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lunes, 14 de septiembre de 2015
2002- 28 DÍAS DESPUÉS – Danny Boyle
Es difícil pensar en un subgénero del terror tan monótono como el de zombis a la vista de los limitados parámetros en los que suele moverse y cuyas únicas variaciones suelen consistir en llevar la acción a escenarios poco habituales, como el espacio.
Y, sin embargo, los zombis, aunque con altibajos, han mantenido su popularidad desde hace tiempo, quizá porque, a pesar de sus orígenes más clásicos (¿acaso el monstruo de Frankenstein no es, en cierto modo, un zombi?), simbolizan algunos de nuestros temores contemporáneos. Mientras que el vampiro tradicional aludía a los tabúes sexuales victorianos, la mayoría de edad del zombi llegó durante la Guerra Fría, cuando el miedo a las consecuencias del poder nuclear (muerte o mutación por envenenamiento radioactivo, colapso de la sociedad y las agonías de los supervivientes –normalmente tipos normales un tanto libertarios y bien surtidos de armas-) tomó la forma en la figura del muertos vivientes. Siempre que se tratara de capturar el sentimiento de miedo al cambio o de derrumbamiento social, el zombi estaba a mano para reflejarlo a gran escala.
A comienzos del siglo XXI, los aficionados a este subgénero recibieron con esperanza su renacimiento cinematográfico de la mano de un puñado de películas. Sin embargo, era difícil que sus expectativas quedaran satisfechas con unos productos que o bien eran remakes de films anteriores bastante mejores (“El Amanecer de los Muertos”, 2004) o bien podían ser calificados, como mínimo, de mediocres (“Resident Evil”, 2002, y sus secuelas).
Curiosamente, fue un producto barato, casi de serie B, estrenado sin demasiado ruido, el que acabaría consolidando ese renacer –nunca mejor dicho- zombi y atrayendo el favor de crítica y público, demostrando de paso cómo el cine de ciencia ficción sin grandes recursos financieros puede crear películas con gancho que no solo funcionan narrativa y estéticamente, sino que recaudan montones de dinero. Hablo de “28 Días Después”.
Un grupo de activistas pro-derechos de los animales irrumpe a la fuerza en un laboratorio de investigación y, a pesar de los avisos que reciben, liberan unos monos infectados con una variante del virus de la rabia conocido como Furia. Veintiocho días después, Jim (Cilliam Murphy) emerge de un coma en el que había permanecido tras un accidente. Se encuentra con que no sólo el hospital en el que se encuentra sino toda la ciudad de Londres están desiertos. Mientras vagabundea desconcertado por las calles, le empiezan a perseguir unos zombis rabiosos, pero encuentra dos salvadores en las personas de Selena (Naomie Harris) y Mark (Noah Huntley). Ellos le cuentan que toda la civilización se ha colapsado después de que el país se viera invadido por infectados de la Furia. Éstos contagian el virus mordiendo a sus víctimas y la infección es casi instantánea.
Después de que Mark sea mordido e infectado y Selena tenga que matarlo, ella y Jim encuentran a otros dos supervivientes, Frank (Brendan Gleeson) y su hija adolescente Hannah (Megan Burns), atrincherados en lo alto de una torre de apartamentos. Frank ha captado con la radio una transmisión militar automática que anima a los supervivientes a acudir a un campamento en Manchester. Enfrentados ante la posibilidad de morir de inanición o víctimas de un ataque exitoso de los zombis contra las defensas del apartamento, deciden emprender el viaje. Pero lo que encuentran allí puede acabar siendo tanto o más peligroso que los infectados.
“28 días después” es una película británica de bajo presupuesto que para sorpresa de propios y extraños se convirtió en un éxito internacional. Se estrenó en su país a finales de 2002, donde sólo cosechó una recaudación modesta; pero tras participar, entre otros, en el Festival de Sundance de 2003, empezó a despegar gracias al “boca-oído”. Fox Searchlight Pictures la compró para lanzarla en Estados Unidos en junio de 2003, sorprendiendo a todo el mundo al recaudar más de 45 millones de dólares y demostrando que las películas de presupuestos modestos podían competir con grandes superproducciones de Hollywood gracias a una combinación de ingenuidad y talento. Mientras las producciones norteamericanas se hacían más grandes, más rápidas, más publicitadas y mucho más caras, haciendo que otros estudios tuvieran problemas para competir a ese nivel, tenía sentido que ciertos realizadores ofrecieran lo que esas superproducciones no podían o no sabían: historias más sencillas y humildes hechas con clase. “28 Días Después” demostró cómo hacerlo.
