El dúo que empezó denominándose Hermanos Wachowski (Andy y Larry) encajan bien en la categoría de cineastas de culto (tras el cambio de sexo de Larry, en “El Atlas de las Nubes” aparecieron por primera vez acreditados como Andy y Lana Wachowski). Tras escribir varios comic-books basados en el universo terrorífico de Clive Barker y el guion de la película “Asesinos” (1995), hicieron su debut como directores-guionistas con el thriller “Lazos Ardientes” (1996), continuando con “Matrix” (1999), una de las películas más influyentes en el cine de género de comienzos de milenio, creando unos efectos especiales y escenas de acción que fueron rápidamente copiados por infinidad de creadores. Tras esa seminal obra, llegarían sus dos secuelas, “Matrix Reloaded” (2003) y“Matrix Revolutions” (2003), recibidas con más decepción que entusiasmo.
Más allá de
esto, su trabajo ha sido irregular. Entre la trilogía de Matrix y “El Atlas de
las Nubes” sólo dirigieron otro film, “Speed Racer” (2008), una recreación
visualmente recargada del anime televisivo del mismo nombre que fue un fracaso
de crítica y público. También escribieron y produjeron la interesante
adaptación del comic de Alan Moore “V de Vendetta” (2006), cediendo la silla
del director a James McTeigue, para el que produjeron asimismo su siguiente
película, “Ninja Assassin” (2009), otra propuesta que se encontró con una
decepción generalizada.
Y a
continuación los Wachowski dirigieron su atención a la novela “El Atlas de las
Nubes” (2004), escrita por el británico David Mitchell, seleccionada para el
prestigioso Man Brooker Prize y, según algunos críticos, una obra maestra. Por
lo visto, Natalie Portman regaló una copia a los hermanos durante el rodaje de
“V de Vendetta”, quedando éstos inmediatamente fascinados. Tanto, de hecho, que
se las arreglaron para reunir un presupuesto de 140 millones de dólares con el
que trasladar esa compleja historia a la gran pantalla.
Reconociendo
que la tarea a la que se enfrentaban era ciclópea, reclutaron la ayuda del
director alemán Tom Tykwer, que en ese punto había firmado “Corre, Lola, Corre”
(1998), “La Princesa y el Guerrero” (2000), “Heaven” (2002), “El Perfume:
Historia de un Asesino” (2006) y “The International: Dinero en la Sombra”
(2009). Tykwer y los Wachowski se dividieron la película, encargándose aquél de
las historias que transcurren en el siglo XX y éstos de las ambientadas en el
Pacífico Sur y el futuro. El rodaje tuvo lugar principalmente en Alemania, pero
también fue necesario trasladarse a diversos países para ciertas
localizaciones. La filmación de los tres equipos fue simultánea, lo que obligó
al extenso plantel de actores a viajar de un sitio a otro para encarnar a los
multiples
personajes a los que daban vida en cada una de las historias.
En 1846, el abogado Adam Ewing (Jim Sturgess), tras visitar una plantación en una isla del Pacífico Sur, regresa a Estados Unidos a bordo de un barco en el que descubre un esclavo polizón al que está dispuesto a proteger arriesgando su propia vida.
En 1931,
Robert Frobisher (Ben Whishaw) es un compositor neófito pero con mucho talento
que esconde su condición homosexual. Dispuesto a demostar su valía y hacerse un
nombre, entra al servicio de Vyvian Ayrs (Jim Broadbent) como amanuense, un
anciano genio musical que se resiste a aceptar su decadencia y que encontrará
en su joven ayudante la nueva sangre que necesita. Pero conforme ambos
colaboran en una sinfonia, Frobisher se encuentra atrapado en una situación de
la que no puede escapar.
