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viernes, 6 de septiembre de 2013
1968-EL PLANETA DE LOS SIMIOS (2)
(Viene de la entrada anterior)
El escenario que plantea “El Planeta de los Simios” no es muy verosímil que digamos. De hecho, resulta difícil asumir que Taylor continúe pensando que se halla en un mundo alienígena cuando los supuestos extraterrestres/simios hablan un inglés que él puede entender perfectamente. Con todo, Rod Serling, Michael Wilson y el director Franklin Schaffner hacen lo que pueden para que el espectador pase por alto esos “detalles”.
Cualquier impresión que se pudiera tener en los primeros minutos del film de que lo que se iba a ver era un episodio alargado de “Dimensión Desconocida”, se esfuma en cuanto aparecen los simios: montando a caballo, disparando y cazando humanos y posando sobre sus cuerpos asesinados para tomarse una foto. Esas escenas están dirigidas con maestría: planos rápidos, cámara siempre en movimiento y ocultando hasta el momento preciso la identidad de los cazadores. Son unos momentos espeluznantes de gran intensidad dramática que marcan el verdadero comienzo del film.
A mitad de película, el tono cambia. La violencia de las escenas iniciales se ve reemplazada por una sátira social acerca de las estupideces inherentes a la sociedad humana, haciendo que los simios se comporten como hombres. No siempre se consigue el mejor de los resultados. En los peores momentos no es más que una burda parodia realizada por gente llevando máscaras, como en la escena donde se parodian los ritos religiosos o en la que los gorilas posan junto a sus presas y, especialmente, en el innecesario gag del juicio con los tres monos sabios representando el dicho «No ver el Mal, no escuchar el Mal y no decir el Mal» (en realidad, un momento de improvisación durante el rodaje que se decidió dejar en la versión definitiva al comprobar su efecto cómico).
Pero también hay grandes ideas, como la amarga parodia que domina toda la segunda parte y que remite directamente al todavía recordado Juicio de Scopes, que en Estados Unidos enfrentó al profesor John Scopes con el Estado de Tennessee, cuya legislación prohibía enseñar en el seno del sistema educativo “cualquier teoría que niegue la historia de la Divina Creación del hombre tal como se encuentra explicada en la Biblia, y reemplazarla por la enseñanza de que el hombre desciende de un orden de animales inferiores." Rod Serling y Michael Wilson bordaron los diálogos de esas escenas del proceso contra Taylor, todavía hoy calificables como de entre las mejores que ha dado el cine de ciencia ficción.
Por tanto, la historia y el desarrollo de la acción se ajusta con notable fidelidad a estándares del género ya bien establecidos: lo militar versus lo científico, paranoia nuclear, viaje espacio-temporal… Pero lo que todo el mundo recuerda, lo que ha quedado como una imagen icónica de la cultura popular, es el sorprendente y escalofriante final. Esa escena le daba a la película una elegancia y perdurabilidad que aún no se ha extinguido. Sí, ese desenlace era característico del tipo de historias que Serling gustaba de contar en “La Dimensión Desconocida”, pero también era algo más: la afirmación de que los finales felices ya no podían darse por sentados en el cine y que guionistas y directores de Hollywood eran pero que muy capaces de sorprender a su público hasta la última escena.
No siempre estuvo ese final en la mente de los productores. En una versión del guión se contempló la posibilidad de que Nova quedase embarazada (tal y como sucedía en la novela), pero ello abría posibilidades que requerirían una exploración más profunda: ¿nacería el niño con la inteligencia de Taylor? ¿podría hablar? ¿qué ocurriría si surgía una nueva raza humana?. Lo que se estaría narrando sería la historia del resurgimiento de la especie humana. El enfoque elegido, en cambio, sería el opuesto y para ello aprovecharían uno de los primeros borradores escritos por Rod Serling. Cuando Taylor se encuentra en la solitaria playa batida por las olas con los restos oxidados de uno de los principales iconos del siglo XX, lo que se nos revela es que hemos presenciado el final de la especie humana.
Resulta irónico escuchar a los artífices de la película afirmar que aquel final no fue concebido como alegoría de mensaje alguno, sino como artificio para impactar al espectador. Y, sin embargo, intencionado o no, lo cierto es que con aquella imagen transmitieron una idea que entonces permeaba la sensibilidad de una parte de la sociedad americana del momento: las esperanzas de un futuro brillante depositadas en la nación, podrían acabar convertidas en una pesadilla apocalíptica.
