Libros, películas, comics... una galaxia de visiones sobre lo que nos espera en el mañana
viernes, 28 de septiembre de 2012
1930- LA CIUDAD DE LOS MUERTOS VIVIENTES - Laurence Manning y Fletcher Pratt
La norma autoimpuesta en este blog en cuanto a literatura es la de comentar o bien novelas o bien recopilaciones de narraciones cortas, pero en este caso voy a hacer una excepción dada la curiosa naturaleza de ese cuento publicado en mayo de 1930 en la revista "Science Wonder Stories" e ilustrado por el gran Frank R.Paul.
No hay en esta pequeña obra emocionantes escenas de acción física ni drama emocional; de hecho, ocurre bien poca cosa. Su estructura es la de una novela convencional y poco original del subgénero de Mundos Perdidos: osados exploradores, valles cubiertos por misteriosas nieblas, una nada sutil mezcla de racismo e imperialismo... hasta que se nos presenta esa ciudad del futuro en la que sus ciudadanos se hallan conectados a las máquinas de sueño que alimentan sus cerebros con información sensorial que, una vez decodificada, construye "realidades" tan verosímiles y maravillosas que nadie desea permanecer despierto. Los autores acertaron plenamente al presentar una interacción hombre-máquina en términos de tal intimidad que puede llamarse simbiosis. "Neuromante", "Matrix" y todos sus derivados tuvieron aquí un temprano predecesor (mencionemos también como escalón relevante hacia el ciberpunk una obra anterior ya comentada en este blog, "La máquina se detiene" (1909), de E.M.Forster)
"La Ciudad de los Muertos Vivientes", a pesar de su desarrollo algo rancio, es una historia preclara sobre el dulce embrujo de la realidad virtual o bien sobre el mundo del entretenimiento de masas en general. Nadie debe dudar que hoy podríamos encontrar una cantidad inmensa de personas dispuestas a vivir permanentemente en un mundo digital de interminables fantasías y aventuras diseñadas específicamente para ellos, dejando atrás el desesperante e incontrolable mundo real. Internet, juegos on-line, iPhones, iPods, iPads... quizá el chip cerebral no esté tan lejos en el futuro y, como imaginaron los autores, miles, millones de personas correrán a implantárselo. Habrá quien no vea el día en que ese invento llegue, pero este cuento nos previene de los peligros que acechan escondidos tras esa tecnología escapista.
martes, 25 de septiembre de 2012
1930- EL MUNDO EN 2030 - Conde de Birkenhead
El honorable Frederick Edwin Smith fue nombrado -no sin controversia y sorna- conde de Birkenhead a los 47 años como recompensa a su intensa carrera al servicio público. Fue un político conservador cuyas dotes de orador le valieron tanta fama como su habilidad legal –estuvo considerado uno de los abogados más prestigiosos de Gran Bretaña- y su afición a la bebida, vicio que le llevó a la tumba con cincuenta y ocho años en 1930. Fue como conde de Birkenhead que firmó poco antes de morir este libro utópico en el que pretendía especular sobre el mundo por venir y que resultó ser -como por otra parte solía ser habitual- una ecléctica mezcla de llamativos aciertos parciales, prejuicios propios de la época, profecías erróneas, proyección de las propias ideas sociales y políticas y esperanzas nunca satisfechas.
Tras los horrores vividos en las dos Guerras Mundiales, pocos autores se atrevieron a seguir soñando con mundos felices, pero Smith, como tantos utopistas antes que él, desde Edward Bellamy hasta H.G.Wells, tenía un elevado concepto de la naturaleza humana, naturaleza con defectos, claro, pero no tan incurables como para que el efecto benéfico de la tecnología no pudiera acabar limándolos: "Si el siglo que viene es tranquilo y próspero, la vida en 2030 estará adornada por amenidades cultas y urbanas además de las agradables características que nuestra civilización contemporánea puede mostrar”. Efectivamente, el mundo sería un lugar más pacífico, e incluso, a decir de Birkenhead, la guerra mostraría un cariz más humano, una observación sobre la que pesaban sin duda los traumas de la Primera Guerra Mundial y que se ha revelado tan inexacta como la que más.
Birkenhead pronosticó que no habría escasez financiera y que el mundo estaría dominado por el ocio y la comida sintética: “El perfeccionamiento de la dieta sintética no puede retrasarse mucho en el siglo XXI, y cuando la primera fábrica de alimentos sintéticos comience a recortar los precios de los alimentos naturales, se habrá sellado el destino de la agricultura. La comida sintética será mucho más barata, más sabrosa, más variada, quizá más higiénica, que sus antepasados naturales (…) Por tanto, expulsará a los alimentos naturales del mercado y arruinará a los granjeros de todo el mundo. Para el año 2030 el pan sintético, el azúcar y los sustitutos vegetales pueden ser más baratos de lo que hoy es el agua".
Opinaba que el desarrollo tecnológico desde 1830 había sido tan espectacular que si continuaba a ese ritmo, la explotación de nuevas fuentes de energía sería algo factible, apuntando concretamente a la energía “intramolecular”, que podía transformar el viaje y el transporte, aniquilar la edad del carbón y hacer posible los viajes aéreos a velocidades de 800 km/hora y precios ridículamente bajos que permitirían a los europeos ir a esquiar el fin de semana a Labrador o Groenlandia. Ciertamente, veinte años después comenzó a explotarse la energía nuclear y los avances en aeronáutica hicieron hasta cierto punto posible su sueño. Por desgracia, el problema energético no sólo está lejos de quedar resuelto sino que constituye, más de ochenta años después, uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad.