En 1973, en
San Francisco, Luisa Rey (Halle Berry) es una periodista que acude a
entrevistar al ahora anciano amante de Frobisher, el físico Rufus Sixsmith (James
D’Arcy), sólo encontrárselo asesinado de un disparo en la habitación de su
hotel. Bajo el cadaver, halla un legajo de cartas y documentos que la ponen
sobre la pista de los peligrosos amaños que está realizando la central nuclear
para la que trabajaba el difunto. Sus investigaciones la convertirán en
objetivo la compañía, dispuesta a cualquier cosa con tal de evitar que difunda
el escándalo.
En 2012, en
Inglaterra, el editor Timothy Cavendish (Jim Broadbent) publica la
autobiografía del gangster Dermot Hoggins (Tom Hanks), sólo para que, poco
después, éste sea encarcelado por asesinato y él se vea acosado por los
antiguos socios del criminal. Viéndose en peligro, pide ayuda a su hermano
Denholme (Hugh Grant), que accede a esconderlo en un hotel. Pero cuando
Cavendish llega a lugar, descubre que ha sido internado en un asilo para ancianos
dementes.
En 2144, en
Neo-Seúl, Somni-451 (Doona Bae) es una joven clon fabricada para trabajar como
esclava en una franquicia de comida rápida. Durante el interrogatorio que sigue
a su arresto, narra el proceso por el cual tomó conciencia de su situación y,
con ayuda del rebelde Hae-Joo Chang (Jim Sturgess), desafió al sistema
tecnodistópico de ese futuro.
En 2321,
106 años después de la Caída, Zachry Bailey (Tom Hanks), vive en una aldea con
su familia, conservando sólo un vago y deformado recuerdo de la antigua
civilización. Un dia, Meronym (Halle Berry), miembro de los "Prescientes",
los últimos supervivientes de una civilización tecnológicamente avanzada, llega
al pueblo y solicita un guía que la lleve hasta la cima de una montaña. Zachry,
cuya hija salvó esa mujer, accede a ayudarla como compensación a pesar de las
nefastas visiones que le acosan respecto al futuro.
Hacer
justicia a “El Atlas de las Nubes” con un resumen tan magro es muy difícil,
pero lo cierto es que invertir mucho tiempo en descifrar lo que cuenta y cómo
lo hace le priva de algo de su magia, que reside (al menos en un primer
visionado) en contemplar cómo se desarrolla y despliega este mosaico humano y
temporal reprimiendo el impulso de intentar comprenderlo todo sobre la marcha.
Lo mejor en este caso es dejarse llevar por la película y luego,
retroactivamente, meditar sobre ella tratando de identificar los patrones,
temas, imágenes y metáforas.
Con “El
Atlas de las Nubes”, los Wachowski intentaron hacer una película épica que
abordara, nada menos, que el sentido del Universo y de la Vida. Lo cierto es
que estos cineastas nunca se han mostrado tímidos a la hora de afrontar
desafíos semejantes: reflexionaron sobre la naturaleza de la realidad y
reinventaron el género de acción con “Matrix”; criticaron la sociedad moderna y
las derivas autoritarias en “V de Vendetta”; reformularon el anime infantil
como pieza de arte pop en “Speed Racer”; y le dieron un giro al género de
ninjas en “Ninja Assassin”.
Relacionado
con esta ambición conceptual, se diría obligatorio que una épica tal cuente con
un guion que cubra multiples épocas historicas, algo que comenzó con
“Intolerancia” (1916) de D.W.Griffith, pero cuyo ejemplo más reconocidamente
influyente para los Wachowski fue “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), de la
cual “El Atlas de las Nubes” copia gran parte de su estructura: múltiples
historias en diferentes periodos temporales que parecen estar sólo sutilmente
relacionadas hasta que, finalmente, se descubre la conexión cósmica que las
une. Aunque quizá la película con la que tiene más similitudes “El Atlas de las
Nubes” sea “La Fuente de la Vida” (2006), que también presentaba una serie de
historias cruzadas en las que los mismos actores interpretaban diferentes
personajes en cada época, estando cada segmento relacionado con el resto a través
de símbolos y reflejos. Otro ejemplo de esa misma narrativa la encontramos en
un film no de género, “Babel” (2006), cuyos múltiples hilos argumentales incluyen
aspectos que influyen en el resto de forma invisible.
