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martes, 10 de junio de 2014
1981- MAD MAX 2: EL GUERRERO DE LA CARRETERA - George Miller
Si se tuviera que escoger la película más influyente en el moderno boom de la ciencia ficción, “Star Wars” (1977) tendría muchas posibilidades de ser la elegida. Sin embargo, si nos limitáramos a films que hayan inspirado copias más o menos exactas de sí mismos, la lista se reduciría considerablemente: probablemente incluiría a “Alien” (1979), “Blade Runner” (1982) o “Terminator” (1984); pero quizá la ganadora, con clara diferencia respecto al resto, sería “Mad Max 2”.
Puede resultar curioso que en una lista de películas relevantes figure una secuela, y aún más que esa secuela supere a la original en todos los órdenes. Y, sin embargo, por alguna infrecuente coincidencia temporal, la década de los ochenta vio una inusual concentración de ellas: “Star Trek II: La Ira de Khan”, “El Imperio Contraataca”, “Regreso al Futuro 2”… o la que ahora nos ocupa. Es más, esta es una de las pocas series de películas -quizá la única-, en la que es aconsejable ver la segunda entrega primero, después la primera y dejar la tercera para el final.
Los primeros años ochenta fueron un periodo dulce para los aficionados a la ciencia ficción. Steven Spielberg y George Lucas transformaron el género, inundándolo de emocionantes efectos especiales y un estilo visual próximo al video juego que, para bien o para mal, ha pervivido hasta la actualidad. Les siguieron otros jóvenes realizadores, como Ridley Scott o James Cameron, llevando al género un paso más lejos en sofisticación visual sin perder la solidez argumental ni el aprecio de público y crítica. Pero allá en las antípodas, también había alguien luchando por hacerse un nombre como director: el australiano George Miller.
El primer film de su saga futurista, “Mad Max”, había sido un bombazo en su Australia natal en 1979, aunque en el resto del mundo llamara poco la atención. Poco, pero sí lo suficiente como para que Warner Brothers se fijara en él como medio de capitalizar la nueva fascinación pública con la vertiente más rápida y espectacular de la ciencia ficción. Un contrato de distribución con esa compañía para Estados Unidos le permitió a Miller y su compañero a las labores de producción, Byron Kennedy, obtener un presupuesto diez veces superior, convirtiendo a “Mad Max 2” no sólo en la película más cara del cine australiano, sino en su producción más compleja.
En realidad, “Mad Max 2” no es exactamente una secuela, sino una película muy diferente de su antecesora hasta el punto de que casi pueden considerárselas independientes. Y ello no sólo porque la primera tuviera un presupuesto y ejecución propios de serie B mientras que su sucesora ya contaba con medios y financiación suficientes para ascenderla a primera división. Es que el marco general de la historia, su intencionalidad e influencias son tan diferentes que no es necesario haber visto la primera entrega para entender o disfrutar plenamente la segunda. Para el director y coguionista George Miller, el pasado y el futuro no importan y el personaje de Max parece vagar ahora por un lugar y un tiempo diferentes al de la primera película. De hecho, fuera de Australia, fue éste el film que la mayoría de los aficionados vieron en primer lugar.
“Mad Max” transcurría en un mundo que podría describirse como preapocalíptico: la civilización se acercaba al abismo, deshecha por la escasez de recursos y la creciente incapacidad de mantener la ley, pero todavía era identificable como una construcción social ordenada. “Mad Max 2” discurre en un futuro algo más lejano en el tiempo que el descrito en la primera parte, cuando los conflictos nucleares han dejado el mundo convertido en un desierto –lo que en el caso de Australia no era ya muy complicado- en el que sólo los más rápidos, astutos y despiadados tienen posibilidad de sobrevivir. La gasolina se ha convertido en la sustancia más preciada sobre la Tierra, puesto que sin ella, en una tierra inmisericorde y de inmensas distancias, el movimiento resulta casi imposible.
Al volante de su interceptor y acompañado por un astroso perro, “Mad” Max Rockatansky vagabundea por las polvorientas carreteras al volante de su interceptor, luchando por sobrevivir frente a las bandas de salvajes bandidos que atacan los vehículos a la búsqueda de combustible. Él mismo se ha convertido en un carroñero que coge gasolina para su coche y alimentos para él mismo de las chatarras accidentadas que encuentra a su paso.
