"Gattaca" no fue un éxito ni siquiera en el momento de su estreno. La crítica se mostró dividida y el público mayormente indiferente (sobre un presupuesto de 36 millones de dólares, sólo se recaudaron 12 millones) por lo que no tardó en pasar al limbo cinematográfico. Ni siquiera el matrimonio que salió de la película -Ethan Hawke y Uma Thurman- duró demasiado. Y, sin embargo, es una película que mejora con cada año que pasa y cuya visión del futuro parece más premonitoria conforme la ciencia genética avanza y se va integrando en diferentes ámbitos de la sociedad.
Parte del problema residía en que, cuando se estrenó, la oveja Dolly era aún una novedad y todavía faltaban varios años para que el proyecto Genoma Humano terminara de descifrar nuestro ADN, por lo que el tema central de la película (una historia sobre gente cuyas vidas están totalmente condicionadas por su herencia genética, independientemente de sus verdaderas capacidades) resultaba todavía extraño, abstracto y exagerado para gran parte de la audiencia. Hoy, en cambio, cualquier hijo de vecino está familiarizado con esa cadena de aminoácidos: no sólo películas sino teleseries policiacas o culebrones sudamericanos recurren a él con frecuencia en sus argumentos. En poco tiempo, una perspectiva nebulosa y amenazadora se había convertido en un coloso, la industria biogenética, que movía enormes cantidades de dinero levantando unas expectativas que aún tardarán muchos años en materializarse.
"Gattaca" (título compuesto a partir de las cuatro letras que definen las bases nitrogenadas del ADN: guanina, adenosina, timina y citosina) nos cuenta la historia de Vincent (Ethan Hawke), un joven cuya tragedia fue nacer como nosotros: producto natural del intercambio sexual de sus padres. En la sociedad en la que se desarrolla la película, situada en un futuro no demasiado lejano, ese hecho convierte a Vincent en una rareza. Los padres diseñan a sus hijos a la carta de acuerdo a sus posibilidades económicas, mejorando su herencia genética y eliminando en origen sus enfermedades y defectos potenciales. Unos cuantos incluso pueden recibir una ayuda extra (como un pianista con dedos suplementarios en sus manos, lo que lo convierte en un virtuoso sin igual). Pero los padres de Vincent, con más optimismo y buena fe que sentido común, deciden prescindir de la técnica.
En una de las escenas más inquietantes del cine de CF contemporáneo, el bebé Vincent, nada más nacer, es pinchado por una enfermera para determinar su ADN y casi instantáneamente toda su vida queda fijada. Como la mayoría de nosotros, Vincent no es perfecto ni mucho menos y, por tanto, la mayor parte de las opciones personales y profesionales quedan bloqueadas para él. Su marcador genético indica que tiene una alta probabilidad de sufrir una grave dolencia cardiaca y morir antes de los treinta años. Así, su infancia transcurre de frustración en frustración: las escuelas no lo aceptan por miedo a que pueda resultar enfermo o herido y su hermano menor, nacido ya de acuerdo al estándar de diseño genético, se hace acreedor de los éxitos académicos, las proezas físicas y el cariño paterno. Más adelante, se encuentra con que las empresas no lo contratan por considerarlo una inversión inútil dada su teórica corta esperanza de vida... Su sueño de convertirse en un científico y explorador espacial jamás se materializará. Ha de resignarse a vivir casi invisible en los márgenes de la sociedad. Es un “inválido” en una sociedad cuyos “válidos” son los nacidos de acuerdo a un diseño genético prefijado.
Porque Vincent no se resigna al destino que para él ha reservado esta sociedad eugenésica regida por prejuicios. Alienado social y familiarmente, opta por recurrir a la ilegalidad: contrata a un intermediario (Tony Shahloub) que, por un precio, transforma su identidad legal y virtual. Vincent se somete a cirugía para alargar sus piernas, utiliza lentes de contacto para disfrazar su deficiencia visual y contrata a Eugene (Jude Law), un “espécimen” perfecto, medallista olímpico en natación, que en un desgraciado accidente quedó inválido de cintura para abajo (la naturaleza puede haber quedado sometida por la ciencia en “Gattaca”, pero el destino, la suerte o el azar todavía juegan un papel fundamental). La misión de Eugene según el acuerdo entre ambos es traspasarle su identidad genética perfecta y proporcionar a Vincent los “desperdicios” humanos que necesita para demostrar un ADN perfecto: cabello, escamas de piel, orina, sangre…Porque lo que pretende -y consigue- Vincent es hacerse pasar por un miembro de la élite bajo el nombre de "Jerome", ingresar en el centro de investigación de Gattaca y ser elegido para una próxima misión espacial a Titán, una de las lunas de Saturno.
La idea subyacente de la película no es nueva. Estamos familiarizados con la vieja historia de la persona que trata de esconder su raza, su sexo o su estatus social para hacerse pasar por otro individuo diferente e integrarse en una mayoría privilegiada. Aquellas historias trataban de exponer la falsedad moral de las élites y someterla a la indignación del espectador, que se da cuenta de que él también podría haber quedado marginado. No importa lo sano o inteligente que se sea, si se es portador de la marca “errónea” ya no hay más que hablar. La brillantez del director Andrew Niccol consiste en situar ese esquema en un nuevo contexto definido por la fría ciencia.
Aquí es donde el mundo de Niccol desarrolla una mayor inventiva. No es esta una sociedad en la que sólo las controladoras autoridades biotecnócratas están obsesionadas por el ADN. Todo el mundo lo está. Una pareja que se sienta atraída mutuamente demostrará sus sentimientos entregándose muestras corporales, como un pelo, para que el otro pueda encargar un análisis instantáneo y comprobar su pedigrí genético. De hecho, ni siquiera tiene por qué ser un acto voluntario. Por la calle hay establecimientos de análisis donde con un frotis pueden tomar muestras de la saliva que un beso ha dejado en los labios y a partir de ella analizar al sujeto.
Mientras tanto, Vincent corre todos los días el riesgo de ser descubierto como “escalón prestado”, alguien que intenta progresar socialmente utilizando fraudulentamente el ADN de otra persona. Limpia meticulosamente su escritorio y su puesto de trabajo porque sabe que un simple pelo, una simple escama de piel, puede delatarle. Para cumplir su sueño de viajar al espacio, Vincent no tiene más remedio que sumergirse en los valores de la cultura que rechaza su verdadero yo. Un precio terrible, símbolo del sufrimiento que deben padecer las minorías de cualquier tipo para adaptarse. Y, sin embargo, la mayoría de la gente que trabaja con él en Gattaca ignora inconscientemente las evidencias que apuntan a que no es quien dice ser: cuando una foto aparece en las pantallas de los artefactos que realizan los tests genéticos, es la imagen de Eugene la que aparece, no la suya. Pero nadie quiere ver otra cosa que la perfecta genética que el test dice que posee.
En contraste con la fuerza de voluntad de Vincent/Jerome, Eugene (cuyo nombre remite al término "eugenesia") es un “superhombre” amargado, roto física y espiritualmente. Sabe que debería disfrutar de la mejor de las vidas: dinero, belleza, fama, salud... pero que en lugar de ello la mala suerte lo ha condenado a una silla de ruedas, frustrando el brillante porvenir que le prometían sus genes. Su acuerdo con Vincent no sólo le permite sostener un lujoso tren de vida, sino, más importante aún, vivir y sentir los éxitos de aquél como si, al menos en parte, fueran suyos. Cuando Vincent termina su trabajo en Gattaca, Eugene entiende que su propia vida ha dejado de tener sentido y actúa en consecuencia.