En lugar de
un viaje al espacio tan épico como transcendental al estilo de “2001”, los
Wachowski anclan sus historias en la Tierra y las dirigen hacia la formación de
una utopia mientras pretenden revelarnos el significado subyacente de la
existencia a través de una serie de ideas: el amor es lo más importante; todos
estamos conectados; el concepto oriental de que las vidas humanas a través de
las eras siguen un patrón; la sutil sugerencia de que existe una vida después
de la muerte; y, como en otras obras suyas anteriores y posteriores, la inserción
de un ideario politico propio que defiende el desafío de lo socialmente
establecido y la defensa de lo correcto cueste lo que cueste. El cambio de
roles de los actores en cada historia y el desafío que todos ellos protagonizan
ante un sistema injusto en el siglo que les tocó vivir, es una metáfora de la
evolución y el viaje de un alma singular.
La
interpretación más obvia de “El Atlas de las Nubes” es que se trata de la
historia de unas almas conectadas unas con otras e impulsadas todas juntas hacia
el futuro completando ciclo tras ciclo. Varias veces se nos dice que “nuestras vidas no nos pertenecen”. Al
leer las antiguas cartas de amor entre Frobisher y Sixsmith, Reyes señala: “Solo intento entender por qué seguimos
cometiendo los mismos errores... una y otra vez”. Hay una clara sensación
de “avance circular” en estas historias insertas en un periodo de casi 500
años. Otra idea sembrada a todo lo largo y ancho de la narrativa es la de la
reencarnación. Al describir su concepto de vida después de la muerte, la
rebelde Sonmi-451 explica “Creo que la
muerte es sólo una puerta. Una se cierra y otra se abre”. Más explícitamente
se subraya la ley de causa y efecto: “Con
cada crimen y cada acto de generosidad, alumbramos nuestro futuro”.
La Historia
nos define y eso es ineludible. Va desarrollándose cada instante de cada día,
hasta el punto de que la resolución de un suceso actual podría depender de, por
ejemplo, algún acto violento cometido hace mucho tiempo por personas ya
desaparecidas. Ese principio no solo se aprecia en el amplísimo periodo
temporal que adopta la película sino también en las interacciones personales
que se dan en las narrativas individuales. La compasión que demuestra Adam
Ewing hacia un esclavo fugitivo en un momento puntual acaba teniendo un impacto
inmenso en el curso de su vida. Timothy Cavendish descubre que las ganancias obtenidas
por su último libro editado han servido para saldar sus deudas, pero el autor
que escribió la obra envía a sus secuaces tras él. La mayor traición que sufre
ese personaje es consecuencia de las decisiones que tomó en el pasado. Cuando,
desesperado, le pregunta a su hermano “¿Por
qué me estás haciendo esto?”, éste le responde: “Creo que una pregunta más apropiada en este caso sería qué has hecho
para merecerlo”.
Existe también
una extraña sensación de que el Tiempo no es algo necesariamente lineal, de que
no sólamente el pasado lleva al futuro, sino que ecos del futuro viajan hacia
el pasado. Esto puede apreciarse en ciertos elementos recurrentes. Se nos
presenta a Adam Ewing cuando el doctor Henry Goose (Tom Hanks) explica los
antiguos hábitos caníbales de los nativos isleños. Luego, saltamos a la última
historia para encontrarnos con un mundo primitivo cuyos habitantes han
recuperado la antropofagia. A Ewing le impacta el cruel esclavismo que se
practica en la plantación que visita, pero más tarde descubrimos que esa
práctica ha vuelto a implantarse en el Nuevo Seul de 2144. El Tiempo, n
os dicen
los Wachowski, no es una línea recta hacia delante, sino que se dobla,
distorsiona y repliega sobre sí mismo.