También supuso la recuperación del mejor Danny Boyle, quien había debutado con el interesante thriller “A Tumba Abierta” (1995) para luego impactar en el mundo entero con la película de culto “Trainspotting” (1996). Sin embargo, al mismo tiempo que su talento atraía el interés de los grandes estudios, también perdió la dirección. “Una Historia Diferente” (1997), era una excéntrica comedia sobre secuestros con algunos momentos salvables, pero en general no recibió críticas favorables; la siguiente cinta, “La Playa” (2000), con aires de superproducción, fue simplemente horrible. Sus siguientes proyectos, ambos para la televisión, fueron la comedia negra “Vacuuming Completely Nude in Paradise” (2001) y “Strumpet” (2001), que aunque tuvieron sus defensores apenas se vieron fuera del circuito de festivales.
Lo que sí mostraban esas dos últimas películas era su determinación por despojar al proceso cinematográfico de todo artificio para volver a las raíces, filosofía que trasladó a “28 Días Después”. Así, la produjo con un modesto presupuesto –en términos de Hollywood, claro- de 8 millones de dólares. Es más, Boyle escogió un reparto de actores desconocidos para los papeles protagonistas, recurriendo sólo a dos caras entonces familiares para el público británico, Christopher Eccleston y Brendan Gleeson, para encarnar a secundarios. La película, que contó con la destacable fotografía de Anthony Dog Mantle, se filmó en vídeo digital, lo que le proporcionó mucha más flexibilidad en movimientos de cámara e iluminación, ventajas que resultaron muy valiosas en lo que iba a ser un rodaje difícil en Londres y sus alrededores. En cuanto al guión, fue escrito por el novelista Alex Garland –una sorpresa teniendo en cuenta el desastre en que el cineasta había convertido la novela escrita por éste, “La Playa”-.
Uno de los posters de la película anunciaba de forma grandilocuente: “Danny Boyle reinventa el género de terror zombi”. El problema es que, independientemente de que sea una película efectiva, no es eso lo que hace. En realidad, “28 Días Después” en lugar de redefinir completamente un subgénero, se limita a ser un pastiche de elementos familiares tomados de diversas fuentes. Por ejemplo, la larga lista de obras sobre la caída de la civilización. Los supervivientes deambulando entre las ruinas de un mundo diezmado por la epidemia es algo que se remonta a “El Último Hombre” (1826) de Mary Shelley y que más tarde plasmarían con acierto las novelas “La Tierra Permanece” (1949) de George R.Stewart o “Apocalipsis” (1978) de Stephen King o la serie de televisión británica “Survivors” (1975-77). Los supervivientes tratando de mantener a raya a hordas de infectados remiten a la novela “Soy Leyenda” (1954) de Richard Matheson y sus adaptaciones cinematográficas “El Último Hombre sobre la Tierra” (1964) y “El Último Hombre…Vivo” (1971), o “Zombi. El Regreso de los Muertos Vivientes” (1978) de George A.Romero. El tema de la despiadada brutalidad asociada a la supervivencia se había desarrollado en films como “Pánico Infinito” (1962), “Contaminación” (1970) o “Nueva York, Año 2012” (1975).
Pero las dos obras de las que más descaradamente bebe “28 Días Después” son, por un lado, la novela “El Día de los Trífidos” (1951), de John Wyndham-(con diversas adaptaciones cinematográficas y televisivas) y la película “El Día de los Muertos” (1985), de George A.Romero. La apertura del film, con Cillian Murphy despertando en un hospital y descubriendo que durante el tiempo que ha permanecido en coma todo la civilización se ha venido abajo es una traslación directa del comienzo de “El Día de los Trífidos”. Incluso más descarado es el plagio de la segunda mitad de la película: las escenas con los civiles entrando en el enclave militar, las mujeres acosadas sexualmente por los soldados y especialmente el zombi encadenado para servir de conejillo de indias, han sido copiadas escena por escena de “El Día de los Muertos”.
Es difícil decir si “28 Días Después” debe verse como un homenaje a un subgénero en particular (ya sea el post-holocausto o el de zombis) o una regurgitación de los estereotipos de ambos. Se sigue debatiendo cuáles eran las intenciones de Danny Boyle y Alex Garland pero, al final, se tiene la impresión de que la historia aporta demasiado poco en lo que a nuevas ideas se refiere como para calificarla de “renovadora del género”.