Igualmente interesante es el personaje de Irene (Uma Thurman), una compañera de “Jerome" en Gattaca con la que éste inicia una relación sentimental. Aunque cuenta con la genética adecuada, tiene una probabilidad de que podría desarrollar un pequeño problema cardíaco y, por tanto, sus opciones son consecuentemente restringidas. Pero a diferencia de Vincent, Irene acepta las barreras que la sociedad erige alrededor de ella y las incorpora a su propia personalidad, fría y reservada. No es hasta que, inevitablemente, ella descubre la verdad sobre "Jerome" que descubre que lo que la ha limitado en la vida no ha sido su genética, sino su actitud.
El asesinato de un director de proyecto en las instalaciones de Gattaca hace que la policía entre en escena. El riesgo de ser descubierto es mayor que nunca para Vincent. Sus temores se hacen realidad cuando un fragmento de sus uñas es descubierto cerca del lugar del crimen y su engaño no tarda en ser objeto de pesquisas por parte de los investigadores, iniciando una emocionante caza del hombre. Esta fusión entre la ciencia-ficción y el cine negro coloca a la película en la tradición de "Alphaville" (1965) de Jean Luc Godard o "Blade Runner" (1982) de Ridley Scott, films que, como el que nos ocupa, contaban con una estética muy particular.
Efectivamente, "Gattaca" exhibe una estética retro-futurista que complementaba perfectamente su desasosegante propuesta social. Los diseñadores de producción Jan Roelfs y Nancy Nye, el director de fotografía Slawomir Idziak y la diseñadora de vestuario Colleen Atwood supieron compensar con creatividad y talento la carencia de presupuesto. En lugar de elaborados decorados y efectos visuales sofisticados, recurrieron a modelar el futuro a partir del pasado. Los hombres visten trajes oscuros estandarizados con sombreros de fieltro y las mujeres vestidos a medida de talle estrecho, los automóviles son réplicas de antiguos modelos con motor eléctrico, los edificios están filmados con un intenso contraste y en color sepia, y los espacios abiertos se muestran en planos generales con escasa calidez humana. El edificio que sirve de sede al centro de investigación es una obra diseñada por Frank Lloyd Wright en 1957, el Marin County Civic Center de San Rafael (que ya sirvió de marco a otra película distópica, el "THX 1138" de George Lucas) y su interior frío pero al mismo tiempo perfecto, refleja las personalidades los individuos que trabajan en él. Los mensajes que se oyen a través de los altavoces de Gattaca se emiten en esperanto, un lenguaje difícilmente reconocible por nosotros que contribuye a redondear la sensación de alienación y extrañeza.
El director Andrew Niccol consigue una película de fría y sofisticada elegancia que enmascara con destreza su falta de presupuesto. Su interés por las distopias no finalizó con "Gattaca". En 1998 estrenó "El show de Truman" y hace poco, en 2011, pudimos ver la interesante "In Time", otra visión de un futuro poco deseable. Y esta preferencia es especialmente destacable en un momento en el que el género distópico ha sido prácticamente abandonado por la ciencia-ficción de aventuras, que puede utilizar para la acción un marco estético oscuro o directamente ciberpunk, pero que rara vez plantea un discurso ideológico. Ethan Hawke y Uma Thurman llevan a cabo una interpretación contenida e inexpresiva que bien podría responder a instrucciones concretas en ese sentido por parte del director (reflejando así en su comportamiento y lenguaje gestual la rigidez social que les rodea). Jude Law, en el papel que supuso su presentación en Hollywood, ofrece un excelente retrato de hombre amargado y en pleno proceso de descomposición psicológica.
Aunque nadie –incluyendo a Niccol- creyó entonces que la sociedad de "Gattaca" pudiera materializarse en nuestro futuro, algunos aspectos de la misma sí parecen estar ya cobrando forma. ¿Se fragmentará la raza humana en dos castas diferenciadas por su riqueza genética? No sucederá mañana, claro, pero hay signos inquietantes. Los cada vez más generalizados test en escuelas y puestos de trabajo a la búsqueda de drogas son supuestamente para nuestro bien, pero abren la puerta a cualquier tipo de intrusión en nuestra intimidad biológica. Las compañías de seguros y las empresas que quieran excluir a clientes sanos (o cargarles con primas más caras) cuya genética indique que podrían desarrollar tal o cual enfermedad, nos dan otra pista de cómo “Gattaca” está comenzando a entrar en nuestro mundo, un mundo al que no es en absoluto ajeno la división en clases, la segregación racial e incluso la eugenesia -que tuvo no pocos defensores en la década de los veinte y treinta del siglo pasado-
El cuento de un gobierno represor que diseña genéticamente a sus clases dirigentes parece tener como consecuencia inevitable una especie de fascismo similar al previsto por Aldous Huxley en "Un mundo feliz" (1932). En realidad, la historia se ha encargado de demostrar que el fascismo -o cualquier otro régimen despótico- es perfectamente capaz de existir sin necesitar para nada a la ciencia, y que la ingeniería genética no es más que una herramienta que puede utilizarse bien o mal. Aunque esto parece evidente y los biólogos tratan de luchar contra lo que consideran un mito popular, uno no puede dejar de reflexionar cuando aparecen noticias que sugieren que en "Gattaca" podrían encontrarse más pistas para el futuro de lo que resultaría deseable. Once años después de estrenarse la película, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Genetic Information Non-discrimination Act (GINA), una ley que prohíbe a las compañías médicas privadas de los Estados Unidos utilizar la información genética en contra de sus propios clientes. Si los avances en genética no comportan amenazas sociales, ¿cuál es el sentido de esa ley? Cuando un solo pelo da la clave de nuestra salud futura, ¿podrá hacerse cumplir una ley en ese sentido?¿Será la legislación suficiente barrera como para impedir el advenimiento, aunque sea parcial, de una distopia? ¿Y si es el gobierno y no una empresa privada el que decide utilizar esa información?
El eslogan publicitario de la película cuando ésta se estrenó era “No hay gen para el espíritu humano” y eso es lo que la historia quiere transmitir: somos algo más que nuestra cadena de ADN. El destino de los diferentes personajes de la película lo determina no su genética, sino sus decisiones. El final que se planteó originalmente para la película mostraba imágenes de gente que, aplicando la eugenesia, no habrían nacido: Albert Einstein (sufrió de dislexia), Abraham Lincoln (síndrome de Marfan) o John F.Kennedy (enfermedad de Addison) para terminar con una frase: "por supuesto, el otro nacimiento que podría no haber tenido lugar es el tuyo". "Gattaca" nos recuerda que nosotros, los humanos, somos una combinación de nuestra herencia biológica y lo que decidimos hacer con ella. La ciencia puede mejorar nuestros cuerpos, pero no necesariamente nuestras mentes.
Hay muchas razones para recomendar "Gattaca": es una película inteligente, humanista, emocionante y visualmente lograda, pero además y sobre todo, es una excelente muestra de que el cine de ciencia-ficción es tan capaz de tratar temas complejos no sólo como otros géneros del séptimo arte, sino como la propia literatura.
Libros, películas, comics... una galaxia de visiones sobre lo que nos espera en el mañana
martes, 31 de enero de 2012
sábado, 28 de enero de 2012
1962-INVERNÁCULO - Brian Aldiss
Decía aquella famosa frase de Arthur C.Clarke que una tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. De la misma forma, un futuro lo suficientemente lejano es indistinguible de la fantasía. Y si hace falta un ejemplo que lo ilustre, lean "Invernáculo", una de las mejores novelas de Brian Aldiss, ganadora del premio Hugo en 1962 a la mejor historia corta de ficción y clásico del género desde el mismo momento en que se publicó.