De hecho, todo indica que el ciclo de reencarnación tampoco es necesariamente lineal. Cuando a Sonmi-451 le dicen que no podrá reunirse con su amante, ella asegura que estarán juntos en el futuro. Sin embargo, esa reunión no tiene lugar en el futuro sino en un pasado lejano (concretamente en la historia del abogado Ewing y su prometida Tilda). La película establece una clara relación de causa y efecto, pero temporalmente inversa a lo esperable.
Aunque la
idea de que todas estas sean almas atrapadas en un ciclo de reencarnación sea interesante,
podría argumentarse que presenta un problema: varios de los periodos de tiempo
están excesivamente próximos entre sí. 1936, 1973 y 2012 están tan cerca uno
del siguiente que es difícil creer que la totalidad de los personajes morirían
para renacer justo para encajar en sus respectivos papeles en el siguiente
ciclo. Esto podría ser un agujero de guion sólo si presumimos que el tiempo y
las reencarnaciones avanzan de forma lineal, algo que, como he dicho, no es lo
que plantean los guionistas.
Por otra
parte, da la sensación de que no deberíamos tomarnos literalmente todo lo que
se nos muestra en la película. Por ejemplo, Hugo Weaving interpreta a un
personaje en cada historia, pero en la última da “vida” a uno que no existe, al
menos no literalmente. Nunca queda claro si el “Viejo Georgie” que atormenta a
Zachry en sus visiones es un auténtico espíritu, una manifestación poética de
las dudas del protagonista o incluso una defensa del statu quo arraigada en la
psique humana. Y es que lo que sí encarnan todos los personajes de Hugo Weaving
es la defensa del “orden natural de las cosas”. Incluso el más pasivo de ellos,
en 1932, es alguien todavía más constreñido por las normas sociales que sus
contemporáneos. Sin embargo, el hecho de que el personaje de la última historia
pueda expresarse como un concepto i
ncorpóreo, ya sea anclado en el
subconsciente de otro o existiendo como un espíritu etéreo, sugiere que no
debemos aplicar la literalidad a toda la narrativa.
De hecho,
hay indicios de que una de las historias podría ser falsa: la protagonizada por
Reyes está basada en una novela, aunque el autor aparece en su narrativa como
un niño documentando eventos. Vemos la historia de Cavendish desarrollarse como
en una película de otra época, dando la sensación de que estas ideas no sólo
resuenan en la Historia, sino también en la leyenda. Sólo un personaje se
transmite directamente de una trama a otra; otros se superponen a través de
grabaciones, mitos, sueños o diarios. Por mucho que Sonmi-451 predique sobre la
verdad absoluta, estas son, en el mejor de los casos, fuentes subjetivas.
“El Atlas de las Nubes” funde sin esfuerzo los recuerdos y los sueños con la realidad. Sus segmentos no son necesariamente instantáneas de la vida, sino ejemplos de subgéneros específicos: un thriller conspirativo de los años 70, una aventura postapocalíptica, otra de ciencia ficción y acción, un drama de época… Es por eso que resulta de lo más apropiado que la cinta comience y termine con Tom Hanks contando una historia.
Las seis
tramas tienen mucho que ver con la conexión humana, la forma en que nos
relacionamos, cómo abusamos de las relaciones o las hacemos trabajar para el
beneficio mutuo. Un médico ladrón envenena poco a poco a Adam Ewing para hacerse
con su riqueza; el mezquino genio Vyvyan Ayrs utiliza a Robert Frobisher para
perpetuar su gloria; Luisa Rey descubre un plan para provocar una catástrofe
nuclear en beneficio de una corporación; Timothy Cavendish se encuentra
internado a la fuerza por su hermano en un asilo; Sonmi-451 se entera de que
los clones como ella son creados para trabajar como esclavos y luego
convertidos en comida para alimentar a sus propios congéneres; Zachry es
acosado por visiones de un espectro que le anima a abandonarse a sus miedos y
rechazar el progreso que representa Meronym… Todas estas historias muestran a
personas utilizando desconsideradamente a otras para obtener un beneficio. Es
la peor cara de la Humanidad, preocupada tan solo por el poder y el dominio del
prójimo.