“Hacia 2930, la suciedad habrá desaparecido de la experiencia del hombre común. Las chimeneas, la vegetación agostada y el envenenamiento de la atmósfera con humos tóxicos habrán desaparecido de la industria. La tienda mecanizada y la fundición del año 2030 serán tan limpias como cualquier panadería o farmacia de 1930”. Otro acierto parcial. El nivel de higiene personal y cotidiana ha mejorado, sí; pero al mismo tiempo, la contaminación y el deterioro ambiental en zonas cada vez más amplias del planeta es peor de lo que nadie entonces pudo suponer. Como tampoco adivinaron que una sociedad basada en el consumo y el ocio tendría como consecuencia la generación de inmensas cantidades de basura imposible de destruir.
La población viviría en grandes bloques de apartamentos con comedores comunitarios; y en el ámbito político, los partidos serían reemplazados por gobernantes expertos en diferentes áreas cuya elección se realizaría democráticamente (es decir, el sistema que comúnmente denominamos "tecnocracia"). Los debates parlamentarios finalizarían con una votación nacional de todos los ciudadanos sobre los temas tratados. Una federación europea trascenderá las antiguas nacionalidades. Habida cuenta de la crisis política europea que arrastramos desde hace tiempo, no parece que tampoco hayamos avanzado tanto.
El machismo del autor queda patente en observaciones como: “En 2030 las mujeres todavía utilizarán a los hombres como medio para conseguir sus mayores triunfos; aún podrán, gracias a su ingenio y encantos, dirigir las actividades de los hombres más capacitados hacia alturas que de otra forma jamás hubiera esperado alcanzar”.
En este mismo sentido y relacionado con el "nuevo" papel de la mujer, resulta muy interesante la predicción del autor de que en el año 2030 existirá ya la posibilidad de "fabricar" seres humanos artificiales que liberen a los "naturales" de las cargas laborales más pesadas: “No creo que para entonces (2030) la ectogénesis a escala nacional sea ya algo práctico. Pero el primer niño ectogenético podría ya estar jugando con sus compañeros en la escuela –si es que alguna escuela “decente” acepta semejante alumno monstruoso- y todo el asunto será objeto de una aguda polémica”. La ectogénesis es la creación de vida fuera del cuerpo, presumiblemente en un laboratorio. Según Smith, la liberación de la mujer de la servidumbre que supone el alumbramiento y crianza de los hijos será el primer paso para conseguir la equiparación de salarios entre ambos sexos, permitiendo a aquélla "expandir sus logros a todas las esferas de la vida".
¿Se hará algún día realidad esta inquietante profecía? Por el momento, la generación de vida a partir de la simiente de un ser vivo no ha sido posible en un laboratorio, pero sí se han extraído los fetos de la madre de algunos organismos para, posteriormente y mediante una cuidadosa manipulación biológica, desarrollarlos. Parece claro que algún día los científicos serán capaces de hacer algo similar con la vida humana, un procedimiento que, no me cabe la menor duda, encontrará una furiosa oposición por parte de determinadas capas de la sociedad. Ya en la actualidad existen grupos religiosos que se oponen a la fertilización in vitro argumentando que la procreación se separa del amor de los progenitores unidos en sagrado matrimonio. Smith también previó esta posibilidad: "Aunque la consecuencia más importante de la ectogénesis será la económica sobre la mujer, debo considerar también sus efectos en el ámbito del matrimonio y la vida familiar tal y como los conocemos. Primero, la ectogénesis supondrá un divorcio completo entre el amor físico y la reproducción de las especies. La extendida práctica de la contracepción ya ha habituado, hasta cierto punto, a algunas clases de la población a esta idea. Su completa realización llevará muchas generaciones y provocará un violento reajuste social".
La idea de separar el amor romántico y la procreación siguió apareciendo en años posteriores en obras diversas, aunque fue visto con ojos menos amables. Ira S.Wilde predijo en 1933 que cien años más tarde los gobiernos decidirían quien podría casarse; la película "Una fantasía del porvenir" (1930) planteaba el tema en clave de comedia, con los futuros padres obteniendo sus bebés de máquinas expendedoras; y, por supuesto, "Un mundo feliz" (1932), de Aldous Huxley, pintaba un futuro en el que los niños eran criados en laboratorios y centros de condicionamiento psicológico y en el que la palabra "madre" se había convertido en una obscenidad.
Por último, son dignas de destacarse las nueve ilustraciones que acompañaron al texto original –algunas de ellas reproducidas aquí-, obra de E.McKnight Kauffer, un ilustrador de origen norteamericano, formado en París y establecido profesionalmente en Londres tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. El trabajo que realizó para este libro es una buena muestra no sólo de su capacidad como ilustrador vanguardista, sino de su prestigioso trabajo como cartelista comercial.
sábado, 22 de septiembre de 2012
1929-LA MÁS GRANDE AVENTURA - John Taine
En 1939, John Taine (seudónimo literario de Eric Temple Bell), escribía un editorial para el número de marzo de la revista pulp "Startling Stories". En él sugería que la ciencia-ficción era una forma de introducir a la gente a la Ciencia y, quizás, atraer a un público generalista hacia los misterios de aquélla. En otras palabras, endulzar un tema escasamente popular entre la mayor parte de la población.
La preocupación por salvar la creciente brecha entre la gente y la ciencia que en cada vez mayor medida dirige y condiciona nuestras vidas, ha sido común entre muchos científicos, entre ellos Bell. Matemático y profesor en el Instituto Tecnológico de California, institución para la que realizó importantes aportaciones, desempeñó además una decidida labor como divulgador científico publicando varios libros tanto de su especialidad como de otros campos de la ciencia. Pero, además, mantuvo una segunda vida completamente separada de la académica -hasta el punto de que muchos de sus amigos y familiares sólo tuvieron noticia de ella tras su muerte en 1960- como autor de obras de ficción. Una de sus mejores novelas fue "The Greatest Adventure".