¿Premio a la historia corta? ¿Es o no es una novela? La respuesta es afirmativa en ambos casos. La explicación es que el libro que ahora comentamos no nació como tal, sino que apareció en la forma de una serie de cinco relatos cortos relacionados entre sí y publicados en la revista "Magazine of Fantasy and Science Fiction" en 1961. Fue a una de esas historias a la que se otorgó el premio Hugo antes mencionado. Casi inmediatamente fueron recopilados y publicados como libro bajo el título "Invernáculo" en Inglaterra y -en versión recortada- como "The Long Afternoon of Earth" en Estados Unidos. Su origen fragmentado queda traicionado por cierta sensación de desarticulación y algunas contradicciones menores fruto de una imperfecta unión que, no obstante, no oscurece el resultado final.
Dentro de millones y millones de años la Tierra se muere. El Sol, ya en las últimas etapas de su vida, está creciendo en su camino hacia el estado de nova. La rotación de la Tierra y la Luna se han detenido y, aunque continúan su viaje alrededor de nuestra estrella, siempre se ofrecen la misma cara tanto entre sí como hacia el Sol. La mitad diurna del planeta está perpetuamente bañada por los rayos solares, que se derraman sobre una enorme selva... de un sólo árbol: un agresivo baniano que ha ido extendiendo sus raíces ahogando a otros árboles, aumentando su tamaño y alcanzando tal dimensión que cubre toda la superficie continental iluminada de la Tierra, deteniéndose sólo en la orilla de los mares y en la línea que separa la mitad diurna de la nocturna. En esta colosal selva no hay lugar para los vertebrados y sólo han conseguido sobrevivir cuatro grandes familias de animales: los moscatigres, los abejatroncos, los plantantes y los termitones, "insectos gregarios, poderosos e invencibles". Y el hombre, una especie "a la que se mataba rastrera y fácilmente", reducida por la evolución a pequeños seres de piel verde de cuarenta centímetros de altura que se reúnen en grupos reducidos y cuya esperanza de vida es muy corta.
Y es corta porque ese mundo vegetal imaginado por Aldiss nada tiene que ver con nuestros domesticados jardines y tranquilos bosques. Todo lo contrario, es extraordinariamente violento y agresivo, mucho más que los hábitats que conocemos en la Tierra de nuestra época. Las plantas han evolucionado de formas exóticas compitiendo entre sí y con otros seres de manera despiadada y ocupando nichos ecológicos antaño propiedad de los animales. Algunas son predadoras, otras han desarrollado una especie de inteligencia muy primitiva orientada exclusivamente a sobrevivir al precio que sea, muchas se mueven libremente, o incluso han escapado hacia la Luna creando allí un nuevo hábitat... Los seres humanos, insignificantes en contraste con ese poderoso decorado, nunca están a salvo y diariamente se enfrentan a la muerte encarnada en terroríficas plantas. En semejante entorno, han perdido totalmente la conciencia de su pasado como especie, carecen de tecnología y de historia, practican una espiritualidad muy básica y su única preocupación es sobrevivir. Gren es un joven humano que se rebela contra el nuevo líder de su grupo, abandonándolo junto a una de las hembras. Será el comienzo de una serie de aventuras y encuentros con los más pintorescos aliados y variopintas amenazas, viajando a zonas desconocidas, hasta el océano y más allá, a la región en tinieblas del planeta.
Se ha querido criticar en ocasiones al libro por su falta de rigor científico. Efectivamente, la astronomía que plantea Aldiss es imposible, la supervivencia de la vida en un planeta inmóvil y sometido a fuertes diferencias de temperatura, improbable, y la posibilidad de que el que el ser humano, en cualquier forma o tamaño, consiga sobrevivir miles de millones de años es asimismo reducida. Pero aunque la verosimilitud científica del libro sea escasa, ello no es óbice para que cumpla el que sí es requisito básico de la ciencia-ficción: la coherencia y cohesión interna del sistema científico planteado. Su ecología está bien expuesta, como también las diferentes especies vegetales y animales y sus ciclos vitales aunque sepamos que, estrictamente hablando, no pueden existir. De todas formas, la racionalidad o el rigor no son en absoluto los objetivos de este libro. Porque lo que el autor persigue -y con lo que el lector debe disfrutar- es con la enérgica imaginación que rebosa, una imaginación tan fecunda como la naturaleza que evoca.
La novela dista de ser perfecta. La narración tiende a derivar sin rumbo fijo; la prosa puede llegar a ser algo cargante por su extravagancia y prolijidad; en ocasiones, lugares, seres o situaciones que ya fueron definidos en un capítulo anterior vuelven a explicarse innecesariamente (debido, como dijimos al principio, a su origen como conjunto de relatos independientes). Pero todo ello no empaña el resultado global, una demostración de lo que fantasía y ciencia-ficción pueden conseguir al aliarse. Efectivamente, un simple resumen de la historia como el que acabamos de hacer no hace justicia a la extrañeza que provoca este brillante libro. Sus imágenes son tremendamente poderosas: un árbol de tamaño planetario, gigantescas arañas vegetales que se deslizan por hebras que unen la selva con la Luna, espesas frondosidades verdes que lo invaden todo y en las que no se distinguen el suelo ni el cielo, un auténtico catálogo de criaturas vegetales y animales de diferentes formas, colores y comportamiento a cual más aterrador, sorprendentes mutaciones, volcanes hipnóticos, hongos inteligentes ... La destreza lingüística de Aldiss sirve para realzar el exotismo y exuberancia vegetal de ese mundo. Su vocabulario es tan florido y variado como los seres que describe: moscatigre, termitón, peluseta, ajabazo, avegege, chuparraco, travesero, quemurna, bricatrepa, torpón, bayescobo, papelala, guatapanza, saltavilo,
No es que Gren sea un personaje particularmente bien delineado. Tampoco sus compañeros de peripecia. Pero de algún modo, su mezcla de inocencia y dureza consigue que nos caigan bien a pesar de la distancia que Aldiss toma respecto a ellos. Los grupos en los que viven son predominantemente femeninos. Son las mujeres las que protegen a los machos, considerados de gran valor por su capacidad procreadora. El sexo es tratado de una manera natural, incluso con humor, sin desprender tensión o provocar conflictos. Y es que, como casi todo en sus vidas, aquél sirve a un propósito práctico: sobrevivir.
Ya hace tiempo que la evolución ha dejado de sorprendernos. En el siglo XXI, damos por hecho nuestra pequeñez e insignificancia en el marco del universo, dedicándonos a meditar y reflexionar sobre ello en lugar de sentir ansiedad. "Invernáculo" nos recuerda y advierte, una y otra vez, episodio tras episodio, de la indiferencia de la Naturaleza hacia el ser humano. Aldiss nos presenta personajes sólo para matarlos en el mismo capítulo. Y mueren muchos y siempre de forma violenta y aparentemente aleatoria, pero nadie parece sentirlo demasiado -ni siquiera el escritor- porque en ese futuro inconcebiblemente remoto lo que importa es quien queda vivo, quien sobrevive. Para ellos, el conseguir vivir un día más no es una mera abstracción sino algo muy real, una sensación con la que hemos perdido el contacto en nuestra sociedad moderna, tecnificada y segura.