Pero en un
momento determinado, cada una de esas tramas gira 180 grados y empieza a
mostrarnos que, por mal que estén las cosas, todo puede mejorar si la gente
aprende a conectar mediante el amor, la amistad o la empatía. Gracias a la
relación que Ewing establece con el esclavo Autua, escapa con su esposa al
Norte para unirse al movimiento abolicionista. Aunque la vida de Robert
Frobisher termina trágicamente, completa su obra maestra y mantiene hasta el
final su amor por Rufus Sixsmith. Luisa Rey no ceja ante las amenazas,
encuentra gente dispuesta a arriesgar la vida por ayudarla y no sólo expone la
corrupción evitando una catástrofe medioambiental e incontables muertes, sino
que inspira a su joven vecino para convertirse en novelista. Cavendish consigue
hacer amigos en el cruel asilo donde está recluido, escapa con ellos, escribe
su historia y se reune con el amor de su vida. Sonmi-451 encuentra un propósito
y el amor entre los luchadores por la libertad y pasa el resto de su corta
existencia compartiendo su experiencia y despertando a las masas de su letargo.
Zachry y Meronym aprenden a confiar el uno en el otro y, de este modo, salvan a
los supervivientes de la Tierra trasladándolos a la colonia de un lejano
planeta, se enamoran y fundan una familia; dos personas completamente
diferentes pertenecientes a dos culturas que tradicionalmente desconfiaban la
una de la otra. Y esta es la mejor cara de la Humanidad: dispuesta a no
rendirse, a amar y ayudar a los demás, uniéndose para obtener protección y sustento
afectivo.
A tenor de todo
lo dicho, no debe extrañar que “El Atlas de las Nubes” fuera uno de esos films temidos
y odiados a partes iguales por los encargados de publicidad de los estudios. Los
Wachowski admitieron que no les habían resultado del todo inesperadas las
dificultades que encontraron para recaudar los fondos necesarios para sacar
adelante su proyecto. Varios estudios norteamericanos se retiraron y los
hermanos tuvieron al final que reunir el dinero dólar a dolar a partir de
diferentes fuentes, principalmente el German Federal Film Fund (a cambio, ya lo
apunté, de que la película se rodara mayormente en Alemania), aplazando sus
honorarios e invirtiendo también su propio dinero.
Lo cierto
es que la desconfianza de los potenciales inversores no parecía del todo
injustificada. Durante la mayor parte de su metraje, “El Atlas de las Nubes” no
parece tener un foco ni tratar claramente sobre uno o varios temas. Podemos
recurrir a descripciones abstractas —un lienzo de historias que abarca
diferentes épocas, temas relacionados con la vida, la evolución del alma—, pero
el hilo conector no siempre resulta evidente en un primer visionado y, desde
luego, no es una película en la que todo esté debidamente encasillado al gusto
de los estudios para así facilitarles la tarea a la hora de hacer el producto
más vendible a un público generalista y perezoso. Esta podría ser la razón por
la que los Wachowski rompieron su habitual velo de secretismo –no suelen concender
entrevistas y por contrato acuerdan no participar en la promoción de sus
films-, grabando un video junto a Tom Tykwer en la que, durante una entrevista,
intentaron explicar la película.
Se suele
describir a “El Atlas de las Nubes” como una película épica, pero más parece un
intento algo irregular de que sea percibido como tal. Globalmente, y esto no se
puede discutir, es ambiciosa y las dificultades a las que tuvieron que hacer
frente los equipos de actores y técnicos, sí la podrían calificar como épica.
Sin embargo, a nivel individual, no todas las historias revisten el mismo
interés ni resultan igualmente satisfactorias. También cabe preguntarse si, a
pesar del emocionante monólogo final de Somni-451 con el que el guion trata de
hilvanarlo todo, la estructura general es lo suficientemente sólida como para
que la película funcione como un todo y no como una serie de cortos.