Es una historia fuertemente influenciada por Julio Verne y estructurada en buena medida siguiendo el esquema de "Viaje al Centro de la Tierra" (1864) aunque incluyendo más personajes y modernizando los temas. Dos marinos acuden a la residencia de un acaudalado científico, Eric Lane, para consultarle acerca de algunas extrañas capturas que han realizado y de la existencia un gran mar de petróleo. El capitán Anderson afirma que la criatura estaba todavía caliente cuando fue sacada de las aguas antárticas. El sabio, intrigado, accede a financiar una expedición a la Antártida de la que todo el mundo espera obtener beneficios: los marinos del petróleo y el científico de sus investigaciones biológicas con las que pretende "rastrear la vida hasta su fuente secreta y revelar su misterio". Al equipo se unen su inteligente y bella hija y el atractivo joven destinado a convertirse en su yerno. Las aventuras comienzan nada más llegar a los mares del Sur en la forma de dinosaurios, esporas asesinas, fuentes de gas caliente... y un secreto que podría significar el fin de la humanidad.
Sin ser nada extraordinario, "La más grande aventura" es un libro de lectura rápida y amena que cuenta con algunos elementos interesantes. Para empezar, el personaje femenino no es tan insufrible como muchas de sus contemporáneas literarias. Taine la aparta del estereotipo de damisela en peligro a la que el héroe debe rescatar y, de hecho, la convierte en la mejor piloto del grupo. El sentido del humor es también de agradecer, pero en otros aspectos, el relato es menos original. La Antártida, por ejemplo, ya había sido utilizada como escenario exótico en obras como "Symzonia" de John Cleves Symmes, "La narración de Arthur Gordon Pym" de Edgar Allan Poe, "Las Montañas de la Locura" de H.P.Lovecraft o "La Nube Púrpura" de M.P.Shiel; y posteriores autores seguirían acudiendo al continente helado para situar sus especulaciones, desde Joseph Campbell ("Who Goes There?") hasta Kim Stanley Robinson ("Antartica", 1997).
También tenemos los dinosaurios, que a pesar de llevar extinguidos 65 millones de años siguen atrayendo el interés más allá del ámbito estrictamente paleontológico, fascinando al público como pocas cosas en este mundo. Esa fascinación, no obstante, comenzó mucho antes de que Taine los incluyera en su libro (recordemos el mencionado "Viaje al Centro de la Tierra" de Verne, la Trilogía de Caspak de Edgar Rice Burroughs o "El Mundo Perdido" de Conan Doyle, por nombrar sólo los ejemplos más destacados). Nuevos descubrimientos han mantenido en el candelero a estos magníficos animales y esa ininterrumpida devoción se ha manifestado también en la ficción mediante obras como "Parque Jurásico" (1993), de Michael Crichton, quizá la más popular de las últimas décadas dentro del conjunto de novelas de Mundos Perdidos. De hecho, los escritores de ciencia ficción han recurrido a estas criaturas tantas veces y bajo tantas variaciones que casi se puede decir que estos relatos forman un subgénero propio: viajes en el tiempo, regreso de los dinosaurios, dinosaurios alienígenas, mundos perdidos,...
En fin, un libro de mundos perdidos y evolución enloquecida que mezcla todos los ingredientes clásicos del relato de aventuras: peligro, riesgo, romance, bestias letales, revelaciones asombrosas... narrada con un ritmo ágil y equilibrado. Uno de los mejores dentro de este subgénero tan popular hace un siglo.
miércoles, 19 de septiembre de 2012
1964-BARBAGRÍS - Brian Aldiss
Las historias de catástrofes apocalípticas con la consiguiente extinción de la civilización humana fueron especialmente populares en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, décadas en las que el aliento del holocausto nuclear se sentía muy cercano. Novelas como "On The Beach" (1957) de Neville Shute o "Cántico por Leibowitz" (1959) de Walter M.Miller, son sólo dos ejemplos de una larga lista. Lista en la que se detecta una presencia particularmente notable de autores británicos. John Wyndham consiguió la fama gracias a "El día de los Trífidos" (1951) y "El Kraken Despierta" (1953); en la misma línea se encuadran las obras de John Christopher "La muerte de la hierba" (1956) y "El mundo en invierno" (1962). La aportación de Brian Aldiss con esta novela que ahora comentamos es quizá el mejor ejemplo de lo que su autor denominaba "sentido trágico de la vida", un enfoque del que no quedaba excluida necesariamente la comedia y la filosofía.
Brian Aldiss no está entre los escritores de ciencia ficción con mayor número de seguidores. Tiene un estilo muy literario -en ocasiones demasiado- y los conceptos que maneja en sus libros pueden antojarse impenetrables al lector. Pero lo que no se puede negar es la originalidad y fuerza de sus ideas. Y en "Barbagrís" vuelve a demostrarlo apartándose de la novela catastrofista al uso en la que la especie humana es casi barrida de la faz de la tierra para que los supervivientes traten de levantar una nueva sociedad mientras luchan contra las hostiles condiciones imperantes. Aldiss, en cambio, no opta por un evento apocalíptico como la caída de un meteorito, una guerra nuclear, una epidemia devastadora o una invasión alienígena.
