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martes, 10 de diciembre de 2013
2009- DEFYING GRAVITY (1)
El factor humano es el peor problema que tiene que afrontar el ingeniero aeroespacial. El astronauta es la pieza más irritante de su rompecabezas técnico. Tiene que tener en cuenta su fluctuante metabolismo, su mala memoria, su estructura biológica enormemente compleja y disponible en infinidad de configuraciones, su inconstancia, sus problemas para regenerarse… El ingeniero tiene que preocuparse por el oxígeno, el agua y la comida que necesitará la tripulación y cuánto combustible extra será necesario para lanzar el cocktail de gambas y los tacos de ternera. Una célula solar es estable y no requiere apenas mantenimiento. No excreta, no se asusta ni se enamora del comandante de la misión. No tiene ego. Sus elementos estructurales no se descomponen en ausencia de gravedad y no necesita dormir.
Pero, al mismo tiempo, el ser humano es lo que convierte la aventura espacial en algo fascinante. Coger a un organismo que ha sido diseñado durante millones de años para que respire oxígeno, beba agua y viva en un entorno con cierta gravedad, y conseguir mantenerlo con vida durante meses, quizá años, en un ambiente tan hostil como el espacio… Todo lo que damos por sentado en la Tierra debe ser replanteado y reaprendido en instalaciones tan complejas como aparentemente absurdas construidas en nuestro planeta: cápsulas que nunca despegarán, salas de hospital con gente sana que se pasa meses tumbados simulando gravedad cero o laboratorios que se estrellan con cadáveres en su interior para estudiar las consecuencias de un accidente.
“Defying Gravity” es una serie de televisión que aborda precisamente eso: el factor humano en el espacio, una mirada a lo que bien puede ser el futuro de la carrera espacial en un horizonte temporal de cuarenta años.
James Parriott es un veterano productor y guionista en cuyo currículo figuran títulos televisivos de la fama de “El Hombre Invisible”, “El Hombre de los Seis Millones de Dólares”, “La Mujer Biónica”, “El Increíble Hulk”, “Anatomía de Grey”, “Dark Skies” o “Betty la Fea” (versión americana), por nombrar sólo las más conocidas. En 2009, unió su experiencia y talento con otro productor ejecutivo, Michael Edelstein (responsable de “Mujeres Desesperadas” y con quien ya había trabajado en 2003 en la fallida “Threat Matrix”) para impulsar un thriller espacial de primera categoría rodado en Canadá y emitido por la ABC.
La acción comienza en 2052, cuando un equipo internacional de ocho astronautas, cuatro hombres y cuatro mujeres, se embarcan en la astronave Antares para iniciar un viaje de seis años de duración que les llevará a explorar los planetas del sistema solar empezando por Venus. Su odisea es monitorizada cuidadosamente desde el Control de Misión en la Tierra, pero sólo un puñado de los responsables conoce el verdadero objetivo de la misión y los peligros que entraña. Todos ellos comienzan a experimentar cambios físicos y mentales, algunos imperceptibles, como modificaciones en el ADN; otros terroríficos, como vívidas y recurrentes alucinaciones relacionadas con momentos de su pasado de los que se sienten culpables…
Los trece capítulos de la serie nos van narrando el transcurso de la misión en su primera etapa, el viaje hacia Venus, alternándolo con flashbacks que narran el proceso de entrenamiento de cinco años a que se sometieron todos los miembros de la tripulación. Son esos vistazos al pasado los que nos aclaran el origen de las relaciones existentes entre ellos así como ciertos aspectos de sus personalidades, sus pasados y sus motivaciones.
Parriott encontró su inspiración en un docudrama de ficción de la BBC titulado “Odisea: Viaje a los Planetas”, producido por Impossible Pictures (los mismos que crearon “Caminando entre Dinosaurios”). Parriott lo vio en 2007 y propuso a Edelstein –ambos trabajaban en Disney por aquel entonces- tomarlo como base, añadir el componente humano y crear una serie que podría atraer tanto a fans de la ciencia ficción como a otros no tan familiarizados con el género pero a los que atrajeran los personajes y el suspense que en ella se ofrecería. El programa recibió financiación multinacional: los americanos Fox Television Studios y Omni Film Productions, la británica BBC, la canadiense CTV y la alemana ProSieben.
Fue Parriott quien terminó de pulir la idea y crear a los personajes. Y es sobre estos sobre los que recae el atractivo de la serie. Todos tienen su propia historia que contar, todos son individuos complejos con los que, de una forma u otra podemos sentirnos identificados. Son astronautas no sólo verosímiles, sino modernos.
Hoy, el 90% de una misión típica en la Estación Espacial Internacional consiste en tareas de montaje, reparación o mantenimiento. Es un trabajo rotatorio y rutinario. Resulta difícil imaginarse a los primeros astronautas americanos, Alan Shepard o John Glenn, haciendo figuritas de origami para intentar que les seleccionaran en el programa espacial –prueba ésta a la que son sometidos los aspirantes japoneses-. Aquellos pioneros pasaron a la Historia gracias a su valor y su carisma. Los siete astronautas del programa Mercury eran pilotos de pruebas, gente con una energía desbordante cuyo sueño era romper records de altitud o velocidad mientras se jugaban la vida a bordo de un prototipo supersónico. Hasta la misión del Apolo 11, cada viaje espacial marcaba un nuevo desafío: primer viaje al espacio, primera órbita, primer paseo espacial, primera maniobra de atraque, primer alunizaje… muchas cosas podían salir mal. Los astronautas debían tener un temple especial y poco miedo a morir.