Aunque como
en la novela de David Mitchell, cada historia se superpone con las demás de
diferentes maneras (por ejemplo, Robert Frobisher lee el diario de Adam Ewing),
la configuración general sí diverge bastante con respecto al libro. En éste,
Mitchell establecía una estructura de “matrioskas rusas”, moviendo la narrativa
hacia delante hasta llegar a la época postapocalíptica, para luego retroceder
de nuevo paso a paso hasta el inicio en 1850. Esta peculiar estructura hizo que
el propio escritor considerara imposible llevar “El Atlas de las Nubes” a la
pantalla. Lo que hicieron los Wachowski y Tykwer fue abandonar la simetría en
favor de una disposición de mosaico, alternando fragmentos de cada trama y
entrelazándolos con recursos cinematográficos para dar una sensación de
continuidad entre diferentes periodos temporales y recurrencia en los temas que
se abordan. Este cambio fundamental respecto a la novela tiene todo el sentido
en el medio cinematográfico porque permite jugar con el suspense, establecer
conexiones mediante motivos visuales o diálogos superpuestos, crear nuevas
capas de significado y, en general, ajustar la estructura al espíritu de la
historia global.
En cuanto a
las narrativas individuales, son bastante fieles a las de la novela. Uno de los
cambios más importantes es el del motivo del suicidio del compositor Robert
Frobisher. En el libro, lo hace porque, habiendo completado su obra maestra (el
Sexteto del Atlas de las Nubes), cree que ya no logrará hacer nada superior y,
por tanto, la vida pierde sentido para él. En la película, se suicida porque su
condición gay está a punto de ser públicamente expuesta. Esa variación tiene
lógica dado que dos de los tres directores son hermanos transexuales y,
claramente, tienen interés en presentar los aspectos más dolorosos de la
comunidad a la que pertenecen (esto es algo que también tendría un papel
relevante en su siguiente proyecto televisivo, “Sense8”). Pero, por otra parte,
resulta algo decepcionante que el único protagonista gay caiga en el cliché del
homosexual perseguido hasta la muerte –aunque sea por su propia mano- por una
sociedad que rechaza su condición.
Los segmentos
más divertidos, en buena medida gracias a la interpretación de Jim Broadbent,
son los de 1931 y 2012. El thriller protagonizado por Halle Berry en 1973 tiene
tanta atmósfera deprimente como poco suspense y originalidad en su conspiración
de encubrimiento corporativo. El capítulo del Pacífico Sur está muy bien fotografiado
y no carece de interés, pero se diría que lo que cuenta, en especial lo tocante
al avaricioso médico interpretado por Tom Hanks, hubiera requerido de más
metraje. También está el símbolo que, como marca de nacimiento, llevan varios
personajes en su piel y que en la novela indicaba su naturaleza de ser
reencarnado de uno anterior, pero que en la película no se aclara debidamente.
Y luego
están los dos pasajes futuristas. El primero (al menos en términos de la
cronología interna presentada por la película) es el ambientado en un Neo Seúl
tan hipertecnológico como distópico que atrapa la atención del espectador
inmediatamente. La idea de humanos creados por clonación, sin derechos y
destinados a trabajar como esclavos en una franquicia al estilo de un McDonald's
futurista es claramente una crítica al actual sistema implementado por tantas
corporaciones, deseosas de utilizar a las personas como meros recursos fácilmente
adquiribles e inmediatamente desechables, tratando mientras tanto de controlar
todos los aspectos de su vida con una actitud condescendiente. Los Wachowski se
divierten diseminando pequeños detalles tecnológicos por doquier: aerovehículos
que se desplazan por calzadas de luz, puentes instantáneos y portátiles,
apartamentos diminutos con muebles y ventanas manejados con control remoto,
etc.