Max le salva la vida a un hombre procedente de una pequeña comunidad de colonos que se ha fortificado en unas instalaciones de extracción y refino de petróleo. A cambio de llenar el depósito, Max le lleva de vuelta con sus compañeros. Sin embargo, cuando el herido muere, los colonos lo hacen prisionero y él se ve envuelto en una guerra con malas perspectivas, porque éstos se hallan bajo el constante asedio de un escalofriante señor de la guerra, Humungus, a la cabeza de un pequeño ejército de sanguinarios guerreros de la carretera.
Mientras Max establece una especie de amistad con el “Chico Salvaje”, un niño asilvestrado con el que se comunica sin palabras, la comunidad discute y se divide ante el curso de acción a tomar: rendirse y entregar el petróleo a Humungus, confiando en que les perdone la vida, o continuar una lucha desesperada con unos psicópatas que les superan en número y armamento. Es entonces cuando Max les promete ayuda: huirá con el camión cisterna que ansía Humungus, atrayendo su atención y permitiendo escapar al resto. La película termina con la misma voz en off que la abría y que resulta ser la de un envejecido Chico Salvaje, convertido muchas décadas después en uno de los sabios de la tribu que la valerosa acción de Max permitió fundar.
“Mad Max”, la primera entrega de la serie, no había sido sino una extensión futurista de películas como “Harry el Sucio” (1971) o “El justiciero de la ciudad” (1974). En cambio, “Mad Max 2” tiene un espíritu mucho más cercano al comic-book, a mitad de camino entre la exuberante acción de “En busca del Arca Perdida” (1981) y la visión mitad cínica mitad satírica característica de las historietas del Juez Dredd. La dirección de Miller prescinde de todo lo que no sea acción, reduciendo a los personajes a meros arquetipos y poniendo en escena un spaghetti western machista y exagerado en el que lo que importa es la velocidad, una violencia caricaturizada y un aliento mítico que bebía tanto de los films de samuráis como de los textos de Joseph Campbell sobre el Camino del Héroe (ambas fuentes, por cierto, influencias también directas en “Star Wars”). Así, Max, el héroe torturado por su pasado, supera su egoísmo y encuentra su destino como líder salvador de los colonos, derrotando a sus enemigos y ayudando decisivamente al futuro renacimiento de la civilización. Para aquellos que lo conocieron, se convirtió en una figura legendaria cuyas hazañas se transmitirían de generación en generación. La escena final de la película, acompañada por la voz en off del Chico Salvaje, logra añadir una dimensión de tragedia épica a lo que hasta ese momento había sido una historia de pura acción.
Contrastando con películas de mediados de los ochenta como “El Día Después” (1983), “Juegos de Guerra” (1983) o “Testamento Final” (1983), que miraban con alarma el rearme armamentístico de Ronald Reagan y ofrecían visiones de un pesadillesco holocausto nuclear, hubo otra corriente cinematográfica dentro de la CF encabezada por “Mad Max 2” que no sólo no veía con miedo ese escenario, sino que lo abrazaba con entusiasmo. Estos films nos decían que lo que el hombre necesitaba para sentirse de nuevo como tal era que toda esa corrupta civilización liberal saltara por los aires, dejando que cada uno se ganara su destino, por la fuerza si fuera preciso; en último término, triunfaría la decencia ganada con esfuerzo e incluso con sangre.
Las narraciones postapocalípticas, por otra parte, tienen un fuerte potencial como aventuras heroicas, lo que explica el por qué han mantenido una popularidad más o menos constante como subgénero cinematográfico desde los años cincuenta.
Naturalmente, habían existido films post-holocausto antes de “Mad Max 2”, desde “El Planeta de los Simios” (1968) hasta “Un chico y su perro” (1975) pasando por “Contaminación” (1970) “Glen y Randa” (1971), “Nueva York 2012” (1975) o “Callejón Mortal” (1977), aunque sólo en estos dos últimos casos percibimos algo de lo que “Mad Max 2” llegaría a ser. Casi todas estas películas se centraban en la desagradable lucha por la supervivencia en un mundo del que la civilización había sido borrada. El acierto de “Mad Max 2” consistió en en transformar el paisaje postapocalíptico en el equivalente a la frontera del Oeste.