La supervivencia y la relación que ésta guarda con la inteligencia es el consistente núcleo que subyace a una trama por lo demás convencional (aventuras en el marco de un viaje iniciático hacia la iluminación intelectual a través del dolor y la muerte). Aldiss estudia en "Invernáculo" las nociones de personalidad e inteligencia, para lo que opta en primer lugar por infantilizar la mente de nuestros verdes descendientes. La sencillez con la que ven el mundo contribuye a transmitirnos con mayor intensidad la apabullante oleada de sensaciones que emanan de la selva. Aunque violento y ocasionalmente grotesco, "Invernáculo" es una de las mejores evocaciones que de la niñez puede encontrarse en la CF. Secuestrados en la Luna por una tribu de "hombres voladores", un grupo de esos pequeños humanos es llevado ante un consejo de ancianos deformes que son mantenidos cautivos en el interior de grandes urnas: "A uno le faltaban las piernas. Otro no tenía carne en la mandíbula inferior. Otro mostraba cuatro brazos enanos y sarmentosos…" La respuesta de los humanos es de claro disgusto infantil: "¡Sois demasiado horrendos para vivir!, ¿Cómo no os matan por vuestra fealdad?" "Porque sabemos todas las cosas. Tener una buena forma no es todo en la vida. Lo importante es saber. Como nosotros no podemos movernos bien, podemos… pensar. Esta tribu del Mundo Verdadero es buena y reconoce el valor de cualquier forma de pensamiento. Por eso deja que la gobernemos”.
Pero ese canto al conocimiento es engañoso. Lo que da resultados en un entorno idílico como el que ha crecido en la Luna no tiene por qué funcionar en otras circunstancias. En la Tierra, la auténtica inteligencia es patrimonio casi exclusivo de una desagradable especie de hongo parásito, uno de los cuales se adhiere a la cabeza de Gren, despertando su memoria racial, aumentando su potencia mental, la comprensión del mundo que le rodea y el deseo de descubrir e investigar. Pero al mismo tiempo, el hongo -que en el relato simboliza el conocimiento y la inteligencia- lo esclaviza y lo utiliza para sus egoístas propósitos -propagación y dominio-, despertando en el proceso los peores instintos del joven. En este mundo, la brillantez intelectual es una deformidad, algo parásito, peligroso y escasamente útil. En un entorno violento y primitivo, la curiosidad y el ansia de saber pone en peligro a quien los practica. En esta Tierra moribunda, húmeda, fecunda e instintiva no hay nada intrínsecamente positivo en la inteligencia, sus portadores no son seres privilegiados. Es, sencillamente, una adaptación evolutiva como cualquier otra. Nos encontramos por tanto ante una inusual alegoría para un género que ha hecho del poder de la inteligencia humana un fetichismo. Este punto de vista propuesto por Aldiss es una estrategia más interesante que la mera experimentación formal tan querida por la mayor parte de la vanguardia literaria.
"Invernáculo" fue la segunda novela importante de Aldiss y sigue siendo uno de sus mejores y más sugestivos libros. Su absoluta validez medio siglo después de su publicación se la debe, precisamente, a la evocación de un futuro tan distante que ya no conserva nada que nos pueda servir de referencia. Dentro de miles de millones de años ninguna de las cosas que hoy nos rodean, naturales o artificiales, existirán ya. Es ese abismo temporal lo que facilita no sólo el distanciamiento mental y la extrañeza del lector, sino la continua sorpresa y sensación de maravilla y descubrimiento que fueron la marca distintiva de la ciencia-ficción desde sus comienzos.
viernes, 27 de enero de 2012
1919- LA CHICA DEL ÁTOMO DORADO - Ray Cummings
Ray Cummings fue uno de tantos autores que a comienzos del siglo XX se ganaron la vida escribiendo para las entonces prósperas revistas pulp y que, salvo excepciones, acabaron siendo dejados atrás por la corriente del tiempo, las modas y los gustos literarios. Comenzó como ayudante personal y redactor técnico de Thomas Edison, labor que desarrolló desde 1914 a 1919. Durante aquella etapa de su vida estrechamente vinculada al ámbito científico, concibió una serie de ideas que en los siguientes años trasladó al papel en varios cientos de novelas e historias cortas firmadas con diferentes seudónimos. Su debut, en 1919, fue "La Chica del Átomo Dorado", publicada en la revista pulp "Argosy". El éxito cosechado propició una secuela un año más tarde: "El Pueblo del Átomo Dorado". Ambas aventuras se recopilaron en 1923 en un sólo volumen (en algunas ediciones, con el texto recortado respecto al original) con el título de la primera y que es la obra que aquí comentamos.
La historia comienza de una forma muy parecida a "La Máquina del Tiempo" de Wells: el protagonista reúne a sus amigos más cercanos para revelarles su asombroso descubrimiento: más allá de nuestro entorno visible, en el universo de lo muy pequeño, se esconden complejos mundos habitados. Él mismo, con ayuda de un poderoso microscopio, ha descubierto uno de esos mundos oculto en los átomos del anillo de boda de su madre. Es más, ha llegado a distinguir una hermosa mujer, Lylda, con la que se obsesiona hasta tal punto que inventa un procedimiento con el que reducir su propio tamaño y encontrarla.
Tras contarle su plan a sus colegas y pedirles que cuiden del anillo mientras él está "dentro", toma una de las píldoras de su invención y llega al micromundo justo a tiempo para participar en una guerra contra una ciudad-estado enemiga de Lylda, conflicto en el que el protagonista demuestra su utilidad al ser capaz de aumentar su tamaño -tomando otra pastilla- y aplastar a los adversarios "oroides". Tras su aventura, regresa y relata a sus amigos todo lo sucedido. Cinco años más tarde, éstos, al no saber nada del químico, toman las píldoras que dejó atrás, reuniéndose con él en el mundo subatómico, donde deberán enfrentarse a revoluciones, guerras civiles, amenazas diversas, romances y muchos cambios de tamaño.
La primera mitad del libro es una narración típica de los relatos de viajes, quizá demasiado lenta para los estándares modernos. El narrador se embarca en una larga descripción del viaje que realiza, los lugares que visita, las características de la gente, la historia, geografía y hábitos sociales del mundo al que acaba de acceder. Cummings incluye también un exceso de explicaciones pseudocientíficas acerca del proceso de reducción que ralentiza aún más el relato. La segunda parte se anda con menos rodeos y se sumerge sin reservas en el romance de acción, con la rápida sucesión de peripecias (batallas, persecuciones, rescates...) propias del género de capa y espada. Este intento de fusionar los romances científicos wellsianos con los viajes fantásticos propios de Verne da como resultado un relato escasamente sofisticado y previsible aunque no exento de momentos emocionantes y un ritmo muy dinámico. Por desgracia, esa misma rapidez y la cantidad de personajes que intervienen en la trama no dejan tiempo ni lugar para una mínima caracterización que permita al lector simpatizar con algún personaje.
Se le puede atribuir, eso sí, ser el primero en utilizar el entorno microscópico como marco para aventuras de CF, marco luego recuperado y ampliado en multitud de relatos, comics y películas. El mundo de lo pequeño ya había sido abordado con anterioridad en obras clásicas de la literatura, como "Los viajes de Gulliver" de Jonathan Swift o "Alicia en el País de las Maravillas" de Lewis Carroll. Pero mientras que el tratamiento de aquéllas era netamente fantástico y su propósito satírico o alegórico, "La Chica del Átomo Dorado", con su introducción de la física del átomo y la química moderna, proponía una aproximación inequívocamente científica y sin otra meta que la pura evasión. No es menos cierto que sus especulaciones científicas, quizá fascinantes en su época, resultan hoy totalmente inverosímiles.