La
decepción llega cuando, poco después de haber creado un mundo visualmente
fascinante y con tantas ideas como potencial, los Wachowski lo utilizan
sólamente para contar un drama nada original sobre dos amantes que huyen de un
sistema autoritario, un argumento que se había contado ya en muchísimas obras
distópicas, empezando, por ejemplo, por “La Fuga de Logan” (1976). La segunda
mitad de ese segmento es poco más que una sucesión de escenas de acción y
tiroteos. Además, cuando la historia pasa a ambientarse al aire libre, la
representación de esa urbe del futuro habría sido impresionante si la estética
general no hubiera sido superada dos meses antes por el remake de “Desafío Total” (2012).
No funciona
mucho mejor el segmento que tiene lugar “106 Años Después de la Caída”. Aquí,
los Wachowski tomaron la interesante decisión de escribir todos los diálogos en
un argot futurista que suena como una especie de versión degenerada del inglés
moderno. Aunque es un detalle interesante, la sensación resultante es la de ver
una historia narrada en un lenguaje extranjero sin el apoyo de subtítulos. A
diferencia de las otras tramas, esta nunca parece desarrollarse demasiado y
tampoco se profundiza en el origen y problemas de esa sociedad utópica formada
por parte de los supervivientes de la antigua civilización tecnológica.
Técnicamente,
la película es soberbia, un festín visual de primer nivel, filmada con maestría
y con un diseño magnífico. Solo por eso, merece un visionado. Resulta difícil imaginar una tarea más
abrumadora habida cuenta de la multiplicidad de ambientaciones espaciales y
temporales, el trabajo de diseño y vestuario implicado y el abundante elenco,
pero los tres directores consiguieron encajar sus respectivas piezas a la
perfección haciendo un elegante y poético uso de las transiciones entre escenas
para asegurarse de que el espectador pueda seguir la acción a través de los
constantes cambios de trama, por ejemplo, haciendo que el galope de los caballos
se transforme en el motor de un tren, o cómo una huida por un puente
improvisado entre rascacielos futuristas se convierte en una frenética ascensión
por el mástil de un navío.
Como ya he
apuntado, los actores y actrices del reparto interpretan diferentes personajes
en cada segmento. Esto exigió a los maquilladores un trabajo extraordinario cuyo
resultado osciló entre lo brillante, lo ridículo y lo polémico. En relación a
esto último, el maquillaje que se aplica a algunos actores caucásicos cuando
encarnan un personaje asiático en el capítulo de Neo Seúl, recuerda
negativamente el efecto que provocaban las antiguas películas de Charlie Chan,
el Marlon Brando de “La Casa de Té de la Luna de Agosto” (1956), Christopher
Lee como Fu Manchu (1965), Max Von Sydow como Emperador Ming en “Flash Gordon”
(1980)…. Los ejemplos son numerosísimos.
Esta
práctica, en inglés conocida como “whitewashing” o “yellowfaced”, ha sido
objeto de ataques por parte de ciertos colectivos desde hace años. En honor a
la verdad, hay que decir que en “El Atlas de las Nubes” ese juego de intercambio
de razas se produce también en otras direcciones. Doona Bae, que es coreana,
interpreta en otros segmentos a una mujer blanca y otra mexicana; Halle Berry
(que es mestiza) da vida a una mujer blanca, una india y una nativa de las
islas del Pacífico. Además, varios actores también intercambian sus géneros en
algunos pasajes.
