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sábado, 29 de marzo de 2014
1953- EL DOCTOR QUATERMASS (3)
(Viene de la entrada anterior)
El éxito obtenido por la Hammer con la adaptación del primer serial del doctor Quatermass le llevó a retomar al personaje siguiendo la misma pauta. Así, “Quatermass II” (también conocida en Estados Unidos como “Enemy from Space”) llevaba a la pantalla grande la historia ya narrada en forma de serial dos años antes por la BBC.
Frustrados sus esfuerzos por obtener financiación para su proyecto de una base lunar, el doctor Quatermass (Brian Donlevy) se lleva una sorpresa cuando trata de seguir por radar las señales de unos misteriosos objetos parecidos a meteoritos que se precipitan sobre la Tierra. Desplazado al lugar donde se supone que han caído, descubre las ruinas de una antaño floreciente comunidad, una fábrica que recuerda sospechosamente los planos de su colonia selenita y unos objetos de perfil aerodinámico que contienen un gas altamente peligroso.
Oficialmente, la fábrica, una instalación gubernamental secreta, produce comida sintética; pero Quatermass no tarda en averiguar que en realidad está dirigida por humanos infectados por el gas contenido en el interior de aquellos meteoritos, un gas que se apodera de sus mentes y les obliga a preparar el terreno para una posterior invasión: en el interior de grandes cúpulas, enormes monstruos extraterrestres están convirtiendo nuestra atmósfera en el amoniaco que constituye la base ambiental de su mundo nativo. Solo los desesperados esfuerzos de Quatermass (Brian Donlevy), el inspector Lomax (John Longden) y algunos vecinos de la zona libres de la influencia alienígena consiguen detener esta amenaza de conquista galáctica, enviando un misil contra el asteroide en órbita del que partieron los meteoritos “infectados”.
En esta entrega reencontramos al frío pero imparable doctor Bernard Quatermass (quizá algo más humanizado que en la entrega precedente) enfrentado otra vez con los burócratas gubernamentales, incapaces de entender la relevancia de la sofisticada base lunar que les propone construir. Como en la película anterior, une fuerzas con el sensato y algo rústico inspector Lomax, formando ambos una extraña pareja de personalidades, intereses y enfoques casi opuestos. A diferencia de “El Experimento…”, sin embargo, Quatermass estará prácticamente solo: no es que ni la policía ni el ejército estén ya bajos sus órdenes, sino que ni siquiera puede confiar en ellos. Convertido en el líder de un reducido grupo de resistentes, el doctor se acerca, ahora sí, al arquetipo heroico.
La dirección de Val Guest disminuye el tono urbano y casi documental con el que había rodado la primera entrega, restringiendo la mayor parte de la acción a los límites de la fábrica secreta (en realidad, la refinería Haven de la petrolera Shell, en Essex), sugiriendo más que mostrando y narrando los momentos más dramáticos con unos planos generales que sugieren indiferencia en lugar de proximidad emocional. Apoyado por la brillante fotografía de Gerald Gibbs, acelera sustancialmente el ritmo en el espectacular final, cuando las gigantescas criaturas extraterrestres emergen de las cúpulas y siembran la destrucción a su alrededor. Hay dos momentos memorables por su capacidad de evocación terrorífica: la grotesca aparición de una de las víctimas infectadas, y el sádico destino del individuo que ofrece la paz
Hay quien ha querido considerar a “Quatermass II” como una pequeña obra maestra. No lo es. Pero si uno consigue pasar por alto la falta de convicción de Brian Donlevy en su interpretación del doctor y las incoherencias de guión, podrá apreciar la habilidad con la que se efectúa la transición desde la inicial sensación de amenaza difusa al terror de catástrofe inminente del final.
“Quatermass II” fue quizá la primera película de ciencia ficción en sugerir que nuestros gobiernos democráticamente elegidos pueden estar mintiéndonos. De acuerdo, esta operación clandestina está dirigida en realidad por zombis infectados y no por militares conspiradores o políticos corruptos; pero no deja de ser un proyecto financiado con dinero público y todo el film está impregnado de una atmósfera paranoica. Ciertamente, si alguien tan individualista y anti-establishment como Quatermass no puede arrojar luz sobre ese misterio, nadie más podría.
Tres años más tarde, justo antes de las navidades de 1958, la BBC emitió los seis episodios de un nuevo serial, “Quatermass and the Pit”, sin duda el mejor de los producidos hasta entonces.
