de ellos, sino que le han alienado de sus congéneres. A Selig le atormenta el sentimiento de culpa por espiar en las mentes ajenas; pero es que, además, ese espionaje, para el cual ningún pensamiento o emoción está vedado, sólo parece haberle servido para extraer la peor visión posible de la especia humana.
Hay momentos divertidos, como cuando el joven David lee en la mente del psiquiatra que lo analiza las palabras que debe responder en un test de asociación de conceptos. Y sus poderes no solo le han traído desgracias, sino experiencias únicas y gratificantes: “Los mortales nacen en un valle de lágrimas y, de donde pueden, obtienen sensaciones agradables. Algunos, al buscar el placer, se ven obligados a recurrir al sexo, las drogas, el alcohol, la televisión, el cine, los naipes, la bolsa de valores, el hipódromo, la ruleta, los látigos y cadenas, la colección de primeras ediciones, los cruceros por el Caribe, las botellas de rapé chinas, la poesía anglosajona, las prendas de vestir, los partidos de fútbol profesional o cualquier otra cosa. Pero no él, no el maldito David Selig. Lo que él tenía que hacer era sentarse tranquilamente con su aparato bien abierto y recibir las ondas de pensamiento arrastradas por la brisa telepática. Indirectamente y con la mayor facilidad vivió cientos de vidas. Acumuló en su cueva el botín de mil almas”.
Pero en general, la telepatía del protagonista es una maldición en tanto en cuanto le da acceso a los rincones más oscuros de nuestra naturaleza y ese conocimiento le ha convertido en un ser cínico e introvertido. Es capaz de ver claramente a través del velo de mentiras e hipocresías tras el cual se escudan las personas en su vida social. Pero esa es una característica que comparte el propio Selig. De hecho, la única vez que, confiando en el amor –y en el LSD-, alcanzó la completa unión mental con otra persona, una antigua amante llamada Toni, sólo sirvió para que ésta le abandonara aterrorizada al averiguar la imagen que él tenía de ella. La hipocresía reinante en la sociedad queda también expuesta en el análisis que Selig hace de la mente de los políticos. Sus conclusiones aparecen piadosamente camufladas, aunque desde luego no son favorables. “¿Por qué tengo que votar? No votaré. Yo no voto. Con toda esa propaganda a mí no me convencen, no formo parte del montaje. Votar es asunto de ellos”. (…) “Aunque miré dentro de su mente (la de Richard Nixon) no les diré lo que encontré allí, sólo les diré que fue más o menos lo que debí haber supuesto que encontraría. A partir de ese día no he tenido nada que ver con la política o los políticos. Hoy me quedo en casa, no voy a votar. Que elijan al próximo presidente sin mi ayuda”.
Ni siquiera conocer a un semejante le ha ayudado a superar su continua decepción. David descubre no solamente que no es el único telépata, sino que es posible vivir con ese poder e incluso disfrutar de ello. “Nyquist era la única persona que Selig conocía que tuviera el poder. Y no solamente eso, el hecho de tenerlo no le había trastornado en absoluto. Nyquist usaba su poder de un modo tan simple y natural como lo hacía con sus ojos o sus piernas, para su propio provecho, sin excusas y sin culpas. Posiblemente se trataba de la persona menos neurótica que jamás había conocido Selig. Su trabajo consistía en explotar a la gente, obtenía sus ingresos invadiendo la mente de otros; pero, al igual que un tigre, se abalanzaba sobre sus víctimas sólo cuando estaba hambriento, nunca atacaba por atacar. Sólo cogía lo que necesitaba, y jamás cuestionaba a la providencia que lo había hecho tan espléndidamente apto para tomar”. Selig no halla consuelo ni apoyo en su relación con Nyquist, ya que éste no comparte la opinión de aquél acerca de que sus poderes les hacen más susceptibles a la angustia metafísica. Para Nyquist, la telepatía es simplemente un don que utilizar y con el que disfrutar, una extensión de sus otras facultades. Cuando Selig afirma: “El don tuerce el espíritu. Oscurece el alma”, Nyquist le responde sencillamente: “Tal vez la tuya, pero no la mía”. (…) “En eso tenía razón. La telepatía no le había dañado. Los problemas que yo tenía posiblemente eran los mismos aunque hubiese nacido sin el don”.
(ATENCIÓN: SPOILER) De todas formas, la novela termina con un rayo de esperanza y una lección para el lector que, sin embargo, no diluyen todo lo narrado anteriormente. Enfrentado a la realidad, Selig solo tiene dos opciones: quedarse paralizado por el arrepentimiento por las oportunidades perdidas y la inexorable decadencia asociada al envejecimiento, o aceptar que ante él se abre una nueva vida, con sus satisfacciones y recompensas; que no hay necesidad de sucumbir a la oscuridad prematuramente. David acepta su pérdida, reformula la siempre difícil relación con su hermana y se prepara con resignación, puede que hasta con cierto alivio o incluso expectación, para la nueva existencia que se abre ante él; o, como prefiere interpretarlo, la muerte que precederá a la auténtica y definitiva (FIN SPOILER).