Desde un punto
de vista creativo, esta decisión es defendible. “El Atlas de las Nubes” es un
mosaico de historias sobre vidas interconectadas y reciclar para todas ellas el
mismo elenco crea una cohesion, quizá a veces difícil de captar (algunos
actores son irreconocibles bajo las capas de prostéticos), pero, desde luego,
apropiada al espíritu de la película. El problema es que en la mayoría de las épocas
representadas, los personajes principales son blancos o negros, utilizando simplemente
alguna prótesis para modificar su imagen. Sin embargo, en el pasaje de Neo
Seúl, todos los personajes deberían ser coreanos, y el elenco, mayoritariamente
blanco, se ve obligado a llevar abundantes prótesis para solucionar la
cuestión. Así que, en aras de mantenerse fieles a la narrativa general, toda
una trama acaba recurriendo al “whitewashing”. Quizás, si el reparto hubiera
sido más diverso desde el principio, incluyendo más actores asiáticos del grupo
nuclear, el capítulo de Neo Seúl no resultaría tan chirriante. A esto se añade
que las prótesis que llevan los actores en ese capítulo tienen un decepcionante
aspecto que acentúa los estereotipos raciales al estilo de aquel irritante
oriental que interpretó Mickey Rooney en “Desayuno con Diamantes” (1961).
Y es una
lástima que este recurso no termine de funcionar porque, en el fondo, la
repetición de actores en cada trama enriquece la película. Si bien los personajes
principales de cada segmento están claramente conectados entre sí por su marca
de nacimiento en forma de estrella fugaz, su reaparición como secundarios en
otros pasajes subraya la idea de reencarnación. Con cada renacimiento, algunos
parecen evolucionar y otros quedar anclados en sus roles. Los personajes de
Hugh Grant son siempre insensibles, crueles y poderosos; Hugo Weaving, como ya
había apuntado, siempre interpreta al brazo del sistema; los papeles de Doona
Bae son de mujeres que luchan por los demás para cambiar sistemas sociales injustos;
James D'Arcy es, sobre todo, un alma sensible y reflexiva… Ciertos grupos
parecen encontrarse una y otra vez y mantener dinámicas similares: por ejemplo,
los personajes de Tom Hanks y Halle Berry se enamoran en más de una ocasión;
los de Ben Whishaw y Jim Broadbent se causan dolor mutuamente cada vez que
coinciden…
Como sucede
con tantas otras obras en las que han participado los Wachowski, nadie se puso
de acuerdo sobre si “El Atlas de las Nubes” era una película digna de elogio o escarnio.
Mientras que algunos críticos y publicaciones importantes la consideraron una
de las mejores propuestas cinematográficas de 2012, otros tantos la incluyeron
entre las peores. Me da la impresión de que quienes la demolieron por completo
en sus comentarios, no se esforzaron por verla más de una vez e intentar
analizarla con cierto detenimiento.
“El Atlas
de las Nubes” es una propuesta audaz, imaginativa, frustrante, original,
autocomplaciente, agotadora y ambiciosa; una fascinante experiencia visual y
narrativa que obliga al espectador a adoptar un papel activo para que las
piezas aparentemente inconexas encajen en una estructura unitaria con
significado. Con obras así, lo más habitual es que cada cual tenga una
percepción diferente de lo que es y de lo que trata, dependiendo de ello la
apreciación que le merezca. Es un experimento de casi tres horas y desarrollo
irregular que aspira a más de lo que finalmente consigue, pero al que no se
puede negar su valentía desafiante y su pericia técnica. No es un blockbuster
de fácil digestión con conceptos claros y vacío más allá de la superficie sino
una obra que sólo puede disfrutarse con la actitud adecuada y para cuya
comprensión es necesario más de un visionado y un proceso de reflexión, unos
requerimientos que no son comunes en una época en la que el público mayoritario
tan solo pide consumir entretenimiento ligero y rápido para poder pasar cuanto
antes al siguiente producto.
Puede que “El Atlas de las Nubes” no sea un éxito en todo lo que se propusieron sus creadores, pero sí en aquello que quizá fuera su objetivo más importante: recordarnos cómo fuimos, lo que somos y lo que podríamos llegar a ser.
El personaje que trabaja en la central nuclear y que muere asesinado debido a una bomba en un avión, me recuerda un poco (en personalidad y estilo) a Isaac Asimov. De hecho, me pregunto si el hecho de que le pusiesen el nombre de Isaac no sería una casualidad...
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