Aquella impactante escena no fue sino el más destacable reflejo del tema subyacente en toda la saga: el conflicto racial y la devastación consecuencia de un conflicto nuclear. A diferencia del Merou de la novela, que aprende a respetar la civilización simia y acepta con resignación su papel en el seno de la misma y el dominio de la nueva especie dominante, Taylor es incapaz de contemporizar con quienes considera salvajes, y no hace más que acumular odio y desprecio por sus captores tal y como queda perfectamente reflejado en su frase más célebre: “quita tus asquerosas patas, maldito mono”. Rodado en el marco de los acontecimientos sociales que sacudieron Estados Unidos en los sesenta (la lucha por los derechos civiles, las manifestaciones contra la guerra de Vietnam), el film de Schaffner se ha interpretado a menudo como una alegoría del enfrentamiento racial o del colonialismo occidental, pero nunca se pretendió que su mensaje político se sobrepusiera al entretenimiento derivado de las premisas propias de la ciencia ficción.
Por otra parte, las complejidades morales de la situación hacen que, aunque elijamos el bando humano que representa Heston, no podamos dejar de sentir cierta simpatía por los simios, cuya convivencia se ve perturbada por un ruidoso y desestabilizador intruso. Aunque su sociedad tiene evidentes defectos –como la concentración de conocimiento en una oligarquía cerril y la segregación en “castas”-, lo cierto es que han conseguido coexistir pacíficamente y lo único que quieren es que los humanos no vuelvan a causar un nuevo cataclismo. De hecho, uno de los momentos más intensos de la película es aquel en el que se revela que el Dr.Zaius conoce la verdad sobre el auge y caída de la especie humana y que su intención es proteger a su gente de la locura que llevó a la perdición de aquéllos. Esa es la razón por la que mantienen un control tan férreo y brutal sobre los humanos supervivientes.
Normalmente, Heston era un actor que tendía al hieratismo y la rigidez, pero en esta ocasión su interpretación de un astronauta que huye de una sociedad que detesta para verse atrapado en una que le detesta a él, es intensa y emotiva. Su intervención en la película dio pie a algunos críticos a confirmar su idea de que el actor representaba el “imperialismo occidental”. Para ello relacionaban su papel en “El Planeta de los Simios” con otros anteriores de su carrera, afirmando que Heston parecía estar embarcado en una perpetua lucha para defender el “fuerte” de la civilización occidental contra las hordas de bárbaros de piel oscura.
Otros, en cambio, argumentaban precisamente lo contrario: se trata de una inversión del mito occidental puesto que al final se le niega al héroe blanco tanto su victoria final como su conversión en mártir. Heston no interpreta aquí a un personaje formidable rebosante de entereza, todo lo contrario: se pasa media película huyendo y recibe palizas, le queman, mojan, apedrean y casi lo lobotomizan. Taylor no es, dese luego, el arquetipo de héroe victorioso que había encarnado el actor en otras ocasiones.
No fue un rodaje fácil para Heston. Agotado por las altas temperaturas, las exigencias físicas de su papel y el apretado plan de rodaje, se hallaba enfermo de gripe el día que hubo de rodar las secuencias en las que huye por la ciudad simia, es atrapado en una red y grita su famosa frase: “Aparta tus sucias manos, mono asqueroso”. Su voz enronquecida por la enfermedad contribuyó a realzar la intensidad de su actuación.
Roddy McDowell y Kim Hunter están asimismo sobresalientes en su papel de científicos simios, inquisitivos al tiempo que bondadosos. Edward G.Robinson iba a interpretar originalmente al Dr.Zaius –de hecho, fue él quien participó en la prueba de maquillaje preliminar-, pero las pesadas sesiones de caracterización, su avanzada edad y precario estado de salud le obligaron a renunciar. Su sustituto fue Maurice Evans, un veterano especializado en obras de Shakespeare.
Linda Harrison interpretó a Nova, la sobrevenida compañera de Taylor. Harrison era una reina de la belleza que por entonces no sólo tenía un contrato con la Fox, sino una relación sentimental con el presidente del estudio, Richard Zanuck. No hay duda de que eso fue lo que le valió obtener un papel en la película, pero aun así su muda presencia resulta refrescante. Su juventud (tenía 22 años), belleza natural, primitivismo y escasa vestimenta hacían referencia no sólo a su papel como nueva Eva, la mujer a partir de la cual puede renacer una nueva Humanidad, sino al ideal hippy que en ese momento alcanzaba su cénit.