Muchos atribuyen a "28 Días Después" el mérito de haber modernizado el concepto de zombi, dando el salto de lo sobrenatural a lo científico e insertándolo por tanto claramente en el ámbito de la ciencia ficción. Boyle y Garland creían que la noción de un muerto viviente que va por ahí comiéndose los cerebros de los vivos estaba desfasado. Dado que uno de los orígenes del subgénero zombi fue el miedo al poder nuclear y sus efectos sobre la gente, ¿por qué no actualizar ese concepto y utilizar el terror social actual a los virus letales como el Ébola o el Marburgo? Director y guionista encontraron su inspiración en los recientes ataques con Ántrax en Estados Unidos, la paranoia por la enfermedad de las vacas locas y la amenaza del bioterrorismo.
Así, en “28 Días Después”, los zombis se crean a causa de un virus diseñado genéticamente que no convierte a la gente en no-muertos, sino que los transforma en demonios salvajes sin mente con el impulso de matar a todo lo que ven. Precisamente, lo que más terror daba era la transformación psicológica, esa incontrolable rabia que reflejaba un determinado tono social de ira y enfado permanentes. A Boyle y Garland les gustó la idea de que el virus simplemente amplificara algo ya presente en todo ser humano en lugar de transformarlo en algo completamente diferente como ocurría en los zombis tradicionales. Por otra parte, el periodo de incubación de este virus es asombrosamente corto: de 10 a 20 segundos, lo suficientemente rápido como para que sea imposible encontrar una cura o, simplemente, escapar.
Desde luego, los principios científicos subyacentes al virus de la Furia son inexistentes: la idea de una enfermedad que dispara una metamorfosis metabólica tan radical en el espacio de diez segundos es médicamente ridícula. Pero aparte de eso, la película nunca insulta la inteligencia del espectador, lo cual siempre es positivo en el género de zombis. También realiza un bienvenido cambio al mostrar a los infectados como seres muy rápidos y fuertes y, aunque no inteligentes en el sentido clásico del término, sí astutos desde un punto de vista animal. No son zombis que puedas dejar atrás corriendo y, desde luego, no sirve esconderse en algún rincón. Boyle tuvo además el acierto de contratar atletas para encarnar a los infectados, puesto que sus movimientos enérgicos y muy rápidos les alejaban de lo que nos resulta cotidiano y les daban un aire tremendamente enloquecido y amenazador.
El concepto de zombi como subproducto no deseado de la investigación científica –reminiscente de la pandemia de gripe aviar y la amenaza de “bombas sucias” biológicas- no fue, como apunté más arriba, invención de Boyle o de su guionista, Alex Garland, sino que lo imaginó por primera vez Richard Matheson en “Soy Leyenda”, y en el cine cabe destacar como precedente directo “Rabia” (1977), de David Cronenberg. Pero está claro que, por algún motivo, Boyle llegó en el momento preciso con esta recuperación de una vieja idea. Los films posteriores de zombis como “Resident Evil”, “Bienvenidos a Zombiland” o “Guerra Mundial Z” seguirían las mismas pautas y su enfoque de infección vírica fue incluso traspasada a otros ámbitos del terror de tradición más gótica, como el de los vampiros en “Daybreakers”.
Por tanto, aunque “28 Días Después” no sea un film particularmente original, sí que es efectivo. Con poco dinero, es capaz de suscitar las emociones buscadas, esto es, inquietud, desasosiego y terror. Y tiene escenas muy impactantes, como la que transcurre en el túnel, la huída de Jim y Selena escaleras arriba del edificio donde se encuentran Frank y Hannah, o aquellas en las que Mark primero y Frank después resultan infectados. El final de la película se rinde a la reconfortante solución que adoptan muchos de estos films de supervivencia zombi: la milagrosa restauración del status quo, pero de una forma tan genérica que ni siquiera llegamos a saber de dónde sale el avión militar que encuentra a los supervivientes.