Cummings no consiguió superar el declive de las revistas pulp. Sus fenomenales producción y rapidez (por otro lado comunes a muchos de los autores de aquel género) no le aseguraron un futuro profesional en la nueva oleada de revistas de CF o en el mercado de edición directa en libro. Sencillamente, su forma de escribir no se adaptaba con facilidad ni a las unas ni a los otros. Cummings era un escritor anclado en el siglo XIX y las revistas especializadas en ciencia-ficción que aparecieron en los años cuarenta y que conformaron lo que se conoce como Edad de Oro de la CF, se nutrieron de jóvenes y entusiastas escritores cuyo estilo y planteamientos eran más avanzados que los del escritor "pulp" medio. No lo quedó más remedio a Cummings que escribir anónimamente guiones para los comic-books de la editorial Timely (predecesora de la actual Marvel Comics). Sus historias se pudieron ver en "La Antorcha Humana" y "Sub-Mariner" e incluso en el “Capitán América”, colección para la que recicló "La Chica del Átomo Dorado" en una saga de dos números (25 y 26) bajo el título "Princesa del Átomo". Cummings murió en 1957 y hoy se le considera como uno de los autores clásicos de la etapa pulp de la CF.
Para terminar, ¿podemos recomendar esta obra al lector contemporáneo? Si dejamos al margen su papel pionero y representativo de un modo de entender la CF, lo que nos queda es poco más que un pastiche de ideas ya desarrolladas antes por H.G.Wells o Edgar Rice Burroughs: aventuras entretenidas, apoyadas en tópicos y lugares comunes, sin personajes de enjundia y expuestas con un estilo algo caduco que exigen del lector cierta paciencia. Si te gusta la literatura pulp, no te lo pienses, debes comprarla. Si te interesa la evolución de la CF como género, éste libro forma parte de su historia y deberías conocerlo. Si buscas una novela ligera de aventuras de corte fantástico, también puedes incluirla en tu lista de lectura. Si por el contrario tu nivel de exigencia en cuanto a fondo y forma es más elevado, déjala en la estantería.
jueves, 26 de enero de 2012
1996- STAR WARS ALA-X – EL PROBLEMA FANTASMA – Darko Macan y Edvin Biucovik
La franquicia iniciada en 1977 por “Star Wars” de la mano de su creador George Lucas ha sido, probablemente, uno de los negocios más rentables del siglo XX. Demostrando más visión comercial y fe en su proyecto que la mayoría de los estudios de Hollywood en los propios, Lucas se reservó los beneficios y el control de todo el merchandising y productos derivados de su particular universo galáctico y, consecuentemente y a raíz del éxito de su apuesta, una descomunal fortuna.
Desde el principio, los comics fueron uno de los ámbitos explotados por Lucas a través de la editorial Marvel primero y posteriormente, a partir de los noventa, Dark Horse Comics. El rodaje de la nueva trilogía que comenzó por entonces, reactivó el interés por unos personajes que nunca habían perdido popularidad, proliferando desde ese momento y hasta hoy todo tipo de series limitadas y números especiales, una larga lista imposible de glosar aquí y cuyo interés, salvo excepciones, es escaso para los no aficionados a la saga.
En los setenta, los comics de Star Wars se centraban en contar las andanzas del trío protagonista (Luke Skywalker, Han Solo y Leia Organa más los dos androides). En los noventa el abanico comenzó a ampliarse al tiempo que Lucas daba su permiso para utilizar todos los personajes de su amplio catálogo. Se publicaron series centradas en Bobba Fett, Yoda, Darth Maul o miembros de la Guardia Imperial, por ejemplo. Todo valía, aunque no hubiera ideas particularmente brillantes con las que mover a esos personajes.
Uno de aquellas figuras secundarias –cuya aparición en las películas suma sólo unos cuantos minutos- es Wedge Antilles, uno de los mejores pilotos de la Alianza primero y la Nueva República tras la muerte del Emperador, combatiente en la batalla por la primera Estrella de la Muerte y superviviente de la de Endor. Las aventuras del conjunto de aguerridos pilotos liderados por Antilles, fueron narradas en una serie de cinco libros escritos por Michael A.Stackpole.
En el cómic, las andanzas del Escuadrón Rebelde comenzaron en 1995 con la aparición de una serie regular en cuyo primer arco argumental de cuatro números, “La oposición rebelde”, escrita por Mike Baron y dibujada por Allen Nunis y Andy Mushynsky, se planteaba un comienzo decepcionante en todos los sentidos, con una historia aburrida y un dibujo mediocre. A nadie se le escapó que, o se mejoraba el nivel rápidamente, o esta línea de la franquicia tendría una vida breve.
Así que las cabezas pensantes de Dark Horse cambiaron al editor y éste (Peet James) decidió contratar para la misión de rescate al dúo sensación del momento, una pareja de creadores croatas que se habían dado a conocer de forma espectacular en otra serie de CF editada por Dark Horse: “Grendel Tales: Guerra de Clanes”. Se trataba del guionista Darko Macan y el dibujante Edvin Biucovic.
En esta ocasión, la historia sobre la que trabajó Darko Macan era obra de Michael A.Stackpole, pero a diferencia de lo que suele ser demasiado habitual en los comics –y las películas- de Star Wars, no transcurría en remotos planetas desérticos, pantanos oscuros o alejadas bases militares sino en el bello planeta de Mrllst, un mundo dedicado a la investigación y la enseñanza a través de su famosa universidad, a la que acuden alumnos de toda la galaxia. La misión de Antilles y sus hombres es diplomática: conseguir convencer a los miembros de la Academia para que les entreguen los diseños de una nave indetectable, realizados por los mismos sabios que crearon la tecnología que permitió construir la Estrella de la Muerte.
Todo discurre amigablemente hasta que aparece el representante de los restos del Imperio, el antiguo pirata Loka Hask. Resulta que este sujeto de desagradable aspecto ya conocía a Antilles: en un giro bastante poco original se nos cuenta que Hask fue el responsable de la muerte de los padres del piloto. Los diseños son robados y Antilles y sus hombres, acusados del delito, deben huir. Con ayuda de algunos simpatizantes, intentarán descubrir la identidad del auténtico responsable de la conspiración.
La trama en sí no es tan interesante como el marco en el que se desarrolla. La elección de un entorno poco explotado en el universo de Star Wars permite, a través de escenas y personajes secundarios, plantear toda una serie de cuestiones éticas, políticas e incluso filosóficas. Macan utiliza la historia de Stackpole para mostrarnos a estudiantes que cogen trabajos por horas para pagarse la matrícula, grupos políticos de ideología radical tratando de perturbar la calma universitaria en su propio beneficio, bandas musicales inspiradas en leyendas estudiantiles que tocan en abarrotados pubs de diseño, comunidades de artistas underground que ofrecen asilo a los menos conformistas… Se puede decir que teniendo en cuenta el limitado espacio del que dispone (cuatro números) y que la historia original y los personajes no son suyos, Macan sale razonablemente airoso de la prueba, consiguiendo que tanto los diferentes integrantes del escuadrón como los personajes secundarios queden bien definidos con la ayuda de tan solo unas pocas líneas. Por otra parte, su sintonía creativa con Biucovic da como resultado una narración ágil que no decae en ningún momento y que mantiene interesado al lector.