Una de las anécdotas más curiosas de “El Planeta de los Simios” ocurrió fuera de la pantalla: sin que hubiera nada establecido en ese sentido, los actores que interpretaban las diferentes clases de monos acabaron almorzando siempre con compañeros de reparto que vestían de la misma forma: gorilas con gorilas, chimpancés con chimpancés y orangutanes con orangutanes... Algo paradójico si tenemos en cuenta que el clasismo y los prejuicios son dos de los temas centrales de la historia.
Siguiendo con el aspecto visual del film, los paisajes de las Montañas Rocosas americanas se han utilizado en incontables ocasiones como recreación de mundos alienígenas, a menudo en historias centradas en la figura del pionero, ya fuera con su recreación en estudio (“La Conquista del Espacio”,1955) o en los auténticos exteriores filmados en parajes tan hostiles como el Valle de la Muerte (“Robinson Crusoe en Marte”, 1964). Fue especialmente influyente en el uso del desierto como escenario alienígena “Planeta Prohibido” (1956): las resecas llanuras de tonos pastel de Altair V fueron un temprano anuncio de la estética que Lucas adoptaría en “Star Wars” (1977).
Sin embargo, fue la utilización que el director de fotografía de “El Planeta…”, Leon Shamroy, hizo de los desolados entornos naturales del lago Powell (Arizona) y los remotos parajes ribereños del río Colorado en Utah y Colorado, uno de los ejemplos más paradigmáticos de cómo transformar algo familiar y claramente terrenal en algo extraño y alienígena. No fueron secuencias fáciles habida cuenta de lo adverso del territorio: durante días y días de temperatura infernal (se llegaba a los 49º C), las cámaras y el equipo hubieron de ser transportados por helicóptero y a lomos de mulas. Pero Schaffner pensaba que esos minutos iniciales eran importantes para establecer el tono de la película e ir acumulando suspense.
Parte fundamental a la hora de crear una atmósfera hostil, inhumana e inquietante, fue la música de Jerry Goldsmith. El compositor creó una banda sonora atonal pionera en Hollywood, interpretada con instrumentos inusuales, como cacerolas o cuernos de carnero y le hizo merecedor de una de las muchas nominaciones a los Oscar de su carrera (dice la leyenda que llevaba una máscara de gorila mientras componía para sentirse más cerca de los personajes).
El rodaje finalizó en agosto de 1967, dentro del plazo establecido y sin exceder el presupuesto asignado. Se estrenó en febrero de 1968 y fue un fulminante éxito de crítica y taquilla que nadie pudo haber pronosticado. Recaudó más de 22 millones de euros y cautivó al público de todas las edades. Los adultos apreciaron la calidad interpretativa de los actores y el acerado análisis político de su guión, mientras que los niños se sintieron cautivados por su sentido de la aventura y elementos fantásticos.
El Planeta de los Simios” se convirtió un una línea divisoria de la CF cinematográfica: a partir de ella, actores reconocidos podían participar en este tipo de películas sin miedo a no ser tomados en serio (algo que aún se pondría más de manifiesto tras el estreno de “2001 Una Odisea del Espacio” aquel mismo año). En términos de credibilidad, Heston y un puñado de monos aportaron al cine de género más que los cuarenta años anteriores.
Esa misma credibilidad, sin embargo, fue experimentando un continuo declive con el estreno de cada una de las secuelas que siguieron (y que analizaremos en próximas entradas) entre los años 1970 y 1973). Quizá a ello contribuyó el alejamiento de Charlton Heston y un presupuesto siempre decreciente que dificultaba la recreación de los elementos fantásticos de las historias. No obstante, considerada como una sola unidad, la saga de “El Planeta de los Simios” fue una de las más coherentes y originales de la historia de la ciencia ficción cinematográfica.
(Continúa en la siguiente entrada)
GENIAL!!!
ResponderEliminarSi hay algo que nadie le puede negar a "El Planeta de los Simios" es que su final es algo que nadie que la haya visto puede olvidar... Un saludo y gracias por los comentarios.
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