Danny Boyle tampoco realiza aportaciones especialmente originales en la imaginería del género. Hace un excelente trabajo, es verdad, en la creación del Londres desierto por el que camina Jim, atravesando muchos iconos urbanos de la ciudad rodeados de basura, autobuses volcados y sin luz al llegar el ocaso. El mérito de esas escenas se hace patente cuando uno lee acerca de las dificultades logísticas a las que tuvo que enfrentarse Boyle y su equipo. En vez de invertir en costosos efectos digitales, simplemente se levantaron pronto por las mañanas para aprovechar el menor volumen de tráfico y se las arreglaron (utilizando a atractivas señoritas) para retener el tráfico durante sólo unos minutos cada vez. La utilización de cámaras de vídeo digitales ayudó a preparar rápidamente las tomas, filmarlas y marcharse. Las escenas con zombis están montadas como rápidas sucesiones de cortes muy breves que hacen que la acción resulte borrosa y difícil de seguir (aunque esto también tiene la ventaja de dejar fuera los aspectos más gore de la historia). Asimismo, Boyle mantiene bien el tono de suspense y amenaza durante buena parte de la cinta.
Dicho esto, el retrato de la caída de la civilización humana es bastante previsible. Tenemos las típicas imágenes de los supervivientes llevándose artículos de los supermercados desiertos y dejando en el mostrador las ya inútiles tarjetas de crédito –uno no puede evitar recordar las escenas socialmente más significativas de los supervivientes recorriendo los pasillos de un centro comercial vacío en “El Amanecer de los Muertos”-. Hay momentos cinematográficamente muy logrados, como cuando se va abriendo el plano mientras Frank mientras explica cómo recoger agua de lluvia mostrando todo el tejado cubierto de cubos; o el instante en que los supervivientes ven la gloriosa libertad que simbolizan los caballos galopando libres por el campo. Sin embargo, no hay nada en “28 Días Después” que transmita la carga lírica y el sentimiento de soledad y locura de, por ejemplo, la primera mitad de “El Único Superviviente” (1985); el comentario social y la sátira inherentes a unos supervivientes tratando de aferrarse el materialismo de “El Amanecer de los Muertos”; o la desolación y la lógica del hombre ordinario que trata de reconstruir su entorno desde la nada en la televisiva “Survivors”.
El argumente, por otra parte, siembra cierta confusión acerca de si el virus es un fenómeno mundial o algo confinado a Gran Bretaña. Parece ser que cuando empezó el rodaje, Boyle y Garland tenían en mente la primera opción, lo que motiva el comentario de Selena al principio de la cinta acerca de la existencia de brotes en París y Nueva York. Sin embargo, conforme avanzaba el rodaje –que se realizó en el mismo orden en que vemos las escenas-, cambiaron de opinión y decidieron limitar la expansión vírica, aunque de forma un tanto ambigua. Así, escribieron el diálogo con el sargento Farrell (Stuart McQuarrie), en el que éste teoriza sobre la posibilidad de que Inglaterra “simplemente” haya sido puesta en cuarentena al primer signo de problemas y de que no habría forma de que la enfermedad hubiera podido alcanzar Norteamérica o Europa continental –algo lógico dado que no existía un periodo de incubación mínimo que permitiera a un humano huésped viajar con el virus a cuestas-. La secuela, “28 Semanas Después” (2007) confirmaría esa versión.
A muchos aficionados les disgustó el evidente corte que se produce en el último tercio de la película, cuando Jim, Selena y Hannah llegan al recinto militar. Según ellos, el ritmo de la película decae, y lo que había comenzado como una película bastante canónica sobre zombis se convierte en un thriller psicológico de interés meno5r. No estoy del todo de acuerdo con esa apreciación.
Efectivamente, la primera parte exhibe un terror mucho más directo y evidente. Los supervivientes han de enfrentarse a una catástrofe natural –puesto que una epidemia no es sino eso- y, para ello, han de derribar dolorosamente cortapisas morales que antes se daban por sentadas. Por ejemplo, Selena no duda en asesinar a su compañero cuando éste se infecta y aunque tanto Jim como los espectadores se quedan horrorizados por tal acto, resulta perfectamente comprensible. Es matar o morir, así de simple. No hay ninguna otra opción.
Pero lo que ocurre entre los militares es diferente (dígase de paso que remite también a ciertos pasajes de la ya mencionada “El Día de los Trífidos”). Los soldados, gracias a su adiestramiento y equipo, han conseguido mantener a raya a los zombis. En el interior del recinto que controlan se pueden sentir razonablemente seguros y a salvo de un peligro inminente. Pero el terror que se fragua allí es de un tipo muy distinto. Privados de contacto alguno con el exterior y ante la incapacidad del mayor West (Christopher Eccleston) de imponer la disciplina, ésta se va desintegrando palpablemente junto al sentido de la moralidad. En ausencia de sociedad, no hay más leyes que las que marcan ellos mismos, unos sujetos embrutecidos a los que sólo la estructura militar mantenía a raya y que cada vez se abandonan más a sus instintos primarios. Es un peligro menos inmediato que el de los zombis, pero no menos real y con el agravante de que mientras éstos carecen de inteligencia, los soldados pueden pensar y, además, están armados. Boyle refleja todo esto en varias escenas repletas de tensión en las que se detecta claramente cómo el mayor West está perdiendo el ascendiente sobre sus hombres, viéndose reducido a pactar precariamente con ellos.