En “Quatermass II”, Nigel Kneale y Rudolph Cartier se habían visto forzados por las circunstancias a elegir a John Robinson para el papel protagonista, pero ahora dispusieron de más tiempo para seleccionar al actor que debía encarnar al eficiente científico. Y optaron por alguien conocido: André Morell, un profesional respetado y versátil con quien ya habían trabajado en la adaptación que guionista y director habían realizado para la BBC en 1954 de la famosa novela de George Orwell “1984”.
El título bien se podría traducir como “Quatermass y el Foso”, que para los ingleses situaba bien la historia en un momento muy concreto del tiempo, cuando las últimas zonas de Londres castigadas por los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial estaban siendo reconstruidas. Se habían realizado movimientos de terreno y excavaciones de cimentación que habían desenterrado restos romanos o medievales, circunstancia que Kneale aprovechó para preparar la base sobre la que se desarrollaría la acción. Así, en el serial, durante la construcción de una línea de metro, se descubre una nave marciana que ha permanecido enterrada durante miles de años. La presencia alienígena cobra nueva vida y empieza a despertar entre quienes se hallan alrededor ancestrales recuerdos raciales sepultados en el inconsciente colectivo.
En “El Experimento Quatermass” la presencia alienígena había sido traída accidentalmente a la Tierra por un cohete; en “Quatermass II”, apareció sin aviso previo, caída del cielo, como si de un fenómeno natural se tratara; en esta nueva entrega resulta que los extraterrestres llegaron millones de años atrás con el propósito de colonizar nuestro planeta y manipular genéticamente a nuestros antepasados simiescos mejorando su inteligencia, aunque también imbuyeron en ellos otros rasgos menos deseables como el racismo.
Para comprender los fenómenos que se están produciendo, Quatermass tiene que recurrir a la superstición, el ocultismo (poltergeist, telekinesis, posesiones demoniacas, memorias raciales) y la demonología (los alienígenas son los demonios presentes en el folklore y la mitología) tanto como al racionalismo. Así, lo que entendemos como perteneciente al campo de lo sobrenatural, en realidad sí existe, pero su explicación obedece a lo racional.
Kneale probablemente nunca leyó “El fin de la infancia” (1953, Arthur C.Clarke), pero “Quatermass and the Pit” funciona como réplica de esa novela. En ambas, alienígenas parecidos a demonios desvían el curso de la evolución humana, pero Kneale enfoca tal colonialismo como algo malévolo, y sus extraterrestres están muy alejados de los benevolentes semidioses de Clarke.
Aunque la mayor parte del drama estuvo de nuevo emitido en directo apoyándose fuertemente en los personajes y sus acciones, “Quatermass and the Pit” fue el serial que hasta el momento mayor y mejor uso hizo de insertos pregrabados y efectos especiales de cierta categoría. Fue además la primera contribución de importancia del recién formado Taller Radiofónico de la BBC, dedicado a la producción de extravagantes efectos de sonido.
El serial fue editado en video por primera vez en 1988, un soporte al que por entonces sólo las películas cinematográficas solían tener acceso. Ello ofreció a una nueva generación de aficionados, que sólo habían oído hablar de ellos a sus padres o leído en los textos especializados, la posibilidad de conocer de primera mano los seriales originales del doctor.
Hammer Films adaptó “Quatermass and the Pit” en 1967 (en España esta película recibió el infame título de “¿Qué sucedió entonces?”), y esta vez encargó a Kneale la redacción del guión, escogiendo al barbudo actor escocés Andrew Keir para el papel protagonista (el quinto en encarnar al científico Quatermass).
Si la versión televisiva original se ha descrito a menudo como uno de los mejores seriales producidos por la BBC, la adaptación de la Hammer fue asimismo una de sus más impactantes películas de terror hasta la fecha aun cuando el guión constituía una simplificación del original televisivo en el que, eso sí, se hizo un esfuerzo por salvar algunas de sus más palmarias implausibilidades científicas.