La muerte forma parte integral de la vida. Desde el embrión hasta el recién nacido, a través de la adolescencia, la madurez y la vejez, existe una progresión conocida y asumida, pero aún así temida. Para muchos, el miedo a la inevitable muerte queda mitigada por la seguridad de que su legado en forma de tradiciones y conocimientos perdurará en la persona de sus hijos. Para otros, no existe consuelo posible, sólo la forzosa asunción de nuestro constante peregrinaje hacia la desaparición. Al llegar a la vejez, ambos sentimientos se mezclan y confunden. Pero, ¿qué ocurriría si la ancianidad no trajera consigo la esperanza de que las generaciones venideras continuarán el ciclo de la vida? ¿Qué pasaría si nuestra generación fuera la última y el ser humano dejara de existir tras nuestra muerte? ¿Cuál sería nuestra reacción, de aceptación o de rechazo?
Y, efectivamente, eso es lo que nos presenta Aldiss: la esterilización de la Humanidad, un final lento y desesperante, aparentemente no tan traumático como un desastre natural, pero a largo plazo igualmente efectivo y con unas horribles consecuencias psicológicas. "En el escenario del mundo estaba oscureciendo rápidamente. La edad media de la población ya superaba los setenta años. Esta cifra aumentaba a cada año que pasaba. Al cabo de unos cuantos años... (...) el mundo seguiría su marcha; los hombres podían morir, pero la tierra aún rendía sus frutos (...) El accidente fue completo. Los viejos heredaron la Tierra"
Algernon Timberlane, el personaje cuyo apodo da nombre al libro, tiene cincuenta y cuatro años. Y, aún así, es el hombre más joven del mundo. Los experimentos nucleares terrestres comenzaron a causar serios perjuicios y, en 1981, en una decisión estúpida y fatal, los gobiernos pasaron a detonar sus artefactos en el espacio. No sólo la radiación terminó por llegar a la Tierra, sino que su mejor protección, el cinturón de Van Allen, registró tales perturbaciones que durante un tiempo dejó entrar libremente la radiación solar de la cual nos protege. ¿El resultado? Muertes masivas de niños y adultos a causa del cáncer. Y algo más insidioso que sólo se hizo evidente cuando las parroquias acusaron una caída en picado de bautismos y los hospitales la ausencia de nacimientos: la humanidad había quedado estéril. No sólo el hombre, sino muchos de los mamíferos que nos acompañan cotidianamente, como perros, gatos u ovejas. Aquellos animales que parían y criaban a sus crías bajo tierra, como los armiños o las nutrias, se salvan de los efectos de la radiación, proliferan en ausencia de depredadores y llegan a convertirse en mortíferas plagas capaces de devorar pueblos enteros cuyos ancianos habitantes ya no pueden defenderse.
Cuando el libro comienza, en el año 2029, el daño ya está hecho. La sociedad se ha fragmentado en pequeñas comunidades cada vez más aisladas a medida que la geografía, en ausencia del poder transformador de la civilización, recupera su configuración primigenia: las carreteras se desintegran, las infraestructuras se colapsan, la vegetación medra y los ríos se desbordan creando nuevos lagos. "El desierto se interrumpía de vez en cuando para dar lugar a monumentos de años anteriores, algunos de los cuales parecían más tristes y sombríos por estar fuera de su contexto"
El argumento nos cuenta las peripecias que viven Barbagrís, su esposa Martha y la pequeña comunidad de ancianos supervivientes que les acompañan mientras, en el curso de tres años, viajan por el río Támesis hacia su desembocadura, en parte para escapar de la tiranía imperante en la aldea donde han vivido durante años, y en parte porque desean ver el mar una última vez. La narración intercala la acción principal con flashbacks desordenados de la vida de Barbagrís que nos revelan el cuidadoso trabajo que Aldiss ha puesto en la construcción del personaje: su infancia marcada por el "Accidente" que esterilizó a la humanidad, su alistamiento en unas brigadas destinadas a encontrar y salvar a los pocos niños deformes y enfermos que aún nacen en el mundo, su enrolamiento en un proyecto altruista de documentación del desastre para posibles futuras generaciones o la huida de una ciudad sumida en el caos y regida por un dictadorzuelo militar.
Barbagrís intentará mantener en orden su propia vida, luchando por encontrarle un sentido. Aldiss no lo presenta como un héroe. Tampoco se ajusta a la figura del anti-héroe, ese individuo empujado a su pesar a desempeñar grandes hazañas. Es un hombre normal, con sus miedos y dudas, se equivoca y aspira a una vida mejor sin saber exactamente qué es lo que desea; capaz de actos valientes tanto como de lamentaciones autocompasivas. El propio viaje que emprende, a todas luces ilógico, parece ser un último esfuerzo por fijar una meta a una existencia que, sin posibilidades de futuro, vive solo para el presente. El periplo por el río hasta el mar a través de una Inglaterra medievalizada también funciona como una metáfora de la vida y la muerte y aunque no se puede decir que Aldiss llegue a construir un desenlace, sí decide terminar el libro con un rayo de esperanza que no desvelaré aquí.
Uno de los temas centrales de la obra de Aldiss es el conflicto entre fecundidad y entropía, entre la exuberante variedad de la vida y el silencio de la muerte. A menudo, la fecundidad se manifiesta de forma patológica: recordemos, por ejemplo, los corredores invadidos por la vegetación de "La nave estelar"; o el salvaje mundo vegetal de "Invernáculo". Esa fecundidad, no obstante, es la antesala de un proceso de decadencia y eventual desaparición. En "La nave estelar" adoptaba la forma de un declive evolutivo, y en "Invernáculo" la muerte de un planeta progresivamente engullido por un sol moribundo. En el caso que nos ocupa, la abundante natalidad de la especie humana acaba en la esterilidad primero, el cáncer y el cólera después, para continuar con un largo ocaso cuyo inevitable fin parece la extinción. Este lado oscuro, sin embargo, es sorteado en "Barbagrís" con elegancia, ingenio y emoción.