Sin embargo, a partir de entonces, con cada misión, la exploración espacial se fue haciendo más y más rutinaria hasta llegar, aunque parezca increíble, al aburrimiento. “Algo curioso sucedió en el camino a la Luna: no pasó nada”, escribió el astronauta del Apollo 17 Gene Cernan. “Debería haber traído algunos crucigramas”. La clausura del programa Apollo marco un cambio de la exploración a la experimentación. Los astronautas ya no necesitaban viajar más allá de las capas exteriores de la atmósfera terrestre para montar laboratorios orbitales: el Skylab, el Spacelab, la MIR, la Estación Espacial Internacional… Llevaban a cabo experimentos en gravedad cero, ponían en órbita satélites de comunicaciones o de defensa, instalaban nuevos baños… “La vida a bordo de la MIR era muy corriente”, dijo el astronauta Norm Thagard. “El aburrimiento era mi mayor problema”.
Sí, todavía se siguen consiguiendo hazañas y records, pero ya no son motivo de grandes titulares periodísticos. “Capacidad para Tolerar el Aburrimiento y Bajos Niveles de Estimulación”, es uno de los atributos que se requerían de los astronautas según el equipo de psicólogos encargados de la selección en la NASA.
“Defying Gravity” refleja la actual división existente del trabajo de astronauta en dos categorías (hay una tercera no oficial, la de los astronautas de pago, ya sean especialistas, maestros, senadores excéntricos o príncipes saudíes): los astronautas piloto son quienes están a cargo de los controles; los astronautas especialistas de misión llevan a cabo los experimentos científicos, realizan las reparaciones, lanzan los satélites… Los nuevos astronautas siguen siendo los más brillantes, los más inteligentes, pero no necesariamente los más valientes. Son doctores, biólogos, ingenieros… La parte más estresante del oficio no es convertirse en astronauta, sino desconocer cuándo se irá al espacio o siquiera si alguna vez será asignado a una misión.
Y, sobre todo, los astronautas son gente, gente normal. La financiación de la NASA ha dependido tradicionalmente y en no pequeña medida de la mitología construida alrededor de la exploración espacial. La imaginería forjada durante los programas Mercury y Apollo sigue casi intacta. En los retratos oficiales de la NASA, muchos astronautas siguen llevando trajes espaciales y sosteniendo sus cascos en los regazos, como si en cualquier momento el estudio fotográfico del Centro Espacial Johnson fuera a despresurizarse. En realidad, menos del uno por ciento de la carrera de un astronauta transcurre en el espacio y de ese tiempo, un uno por ciento lo hace embutido en un traje presurizado. Entre dos vuelos, se dedican a dar charlas y conferencias en escuelas y clubs, asistir a reuniones, probar equipo y ordenadores, cumplir turnos en Control de Misión y despachar papeles.
No es que la exigencia de valor se haya desvanecido. Entre las características que los psicólogos buscan en un astronauta sigue estando la de “Habilidad para Funcionar ante Catástrofes Inminentes”. Si algo va mal, es necesario que todos conserven claridad de ideas. Y hay otra cosa que ha cambiado desde los tiempos pioneros de la exploración espacial. Las tripulaciones a bordo de las lanzaderas, cohetes y laboratorios orbitales son dos o tres veces mayores que las de los programas Mercury, Gemini o Apollo; y las misiones se prolongan semanas, incluso meses, no días. Esto hace que muchas de las cosas que en aquellos antiguos programas de la NASA eran aceptables, incluso deseables, ya no lo sean. Hoy los astronautas tienen que saber “jugar” en equipo. La lista de atributos de un astronauta de la NASA incluye habilidad para relacionarse con sensibilidad; sentido del humor, capacidad de establecer relaciones interpersonales estables y de calidad… Las agencias espaciales de hoy no quieren astronautas de tipo “piloto de prueba valiente, rebelde e independiente”, sino gente cuya asunción del riesgo sea meditada y limitada a las necesidades de la misión. Aquellos primeros astronautas, agresivos, viriles, narcisistas, arrogantes… no encontrarían trabajo hoy en ninguna agencia espacial.
James Parriott comprendió esto perfectamente a la hora de crear “Defying Gravity”. Los astronautas de la Antares (como los que formen parte de la primera misión tripulada a Marte) pasarán años encerrados en estructuras estériles y artificiales sin lugar a donde ir, sin poder distraerse del trabajo o escapar de los compañeros. No podrán relajarse viendo flores o árboles. De hecho, más allá de sus ventanas no podrán ver nada sino espacio vacío o algún planeta hostil. El trabajo de un astronauta es estresante por el mismo motivo que tantos otros: horarios prolongados, sobrecarga de tarea, falta de sueño, ansiedad, roces con los compañeros… pero hay dos factores que exacerbarán aún más los anteriores: la ausencia de un entorno externo en el que relajarse y la incapacidad de escapar del confinamiento.
(Continúa en la siguiente entrada)
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