El género western se ha convertido en una fantasía de la cultura occidental que despierta sentimientos de nostalgia por un mundo que nunca existió en el que los hombres individualistas y decentes, acosados por indios y forajidos, labraban su propio destino en un mundo sin leyes. Pero el Western murió como género en la década de los setenta, en buena medida a consecuencia de un cambio en los valores de la sociedad. Durante ese periodo, el cine se alejó del maniqueísmo propio de ese género a favor de una mayor fidelidad histórica. Los cowboys pasaron de ser héroes a asesinos ebrios, y los indios de agresivos bárbaros a víctimas de un genocidio. En el proceso, claro, el Western perdió su aura mítica. Pero su papel lo asumieron otros géneros en los que no cabía el realismo histórico, como la ciencia ficción.
Así, “Mad Max 2” tomaba y adaptaba los tópicos del western a un escenario postapocalíptico. Max bien podría ser el héroe sin nombre interpretado por Clint Eastwood en los spaghetti western de Sergio Leone, solo que su caballo se sustituye por un coche negro; la comunidad de colonos extractores de petróleo equivalen a los honrados pero aterrorizados habitantes del pueblo necesitado de un sheriff que les defienda de los malos; Humungus y su grupo de motoristas del desierto no son sino los bandidos o pieles rojas (algunos de ellos, incluso, llevan crestas en la cabeza en lo que probablemente es un consciente homenaje al género).
Entre ambos films, su director, George Miller, había pulido extraordinariamente su sentido narrativo: “Mad Max” tiene algunos segmentos muy logrados, pero la línea que los une resulta tambaleante y aburrida; “Mad Max 2” es un tren desbocado en el que la cámara rara vez permanece estática. En concreto, la larga secuencia de la persecución del camión cisterna que constituye el clímax del film, es una de las mejores escenas de acción con automóviles a toda velocidad que se puedan disfrutar en el cine. Fue un rodaje peligroso en el que uno de los pilotos sufrió un accidente casi mortal (que no fue eliminado del montaje final) y en el que al conductor del camión no se le dejó comer nada en las doce horas previas al rodaje por si hubieran de llevarlo al hospital para una operación de urgencia.
Sus impresionantes imágenes de alto octanaje le deben mucho al trabajo de Deam Semler, el mejor de la nueva generación de directores de fotografía australianos, que consigue sacar el máximo provecho de las localizaciones desérticas. Como curiosidad, cabe decir que, a diferencia de lo habitual en cualquier película, esta fue rodada en el mismo orden que describe el guión. Hasta el sonido se mejoró exponencialmente: la banda sonora de “Mad Max” era oscura y de escasa calidad; la de “Mad Max 2” rezuma poder y energía. Además, fue la primera película australiana cuya pista de sonido fue grabada en Dolby estéreo.
El centro de la historia no son los personajes, sino la acción, y Miller prefiere concentrarse en la narración visual reduciendo los diálogos al mínimo posible. Y, dado que la película no engaña en cuanto a sus intenciones o aspiraciones y jamás tuvo pretensión alguna de estar lanzando algún mensaje trascendental, esta decisión demostró ser la acertada.
Así, aunque la primera película invertía más tiempo en desarrollar al personaje de Max, dotándolo de un entorno laboral y familiar, es en la segunda parte donde alcanza su máxima intensidad, paradójicamente gracias a que Miller y Mel Gibson optaron por simplificarlo al máximo (sólo tiene 16 líneas de dialogo en toda la película, las mismas que Schwarzenegger en el primer “Terminator”) hasta ajustarlo al arquetipo del antihéroe solitario y perpetuamente ceñudo. De hecho, de la misma forma que la película puede verse como un pastiche posmoderno de “Centauros del Desierto” (1956) de John Ford, Max sería aquí la interpretación en clave futurista del personaje de Ethan Edwards que en esa cinta interpretó John Wayne.
Gibson obtiene un competente apoyo en el grupo de grotescos personajes que le rodean, especialmente Bruce Spence como el chiflado aviador Capitán Gyro y el niño-actor Emil Minty, que interpreta con graciosa verosimilitud al Chico Salvaje. Y, por supuesto, el protagonista sin nombre de esta película, como sucedía en la primera, es el coche, objeto de veneración por una Australia aún pugnando por salir de la crisis del petróleo de los setenta y consciente de su dependencia habida cuenta de su inmenso territorio. Sepultada por la acción, el guión sugiere tanto una crítica a la desmedida cultura del automóvil en ese país como una glorificación e incluso fetichización de la misma a través de las excitantes escenas protagonizadas por ruidosos coches modificados de formas aberrantes.