Desde luego, buena parte del mérito de esta miniserie se debe a la habilidad de Biucovic, de la que ya hablamos en otra ocasión. En una franquicia que tiende a encorsetar a los dibujantes con una estricta supervisión y unas directrices de las que no deben salirse, Biucovic realiza aquí un trabajo excelente. Los dibujantes de los comics de Star Wars no suelen ser de gran calidad y para colmo abusan de viñetas en las que claramente se han dedicado a copiar maquetas de naves e ilustraciones de los artistas de Lucasfilm.
Biucovik no es ajeno a esos defectos y también aquí nos encontramos con grandes escenas llenas de naves meticulosamente dibujadas que parecen colgar congeladas en el espacio de fondo estrellado. Sin embargo, en este caso, el artista desarrolla perfectamente bien la historia principal en el planeta Mrllst, exhibiendo una sofisticación elegante y un trazo sencillo que recuerda vagamente al manga. Maneja con igual soltura a los personajes (ya sea charlando tranquilamente en un bar o peleando en el hangar de una nave) que los ambientes (desde un bar de estudiantes universitarios a una ciudad en llamas), lo que permite al guionista, como hemos mencionado, mostrarnos la cara cotidiana de un universo casi siempre cortado por el más épico de los patrones.
Por desgracia, Biucovik no consigue esos excelentes resultados dibujando a toda prisa y sus retrasos en las fechas de entrega le obligaron a abandonar en el número cuatro, que en su mayoría hubo de ser completado por John Nadeau y Gary Erskine, quienes, a pesar de que tratan de continuar el estilo del croata, no llegan a su altura, estropeando el clímax gráfico de la aventura.
Con todo, “El problema fantasma” es uno de los comics de Star Wars más logrados. No esperes encontrar aquí algo fuera de lo habitual en el universo de Lucas: hay persecuciones, algún que otro misterio, criaturas y personajes llamativos, buenos heroicos y villanos perversos, luchas con pistolas de rayos, un jedi con su espada láser y batallas en el espacio. Si te gusta todo esto, sin duda disfrutarás con la aventura.
sábado, 21 de enero de 2012
1981-ATMÓSFERA CERO - Peter Hyams
Recordemos por un momento aquellas entrañables imágenes que sobre la exploración del espacio nos ofrecían las viejas películas y series de televisión. Aquellos valientes pioneros volaban en brillantes naves de avanzadísima tecnología en la que todo estaba disponible con solo apretar un botón. Habría, claro está, un robot dispuesto a complacernos en todos nuestros caprichos. ¿Y cuando llegaban a la Luna o Marte? Antiguas civilizaciones pobladas de hermosas mujeres esperando a ser rescatadas por los heroicos terrícolas, artefactos alienígenas que transportaban a algún estado trascendente, desagradables monstruos que era necesario destruir…
Hasta el estreno de “Alien” (1979), pocos films estuvieron dispuestos a enfrentarse a la dura realidad: la vida en el espacio era sólo otro trabajo sucio que alguien tenía que hacer. “Atmósfera Cero” adoptó la misma filosofía cínica que se negaba a ver el lado romántico de la exploración extraterrestre. Sus personajes no eran héroes y debían afrontar cuestiones siniestramente familiares para los espectadores. Los siete protagonistas de “Alien” eran camioneros espaciales, tripulantes de la Nostromo, un enorme carguero/refinería. “Atmósfera Cero” nos lleva a Con-Am 7, una ciudad minera en Io, la tercera luna de Júpiter, en la que 2.144 endurecidos humanos dedican sus peligrosas vidas a extraer titanio.
William O´Niel (Sean Connery) llega a la colonia minera como oficial de seguridad. Enseguida se encuentra con una serie de extraños incidentes provocados por trabajadores enloquecidos que se vuelven agresivos o se suicidan. Su investigación revela que tal comportamiento se debe a la ingestión de una droga estimulante suministrada clandestinamente por la compañía. Esta sustancia hace que los mineros mejoren su rendimiento, pero a cambio provoca serios problemas mentales. La compañía, a través del director de la colonia, trata de comprar el silencio de O´Niel, pero cuando este se niega a colaborar, envían unos sicarios para eliminarlo. Nadie se muestra dispuesto a ayudarlo y es imposible huir a parte alguna…
Peter Hyams es principalmente un director de películas de acción que desde mediados de los setenta frecuentó el género de ciencia-ficción, a menudo con aproximaciones poco ortodoxas y resultados irregulares. “Capricornio Uno” (1978) y “2010” (1984), a pesar de beber del éxito de la marea “Star Wars” ofrecían historias ciertamente desmitificadoras e inteligentes que se apartaban de la CF épica propia de Lucas que tanto se prodigó por entonces. Tras una larga temporada alejado del género, volvió a él con “Timecop” (1994) y “El sonido del trueno” (2005), ambas películas de acción más convencionales y con claras aspiraciones comerciales.
Así como “Alien” siempre ha gozado de respeto y consideración (en buena medida gracias a su espectacular diseño y las escalofriantes escenas que nos regaló), “Atmósfera Cero” ha tenido que sufrir –injustamente a mi parecer- críticas bastante demoledoras. Harlan Ellison machacó la película en un corrosivo artículo en 1984, atacando sus inexactitudes científicas y su rapiña de un argumento clásico del western.
En cuanto a la segunda acusación, no puede negarse. El guión –escrito por el propio Hyams- es un remake totalmente intencionado de “Solo ante el peligro” (1952), aquella película del Oeste en la que Gary Cooper interpretaba a un sheriff abandonado por sus vecinos cuando tiene que enfrentarse al malvado pistolero Frank Miller y sus secuaces. La intención de aquel western era la de ilustrar la angustiosa situación de aislamiento de aquellos acusados de comunistas durante la caza de brujas. Hyams, desde luego, no tenía semejante propósito ideológico y su historia se limita a trasladar fielmente la estructura del viejo western al espacio, eso sí, con un resultado sorprendentemente satisfactorio. Sí es cierto también que el film incluye unos cuantos absurdos desde el punto de vista científico (como el que la exposición al vacío provoque que las cabezas exploten).
Pero todo lo anterior no invalida el principal activo del film: su visión descarnada de un espacio poblado por rudos y sucios obreros y capataces corruptos dejándose la piel para multinacionales que, lejos de la Tierra, hacen y deshacen a su antojo. Los mineros de Io son solteros (únicamente los administradores de alto nivel pueden llevar a sus familias consigo) y las condiciones de vida nada tienen que ver con las brillantes y sofisticadas colonias espaciales de las películas de los cincuenta. Apiñados en instalaciones básicas, sin intimidad, con largos turnos de trabajo y pocas distracciones aparte de beber en el bar y acostarse con las prostitutas de la compañía. Mark Shepard (Peter Boyle), el corrupto gerente de la estación minera, está allí para maximizar los beneficios al tiempo que proteger celosamente su propia carrera. Le dice a O´Niel: “Hay un tipo como yo en cada operación minera del sistema. Mis putas están limpias, algunas son incluso atractivas. Mi bebida no está aguada. Mis obreros son felices, extraen más mineral, se les pagan más bonus… Funciona. Es suficiente”.
Un ambiente de estas características no atrae precisamente a la crema de las respectivas profesiones. La cínica doctora Lázarus (Frances Sternhagen) o el ayudante del sheriff (James B.Sikking) no se tienen en gran estima a sí mismos y lo único a lo que aspiran es a pasar desapercibidos, cobrar a fin de mes y no meterse en problemas. O´Niel es un policía honesto, incluso idealista. Pero ese temperamento no ha hecho sino indisponerle con sus jefes, que le han enviado a una lejana y desagradable colonia. Y aunque al final consigue sobrevivir y destapar los trapos sucios de la compañía, no podemos evitar sentirnos pesimistas. Todo en la película nos indica que se trata sólo de una victoria pírrica, de un aislado e insignificante episodio dentro de un gran mosaico de abusos, intrigas y poder.