La novela es corta y discurre con un ritmo tranquilo, hasta lento, acorde con ese otoño de la humanidad y su pausada marcha hacia la desaparición. No hay escenas de acción ni explosiones de violencia. Y, sin embargo, Aldiss consigue introducir una gran cantidad de información sobre lo sucedido en los cincuenta años transcurridos desde el "Accidente", las causas y los efectos de la estupidez humana y la transición entre la guerra autodestructiva y la degeneración paulatina pero imparable.
Las consecuencias de la ausencia de niños son terroríficas por su profundidad y ramificaciones en todos los ámbitos: las empresas quiebran, ya sea porque sus productos han dejado de venderse (el padre de Barbagrís era fabricante de juguetes) o por la ausencia de sucesores. No hay un abandono al hedonismo desenfrenado o al consuelo pasivo de la religión. Simplemente, a los vicios y defectos que han acompañado a nuestra especie desde sus orígenes se añaden otros nuevos: a la tiranía, la credulidad, los abusos, la crueldad y el fanatismo se unen el trauma y la demencia; las mujeres tienen embarazos imaginarios incluso a avanzadas edades y la ansiedad y el sentimiento de culpa acosan a muchos hasta empujarles al suicidio. Desoladas y sin esperanza, las gentes se vuelcan alrededor de falsos profetas e incluso los sabios de Oxford caen en una especie de feudalismo intelectual decadente y patético. Los humanos se entregan voluntariamente prisioneros al miedo y la superstición."La muerte se cernía con impaciencia sobre la Tierra, esperando cobrar sus últimos caminantes", reflexiona lúgubremente Barbagrís.
Aldiss teje la novela con su sólida prosa, descriptivas alegorías y romanticismo fatalista: "Año tras año, a medida que los vivos murieran, las habitaciones vacías en torno a él se multiplicarían, como las celdas de una gigantesca colmena que no visita ninguna abeja, hasta que llenaran el mundo. Llegaría un día en que él sería un monstruo, solo en las habitaciones, tras las huellas de su búsqueda, en el laberinto de sus huecas pisadas". "Los ojos de Barbagrís se llenaron súbitamente de lágrimas. Incluso la niñez yacía en los podridos cajones del mundo, como un recuerdo que no resistía el paso del tiempo" La intensidad emocional que discurre por los rincones del relato halla su contraste en el embotamiento de una humanidad cada vez más envejecida y atrasada.
"Barbagrís" no es una novela cuya lectura pueda recomendarse en base a su argumento. Su idea la recuperó sin apenas reciclar P.D. James en 1992 para su novela "Hijos de los Hombres", de la cual se rodó una excelente película en 2006. Pero lo que hacía James era adaptar el tema de la esterilidad humana a una estructura de thriller, con persecuciones, disparos y emoción. No es el caso de "Barbagrís". Sucede poca cosa aparte de repasar la vida del protagonista y trasladarnos sus reflexiones sobre lo que le rodea. No se desarrolla un conflicto dramático ni hay tensión narrativa y su fuerza descansa en la construcción de ambientes. Es, eso sí, una novela post-apocalíptica escrita con maestría y lirismo, que nos anima de una forma menos pesimista y más elegante que el libro de P.D. James a reflexionar de forma tranquila y agridulce sobre lo que significa envejecer, la aceptación del propio destino y nuestro compromiso con las generaciones venideras.
jueves, 13 de septiembre de 2012
1929-LA ISLA MISTERIOSA - Lucien Hubbard
¿Cómo verán los espectadores de dentro de cien años esas películas de Michael Bay que hoy atraen a millones de espectadores ansiosos por sumergirse en una ducha de efectos especiales y sonido atronador? Si queremos hacernos una idea, echemos la vista atrás, hasta 1929 por ejemplo. Ya entonces había productores dispuestos a cautivar a las salas de cine con los efectos visuales en detrimento de la historia. "La isla misteriosa" es un buen ejemplo.
Lionel Barrymore interpreta aquí a un aristócrata exiliado, el conde Andre Dakkar, que no sólo ha eliminado las diferencias de clase en la ficticia isla sobre la que ejerce un gobierno benevolente-¿para qué entonces su título nobiliario?- sino que ha inventado un bonito sumergible con el que explorar las profundidades marinas. Su vecino, el barón Falon (Montagu Love), pretende usurpar el trono de la cercana Hetvia y visita a Dakkar solicitando su colaboración en la conspiración. Pero el buen conde sólo está interesado en sus investigaciones científicas. Falon depone al rey de Hetvia, se corona monarca de ese país y vuelve a visitar la isla pero esta vez, además de por el submarino, su interés -y lujuria- se centra en la hermana del conde, Sonia, quien, a su vez está enamorada con un ingeniero, Nicolai Roget (Lloyd Hughes), ajeno totalmente al mundo de la nobleza. De un solo golpe, Falon invade la isla y captura al conde y su hermana con la intención de hacerse tanto con el submarino como con una consorte.
Pero, afortunada coincidencia, su ofensiva coincide con una inmersión de prueba del submarino que estaba llevando a cabo Roget con su tripulación. El interés romántico en disputa, Sonia, acaba jugando su esperado papel de dama en apuros; Dakkar es rescatado y se une a Roget mientras Sonia cae en las garras de Falon. Descubierto por el malvado barón, éste los persigue en otro sumergible. Héroe y villano se enfrentarán sobre el lecho marino enfundados en unos trajes de buzo -lo que hace la acción más confusa ya que no se identifica quién es quién-, encontrando una grotesca raza humanoide que mora en una ciudad submarina. Estos seres no desean compañía y por si los contendientes no tuvieran ya pocos problemas se ven acosados por un ejército de enanos con agallas acompañados por su mascota -un pulpo gigante- y un gran dragón marino que habita en las proximidades.