Los elementos que habitualmente se asocian con la ciencia ficción juegan aquí un papel mínimo. Dado que no hay elementos de ficción especulativa y que la narración se centra en el mundo interior del personaje y su desarrollo a lo largo del libro, tiene más puntos en común con la literatura mainstream que con, por ejemplo, una space opera o un relato ciberpunk. De hecho, probablemente hoy parece menos una novela de CF que en el momento de su publicación. Ello responde al movimiento que se produjo en el interior de la ciencia ficción tras el final de la New Age: fusionar la literatura mainstream con el género, prestando especial atención a la calidad literaria. Sin duda esto ha sido uno de los factores que han contribuido a que “Muero por Dentro” haya conseguido aguantar tan bien el paso del tiempo a pesar de haberse ambientado en un tiempo y lugar muy concretos que ahora quedan en nuestro pasado. Además, ello añade una capa extra al libro de la que careció en su día: la perspectiva histórica. Selig se mueve por una parte en el ambiente universitario neoyorquino de los setenta, caracterizado por la lucha política y la difícil integración racial; y, por otra, en el narcisista ambiente cultural alternativo del momento, en el que pontificaban los gurús de turno, se ensalzaban obras de intelectuales malditos y se consideraban vanguardista y sofisticado el consumo de drogas y la práctica liberal del sexo (nada de todo lo cual, por cierto, parece tener Silverberg en alta estima).
Precisamente y relacionado con este último punto, la novela es también un ejemplo de la forma en que la censura que tradicionalmente pesaba sobre el género en lo relativo al sexo, fue desapareciendo a finales de los sesenta y principios de los setenta. Ciertamente, las revistas seguían teniendo reparos al respecto y a veces la versión de una obra serializada en éstas difería de la publicada en libros, pero en general, el sexo fue hallando acomodo en la ciencia ficción de mil y una formas. Silverberg no fue una excepción y vemos cómo Selig se sirve de sus poderes para averiguar la mejor forma de llevarse a una chica a la cama, o como, a través de su conexión con otro telépata, es capaz de experimentar una suerte de sexo grupal con tintes bisexuales: “Selig envidió la fría despreocupación de Nyquist. Nada de vergüenza, nada de culpa, ningún tipo de obsesión. Ningún rastro de orgullo exhibicionista ni de ansias de espiar: le parecía absolutamente natural intercambiar tales contactos en ese momento. Sin embargo, Selig no pudo dejar de sentirse un poco incómodo mientras observaba, con los ojos cerrados, lo que Nyquist hacía con la rubia, y cómo Nyquist también lo observaba a él y reflejaba imágenes sucesivas de sus copulaciones paralelas que reverberaban vertiginosamente de una mente a otra”
El mismo David es capaz de experimentar parte de las sensaciones asociadas al orgasmo femenino: “Son islas solitarias en el vacío del espacio, conscientes sólo de sus cuerpos y quizá de esa rígida vara intrusa contra la que empujan. Cuando el placer las invade es un fenómeno curiosamente impersonal, no importa cuán titánico sea su impacto. Eso fue lo que ocurrió aquella vez con Toni. No hice ninguna objeción; sabía qué podía esperar y no me sentí engañado, rechazado o defraudado. De hecho, la unión de almas con ella en ese momento imponente sirvió para provocar mi propio orgasmo y triplicar su intensidad. Entonces perdí contacto con ella. El cataclismo del orgasmo quebranta el frágil vínculo telepático.”
El estilo de la novela, como hemos ido viendo en los extractos de la misma que he ido incluyendo, es igualmente brillante. Esta escrita principalmente en primera persona y tiempo presente, ya que se trata de reproducir la visión casi omnisciente de Selig, cómo él experimenta el mundo y los cambios que se están produciendo en su mente. Hay otras partes del libro que narran acontecimientos pasados de su vida y para las que se recurre a la narración en tercera persona y tiempo pasado. Los flashbacks son vívidos fragmentos que ayudan a dar consistencia al personaje y que revelan las diferentes capas de desengaño y frustración que ha acumulado a lo largo de su vida. Ésta ha sido infeliz y solitaria, en no poca medida debido a su carácter autocompasivo y pesimista.
Silverberg juega con las palabras y sus significados, cambia con fluidez los tiempos verbales, pasa de la aproximación científica a la visión subjetiva, se dirige al lector rompiendo la cuarta pared, incluye extractos de documentos y cartas ficticios…En este último caso, por ejemplo, se incluyen algunos trabajos completos realizados por Selig para estudiantes universitarios. Todo el cuarto capítulo es la transcripción de un ensayo sobre las novelas de Kafka. Esto, junto a las abundantes referencias a poetas, novelistas, dramaturgos, científicos, filósofos, artistas y compositores, habla quizá de las neurosis de un escritor incómodo con su éxito como autor de género que intenta justificar la validez de sus credenciales y su conocimiento de la “verdadera” cultura.
En resumen, “Muero por Dentro” es una obra maestra del género, uno de esos clásicos que demuestran lo maravillosa que puede llegar a ser la mejor ciencia ficción y que nada tiene que envidiar a los logros de la literatura generalista en lo que a profundidad de trama y personajes se refiere. Si se desea mostrar a un lector no conocedor de la CF una puerta de entrada a la misma, esta novela bien podría servir para ello.
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