Las excavaciones efectuadas bajo una estación del metro londinense llevan al hallazgo de huesos fosilizados de un hombre primitivo junto a lo que parece ser una bomba o misil sin explosionar. El paleontólogo Dr.Roney (James Donal) colabora con el especialista en ingeniería espacial Quatermass y su ayudante Judd para resolver el misterio. Cuando los operarios empiezan a experimentar serias perturbaciones mentales y se producen fenómenos de poltergeist, Quatermass empieza a sospechar que se encuentran ante los restos de una antigua nave espacial alienígena de millones de años de antigüedad, sospecha que se confirma al encontrar en su casco los restos de unas criaturas insectoides. Descubren, además, que la zona registra una larga historia en este tipo de fenómenos.
Por una afortunada coincidencia, un colega del doctor ha desarrollado un prototipo de “optoencefalógrafo”, un artefacto que puede proyectar los pensamientos en una pantalla de televisión. A través de la mente de Judd averiguan dos cosas: que los marcianos, extintos hace miles de años, utilizando avanzadas técnicas desarrollaron la inteligencia en los cerebros de nuestros antepasados con el propósito de colonizar nuestro planeta y huir de un Marte moribundo; y que esos mismos marcianos sacrificaban a aquellos de entre su propia especie que se alejaban de lo estimado como “normal”. El aspecto insectoide y cornudo de los marcianos se convirtió así en una imagen enraizada en nuestro inconsciente asociada con el Mal mientras que los sacrificios raciales entraron en nuestro folclore europeo como la leyenda de la Cacería Salvaje
El serial original, emitido en directo como ya he comentado, contaba con tambaleantes escenarios y micrófonos que irrumpían indiscretamente en escena, aunque su poder evocador resultó más eficaz en su momento que en esta adaptación cinematográfica diez años más tarde. Aún así, sin tener esto en cuenta, la película resulta bastante interesante y representa la aproximación más pura de Kneale a la ciencia ficción, una deconstrucción fascinante e inolvidable de la historia natural, la genética (todos somos parcialmente marcianos) y lo que comúnmente denominamos “sobrenatural”.
Eran temas que, aunque no nuevos en la ciencia ficción literaria, sí lo eran para su vertiente cinematográfica. Un año más tarde, con mucho más dinero a su disposición, Stanley Kubrick utilizaría ideas semejantes como base de su “2001: Una Odisea del Espacio”. No obstante, la visión que ambos autores tenían del mismo concepto no podía ser más diferente. En “2001”, habiendo puesto a los simios en el comienzo de una nueva escalera evolutiva, la inteligencia alienígena se retira, sin dudar que, en un momento u otro, llegaremos a la Luna primero, a Júpiter y las estrellas después, para luego guiarnos al siguiente paso en nuestra evolución galáctica. En cambio, en el atávico enfoque de Kneale el interés de los extraterrestres en nuestro avance hacia la inteligencia era mucho más concreto y banal: conseguir esclavos útiles.
En contraste con el estilo minimalista del monolito negro que Kubrick presentó en su estilizada película, la nave que nos muestra Kneale es un ejemplo de algo que podríamos llamar “tecnología gótica”, un vehículo que sirve de ataúd a cadáveres extraterrestres. En el centro de la visión de Kneale no se encuentra un feto resplandeciente, sino grandes insectoides desecados; y en lugar de liderar a la humanidad hacia sus más grandes logros, desde la invención de todo tipo de herramientas a la exploración del espacio y hasta las profundidades de nuestra conciencia individual y colectiva, los malévolos extraterrestres de Kneale son los responsables de nuestros peores impulsos.
Todo lo cual nos lleva a concluir que “Quatermass and the Pit”, y por extensión todas las aventuras de Quatermass y la propia obra de Kneale, se encuentran en la oscura intersección de dos géneros: la ciencia ficción, con su creencia fundamental en la improbabilidad de la existencia del ser humano en un universo cuya fría lógica bien podría destruirnos sin malicia alguna; y el terror, asociado a la revelación de la auténtica naturaleza del universo, un universo corrompido que condena a la humanidad a la ignorancia, la locura, la esclavitud o la muerte.
Aunque la complejidad de esos conceptos exigía una producción más lujosa, la Hammer y su director Roy Ward Baker consiguieron realizar una historia relativamente satisfactoria con un presupuesto ajustado y apoyándose en la fuerza de las ideas de Kneale. La creciente sensación de histeria y la casi imparable naturaleza de las criaturas marcianas –o quizá sus fantasmas- ofrecen un ejemplo perfecto de cómo ir acumulando tensión narrativa. El talento de Kneale influyó a generaciones de guionistas desde el estreno de la cinta.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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