A continuación, todo el mundo vuelve a casa y Dakkar destruye su laboratorio porque no quiere ser recordado como el individuo que trajo el mal al mundo en la forma de un submarino -cuyo papel en todo esto es bastante marginal-. Sin tener en cuenta que, al fin y al cabo, la máquina les había salvado la vida a todos, Dakkar, mortalmente herido, se embarca en ella y se interna en el océano para destruirla y morir. Luego, la isla es atacada por una especie de piratas cosacos.
Está claro que esta historia nada tiene que ver con la novela homónima de Julio Verne por mucho que compartan el título y aparezca un submarino. Lo cierto es que "La Isla Misteriosa" -el libro-, a pesar de su atractivo título, es una novela lenta y bastante aburrida que difícilmente puede trasladarse tal cual a la pantalla sin dormir a toda la sala. El relato comienza bien: durante la Guerra de Secesión, cinco soldados nordistas liderados por el ingeniero Cirus Harding, se fugan de una prisión sudista a bordo de un globo. Arrastrados por una tormenta, acaban aterrizando en una isla aparentemente desierta en el trópico. No saben dónde están ni llevan consigo herramientas ni suministros, por lo que deben recurrir a su ingenio y conocimientos -en realidad los de Harding- para sobrevivir. Casi toda la novela discurre a base de lecciones que el sabihondo Harding imparte a sus solícitos compañeros sobre química aplicada, botánica, geología, etc. que les permiten sobrevivir cómodamente recurriendo a los sencillos materiales que tienen alrededor. La historia se anima cuando una serie de extraños acontecimientos dan lugar al descubrimiento de un envejecido capitán Nemo, cuyo submarino Nautilus se halla escondido en una inaccesible cueva de la isla.
Así, en virtud de la presencia del capitán Nemo, "La Isla Misteriosa" de Verne se convirtió en realidad en una secuela de su exitosa "Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino". En otra entrada examinamos esta obra en el contexto de la ciencia-ficción y ya comentamos cómo Verne se había visto obligado a oscurecer el origen de su más famoso personaje a instancias de su editor, Efectivamente, el escritor había imaginado que el capitán Nemo era un noble polaco exiliado tras la invasión de su país por el ejército ruso y la subsiguiente represión. Pero dado el estatus de aliado de Francia que Rusia tenía en aquel momento, al editor no le pareció adecuado presentar a los rusos como los responsables de la amargura del inventor del Nautilus. Cuando cuatro años más tarde Nemo volvió a aparecer en "La Isla Misteriosa", la coyuntura internacional había cambiado y la tradicional enemistad con los vecinos ingleses parecía estar cobrando nuevas fuerzas. Así que Nemo pasó de ser polaco a convertirse en indio y los causantes de su odio hacia la raza humana fueron los brutales imperialistas británicos. Se nos revelaba además que su verdadero nombre era Dakkar. Sí, como el protagonista de la película.
Por otra parte no es difícil identificar a Hetvia con Polonia. Andre Dakkar comienza siendo un científico idealista que no quiere involucrarse en política y lo único que desea es que su pueblo sea libre para perseguir su propio destino; sin embargo, poco a poco, se convierte en un amargado enemigo de la tiranía. Su principal invento es un submarino futurista y lo último que vemos de él es su embarcación alejándose hacia las inmensidades del océano. En resumen, "La Isla Misteriosa" cinematográfica bien podría ser una precuela de la novela "Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino", un relato sobre el origen de Nemo, su odio hacia la opresión y el nacimiento del maravilloso Nautilus.
Comprar los derechos de una famosa novela para su adaptación cinematográfica y luego prescindir totalmente de la misma para conservar sólo el nombre y, quizá, algún personaje o episodio aislados, no es el único mal hábito que Hollywood cultivó desde sus inicios. Para el público de los años veinte, esta película resultó ser un acontecimiento espectacular y en buena medida ello se debió al cuidado que el estudio había dedicado a los efectos visuales.
La idea había surgido tres años antes, cuando el éxito obtenido por First National con "El Mundo Perdido" (1925) llevó a los ejecutivos de la MGM a pensar que lo que necesitaban era su propio taquillazo de ciencia ficción. Y lo harían a lo grande. Planificaron una historia épica de tres horas, con filmaciones submarinas de alta calidad presentadas en el reciente sistema Technicolor. Para dirigir la película contrataron a un ilustre expatriado francés, Maurice Tourneur, padre del aún más ilustre Jaques Tourneur y que vivía en Hollywood desde 1914 al frente de su propia productora. Las escenas submarinas se encomendaron al mejor experto de la época, J.Ernest Williamson, quien junto a su hermano ya había colaborado en los rodajes acuáticos de un film anterior, la versión de "Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino" que Stuart Paton rodó en 1913. Éste viajó a las Bahamas para aprovechar la claridad de sus aguas... todo parecía estar en marcha. El único problema es que no había guión, así que todas estas grandes ideas eran aún prematuras. Como vemos, casi un siglo después, las cosas no han cambiado mucho en el mundo del cine.
En fin, el guión se escribió, se reescribió y se volvió a escribir. Los meses pasaban y para cuando los productores dieron el visto bueno, había comenzado la temporada de huracanes en el Caribe. Sin dejarse amedrentar por tan poca cosa, Williams puso a su equipo a trabajar. Tres huracanes después, lo único que habían podido rodar era un montón de ruinas submarinas. Hubo que reconstruir las costosas maquetas, el presupuesto subió aún más... todo para nada, puesto que el montaje final sólo incluyó unos pocos minutos de la filmación de Williams.