Peter Hyams, apoyado por los excelentes diseños de Philip Harrison, hizo un excelente trabajo a la hora de recrear con verosimilitud el ambiente opresivo, oscuro y endurecido de una colonia minera en el espacio. Asimismo, la película disfruta de un buen ritmo, bien resueltas escenas de angustiosa persecución por el interior y el exterior de la base minera y sólidas interpretaciones de Sean Connery y Peter Boyle.
Algún día habrá colonias en nuestra Luna, en Marte o quizá en algún satélite de Júpiter (al menos eso es lo que nos gusta creer). Sin embargo, películas como “Alien”, “Atmósfera Cero” o “Blade Runner” predicen que el camino que habrá que recorrer desde las desiertas y hostiles planicies de esos mundos extraterrestres hasta las bonitas colonias de aspecto suburbano será cualquier cosa menos sencillo. Porque aunque se consigan resolver los problemas de energía, alimento, agua y oxígeno, como dice el lema de “Atmósfera Cero”, “incluso en el espacio, el enemigo último es el hombre”.
Hasta el estreno de “Alien” (1979), pocos films estuvieron dispuestos a enfrentarse a la dura realidad: la vida en el espacio era sólo otro trabajo sucio que alguien tenía que hacer. “Atmósfera Cero” adoptó la misma filosofía cínica que se negaba a ver el lado romántico de la exploración extraterrestre. Sus personajes no eran héroes y debían afrontar cuestiones siniestramente familiares para los espectadores. Los siete protagonistas de “Alien” eran camioneros espaciales, tripulantes de la Nostromo, un enorme carguero/refinería. “Atmósfera Cero” nos lleva a Con-Am 7, una ciudad minera en Io, la tercera luna de Júpiter, en la que 2.144 endurecidos humanos dedican sus peligrosas vidas a extraer titanio.
William O´Niel (Sean Connery) llega a la colonia minera como oficial de seguridad. Enseguida se encuentra con una serie de extraños incidentes provocados por trabajadores enloquecidos que se vuelven agresivos o se suicidan. Su investigación revela que tal comportamiento se debe a la ingestión de una droga estimulante suministrada clandestinamente por la compañía. Esta sustancia hace que los mineros mejoren su rendimiento, pero a cambio provoca serios problemas mentales. La compañía, a través del director de la colonia, trata de comprar el silencio de O´Niel, pero cuando este se niega a colaborar, envían unos sicarios para eliminarlo. Nadie se muestra dispuesto a ayudarlo y es imposible huir a parte alguna…
Peter Hyams es principalmente un director de películas de acción que desde mediados de los setenta frecuentó el género de ciencia-ficción, a menudo con aproximaciones poco ortodoxas y resultados irregulares. “Capricornio Uno” (1978) y “2010” (1984), a pesar de beber del éxito de la marea “Star Wars” ofrecían historias ciertamente desmitificadoras e inteligentes que se apartaban de la CF épica propia de Lucas que tanto se prodigó por entonces. Tras una larga temporada alejado del género, volvió a él con “Timecop” (1994) y “El sonido del trueno” (2005), ambas películas de acción más convencionales y con claras aspiraciones comerciales.
Así como “Alien” siempre ha gozado de respeto y consideración (en buena medida gracias a su espectacular diseño y las escalofriantes escenas que nos regaló), “Atmósfera Cero” ha tenido que sufrir –injustamente a mi parecer- críticas bastante demoledoras. Harlan Ellison machacó la película en un corrosivo artículo en 1984, atacando sus inexactitudes científicas y su rapiña de un argumento clásico del western.
En cuanto a la segunda acusación, no puede negarse. El guión –escrito por el propio Hyams- es un remake totalmente intencionado de “Solo ante el peligro” (1952), aquella película del Oeste en la que Gary Cooper interpretaba a un sheriff abandonado por sus vecinos cuando tiene que enfrentarse al malvado pistolero Frank Miller y sus secuaces. La intención de aquel western era la de ilustrar la angustiosa situación de aislamiento de aquellos acusados de comunistas durante la caza de brujas. Hyams, desde luego, no tenía semejante propósito ideológico y su historia se limita a trasladar fielmente la estructura del viejo western al espacio, eso sí, con un resultado sorprendentemente satisfactorio. Sí es cierto también que el film incluye unos cuantos absurdos desde el punto de vista científico (como el que la exposición al vacío provoque que las cabezas exploten).
Pero todo lo anterior no invalida el principal activo del film: su visión descarnada de un espacio poblado por rudos y sucios obreros y capataces corruptos dejándose la piel para multinacionales que, lejos de la Tierra, hacen y deshacen a su antojo. Los mineros de Io son solteros (únicamente los administradores de alto nivel pueden llevar a sus familias consigo) y las condiciones de vida nada tienen que ver con las brillantes y sofisticadas colonias espaciales de las películas de los cincuenta. Apiñados en instalaciones básicas, sin intimidad, con largos turnos de trabajo y pocas distracciones aparte de beber en el bar y acostarse con las prostitutas de la compañía. Mark Shepard (Peter Boyle), el corrupto gerente de la estación minera, está allí para maximizar los beneficios al tiempo que proteger celosamente su propia carrera. Le dice a O´Niel: “Hay un tipo como yo en cada operación minera del sistema. Mis putas están limpias, algunas son incluso atractivas. Mi bebida no está aguada. Mis obreros son felices, extraen más mineral, se les pagan más bonus… Funciona. Es suficiente”.
Un ambiente de estas características no atrae precisamente a la crema de las respectivas profesiones. La cínica doctora Lázarus (Frances Sternhagen) o el ayudante del sheriff (James B.Sikking) no se tienen en gran estima a sí mismos y lo único a lo que aspiran es a pasar desapercibidos, cobrar a fin de mes y no meterse en problemas. O´Niel es un policía honesto, incluso idealista. Pero ese temperamento no ha hecho sino indisponerle con sus jefes, que le han enviado a una lejana y desagradable colonia. Y aunque al final consigue sobrevivir y destapar los trapos sucios de la compañía, no podemos evitar sentirnos pesimistas. Todo en la película nos indica que se trata sólo de una victoria pírrica, de un aislado e insignificante episodio dentro de un gran mosaico de abusos, intrigas y poder.
Peter Hyams, apoyado por los excelentes diseños de Philip Harrison, hizo un excelente trabajo a la hora de recrear con verosimilitud el ambiente opresivo, oscuro y endurecido de una colonia minera en el espacio. Asimismo, la película disfruta de un buen ritmo, bien resueltas escenas de angustiosa persecución por el interior y el exterior de la base minera y sólidas interpretaciones de Sean Connery y Peter Boyle.