Uno de los apartados más subversivos de la producción de “Mad Max 2” fue el estilo de vestuario con que George Miller y la diseñadora Norma Moriceau vistieron a los bárbaros motoristas de Humungus. Inspirado en la moda fetichista gay –cuero, correajes, collares, cadenas- no eran los trajes la única conexión con el mundo homosexual: entre los motoristas no hay mujeres y se ofrecen señales poco ambiguas, como el guerrero de cresta roja y su novio rubio. Fue un toque provocador que se les pasó por alto a muchos críticos y comentaristas de la época, pero no a otros creativos, especialmente los relacionados con el video musical. Duran Duran, A-Ha o Frankie Goes to Hollywood adoptaron en algunos de sus vídeos esa estética bárbaro-fetish-gay.
A diferencia de la acogida que obtuvo “Mad Max”, considerada como una serie B barata, los críticos no ahorraron elogios para su segunda parte, especialmente en lo que se refiere a su frenética acción y el impresionante trabajo de sus especialistas. Miller triunfó por su sobriedad, agresividad narrativa y falta de pretensiones más allá de la acción de alto octanaje. Para la América de los ochenta, todavía sumida en la paranoia de la Guerra Fría y recobrándose de las recientes crisis del petróleo, el tema de la guerra por la gasolina en un escenario postnuclear tocaba un nervio sensible y garantizó un bombazo en la taquilla: sus 2 millones de dólares de presupuesto recaudaron 23 sólo en Estados Unidos.
Después de “Mad Max 2” fue ya casi imposible encontrar en el cine mundos postapocalípticos por los que no circularan buggys areneros tuneados o individuos vestidos con retazos de cuero sin curtir. La relación de películas de calidad detestable que fusilaron todo o parte del argumento, concepto y/o estética de Mad Max sería tan interminable como dolorosa, desde la neocelandesa “Destructor” (1982) a la italiana “1990: Guerreros del Bronx” (1982) pasando por la filipina “Warriors of the Apocalypse” (1985)… Cualquiera con un mínimo sentido del gusto se sentiría incapaz de recomendar nada de toda esa morralla cinematográfica. Ninguno de todos esos imitadores se acercó siquiera a la emoción y sensación de movimiento que destila el referente original.
Kevin Costner fue uno de los que lo intentó nada menos que en dos ocasiones… y ambas veces con resultados desastrosos. “Waterworld” (1995) sustituyó a “Isthar” como sinónimo en Hollywood para “película maldita”, mientras que “El Cartero” pasó completamente desapercibida dos años más tarde. Más recientemente, “El Libro de Eli” (2013) recuperaba algunos elementos conceptuales y estéticos del “vagabundo postapocalíptico” popularizado por la trilogía Mad Max.
No particularmente imaginativa pero sí tremendamente emocionante, “Mad Max 2: El guerrero de la carretera” es una combinación de comic book violento, angustia postapocalíptica y estilo visual punk rock. Miller consiguió purgar de su ciencia ficción los elementos sentimentales y moralistas del “Star Wars” de Lucas, manteniendo, eso sí, los clichés propios del pulp y el gusto por la acción. Es casi como si el realizador australiano hubiera pensado, “¡Hey!, ¡Yo puedo hacer una de esas, pero sin la cucharada extra de azúcar!” Lo hizo, y los espectadores agradecieron su sabor amargo, de textura arenosa y aroma a gasoil, hasta elevarlo a la categoría de clásico de culto.
¡Me dieron ganas de volver a ver esta joyita que hace rato la tengo copiada en dvd! Por cierto, de toda la trilogía fue la primera que vi, en televisión y más encima cortada (en todo caso, en ese tiempo aún era un niño); recién de adulto pude verla completa. Por cierto, hace rato te dejé un comentario por "Gran Cañón" y no lo he visto publicado; ojalá sigas leyendo y tomando en cuenta las palabras de tus seguidores.
ResponderEliminarSorry, no se qué pasó con ese comentario que mencionas. Y, por supuesto, salvo error u omisión involuntaria siempre leo y publico los mensajes de los lectores. Gracias de nuevo por pasarte por aquí...
ResponderEliminarAparte de las películas que inspiró, me recuerdo en Chile un comercial de Castrol que usaba toda la estética de Mad Máx 2, era un auto capaz de funcionar después de un desastre nuclear y se enfrenta a una banda de guerreros en el desierto
ResponderEliminarExcelente película , creo qué lo mejor de Mel Gibson , un actor con tendencia a la sobreactuacion , pero qué aquí está excelente , dudo mucho que se vuelvan a hacer películas con la calidad de los filmes de las décadas del 70 y 80 , ahora son todos efectos especiales .
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