Aunque no había huracanes, las cosas no iban mejor en el estudio. Maurice Tourneur resultó ser un director intratable que se negaba a obedecer las instrucciones de los productores e insistía en hacer las cosas a su manera y a su ritmo. Acabó dimitiendo -o bien lo despidieron, el resultado fue el mismo- y fue sustituido por otro europeo de renombre, Benjamin Christensen, que resultó tan lento y molesto como su predecesor.
Terminó 1926 y comenzó 1927 y "La Isla Misteriosa" parecía cada vez más lejana. La silla de director fue finalmente ocupada por Lucien Hubbard, un director de la casa, menos proclive a morder la mano que le alimentaba. Las instrucciones que se le dieron fueron las de acabar con aquella sangría como fuera, aunque hubieran de recortarse sensiblemente las ambiciones iniciales. Así, el metraje se redujo de tres horas a noventa y cinco minutos y las escenas submarinas acabaron rodándose en una piscina en vez de en el mar. Hubbard cumplió la misión. "La Isla Misteriosa" se terminó a finales de 1928. O casi.
Por si el rodaje no hubiera sido lo suficientemente accidentado, surgieron otros problemas derivados del largo periodo transcurrido desde el inicio del proyecto y el más grave de todos fue el del sonido. Tras el estreno de "El Cantor de Jazz" en 1927, la industria y el arte cinematográficos se transformaron completamente. En cuestión de meses, la demanda de películas mudas se evaporó. Charlie Chaplin se convirtió en una figura extravagante que operaba fuera de la industria cuando se empeñó en seguir rodando comedias mudas hasta 1931 ("Tiempos Modernos" fue estrenada en 1936 pero ya tenía secuencias sonoras).
Irving Thalberg, a la cabeza de la prestigiosa MGM, no podía dejar que una película como "La Isla Misteriosa", tan publicitada y esperada y en la que tanto dinero se había invertido, se estrenara sin sonido. Desde el punto de vista empresarial la idea de grabar rápidamente unos cuantos diálogos y meter con calzador un puñado de efectos sonoros aquí y allá podía tener sentido. Desde el punto artístico era otro cantar porque todas las decisiones clave al respecto habían sido adoptadas al comienzo del rodaje, tres años atrás, y jamás se había tenido en cuenta el sonido. ¿Les suena de algo? Porque hasta hace poco ha ocurrido algo similar. Baste recordar las películas a las que, en el último momento y para aprovechar la moda, se les añadió con calzador el efecto 3D sin que ello mejorara la película en ningún aspecto sustancial.
El caso es que hubieron de sacarse las cámaras del almacén y volver a rodar a los actores hablando. ¡Sorpresa! El actor Warner Oland, que interpretaba al barón Falon, resultaba ahora totalmente inaceptable debido a su fuerte acento sueco. Hubo de buscarse otro actor, Montagu Love y desembolsar aún más dinero. Y, además, había un límite a la cantidad de metraje que podía volver a rodarse por lo que, finalmente, cuando los espectadores pagaron su entrada para ver la película a finales de 1929, se encontraron con una historia mayormente muda sobre la que se habían grabado -no siempre con acierto- efectos sonoros, murmullos de multitudes e intercalado extrañas escenas con los actores hablando que parecían extraídas de otra cinta diferente.
¿A alguien puede extrañar que la película resultara un monumental fiasco? Había costado más de un millón de dólares. Recaudó 55.000. El melodrama aventurero era tan convencional y previsible que la gente no se dejó seducir por los efectos especiales. Era la confirmación de una tendencia inquietante: las películas de ciencia ficción eran caras, técnicamente complejas y poco rentables. Fritz Lang en Alemania ya había tenido ocasión de comprobarlo. En Estados Unidos, los estudios lo empezaban a tener claro. El clavo final lo pondría un año después "Una fantasía del porvenir", de la que hablaremos en una entrada posterior. Salvo excepciones muy puntuales, la ciencia ficción quedaría relegada a la serie B y marcada como maldición para la taquilla.
¿Y hoy? ¿Es "La Isla Misteriosa" una película que pueda disfrutarse más de ochenta años después? ¿Fue injusto el tratamiento que le dio público del momento? ¿Fue incapaz de apreciar algo que hoy parece evidente?
En lo que se refiere al guión, como ya dijimos, nadie debe esperar el menor parecido con la novela original. Es cierto que una trasposición literal de esta daría como resultado una película con al menos una hora de gente hablando, gente escuchando y gente construyendo cosas. No puede extrañar que los guionistas de la mejor adaptación cinematográfica de la novela, la que dirigió Charles Schneer en 1961para Columbia, se vieran obligados a embellecer la historia con una chica sexy y un catálogo completo de monstruos diseñados por Ray Harryhausen. En el caso que nos ocupa ocurrió lo mismo. Los ejecutivos de la MGM se encontraron con el problema mucho antes que los de la Columbia, pero aquí demostraron tener menos escrúpulos con el libro de Verne y, a excepción del submarino, resulta imposible reconocer nada del relato original.
Pero eso no tendría por qué ser un necesariamente un problema si la historia es entretenida, discurre con buen pulso y los personajes están bien diseñados y desarrollados. Por desgracia, lo único que tenemos aquí son noventa y cinco minutos de celuloide lento y aburrido incluso en las secuencias supuestamente emocionantes. Es un argumento absurdo de folletín cuyo único propósito es servir de excusa para el despliegue de unos efectos especiales que, eso sí, para su época resultaron brillantes a decir de las favorables críticas al respecto. Los comentaristas resaltaron el vestuario, los decorados, los trucos visuales, las miniaturas... pero con la historia se mostraron menos entusiastas. Hoy los elogiados efectos no despiertan más que bostezos, igual que las intermitentes secuencias sonoras.