Algún día habrá colonias en nuestra Luna, en Marte o quizá en algún satélite de Júpiter (al menos eso es lo que nos gusta creer). Sin embargo, películas como “Alien”, “Atmósfera Cero” o “Blade Runner” predicen que el camino que habrá que recorrer desde las desiertas y hostiles planicies de esos mundos extraterrestres hasta las bonitas colonias de aspecto suburbano será cualquier cosa menos sencillo. Porque aunque se consigan resolver los problemas de energía, alimento, agua y oxígeno, como dice el lema de “Atmósfera Cero”, “incluso en el espacio, el enemigo último es el hombre”.
viernes, 20 de enero de 2012
1920 - MÁS ALLÁ DEL PLANETA TIERRA - Konstantin Tsiolkovsky
Existe una historia apócrifa que cuenta que durante su viaje de 1905 a San Petersburgo, Esnault-Pelterie (diseñador aeronáutico y pionero de la teoría espacial) debatió con el científico ruso Konstantin Tsiolkovsky en presencia del zar acerca del futuro de la exploración del espacio. Aunque ambos negaron la veracidad de dicho episodio, sí es posible que Tsiolkovsky conociera a Esnault-Pelterie mientras visitaba a París a finales del siglo XIX. Allí, contemplando la magnífica estructura de la Torre Eiffel (que entonces era un novedoso prodigio de la ingeniería y motivo de asombro para todos los turistas), concibió un método poco costoso para viajar al espacio: un ascensor, una torre que alcanzaría los niveles superiores de la atmósfera y con la que podría darse el primer paso hacia otros mundos.
La visión de Tsiolkovsky de una humanidad saliendo al espacio fue en parte una reacción al trabajo del clérigo inglés Thomas Malthus y en parte fruto de su atracción por la filosofía de Nikolai Fydorovich Fyodorov (1829-1903), un pensador cristiano ortodoxo a quien había conocido durante su estancia en Moscú y que formaba parte de un movimiento intelectual/místico/científico que reflexionaba sobre la perfección humana y social y la consecución, a través de ellas, de una existencia utópica. Sus escritos incluían ideas bastante radicales relacionadas con la extensión artificial de la vida y la resurrección de los muertos, pero también planteaba la colonización de los océanos y el espacio.
Sus planteamientos se enfrentaban a las teorías económicas de Malthus quien no sólo rechazaba la perfectibilidad del hombre, sino que en su "Ensayo sobre el Principio de Población" (1798) había predicho que la capacidad de la especie humana para producir alimentos nunca podría igualar su tasa de reproducción. Según Malthus, la única solución no traumática (esto es, sin esperar a los controles naturales que sobre el exceso de población ejercen la guerra, las epidemias o las hambrunas) era la contención moral -esto es, la abstinencia sexual-, pero solo entre las clases desfavorecidas, que eran las que más dificultades tenían para mantener a sus hijos. El propio Malthus había reflexionado sobre estos temas como una respuesta al optimismo desatado por el movimiento de la Ilustración, representado por filósofos como William Godwin, padre de Mary Shelley.
Tsiolkovsky pensó que si se tuviera un acceso sencillo y relativamente barato al espacio, la humanidad podría extenderse por otros planetas evitando la superpoblación pronosticada por Malthus de tal forma que "La mejor parte de la Humanidad, con toda probabilidad, no perecerá nunca; migrarán de sol a sol mientras se alejan. Y así no habrá final para la vida, el intelecto y la perfección del hombre. Su progreso será eterno". Un corolario digno de Fyodorov.
Fue ese sueño el que impulsó la vida y la obra de Tsiolkovsky. En sus quinientos trabajos sobre el espacio (de los cuales el más conocido es un tratado sobre cohetes titulado "La exploración del espacio cósmico por medio de los motores de reacción" (1903)), el matemático ruso determinó la velocidad de escape, propuso como mejor solución la utilización de cohetes por etapas impulsados por hidrógeno y oxígeno líquidos, estableció la ecuación que relacionaba la masa del cohete, la del combustible y la velocidad de propulsión, diseñó sistemas de guía, cohetes y cámaras presurizadas, imaginó los tipos de vida que podrían existir en ambientes escasos de oxígeno, especuló acerca de la colonización y la vida en el espacio, propuso la ya mencionada idea del ascensor espacial... si tenemos en cuenta que muchos de estos trabajos fueron escritos antes de que el primer avión efectuara su vuelo, no puede extrañar que Tsiolkovsky sea considerado, con toda justicia, el padre de la astronáutica.
Pero sus visionarias ideas no hallaron expresión únicamente en tratados técnicos. Desde el principio teorizó sobre el vuelo espacial y el viaje interplanetario en obras de ciencia-ficción, un medio que a sus ojos era perfecto para popularizar sus ideas más iconoclastas relacionadas con la transcendencia de la humanidad. Es evidente que Tsiolkovsky estaba familiarizado con las revistas pulp que empezaban a popularizarse en Norteamérica y sus primeras novelas demuestran su conocimiento de lo que se estaba publicando en el ámbito de la CF en Europa y Estados Unidos: "En la Luna" (1892), "Sueños de la Tierra y el Cielo" (1895) o la que ahora comentamos, escrita en 1903 aunque publicada en 1920.
"Más allá del planeta Tierra" describe una gran estación espacial cilíndrica habitada por una tripulación internacional. Se trata de una estructura orbital a partir de la cual se lanzarían expediciones a la Luna, Marte y el cinturón de asteroides para explotar sus recursos. La estación utilizaría el giro alrededor de su eje para generar gravedad, obtendría su energía a partir de paneles solares y contaría entre sus instalaciones con invernaderos que cobijarían sistemas ecológicos cerrados donde se cultivarían alimentos y se obtendría oxígeno. Bastantes años antes, en 1869, Edward Everett Hale había propuesto ya en "Luna de Ladrillo" un trasunto de satélite orbital en el que los humanos podían vivir, pero fue el trabajo de Tsiolkovsky el que marcó la pauta que en el futuro -y hasta el día de hoy- seguirían los ingenieros aeroespaciales y los escritores de ciencia-ficción.
Sus trabajos de ficción pueden parecer a primera vista algo vagos, dispersos, con una narración que deriva sin rumbo entre cohetes, giroscopios, impulsores multietapa, estaciones espaciales, compartimentos presurizados y sistemas de soporte vital. Pero el corazón de su obra no es tanto técnico sino filosófico: en el fondo, bajo todos los números, fórmulas, materiales y leyes físicas, el objetivo último de la exploración espacial era escapar de la devastación maltusiana. Creía, como Fyodorov, que la especie humana se convertiría en un pueblo de navegantes espaciales, concepto que exploró en su ciencia-ficción. La idea de una Humanidad repartida por la galaxia, navegando entre sistemas estelares a bordo de sus naves y fundando colonias planetarias ha constituido desde entonces uno de los pilares del género, si bien la mayoría de los escritores posteriores se mostraron bastante escépticos en cuanto a nuestro continuo e imparable avance hacia la utópica perfección.
Nada mal para un hombre que no pudo ir a la escuela siendo niño y que se educó por su cuenta en las bibliotecas de Moscú y en los libros de su padre, que perdió audición a causa de una enfermedad a los diez años y que pasó gran parte de su vida enseñando en escuelas públicas. Tsiolkovsky murió en 1935, mucho antes de que su sueño se hiciera realidad (sus compatriotas pondrían el primer satélite en órbita en 1957, pero desde entonces su nombre ha estado invariablemente relacionado con el espacio, ya sea bautizando un cráter en la Luna o una nave en la serie televisiva de "Star Trek: The Next Generation" (1987-1994). Su trabajo técnico no sólo ha servido de inspiración a generaciones de ingenieros y cosmonautas rusos, sino a escritores y cineastas de todo el mundo. La fría belleza de la estación espacial de "2001: Una Odisea del Espacio" (1968), verdadero icono de la CF, es un homenaje a la visión de este padre de la ciencia y padrino de la ciencia-ficción. Su frase: "La Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no se puede vivir para siempre en la cuna" bien podría servir de lema para el género.