“Los hombres de este siglo XXIX viven en medio de una magia continua, sin parecer darse cuenta de ello. Abrumados de maravillas, permanecen fríos ante aquellas que el progreso les aporta cada día. Todo les parece natural”. Cualquiera diría que Verne no hablaba del lejano futuro. Estas palabras, que abren el relato que ahora nos ocupa, son perfectamente aplicables a nuestros días; y, probablemente, también a los suyos.
Es esta una pequeña joya de la bibliografía del famoso escritor que no ha merecido tanta atención como otras de sus novelas, quizá debido a las dudas que existen sobre su autoría. Da lo mismo, es un cuento sorprendente aun cuando no haya aquí mucho argumento. Su escasa longitud no lo permite. Se nos cuenta un día en la atareada vida de Francis Bennett, editor jefe del principal periódico de la capital de Norteamérica, Centrópolis. Pero sus escasas diez páginas y tan débil marco narrativo están bien aprovechados: en tan corto espacio, Verne introduce las noticias en directo, la predicción meteorológica, la publicidad en las nubes, la videoconferencia, tubos neumáticos que cruzan los océanos transportando pasajeros a 1.500 km/h, envío de alimentos preparados a domicilio, supertelescopios, megalópolis de diez millones de personas, transplantes de órganos, guerras con proyectiles de largo alcance cargados con virus o gases tóxicos, control de la natalidad en China, calculadoras, técnicas criogénicas, aerocoches, la fotografía a color (¡inventada por los japoneses!), energía solar y geotérmica,l a anexión de Gran Bretaña y Canadá por los Estados Unidos y de China e India por Rusia, vestidores mecanizados que lavan, afeitan y visten a sus usuarios, comunicación interplanetaria, teleperiodismo, enormes generadores que proporcionan una inacabable energía…
Es este un relato crepuscular de Verne, cuya autoría ha estado siempre en entredicho. Y es que se trata de un trabajo muy poco corriente. Verne escribió sólo un puñado de relatos cortos, ninguna de sus obras tuvo su primera publicación en lengua inglesa y, en contraste con el tono más conservador de la mayoría de sus novelas, aquí deja volar su imaginación con una libertad inaudita para una persona de avanzada edad.
Hay estudiosos que ven aquí influencias de otros relatos en los que se avanzaban las maravillas del futuro, como el ya comentado en este blog “El siglo XX: Cuento de un parisiense en el pasado mañana” (1882) de Albert Robida. Sea como fuere, lo cierto es que James Gordon Bennett Jr., editor del New York Herald (patrocinador de Henry Morton Stanley en su búsqueda africana del doctor Livingstone), había encargado a Verne en 1885 una historia sobre la vida del futuro en América. Verne no podía negarse a la petición del responsable de un periódico que él mismo había citado en muchas de sus novelas, y así la historia apareció publicada por primera vez, en inglés, en febrero de 1889 en la revista estadounidense The Forum.
El relato, con bastantes modificaciones, se tradujo al francés al año siguiente. Y es en esos cambios donde se apoyan los críticos para atribuir la autoría primera no a Verne, sino a su hijo Michel. Según esta versión, Verne utilizó un texto de su hijo que fue el que apareció en primer lugar en la revista norteamericana, y luego lo modificó y mejoró para su edición en francés en algunos periódicos galos, si bien nunca quiso incluirlo dentro de sus “Viajes Extraordinarios”.
Finalmente, tras la muerte de su padre en 1905, Michel decidió publicarlo “oficialmente” dentro de una antología de cuentos diversos titulada “Ayer y Mañana”. El hallazgo en la Biblioteca Nacional de una carta de Verne dirigida a su editor, confirma que el texto original era de su hijo y que se repartieron los honorarios cobrados por el mismo.
Julio Verne animó a su hijo a escribir y publicar sus propios relatos bajo su ilustre nombre. Supuso un alivio tras años de soportar todo tipo de problemas con su rebelde vástago: continuas bancarrotas, turbulentas relaciones sentimentales, dificultades legales… Verne acabó reconociendo que a Michel le gustaba escribir y que tenía cierto talento para ello, por lo que probablemente lo apoyó en su carrera literaria con la esperanza de que se convirtiera en una persona responsable y obtuviera cierta estabilidad en la vida. Además, el fraude orquestado por ambos se podía llevar adelante con un mínimo de complicaciones: sencillamente, Michel firmaba sus manuscritos como “M.Jules Verne”, donde la “M” podía ser (y a veces lo era) interpretada por los editores como “Monsieur Jules Verne”.
Es más, durante los últimos años de su vida, de 1895 a 1905, la vista de Julio Verne se deterioró con rapidez. Y fue Michel quien asumió las funciones de escriba y secretario para sacar adelante varias novelas. No es de extrañar pues que, tras la muerte de su padre, Michel decidiera completar –y en algunos casos, ampliar considerablemente- muchos de los manuscritos inconclusos de Verne padre. La polémica sobre qué atribuir a quién en muchas de las últimas obras de la bibliografía del gran escritor continúa.