La interpretación es muy irregular, con un mostachudo Montagu dando vida a un histriónico baron Falon y un rígido Lionel Barrymore que solo parece esforzarse en hacer muecas y ansiosos gestos que se antojan tics nerviosos. Aunque, para ser justos, hemos de decir que esto tenía su explicación: la técnica del sonoro era tan primitiva que los actores no podían salirse de unos cuadros muy estrechos ni realizar movimientos bruscos que los sacaran del campo del micrófono. Ese encorsetamiento no supondría un inconveniente durante mucho tiempo para Barrymore, que supo salvar la transición al sonoro con elegancia gracias a su experiencia teatral mientras veía a otros muchos actores que, de la noche a la mañana y por culpa bien de sus voces bien de su amanerado estilo interpretativo, pasaban a engrosar las filas del paro.
Por no ser completamente negativos, destaquemos la interpretación de Jacqueline Gadsden como la condesa Sonia, la típica heroína cuya candidez le lleva a abrir los ojos desmesuradamente pero a la que la actriz aporta cierto carisma redentor. "La isla misteriosa" fue la última película para esta profesional, quizá porque el cine sonoro no encontró un lugar para ella. Moriría cincuenta y siete años después sin haber vuelto a tener contacto con la industria cinematográfica.
Desgraciadamente, si quitamos los efectos especiales -que hoy ya no sorprenden a nadie- lo que tenemos es hora y media de historia convencional y mediocre. Recomendable o bien a los incondicionales del cine mudo o a aquellos que sientan interés por el diseño, apartado este sí, de una calidad muy por encima de la media gracias al trabajo de Cedric Gibbons.
lunes, 10 de septiembre de 2012
1996- DARK SKIES
Nuestra guerra secreta contra los alienígenas ha salido a la luz. Pero no se ha producido un escándalo, ni episodios de histeria colectiva, ni polémica… ¿Por qué? Porque la escabrosa conspiración formaba parte de una serie televisiva, “Dark Skies”, que se desarrolló a lo largo de diecinueve episodios en 1996, emitidos en horario de máxima audiencia en la NBC. Al revisar la serie episodio a episodio, nos encontraremos con que los presidentes Truman y Kennedy, los Beatles, Jim Morrison o Carl Sagan estuvieron de una forma u otra involucrados en esta contienda subterránea.
sábado, 8 de septiembre de 2012
1929- LA CHICA DE LAS SOMBRAS - Ray Cummings
Una misteriosa torre aparece en mitad de Central Park. En su interior, Lea, una muchacha procedente del lejano futuro -del año 7012 nada menos- reclama ayuda del presente para impedir que el malvado Doctor Wolf Turber triunfe en su objetivo de conquista universal. Dos arrojados héroes, Alan Tremont y Ed Williams, se embarcan con ella en una agitada aventura temporal que les llevará desde el siglo XVII hasta el 2445 d.C.
Sobre Ray Cummings hemos hablado ya en dos ocasiones en este blog: "La chica del átomo dorado" (1919) y "El hombre que dominó el tiempo" (1924). La obra que ahora comentamos dista diez años de la primera y cinco de la segunda y, sin embargo, el orden de todas ellas bien podría haberse alterado y nadie notaría la diferencia. Porque la base a la que Cummings recurre es siempre la misma: el protagonista ve a una hermosa mujer en apuros y acude a su mundo para ayudarla, ya sea en el universo microscópico o en el lejano futuro. Hay peleas, héroes, un villano libidinoso con ínfulas de conquistador y, en este caso, inventor de una máquina del tiempo que guarda en el sótano de su laboratorio.
Cummings fue un típico escritor de la era pulp de la ciencia-ficción. Prolífico hasta lo ridículo, mediocre en su calidad literaria pero efectivo en sus resultados. Sus relatos eran productos de consumo rápido destinados a un público cuya única exigencia era pasar un rato entretenido al tiempo que sorprenderse con las ideas y mundos imaginados por los autores. Así que si reúnes ese perfil y no te importa que la prosa esté algo envejecida por el paso del tiempo, adelante, dale una oportunidad. Si eres un lector más maduro, asiduo de las novelas de ciencia-ficción y no tan fácil de impresionar, existen obras de mayor calidad que también proporcionan una lectura sumamente entretenida. Sólo para incondicionales de la literatura netamente pulp.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
1954- SOY LEYENDA - Richard Matheson
"Los vampiros pertenecían a otra época, como los idilios de Summers o los melodramas de Stoker. Eran apenas unas líneas en la Enciclopedia Británica o quizás material para escritores o películas de mediana calidad. Una débil leyenda que se había transmitido de siglo en siglo. Bueno, pues ahora era cierto".
Las agotadoras modas vampíricas discurren en ciclos. Llevamos ya demasiados años padeciendo la última de ellas, espoleada por la trilogía de "Crepúsculo". A su sombra han surgido tantas novelas de vampiros adolescentes enamorados que casi han pasado a adquirir el rango de género independiente. Afortunadamente, a aquellos de nosotros que nos gustan los bebedores de sangre pero que ya no somos adolescentes y que nos negamos a digerir toneladas de azúcar sentimental y suspirar ante el cruce de lánguidas miradas entre mortal e inmortal, aún nos quedan un buen puñado de obras cuya perspectiva es cualquier cosa menos parecida a los libros de Stephenie Meyer. "Soy Leyenda" está entre las mejores.