Las dos partes de la película, por tanto, se complementan para tocar una serie de mensajes que no eran ni mucho menos nuevos, pero sí estaban bien articulados: la fragilidad de la sociedad contemporánea y la inevitable revelación de que el peor enemigo del hombre es él mismo y que incluso en momentos en los que la unión y la solidaridad son imprescindibles para sobrevivir, habrá quienes tratarán de aprovecharse de la situación para pasar por encima de los demás.
Por otra parte, la figura del científico/s que aborda sus investigaciones sin ninguna consideración ética es casi tan vieja como el género, siendo aún hoy su representante más insigne el doctor Frankenstein (1818). Los logros científicos impulsados por el egoísmo de un genio aislado y demente han sido siempre particularmente inquietantes cuando tenían que ver con el genoma humano. Hace años resultaba escalofriante la perspectiva de la destrucción mundial a manos de tipos tan lunáticos como el Dr.Strangelove (“Teléfono Rojo, ¿Volamos Hacia Moscú”, 1964), pero hoy asusta más la idea de verse transformados en seres grotescos, física y mentalmente, mediante una ciencia cuyo objetivo debería ser el contrario. Películas como “28 Días Después”, “Resident Evil” (2002) o “Doom” (2005), juegan con esta idea, situando la responsabilidad del apocalipsis no ya en individuos concretos dominados por la megalomanía o el fanatismo político, sino en la ambición de laboratorios privados o multinacionales sin escrúpulos, lo que en sí mismo constituye todo un comentario social.
Por otra parte, “28 Días Después” es una película que tiene la dudosa ventaja de contar con varios finales. De hecho, se llegaron a estrenar dos versiones del mismo. Uno es el de tono optimista y feliz tras la huida del campamento militar, en el que se nos muestra a los supervivientes viviendo en una casa de campo y un avión sobrevolándolos con la promesa del rescate y la supervivencia de la civilización en algún lugar. Pero cuando aún no se había agotado el periodo de proyección en carteleras en Estados Unidos, Boyle anunció que no estaba satisfecho con ese final, así que montó otro y reestrenó el film como “29 Días Después”. En esta versión, tras escapar de los militares, Cillian Murphy es trasladado a un hospital donde fallece tras fracasar los intentos de revivirlo. La película no se beneficia nada de este final alternativo –como tampoco lo habría sido de haberse rodado un tercero posible que figuraba en el storyboard pero que se abandonó por inverosímil, en el que el grupo descubre la cura para la enfermedad tras llegar al recinto militar).
Boyle consigue sacar un razonable partido de los actores. Cillian Murphy parece alguien demasiado pasivo y carente de personalidad como para sostener la película en un papel protagonista. Apenas aporta nada en toda la peripecia, por lo que, cuando de repente y sin solución de continuidad abandona su confusión para convertirse en un rabioso hombre de acción capaz de dejar fuera de combate a un pelotón de soldados, dicha transformación resulta extrema y totalmente inverosímil. Con todo, esta película supuso el trampolín de Murphy a la escena cinematográfica internacional.
Mucho mejor lo hace Naomie Harris, que proyecta una dureza interior y un ingenio corrosivo que atrae al espectador. La interacción entre ella y Cillian Murphy constituye una suerte de línea sobre la que se va apoyando el desarrollo de la trama. Christopher Eccleston aporta presencia a un papel que otro actor habría convertido en el de un villano sin profundidad. Brendan Gleeson, normalmente especializado en personajes de irlandeses duros y cínicos, brinda una interpretación de gran fuerza y emotividad como hombre corriente que intenta permanecer entero psicológicamente, mientras que la joven Megan Burns se ajusta perfectamente bien al rol de su hija.
Puede que “28 Días Después” beba en exceso de obras que le precedieron, pero esas referencias pasan desapercibidas para la mayoría del público, que consideró a esta película no como un plato recalentado, sino como una auténtica evolución en las películas de monstruos. Una cosa es cierta: tras ella, los zombis no sólo pasaron a ser hijos bastardos de la ciencia, sino que volvieron a ser auténticamente terroríficos.
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