Muchas de las predicciones para el año 2889 ya se han hecho realidad. Y no sólo en lo que se refiere a tecnología: el concepto distópico de un hombre que ha conseguido amasar una gran riqueza y poder se ha encarnado en personalidades como William R.Hearst, Bill Gates o Rupert Murdoch. Por supuesto que también cometió errores y algunas de esas visiones no han llegado a materializarse. Pero démosle tiempo: aún quedan casi nueve siglos para el año 2889…
Es esta una pequeña joya de la bibliografía del famoso escritor que no ha merecido tanta atención como otras de sus novelas, quizá debido a las dudas que existen sobre su autoría. Da lo mismo, es un cuento sorprendente aun cuando no haya aquí mucho argumento. Su escasa longitud no lo permite. Se nos cuenta un día en la atareada vida de Francis Bennett, editor jefe del principal periódico de la capital de Norteamérica, Centrópolis. Pero sus escasas diez páginas y tan débil marco narrativo están bien aprovechados: en tan corto espacio, Verne introduce las noticias en directo, la predicción meteorológica, la publicidad en las nubes, la videoconferencia, tubos neumáticos que cruzan los océanos transportando pasajeros a 1.500 km/h, envío de alimentos preparados a domicilio, supertelescopios, megalópolis de diez millones de personas, transplantes de órganos, guerras con proyectiles de largo alcance cargados con virus o gases tóxicos, control de la natalidad en China, calculadoras, técnicas criogénicas, aerocoches, la fotografía a color (¡inventada por los japoneses!), energía solar y geotérmica,l a anexión de Gran Bretaña y Canadá por los Estados Unidos y de China e India por Rusia, vestidores mecanizados que lavan, afeitan y visten a sus usuarios, comunicación interplanetaria, teleperiodismo, enormes generadores que proporcionan una inacabable energía…
Es este un relato crepuscular de Verne, cuya autoría ha estado siempre en entredicho. Y es que se trata de un trabajo muy poco corriente. Verne escribió sólo un puñado de relatos cortos, ninguna de sus obras tuvo su primera publicación en lengua inglesa y, en contraste con el tono más conservador de la mayoría de sus novelas, aquí deja volar su imaginación con una libertad inaudita para una persona de avanzada edad.
Hay estudiosos que ven aquí influencias de otros relatos en los que se avanzaban las maravillas del futuro, como el ya comentado en este blog “El siglo XX: Cuento de un parisiense en el pasado mañana” (1882) de Albert Robida. Sea como fuere, lo cierto es que James Gordon Bennett Jr., editor del New York Herald (patrocinador de Henry Morton Stanley en su búsqueda africana del doctor Livingstone), había encargado a Verne en 1885 una historia sobre la vida del futuro en América. Verne no podía negarse a la petición del responsable de un periódico que él mismo había citado en muchas de sus novelas, y así la historia apareció publicada por primera vez, en inglés, en febrero de 1889 en la revista estadounidense The Forum.
El relato, con bastantes modificaciones, se tradujo al francés al año siguiente. Y es en esos cambios donde se apoyan los críticos para atribuir la autoría primera no a Verne, sino a su hijo Michel. Según esta versión, Verne utilizó un texto de su hijo que fue el que apareció en primer lugar en la revista norteamericana, y luego lo modificó y mejoró para su edición en francés en algunos periódicos galos, si bien nunca quiso incluirlo dentro de sus “Viajes Extraordinarios”.
Finalmente, tras la muerte de su padre en 1905, Michel decidió publicarlo “oficialmente” dentro de una antología de cuentos diversos titulada “Ayer y Mañana”. El hallazgo en la Biblioteca Nacional de una carta de Verne dirigida a su editor, confirma que el texto original era de su hijo y que se repartieron los honorarios cobrados por el mismo.
Julio Verne animó a su hijo a escribir y publicar sus propios relatos bajo su ilustre nombre. Supuso un alivio tras años de soportar todo tipo de problemas con su rebelde vástago: continuas bancarrotas, turbulentas relaciones sentimentales, dificultades legales… Verne acabó reconociendo que a Michel le gustaba escribir y que tenía cierto talento para ello, por lo que probablemente lo apoyó en su carrera literaria con la esperanza de que se convirtiera en una persona responsable y obtuviera cierta estabilidad en la vida. Además, el fraude orquestado por ambos se podía llevar adelante con un mínimo de complicaciones: sencillamente, Michel firmaba sus manuscritos como “M.Jules Verne”, donde la “M” podía ser (y a veces lo era) interpretada por los editores como “Monsieur Jules Verne”.
Es más, durante los últimos años de su vida, de 1895 a 1905, la vista de Julio Verne se deterioró con rapidez. Y fue Michel quien asumió las funciones de escriba y secretario para sacar adelante varias novelas. No es de extrañar pues que, tras la muerte de su padre, Michel decidiera completar –y en algunos casos, ampliar considerablemente- muchos de los manuscritos inconclusos de Verne padre. La polémica sobre qué atribuir a quién en muchas de las últimas obras de la bibliografía del gran escritor continúa.
Muchas de las predicciones para el año 2889 ya se han hecho realidad. Y no sólo en lo que se refiere a tecnología: el concepto distópico de un hombre que ha conseguido amasar una gran riqueza y poder se ha encarnado en personalidades como William R.Hearst, Bill Gates o Rupert Murdoch. Por supuesto que también cometió errores y algunas de esas visiones no han llegado a materializarse. Pero démosle tiempo: aún quedan casi nueve siglos para el año 2889…
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